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en un pequeño aposento del segundo piso en que reina la oscuridad mas profunda: Clodio estaba en el cuarto de Abra.

Pompeya debia venir allí á encontrarle; pero los misterios estaban ya descubiertos, y el importante papel que ella desempeñaba no le permitia desaparecer en aquel instante sin que se notasc. Impaciente por la tardanza ó impulsado tal vez por una fatal curiosidad, deja Clodio el lugar donde estaba oculto y se dirige hacia donde se oyen unos cantos melodiosos. Mas al querer hacerlo estravíase en las sinuosidades de aquellas oscuras bóvedas, y encuentra á una esclava que le propone ir á jugar con ella: él rehusa. La esclava insiste, él se mantiene en su negativa. Admirada la esclava de aquella obstinacion, quiere atraerle á un paraje alumbrado; Clodio dice entonces que es Næra la cantora y que va en busca de Abra. Pero el sonido mal disimulado de su voz hace traicion á su sexo, y al punto se comunica la alarma á toda la casa: interrúmpese el sacrificio, cúbrense los santos misterios, y Aurelia da órden de cerrar las puertas. Se procede á una rigorosa pesquisa, y se logra encontrar al atrevido que habia profanado así el culto sagrado de la diosa desconocida. Las mujeres se precipitan sobre él; mil imprecaciones invocan la venganza de los dioses infernales, y el tumulto llega á su colmo. Aprovechando Abra hábilmente aquel momento de confusion, coge á Clodio, le empuja hácia una galería que no estaba iluminada, y le hace salir por una puerta secreta;.... pero habia sido conocido. Al despuntar el dia, Aurelia se apresuró á ir á denunciar aquel abominable sacrilegio al cónsul Silano.

Esta aventura galante, complicada con un atentado contra la religion, recibia de las circunstancias todos los caracteres de un acontecimiento politico, y debia por sus consecuencias influir poderosamente en los negocios del Estado. Hacia algun tiempo que muchos romanos se habian acostumbrado á la idea de que la república estaba tocando á su fin, y de que la concentracion de los poderes en una sola mano debia ser el resultado fatal y próximo de las discusiones intestinas que habian producido las guerras civiles. Tres hombres aspiraban ya aunque en lontananza a una larga dictadura: Craso, Pompeyo y César. Esperábanla, el uno por sus inmensas riquezas, el otro por su gloria militar y el últin o por su genio y su fortuna; aun uo habia tenido este el gobierno de las Galias. Unidos todos tres para derribar los obstáculos que podia encontrar su ambicion, estaban profundamente divididos en tratándose de recoger los frutos de la victoria comun. Entre los ciudadanos mas ilustres, Caton y Ciceron luchaban casi solos contra aquel pensamiento de usurpacion mani⚫ fiesto á todo el mundo; Calon con la energía de un austero republicano; Ciceron con todos los recursos de una elocuencia decidida, pero desprovista de aquella fé viva que no soportan ni la indecision de carácter ni el apego á los goces materiales. El atentado de Clodio habia sido ocasion de un grande escándalo; las creencias religiosas, de gran influjo todavía en los ánimos de una parte de la poblacion, se sentian profundamente lastimadas, y las mujeres sobre todo reclamaban á voz en grito el castigo del culpable. Pero Clodio se habia mostrado desde algun tiempo atrás fogoso partidario de los intereses plebeyos, y el pueblo estaba tanto mas dispuesto á tener en cuenta

TOMO VIII.

esta circunstancia, cuanto que semejantes principios contrastaban con las pretensiones aristocráticas de su raza. Estaba, pues, en posesion de una popularidad de que los ambiciosos pueden sacar mucho partido. Craso y Pompeyo debian naturalmente, si no declararse por él, al menos apoyarle secretamente con su crédito. César se hallaba en posicion mas delicada; marido á la vez que gran pontifice, habia sido en cierto modo ultrajado en uno y otro concepto: y sin embargo, ya veremos cómo hizo que el interés de su politica prevaleciera sobre sus resentimientos, y cómo se reunió á sus dos competidores para salvar al amante de su mujer, si bien apresurándose á repudiarla.

