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Por su parte, O'Higgins le escribía aplaudiendo efusivamente como amigo su resolución: «Millones de veces bendita » la Eterna Providencia por ver los días del 10 de julio y del primero de la Libertad de la capital de los Pizarros. Toda » la amargura y desconsuelo de una cansada administración » que luchaba con la incertidumbre, lo ha deshecho su carta. » del 19 del pasado. Transportado de gozo, he sentido los » momentos más plausibles de mi vida. Quisiera estuviese >> usted presente para darle mil abrazos; pero recibalos >> desde este asiento de miserias y trabajos, que ahora con» vierte en plácemes la resolución más grande y sabia, de » encargarse usted del mando del Perú. Una nueva vida » recibe la América meridional en el nuevo empeño que han » de coronar las glorias á que la Providencia lo ha destinado. » El bien más grande que usted hace á esos pueblos, es de » regirlos. Se va á economizar mucha sangre, que la anar

quía no tardaría en derramar en gentes bisoñas y nuevas » en la revolución. Asegúrole que más de una vez he tem>>blado en la desconfianza de su resolución, pero desde ahora » confío en que todo se ha de acertar » (18).

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El virrey La Serna á quien San Martín comunicó la jura de la independencia y su reasunción del mando del Perú, le contestó irónicamente: « Permítame le diga, que el haberse elegido á V. E. mismo por suprema autoridad del país que » llama libre, es en mi concepto un acto de aquellos que >> sólo en un sistema despótico puede ser admitido; que las >> mismas personas que en esa capital acaban de jurar la independencia, libre y espontáneamente, como dice V. E., » puede ser que vuelvan dentro de poco tiempo á jurar la >> constitución de la monarquía española con más libertad y

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(18) Carta de O'Higgins á San Martín de 6 de agosto de 1821. M. S. aut. (Arch. San Martin, vol. XLI.)

» voluntad; en fin, que el tiempo hará conocer, si el nuevo >> título de Protector del Perú que ahora ha tomado V. E., es >> tan adecuado como el de Libertador » (19).

VI

El primer acto oficial del Protector al día siguiente de asumir el mando, fué un bando contra los españoles, riguroso en su parte dispositiva y violento en su forma, que acusaba el temperamento arrebatado de Monteagudo, quien lo aconsejó y redactó, á la vez que la pasión y el cálculo de San Martín, según sus instintos de criollo americano y de enemigo de raza, toda vez que los intereses de la revolución se encontraban en pugna con los de aquéllos.

Desde Valparaíso, al tiempo de darse á la vela la expedición libertadora, San Martín se había dirigido en una proclama á« los españoles europeos residentes en el Perú », declarando, que quería ser generoso antes de verse obligado. á reclamar todo el rigor del derecho de la guerra, y que los convidaba á la paz y á la concordia, siempre que no se opusiesen á la independencia. « Vuestro destino está en vuestras >> manos, les decía. No vengo á hacer la guerra, á las fortu»nas y personas de los hombres. Sólo el enemigo de la libertad y de la independencia de la América será el objeto de la venganza de las armas de la patria. Abandonad, pues, el » proyecto culpable de dominación ó servidumbre. Haceos >> americanos: tiempo es ya de acabar esta contienda escan>> dalosa de pocos contra todos. Yo os prometo del modo » más positivo que vuestras propiedades y personas serán inviolables, y que seréis tratados como ciudadanos respe

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(19) Ofi. del virrey La Serna á San Martín, de 22 de agosto de 1824 en Jauja. M. S. (Arch. San Martín, vol. LXI.)

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>> tables si cooperáis á esta grande obra. Pero si sordos á mi » voz os encapricháis en oponer una resistencia temeraria, }) yo tendré que ceder á la necesidad de ser un ministro riguroso de las leyes de la guerra ». Durante las negociaciones de Miraflores y Punchauca, había procurado propiciarse el elemento civil español, en la esperanza de hacerlo servir á sus planes y miras, y como se ha visto, no le faltaron cooperadores espontáneos; pero rotas las hostilidades y dueño de Lima, en presencia de la actitud retobada de los españoles, que por su riqueza y posición social constituían una potencia, decidióse á darles un golpe de maza que los anonadase.

