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Pero el mal estaba ya consumado, porque Bolívar, considerando imposible conservar la Constitución de Cúcuta, acogió en su arenga ante el Congreso el proyecto de convocar una Convención Nacional, y ésta fué decretada poco después por una ley para reunirse en Ocaña el día 2 Marzo de 1828. De manera que la Constitución Colombiana quedó moralmente muerta desde entonces.

No entra en nuestro plan dar aquí los pormenores de la pacificación del Sur. Bastará decir que el único hombre que allí cumplió con sus deberes como militar y como caballero fué un hijo de Venezuela, el dignísimo general Juan José Flores. No sólo levantó fuerzas en Quito para restablecer la autoridad de Colombia, sino que obrando con la mayor sagacidad, obtuvo que las propias tropas de Bustamante se sublevaran y sometiéranse á su autoridad. Sin las intrigas de Obando, enviado por Santander á Guayaquil, para ponerse al frente de las tropas, y de las órdenes contradictorias Gobierno Nacional enviaba al teatro

que

el

de la

guerra, y sin las innúmeras perfidias de los

no perseveró en su generosa resolución, porque el general Urdaneta, Córdova y los jefes de las tropas, y otros personajes que en tales ocasiones recetan patíbulas para demostrar los quilates de su lealtad, se presentaron en cuerpo ante Bolívar apénas supieron cuál era su resolución, y lograron influir en su ánimo, hasta hacerle variar. ¡ Error funesto, del cual se arrepintieron los mismos que lo habían aconsejado !

Catorce individuos fueron pasados por las armas, entre ellos cinco sargentos de la brigada de artillería. Al general Padilla Ꭹ al coronel Guerra se les exhibió en una horca después de fusilados, y Azüero, joven distinguidísimo, fué pasado por las armas.

La exhibición de los cadáveres de los dos jefes nombrados produjo malísima impresión, y fué un alarde de crueldad, indigno del noble carácter americano.

Santander, condenado á muerte, obtuvo por recomendación del Consejo de Estado que se le conmutara la pena por la de destierro. Igual suerte cupo á Florentino González, joven de

23 años, que tan brillantes servicios prestó después á su patria. El comandante Carujo salvó la vida á cambio de delaciones que le infamaron, y el distinguido joven Vargas Tejada, huyendo hacia Casanare, se ahogó al pasar un río.

Este fué el triste desenlace de la conjuración del 25 de Setiembre. Por grande que sea el horror que inspire tan injustificable crimen, la posteridad cubrirá con el manto de su compasiva indulgencia la memoria de algunos de los que en aquella infausta noche asumieron el carácter de asesinos. Más que ésto, fueron fanáticos y víctimas de sus propios errores, como lo reconocieron después. Ésta ha sido, á lo menos, la opinión de su propia patria, que honró más tarde á los que sobrevivieron con altos empleos, y á algunos de los muertos, con la erección de estatuas.

Por supuesto, no merecen tan piadosas indulgencias los advenedizos que tomaron parte en la comisión de aquel crimen, ni los que por realistas carecían de motivo para inquietarse por las opiniones de Bolívar.

Refiramos para completar la relación de este desgraciado asunto, un episodio que ocurrió aquella noche con el general Córdova, y que fué tal vez causa del levantamiento V muerte de tan heróico soldado. Córdova había dado grandes pruebas de fidelidad á Bolívar. En la Asamblea que le proclamó Dictador, Córdova fué uno de sus más fervorosos partidarios, y aun poco faltó para irse á vías de hecho contra el Dr. Juan Vargas, partidario de Santander. Al oir los cañonazos y las descargas de fusilería durante la noche, Córdova salió de su casa á caballo en dirección de la plaza, como lo hicieron los demás amigos de Bolívar, los generales París, Vélez, Herrera y otros. En el tránsito encontró á Carujo, que acababa de matar á Fergusson; y habiéndole dirigido una pregunta igual á la que le hizo éste, Carujo le hizo creer que venía replegándose, porque las tropas de Vargas se habían insurreccionado. Á tiempo que esto pasaba, llegó una compañía de Vargas, haciendo fuego sobre la fuerza de Carujo, al grito de «¿Quién vive?». Córdova, comprendiendo su engaño,

contestó, (་ ¡ Viva el Libertador ! »> Carujo desapareció, y los de Vargas acompañados por Córdova siguieron á la plaza. Pero el incidente sirvió de pretexto para que la calumnia se cebara en su nombre, precipitándole más tarde en la rebelión.

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