Entre tanto los cónsules, cuyos poderes iban á espirar dentro de breves dias, se encerraban en un silencio profundo, no queriendo tomar la iniciativa en un procedimiento que podia atraer á sus autores la animadversion de la plebe. Menos tímido, ó mas bien impulsado por un ódio oculto contra Clodio, Quinto Cornificio, antiguo competidor de Ciceron para el consulado, denunció al senado el suceso, y este acto de vigor por parte de un hombre, cuya conducta habia parecido atestiguar hasta aquel momento mas simpatía en favor de los partidarios del desórden que apego á las instituciones antiguas, no pudo menos de causar asombro.

Habiéndose reunido el senado, Cornificio espuso el hecho, hizo resaltar su gravedad, insistió en la necesidad de entregar el culpable á los tribunales, y declaró que si era menester él se presentaría como acusador. Entonces Curion, amigo de Clodio, sin intentar en aquel momento justificarle, hizo observar que habia que resolver una cuestion prejudicial, cual era la de saber si el hecho imputado, que constaba solo por suposiciones, constituia un crímen; que era la primera vez que se verificaba, y no estaba previsto por ley alguna; que, tocante á las cosas de la religion, el senado era incompetente para determinar su carácter, y que era indispensable someterlo á la apreciacion del colegio de los. pontifices. Esta proposicion tenia por principal objeto ganar tiempo y retardar toda decision sobre el fondo del negocio hasta el primero de enero, época en que los cónsules designados entrarían á ejercer sus funciones. El uno de ellos, Publio Pison Calpurnio, era enteramente adicto á Clodio, y se esperaba paralizara con su influencia las malas disposiciones de Marco Valerio Mesala, su colega. Despues de una viva discusion, la proposicion de Curion fué adoptada, y un senado-consulto trasmitió á los pontifices el conocimiento del asunto.

La cuestion no pareció dudosa al sacro colegio. Recordose que en 567, bajo el consulado de Sp. Postumio Albino y Quinto Marcio Philipo, habiendo varias mujeres cometido incesto durante los misterios de Baco, el senado encargó á los cónsules que informasen, y muchas de ellas fueron condenadas á pena de muerte. La introduccion de un hombre en el lugar donde se celebraban los misterios de la Buena Diosa constituia evidentemente un sacrilegio; y además, la calidad de sacerdotisa que competia á Pompeya por la dignidad de su esposo, así como el carácter sa

grado del lugar, asimilaban al incesto. el adulterio imputado á Clodio. Los pontifices, pues, declararon por un decreto que el hecho debia ser calificado á la vez como crimen de religione ó de pollutis sacris, y como crímen de incestu.

En tal estado, volvió al senado el negocio en el transcurso del mes de enero y se abrió la discusion. Cornificio pronunció un discurso en que se estendió nuevamente en demostrar la enormidad del atentado de Clodio y la necesidad de tranquilizar por medio de un ejemplar castigo, las conciencias alarmadas de los hombres de bien. Pero ¿qué tribunal (quæstio) sería el designado para conocer del proceso? Nadie podia poner en duda que ninguno existia para el crímen de cuya represion se trataba; pues seguramente no habia de proponerse someter á Clodio á los tribunales permanentes encargados de juzgar á los asesinos, á los concusionarios, á los dilapidadores del crario público, ó á los acůsados de aspirar á los empleos y honores por medios reproba-. dos. Era, pues, indispensable crear por una ley un tribunal especial (quæstio extra ordinem).