El Protector, al recordar sus promesas á los españoles, les manifestaba en un bando, que sabía que « murmuraban en » secreto, difundiendo con malignidad la idea de que sus designios eran sorprender su confianza». En virtud de este considerando trivial, « declaraba

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para poner el sello á las garantías dadas »: -que serían amparados en sus personas y propiedades los españoles que permanecieren en paz y juraren la independencia. Los que no fiasen en esta promesa debían presentarse á pedir sus pasaportes y salir del país con todos sus bienes muebles. Los que sometiéndose al gobierno

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trabajasen ocultamente contra el orden, experimentarían >> todo el rigor de las leyes y perderían sus propiedades ». El bando terminaba con estas palabras: « Bien conocéis el » estado de la opinión. Entre vosotros mismos hay un gran »> número que acecha y observa vuestra conducta. Yo sé » cuanto pasa en lo más recóndito de vuestras casas. Tem» blad, si abusáis de mi indulgencia. Sea esta la última vez » que os recuerde que vuestro destino es irrevocable y que >>> debéis someteros á él » (20).

(20) Bando del Protector del Perú de 4 de agosto de 1821. ( « Gac. del Gob. de Lima Indep. », núm. 10.)

La seguridad pública no justificaba tanto rigor, y violaba moralmente la promesa dada, aunque de su letra pudiera deducirse una condición de sumisión absoluta como medida. de guerra. Además, la oportunidad era mal elegida al inaugurar una época de reparación, y sobre todo, el tono airado y la sombra del espionaje de los hogares tan siniestramente evocada por el gobernante, empero fuera un dictador, deprimía su carácter moral. Pero en este decreto había algo más que excesiva severidad é intemperancia de lenguaje : era una medida de terrorismo, que respondía á un plan financiero. La guerra es la guerra, y la de la independencia sud-americana habíase sostenido en gran parte pesando sobre las fortunas de los españoles, por medio de empréstitos forzosos y confiscaciones. Iniciado este sistema de expoliación bélica en las provincias del Río de la Plata, y practicado por San Martín en Cuyo, de donde lo trasplantó á Chile, el Perú no podía escapar al código draconiano que se escribe con la sangre mezclada al sudor de los vencidos. En el fondo del fulminante bando del Protector, estaba la confiscación de las propiedades de los españoles enemigos de la independencia, como medida y recurso de guerra, revestido de las formas del terrorismo de la revolución francesa contra los sospechesos, de que estaba imbuído Monteagudo. No importa esto eximir á San Martín de su responsabilidad, pues además de que, como criollo apasionado y calculador, respondía á sus instintos é intereses, era su regla sistemática hacer la guerra á todo lo que directa ó indirectamente pudiese hacer daño á la causa de la independencia que sostenía. Según Cochrane en uno de sus violentos panfletos contra San Martín, éste había dicho en Pisco, que su intención era dejar á los españoles « sin camisa con que mudarse » (21). Cierta ó no la especie, estaba en

(21) « Contestación de Lord Cochrane » etc., cit., pág. 21.

el temperamento y en el sistema del general de los Andes, y lo cumplió al pie de la letra como lo había hecho en Mendoza y aconsejado en Chile. No son los hombres sentimentales los que hacen triunfar las grandes causas en la lucha por la vida; pero aun cuando desde el punto de vista de la necesidad ó la conveniencia, tuviese su razón de ser, debió armonizarse con los términos de la palabra empeñada, y en todo caso, no proceder al secuestro de los bienes de los españoles, sin que éstos hubiesen cometido un delito posterior violando una regla fija establecida, como se lo aconsejó Cochrane, bien inspirado en esta ocasión (22).

Hemos insistido sobre este punto al parecer incidental, no sólo porque la historia debe poner de relieve como lección los errores y los lunares de los grandes hombres, sino también porque esta medida en sus consecuencias ejerció una influencia funesta sobre el destino de sus autores, como se verá á su tiempo.

Otro episodio que se liga con el sistema de persecuciones contra los españoles y el establecimiento del protectorado en el Perú, fué el extrañamiento del virtuoso arzobispo Las Heras, de edad de 80 años, que había cooperado con San Martín al aquietamiento de Lima al tiempo de la evacuación por los españoles, sin abandonar á su grey, y que autorizó con su presencia el congreso municipal en que se declaró la independencia, asistiendo al Te Deum con que se solemnizara. Español de origen, con ideas liberales, era en el fondo realista. Aun cuando se doblegase ante el hecho que no podía contrarrestar, obedecía á los impulsos de su conciencia y á los mandatos del Papa, cuando « recomendaba la fidelidad >> al monarca español y desarraigar y destruir completamente » la cizaña de alborotos y sediciones que el hombre enemigo

(22) Cochrane: «Memorias », pág. 155-156.

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