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rio nacional. El subsecretario de Relaciones de dicho gobierno contestó al señor P. Campbell Scarlett, en 29 de setiembre del citado año 1866, lo siguiente:

"El señor Ramirez manifestó á su excelencia el señor Scarlett, con fecha 17 de octubre del año pasado, respondiendo á una nota que le dirigió en 2 de agosto anterior, que el señor Salazar Ilarregui no había dado órdenes ni había hecho nombramiento alguno en el indio Canul, ni mantenía con él relaciones de ninguna clase; agregando que este indio obraría por si y ante sí en reparación de agravios que se hubiesen hecho á los de su raza del lado de la frontera inglesa, siendo el mis mo Canul uno de los que han hecho la guerra en la península de Yucatán, proveyéndose de armas, pólvora y municiones en el establecimiento de Belice."

Y como después del año de 1867 el gobierno legítimo de Méjico no ha dado á Canul nombramiento militar ni autorización alguna para que obre con carácter público, se deduce claramente que Canul no puede ser considerado sino como caudillo de una partida de indios salvajes, con cuyo carácter no sólo ha hostilizado á los vecinos de Belice, sino á los pueblos de Yucatán, á los que ha causado, sin duda, más frecuentes y graves daños que á aquellos, obligando al gobierno de Méjico á mantener constantemente en aquella frontera una guerra tan sangrienta como costosa.

En la nota del señor P. Campbell Scarlett, á que he hecho referencia, llaman la atención de un modo especial las siguientes palabras, que recomiendo á la consideración de vuestra excelencia: "Antes del establecimiento del imperio, los súbditos británicos no eran molestados de ningún modo en nuestras posesiones de Honduras." Esta aserción prueba que el gobierno de Méjico no ha sido omiso en procurar la seguridad debida á los vecinos de la colonia de Belice, no obstante limitarse ambos territorios en aquella parte del país por terrenos casi desiertos, ó habitados en parte por tribus de indios bárbaros, que después se han rebelado contra la república, armados con los elementos de guerra que les han procurado los mismos que hoy quieren hacer responsable al gobierno de Méjico de atentados á cuya.

más fácil ejecución ha contribuido muy eficazmente la colonia de Belice.

A pesar de que, según vuestra excelencia lo reconoce, las relaciones entre Méjico y la Gran Bretaña están actualmente suspensas, como la nota de vuestra excelencia además de expresar conceptos que era necesario rectificar, indica el pensamienso de obtener compensaciones por las pérdidas sufridas en Orange Walk, debo aprovechar esta oportunidad, supuesta la suspensión de relaciones, para contestar á vuestra excelencia, también directamente, haciéndole otras observaciones y una breve reseña de los hechos acaecidos en la península de Yucatán.

Durante muchos años y mientras la colonia de Belice no llegó á su actual desarrollo, los indios de aquellas fronteras hacían pacíficamente su comercio y aun toleraban que los especuladores en maderas explotasen la negociación, acaso más de lo debido. El gobierno de Méjico, manteniendo en determinados puntos pequeñas guarniciones de tropa, podía, sin sacrificio, hacer que el orden se conservase y que los indios respetasen tanto las posesiones británicas como las del resto de la península. Creció la colonia inglesa y con ella el comercio, que ya no se redujo á efectos indispensables para la vida del indio, como aguardiente, sal, instrumentos de labranza y ropa, sino que á pretexto de que los fronterizos se mantenían en mucha parte de la caza, comenzaron á venderles y cambiarles por maderas y pieles, gran número de armas, así como pólvora y municiones.

Luego que aquellos indios, sujetos únicamente por el temor de la fuerza, pudieron adquirir muchas armas y adiestrarse en su manejo, comenzaron á rebelarse y á cometer depredaciones contra la raza blanca: las sublevaciones se multiplicaron, y no sin grande esfuerzo el gobierno de Méjico ha podido en diversas ocasiones contener los abusos de aquellas tribus. En esas sublevaciones inesperadas muchas veces, los pueblos de Yucatán han sido asolados; y natural era que los indios, llevados de su inclinación al pillaje, no se contentaran con el saqueo de las poblaciones de la península, sino que volviendo las mas contra los mismos que se las habían proporcionado, alvez hiciesen á los pueblos de Belice víctimas de sus deiones.

Si vuestra excelencia se sirve consultar los archivos de la legación inglesa, hallará una larga correspondencia en la que desde luego se advierte gran previsión de parte del gobierno mejicano, que repetidas veces y con muy justos fundamentos llamó sériamente la atención de S. M. Británica hacia el comercio de armas y municiones de guerra que los vecinos de Belice hacian con los indios rebeldes; comercio que antes de la sublevación era cuando menos peligroso y que después no puede dejar de considerarse como un medio eficaz de hacer la guerra, no sólo á Méjico, sino á la civilización. El gobierno protestó de su derecho para reclamar, por los mismos motivos que hoy lo hace vuestra excelencia, quejándose igualmente de que los indios hallasen protección y refugio en el territorio inglés. De los muchos datos que tengo á la vista citare algunos que servirán, sin duda, para probar la verdad de los hechos asentados.

"En el año de 1849 se levantó una información con motivo de la captura de un pailebot inglés llamado Cuatro Hermanas, por la que se hizo constar que comerciantes de Belice vendian municiones de guerra á los indios sublevados en Yucatán.