Ocupó Caton la tribuna despues de Cornificio. Segun este orador, todas las ideas emitidas por el preopinante eran perfectamente justas, y no podia oponer dificultad alguna á su proposicion; encontrábala sin embargo incompleta, y creia conveniente adicionarla con una disposicion particular de que no se habia hablado. Los padres conscriptos reconocian unánimemente cuánto importaba á la república que la sacrilega audacia de Clodio no quedase impune; mas ¿cómo no temer una escandalosa impunidad, si se abandonase á las eventualidades de la suerte, conforme á la regla establecida, la designacion de los jueces jurados que habian de componer el tribunal? ¿No habian demostrado hasta la evidencia algunas absoluciones recientes cuánto se habia debilitado el sentimiento del deber en el ánimo de los ciudadanos, y cuán fácil se habia hecho ahogar la justicia con las intrigas de la corrupcion? ¿Qué jueces, designados por el azar, osarian condenar á Clodio, rico y poderoso por el crédito de su familia y por el caprichoso favor de los enemigos del órden, apoyado en secreto por algunos ambiciosos que especulaban con su audacia y su popularidad? En su consecuencia, no solamente habia lugar á crear un tribunal extraordinario, sino que era de necesidad absoluta ordenar que los jueces fuesen elegidos por el pretor.

A cstas palabras, prorumpieron en un violento rumor los partidarios de Clodio, hábilmente agrupados en el ámbito del senado, y Curion se lanzó á la tribuna.

"Gran personaje debe ser Clodio, exclamó, cuando la legislacion existente en la república no parece bastante para juzgarle, y es preciso recurrir á un privilegio; ó los ódios que ha escitado son muy implacables, puesto que los hombres considerados como los mas vigilantes guardianes de las leyes establecidas proponen violarlas por saciar mas seguramente su venganza." Los privilegios, continuaba el orador, habian sido siempre mal vistos del pueblo romano, porque uno de sus efectos era la retroaccion de las leyes, abuso odioso, enérgicamente condenado por Ciceron en el

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proceso de Verres, y formalmente rechazado además por la ley de las Doce Tablas. Hablábase no solamente de instituir un tribunal extraordinario, sino de sujetar á su fallo un sacrilegio y un incesto y no sería esto la violacion de todos los principios? ¿Dos crimenes distintos podian ser acumulados y diferidos á una misma jurisdiccion? Si el senado, contra lo que el orador esperaba, decidia que habia lugar á mandar proceder contra Clodio, debia al menos erear dos tribunales nuevos, uno para cada hecho. En cuanto a la proposicion de abandonar al pretor la eleccion de los jueces, dijo que era una pretension exorbitante que él rechazaba con todas sus fuerzas, convencido por otra parte de que si se osaba atacar así las reglas del derecho comun, el pueblo sabria hacer justicia á una iniquidad semejante.»

Ciceron, cuya opinion habia sido invocada, respondió, que á la verdad él habia clamado con su habitual vigor contra el abuso de la retroaccion de las leyes, pero que el prcopinante no habia tenido en cuenta que sus clamores y reconvenciones iban dirigidos contra el edicto del pretor Verres; que no habia asimilación alguna que hacer entre el edicto emanado de un magistrado concerniente á materias civiles, y una ley propuesta por el senado y sancionada por el pueblo; que los privilegios en circunstancias análogas, eran tan numerosos que creia no deber recordarlos por ser conocidos de todos. Añadia, en lo relativo á la acumulacion de los hechos, que no se explicabà las alegaciones de Curion respecto á este punto, sino por el cxceso de su celo en defensa de su amigo. Que, en efecto, nadie ignoraba que el tribunal permanente, instituido por la ley Cornelia, conocia á la vez de asesinatos, envenenamientos y corrupcion de jueces; que además, en el caso actual, la necesidad de una sola y misma jurisdiccion se desprendia de la conexion de los hechos, la cual no formaban en la realidad mas que un cargo, pudiendo el adulterio ser considerado á la vez, en razon de las circunstancias de tiempo y de lugar, como un incesto y como un sacrilegio, de suerte que él no veia inconveniente alguno en que el senado se limitase á ordenar el procedimiento por crimen de religione; que, eu fin, respecto á la proposicion de Caton, pertenecia seguramente al scnado, al crear un nuevo tribunal, proponer al pueblo, cuya voluntad era soberana, determinar por interés de la justicia, ya el número de los jueces, ya el modo de su designacion, ya las formas del procedimiento.

