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VII

El año de 1814, que debía concluir de un modo funesto para la causa republicana, le fué benéfico en sus comienzos. - Estos contrastes entre la apariencia halagadora y la triste realidad, son muy frecuentes en lo físico y en lo moral.

Bolívar, deseoso de conocer la opinión del pueblo de Carácas, y hasta cierto punto inquieto por el disentimiento de Mariño, provocó por medio del Gobernador Dr. Cristobal Mendoza (una de las más notables figuras de la revolución), la convocación de una Asamblea con

el pretexto de dar cuenta de su conducta como Dictador. Reunióse en efecto el pueblo el 2 de Enero en el convento de San Francisco, y Bolívar, que concurrió con sus Secretarios á la reunión, fué vitoreado y aclamado con entusiasmo, salvador de la patria. Sus poderes fueron ratificados.

Satisfecho del entusiasmo de sus conciudadanos, les dió las gracias, asegurándoles al final de su discurso que anhelaba por el momento trasmitir el poder y verse exento de aquel carácter, porque sólo aspiraba á combatir á los enemigos, y no daría treguas á la espada, mientras la libertad de la patria no estuviera asegurada del todo.

<«< Nunca promesa fué mejor cumplida, dice el historiador Baralt; mas en cuanto á la autoridad, su venerable memoria nos perdone, él la amaba como todos los que han nacido para ejercerla dignamente. »

Con la misma reverencia seános lícito decir que la amó tal vez demasiado, y esto fué, si nó su error, por lo menos su desgracia.

Convino al fin Mariño en entenderse con Bo

lívar, y en consecuencia ofreció lealmente su concurso. Este se dirigió entónces á los valles de Aragua con el propósito de estrechar el sitio de Puerto Cabello y emprender las operaciones del Occidente.

Léase ahora la interesante carta que Bolívar dirigió desde Maracay á Sir Richard Wellesley, haciéndole una reseña de lo ocurrido en Venezuela hasta aquella fecha. Es una carta preciosa que existe depositada en los Archivos Británicos y que hemos copiado con permiso del Gobierno inglés.

Cuartei general de Maracay, 14 de Enero de 1814. 4.o y 2.o

SEÑOR :

Siempre he conservado en mi memoria el encargo con que Vd. me honró al separarme de esa gran capital, manifestándome un vivo interés por saber los acontecimientos de esta parte del mundo que empezaba á agitar una revolución filantrópica. Ningún acontecimiento extraordinario pudo decidirme á escribir á Vd.

La subyugación de Venezuela por sus antiguos tiranos era un suceso lamentable, que la vergüenza me prohibía

transmitir á Vd. y que su amor á nuestra independencia hubiera recibido con amargura.

Hui de un país que volvía á poseer la tiranía; acababa de ser testigo de las perfidias del Gobierno español, que después de haber firmado una capitulación en San Mateo, que aseguraba la inmunidad de las personas, no obstante sus hechos y opiniones políticas, la infringió escandalosamente y Vd. puede considerar aún á la vista misma de las Cortes y Regencia, detenidos en plazas fuertes y presidios, y reducidos á la última miseria. aquellos á quienes especialmente protege el tratado.

Cuando empezaba á ejecutarse el plan de una destrucción general, la fortuna me ofreció un pasaporte del tirano, con el cual me salvé de la borrasca. Pasé á Curaçao, y de allí volé á Cartagena cuyo pueblo generoso hacía esfuerzos por la independencia y por repeler las agresiones de los españoles. Era momento crítico para aquella ciudad; pues las bandas enemigas, después de haber paseado toda la Provincia, se hallaban inmediatas á ella.

Milité bajo los estandartes republicanos, á los que la victoria siguió constantemente, y dirigí como Jefe algunas de las últimas expediciones, lo que produjo que el Gobierno de Nueva Granada me diese cuatrocientos soldados, y un permiso de libertar á Venezuela.

Ya habian pasado diez meses de su subyugación.

El sistema opresor del Gobierno español, la índole cruel de los individuos de esta nación, la venganza que animaba á todos, y los resentimientos particulares, son consideraciones que harán imaginar á Vd. el espantoso cuadro que ofrecía en estos deplorables días mi patria desdichada. En efecto, ya se hallaba en la agonía mortal.

Las mazmorras encerraban, por decirlo así, pueblos enteros. Allí, amontonados unos sobre otros, los Venezolanos estaban cargados de cadenas, reducidos á un nocivo y escaso alimento, y perecían en aquellos sepulcros, donde un arte perverso no permitía la entrada al aire ni á la luz. Las ciudades estaban desiertas; no se veía más que á los soldados del bárbaro, insultando las lágrimas de la esposa y de la madre; pues el resto de los hombres vivía en las selvas más retiradas donde huian de los satélites de la opresión.

Represéntese ahora Vd. que el despotismo atacó todos los Estados de la sociedad. Los prófugos ó los encadenados eran los agricultores, eran los comerciantes, los artesanos.

No había rentas, y el pillage suplía á su falta. Desaparecieron los labradores, y se incendiaron sus chozas. Aldeas grandes y pequeñas fueron reducidas á cenizas. Añada Vd. que las propiedades que no podian ser saqueadas fueron embargadas; y los fraudes de los depositarios, el abandono en que estuvieron consumaron la ruina general.

Estos fueron los primeros pasos hácia atentados más horrorosos. No se habian visto otras escenas sangrientas, que las de San Juan de los Morros, donde los vecinos pacíficos fueron casi todos inmolados en las calles, en sus casas, y en los montes, adonde se acogieron; crueldades que ejecutaban por sus propias manos los más notables Jefes españoles.

Pero en aquellos días que yo me acercaba á Venezuela, empezó á correr la sangre sobre los cadalsos, y la hoz de los asesinos mutilaba las víctimas en el seno del reposo doméstico.

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