"En 17 de octubre de 1855, una autoridad de Belice (Guillermo Stevenson) contestó á una comunicación que se le dirigió por la autoridad mejicana, sobre la venta de pólvora y armas á los indios rebeldes, manifestando ser cierto que los comerciantes de Belice venden pólvora y armas á los indios de Yucatán en considerables cantidades, pero no con el fin de que los indios hagan la guerra, sino como cualquier objeto de lícito comercio; que como las armas son muy corrientes y se destruyen pronto, los consumidores tienen que reponerlas casi cada año, lo mismo que la pólvora que siempre es de mala calidad; y que este comercio, siendo al menudeo, no podía evitarse, ni era posible á las autoridades de Belice ejercer ninguna vigilancia en tan dilatada frontera."

En 21 de julio de 1866, el gobernador de Belice, Juan Gardiner, expidió un decreto prohibiendo la venta de armas y demás objetos de guerra por tres meses contados desde aquella fecha y bajo las penas de cien pesos de multa y

prisión ó trabajos forzados hasta por seis meses. De donde se sigue que antes del decreto estaba no sólo tolerada, sino autorizada la venta, que podía continuar desde el 21 de octubre de 1866.

Pero la prueba más plena es la que contiene el documento que, en copia legalmente autorizada, tengo la honra de acompañar. En él verá vuestra excelencia que el 22 de febrero de 1867 el secretario del gobierno de Belice publicó una no-ticia ofreciendo dinero por la aprehensión de Francisco Me-neses y otros que robaron cuarenta arrobas de pólvora que se remitían á Santa Cruz, es decir, al cuartel general de los indios que hacen la guerra al gobierno de Méjico, que saquean los pueblos de la península y que asesinan á los habitantes de esos estados de la federación.

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Las explicaciones dadas por las autoridades de Belice, lejos, por lo mismo, de desvanecer los cargos que les ha hecho el gobierno de Méjico, han servido más bién para vigorizar las quejas entabladas y para demostrar la poca disposición que ha habido de impedir á los indios el proveerse de recursos que, más tarde, debían forzosamente perjudicar á la misma colonia, si se atiende á que las armas se ponían en manos de hombres que están fuéra de la civilización y que, por consiguiente, son enemigos tan feroces como implacables.

Ahora bien, conforme á los principios del derecho de gentes, la responsabilidad de los gobiernos cesa cuando para impedir los males y castigar los crímenes han puesto por obra todos los elementos de su poder, porque no pueden extenderse más allá las obligaciones internacionales. De la aplicación práctica de este principio presentan mil pruebas las naciones antiguas y modernas, muy especialmente aquellas que, como la Inglaterra, poséen colonias donde tienen que luchar con pueblos no civilizados; que, como los Estados Unidos de América, sostienen una guerra constante con hordas de bárbaros, y que, como Méjico, ven obligadas á defenderse diariamente de las invasiones de las tribus salvajes que amagan sin cesar su inmensa frontera.

Pero la responsabilidad subsiste en toda su fuerza cuando los ciudadanos y, más aún, cuando las autoridades prestan

apoyo á los criminales; y este es el caso en que respecto de Méjico se encuentran los vecinos y el gobierno de Belice. No pueden desconocer el objeto con que los indios compran las armas y demás artículos de guerra, puesto que este es un hecho que pasa á su vista todos los días y, sin embargo, les venden esos objetos, siendo testigos de los innumerables males que los bárbaros causan en la península de Yucatán. Es por lo mismo un hecho indudable que los colonos de Belice han fomentado la guerra contribuyendo así á la ruina de las familias, á la muerte de los ciudadanos pacíficos y á la devastación de un rico territorio mejicano.

Aún hay más, señor ministro. La clase de guerra que hacen los indios agrava el cargo de un modo extraordinario. Esta guerra no sostiene ningún principio político ni lleva por objeto la usurpación de un territorio para fecundarlo útilmente; sostiene el vandalismo y se encamina á satisfacer las más innobles pasiones. Esta guerra no ataca el derecho de gentes, sino la justicia universal; no viola un tratado, sino la moral; no ofende á un pueblo, sino á la humanidad.

De lo dicho resulta que los daños causados por los indios á la colonia inglesa se deben, no al descuido del gobierno de Méjico, que constantemente ha reprimido á los sublevados y ha reclamado la seria atención del de la Gran Bretaña hacia los incalculables perjuicios que se seguían del comercio de armas en un país excepcional, sino á las mismas autoridades de la Gran Bretaña en aquel territorio, que, indiferentes al daño ageno, ni han querido prever ni hoy pueden acaso evitar el que es resultado indeclinable del apoyo que prestaron á lo que al principio fué tal vez en los colonos un deseo indebido de lucrar y que el curso del tiempo ha convertido en elemento de ruina.

Concretándome á los puntos esenciales de la nota de vuestra excelencia, por acuerdo del presidente de la repú blica, debo manifestar que el gobierno de Méjico está, como siempre, dispuesto á dietar cuantas medidas fueren necesarias y á poner en acción todos los recursos posibles para reprimir á los culpables é impedir las depredaciones. En cuanto á la compensación por las pérdidas habidas, el gobierno confía en que

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