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el único motivo de que emanaba de un enemigo; pero que sería mal fundado imponer al gobierno actual obligaciones que no se derivasen esencialmente de su responsabilidad gubernativa.

las previsiones de Francia.

antemano la cifra puesto que careTeniendo nuestra expedientes de las

El ultimátum exageraba He recordado á lord Cowley que yo le había declarado desde el principio, que el gobierno del emperador no podía precisar de de la indemnización exijida por sus quejas, cía de elementos de apreciación suficientes. legación en Méjico en su poder todos los numerosas reclamaciones formuladas por nuestros nacionales hasta época muy reciente, sólo ella estaba en aptitud de fijar la suma de la reparación equitativa y real de las violencias y perjuicios de que teníamos que pedir cuenta á Méjico; y había por lo mismo anunciado á lord Cowley que dejábamos á nuestro representante la solución de este punto. Cuando tuve conocimiento de los términos en que estaba formulado el ultimátum, sin haber recibido sino el texto puro y simple, sin explicaciones que lo apoyasen, no pude ciertamente ocultar á nuestros plenipotenciarios que el rigor de aquel exageraba un poco nuestras previsiones. Pero luego que recibí las explicaciones que esperaba de M. Dubois de Saligny, reconocí que no se había fijado en su proyecto de ultimátum sino después de maduras reflexiones y seria verificación del número de reclamaciones que se recomendaban á nuestra solicitud.

Los proyectos de monarquía en Méjico.

(*) En primer lugar, recordaremos el tenaz empeño que tomaron los diarios ministeriales franceses para probar que se debía establecer una monarquía en Méjico; que las armas francesas debían apoyar á la mayoría honrada y oprimida por una minoría audaz y violenta, alegando que cuando esa mayoría honrada estuviera protegida, se apresuraría á establecer la forma monárquica y escoger un príncipe extranjero. ¡Cuánta generosidad! Se les llevaba á los mejicanos la forma ya establecida desde Europa y el príncipe ya designado. Ellos debían escoger lo ya escogido, y de una

(*) Copiamos este capítulo integro de la obra del señor Torres. Caicedo.

manera tanto más libre cuanto que se hacía funcionar el sufragio universal bajo el amparo de unos millares de bayonetas.

Como decía la Indépendance Belge, comiendo se abre el apetito; y los apóstoles de la monarquía, en su celo su celo y solicitud por la América latina, pasando del norte al sur, señalaban ya otras monarquías con otros príncipes escogidos entre los pretendientes: Venezuela, Nueva Granada y Ecuador: capital, Caracas; República Argentina y Uruguay: capital, Buenos Ayres, and so forth.

El Moniteur desmintió la existencia de tales proyectos? No; hizo constancia de que existían, dijo que eran los mejicanos que se hallaban en Europa los que habían concebido el plan, y aprobó la elección hecha en un príncipe tan ilustre como el archiduque Maximiliano. Cierto es que entre esos mejicanos que habían concebido el proyecto se hallaba el señor general Almonte, último representante de la república mejicana ante el gobierno imperial, y conducido á Méjico bajo la protección de la bandera francesa, con el exclusivo objeto de revolucionar el país contra el gobierno constitucional.

Pero veamos ya algo de oficial, y son las declaraciones de dos ministros del emperador: de M. Thouvenel, ministro de Relaciones Exteriores; de M. Billault, ministro sin portafolio.

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Pero antes de llegar á esas declaraciones, es preciso decir dos palabras acerca de una inconsecuencia que salta á los ojos, á saber: después de celebrada la convención de Londres (que más abajo examinaremos), llegó el caso de dar instrucciones á los agentes diplomáticos de las tres naciones aliadas. En las que se dieron al agente francés, decía M. Thouvenel : 'Luego que las fuerzas combinadas de las tres potencias lleguen á las costas orientales de Méjico, tendréis como he dicho, que reclamar la entrega de los puertos de aquel litoral. Por efecto de ese paso, pueden ofrecerse dos alternativas: 6 que resistan á vuestra intimación, y en este caso no os quedará más que concertar sin demora con los comandantes aliados la toma á viva fuerza de esos puertos; ó que las autoridades locales renuncien á oponeros una resistencia material,

rehusando el gobierno mejicano entrar en relaciones con VOsotros."

Y bien, si no resistieron esas autoridades; si se apoderaron de las aduanas los agentes de la expedición, se llenó el objeto deseado; y entonces ¿por qué la guerra?

Pero aún hay más: esas autoridades consintieron en que las tropas aliadas saliesen de Veracruz, donde el clima les era funesto, y se establecieran en lugares sanos y provistos de recursos; esas autoridades consintieron en abrir negociaciones, y M. Favre lo dijo en el Cuerpo Legislativo, sesión del 26 de junio 1862:

Méjico había reconocido, desde que Francia le había dado á conocer sus reclamaciones, que la susceptibilidad de nuestro agente se había alarmado legítimamente. Méjico ofrecía entrar en negociaciones; ofrecía, á consecuencia de estas negociaciones, fianzas que podían parecer solventes, aun á los gobiernos más desconfiados.

"Todos estos hechos ocurrieron en febrero de 1862.