Los debates fueron largos y animados; muchos senadores imputaron otros crimenes á Clodio, especialmente un incesto con una de sus hermanas casada con Lúculo. En fin, despues de una deliberacion borrascosa, el senado dió un senado-consulto reducido á mandar que se creara un tribunal extraordinario para juzgar á Publio Clodio Pulcro por el crimen de sacrilegio que se le imputaba; que este tribunal se compusiera de cincuenta y seis jueces jurados elegidos por el pretor presidente, aun fuera de las listas ordinarias, si le parecia; quedando el resto del procedimiento sujeto á las reglas seguidas en el tribunal de concusiones (de pecuniis repetundis). Invitóse á los cónsules, segun la fórmula ordinaria, á pedir al pueblo la

sancion necesaria para convertir en ley aquel senado-consulto.

Esta resolucion del senado produjo gran sensacion porque todos esperaban que el partido de Clodio llevaría la ventaja; pero habian contado con la influencia de Craso y de Pompeyo, y estos, sostenidos sin duda por un sentimiento de pudor, se habian encerrado en una prudente reserva. Indignado de esta conducta equívoca el cónsul Pison, adicto enteramente á Clodio, excitó al tribuno Quinto Fufio Caleno á que aprovechase la primera ocasion de comprometer á Pompeyo á explicarse acerca de sus verdaderas disposiciones. La. ocasion no tardó en presentarse. Habiendo encontrado Fufio á Pompeyo en el circo de Flaminio un dia de mercado, le intimó que subiese á la tribuna para declarar allí, á presencia de la multitud, si aprobaba la disposicion del senado-consulto que otorgaba al pretor la eleccion de los jueces, y cómo le parecia conveniente que se compusiera el tribunal. Sorprendido con esta intimacion, respondió Pompeyo de una manera muy aristocrática que la autoridad del senado le parecia y le habia parecido siempre superior á otra cualquiera. Su discurso, por lo demas fué prolijo y confuso. Esta declaracion no contentó á ningun partido, y pocos dias despues, el cónsul Mesala le preguntó en pleno senado qué pensaba del negocio de Clodio y de la peticion de sancion. Su respuesta estuvo calcada sobre la que habia dado en el circo de Flaminio; limitóse á elogiar en términos generales la sabiduría de la augusta asamblea, y yendo luego á sentarse al lado de Ciceron, le dijo: «¿No os parece que me he explicado bastante sobre este miserable proceso?" Craso tomó tambien la palabra. Habló en términos pomposos del consulado de Ciceron, ponderó su valor, glorificó sus servicios, pero no dijo una palabra del asunto esencial. Con esto Ciceron quedó desarmado y aunque estaba dispuesto á provocar explicaciones categóricas, la lisonja dió al traste con su propósito; así es que víctima como siempre de la adulacion, escribia á su amigo Attico: «Esta jornada me ha hech› decididamente el hombre de Craso." Y despues, hablando del discurso que habia pronunciado, añadia: «Y yo, buenos dioses, ¡ con cuánta belleza me he acicalado delante de Pompeyo! Si alguna vez han venido en mi ayuda periodos sonoros, felices inflexiones de voz, riqueza de invencion, artificios de lenguaje, ha sido cicrtamente en este dia. ¡Y qué de aclamaciones! Verdad es que yo trataba de la dignidad de la órden, de su perfecta armonia con los caballeros, del excelente espíritu de la Italia, de los restos espirantes de la conjuracion, del bajo precio de los granos, de la paz restablecida; y ya sabes cuánto resuenan mis palabras cuando discurro sobre tal materia; el eco de ellas fué tan grande, que no te digo mas, convencido de que han llegado hasta tí."

Entre tanto los cónsules promulgaron la peticion de sancion, y llegó el dia indicado para la reunion de los comicios. Desde por la mañana empezó la ciudad á estar en movimiento, y sc vió circular por las calles á todos los jóvenes depravados del bando de Catilina pidiendo al pueblo desechase el senado-consulto. El mismo Pison, que en su calidad de cónsul habia promulgado la peticion, se entregó á estos vergonzosos manejos; en fin, en todos los puentes se habian apostado agentes de Clodio que distribuian pro

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