"Los plenipotenciarios redactaron entonces una nota en la cual enunciaban sus reclamaciones, y el conde de Reus fué encargado de atravesar en persona el desfiladero y de ir á las avanzadas mejicanas para entenderse con el ministro de Negocios Extranjeros que había acudido en persona.

"Pronto se pusieron de acuerdo, y permitid que os diga era difícil que sucediera otra cosa: Méjico, en efecto, consentía en negociar, y en aquel momento ofrecía la fianza de los Estados Unidos, como seguro de obtenerla.

"En tales circunstancias comenzaron las negociaciones que dieron por resultado el tratado del 19 de febrero, llamado de la Soledad, y que fué firmado por los plenipotenciarios de las tres potencias combinadas. Este tratado estipulaba principalmente sobre los dos objetos indicados, esto es, abertura de negociaciones para las reclamaciones de cada potencia y al mismo tiempo posibilidad para las tropas combinadas de abandonar el litoral que era ya pestífero, para establecer sus campamentos en tierras más altas y al abrigo del contagio.

"Si queríamos ir más léjos, ¡oh! entónces, señores, me unía de todo corazón á las nobles y generosas palabras de mi colega M. Jubinal y no me costaba trabajo demostrar (lo veo esta vez por el asentimiento de la Cámara entera) que un acto de fuerza contra Méjico era un acto contra el Derecho de gentes que nos hacía aparecer á los ojos del mundo entero culpables de verdadero atentado contra la soberanía nacional de un pueblo."

Si todo aquello se verificó, ¿por qué la guerra? Si no había un plan concertado de antemano, y para cuya ejecucion servían de pretexto las reclamaciones pecuniarias, y entre ellas la famosa de Jecker, toda explicación se hace imposible, aun cuando la violencia es patente.

Sigamos con las instrucciones dadas por M. Thouvenel. En ellas se hallan estos pasajes:

"Las potencias aliadas no se proponen, ya lo he dicho, ningún otro objeto que el indicado en el convenio ellas se 1. prohiben intervenir en los asuntos interiores del país, y sobre todo ejercer presión alguna sobre las voluntades de las poblaciones, en cuanto á la elección de su gobierno. Hay, sin embargo, ciertas hipótesis que se imponen á nuestra previsión, y hemos debido examinar.

"Podría suceder que la presencia de las fuerzas aliadas en el territorio de Méjico determinara á la parte sensata de la población, cansada de anarquía y ansiosa de orden y reposo, á intentar un esfuerzo para constituir en el país un gobierno que ofreciese las garantías de fuerza y estabilidad que han faltado á todos los que se han sucedido desde la emancipación. Las potencias aliadas tienen un interés común y demasiado evidente en ver salir á Méjico del estado de disolución social en que se halla sumido, que paraliza todo desarrollo de su prosperidad, anula para él mismo, y para el resto del mundo todas las riquezas con que la Providencia ha dotado á su suelo privilegiado y las obliga á recurrir periódicamente á ellas mismas á expediciones dispendiosas para recordar á poderes efímeros é insensatos los deberes de los gobiernos.

"Ese interés debe inducirlos á no desalentar tentativas de la naturaleza que dejo reseñadas, y no debereis rehusarles vuestra

influencia y vuestro apoyo moral, si, por la posición de los hombres que tomasen la iniciativa y por la simpatía que encontrasen en la masa de la población, presentaran probabilidades de buen éxito para el establecimiento de un orden de cosas que tendiera á asegurar á los intereses de los residentes extranjeros, la protección y las garantías que les han faltado hasta ahora.”,

La diplomacia es hábil. M. Thouvenel es un hábil diplomático y hábil redactor; pero la verdad es más hábil que todos los diplomáticos del mundo. No se iba á intervenir en los asuntos interiores del país; pero sí á apoyar á la parte sensata de la población cansada de anarquía y ansiosa de orden y reposo, que se levantara para establecer un gobierno que diese garantías de fuerza y estabilidad.

Y bien! ¿por qué esa parte sana, en su ansia por orden y reposo, tan cansada de anarquía, no se ha dado ese gobierno sólido y estable? Ocho presidentes ha tenido ese partido compuesto de esa parte sana; y no ha logrado el objeto apetecido. Ahora, si esa parte sana es incapaz de triunfar, y cuando triunfa no es capaz de organizar, claro es que no se contaba con ella para establecer el gobierno sólido y estable en Méjico, sino con elementos de fuerza, con la monarquía regida por un príncipe extranjero y la ocupación militar en permanencia. ¿Y con qué títulos se arroga un gobierno el derecho de ir á apoyar con sus ejércitos á un partido determinado en una nación libre é independiente, aun cuando ese partido sea la parte sana?

Pero, ya que se vió que las poblaciones no se levantaban proclamando á sus libertadores; ya que á la parte sana le sucedió lo que al público de Larra, que ni se sabe dónde está ni dónde se le encuentra; ya que, según la expresión del general de Lorencez, en uno de sus partes oficiales, las poblaciones no lanzaron flores sobre las cabezas de los soldados franceses, sino balas, ¿por qué se persistió en la guerra y en el amparo de la ausente parte sana, reducida al señor Almonte y sus acólitos del jaez de Márquez, tan pintorescamente calificado por el señor de Saligny?

Y á propósito de eso de la parte sana, recordaremos que M. Billault, ministro sin portafolio, declaró en la sesión del

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