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neral Miller, quien cuenta así su entrevista con él: «Cerca de media noche fué (Miller) a visitar al Virrei prisionero La Serna, que habia sido colocado en una de las mejores de las miserables habitaciones de Quínoa. Cuando Miller entró halló al Virrei sentado en un banco i recostado contra la pared de barro de la choza. Un corto reflejo de la llama de una pequeña lámpara de barro esparcia luz, únicamente para que pudiesen percibirse sus facciones, a las cuales en parte hacian sombra sus venerables canas, teñidas aun en algunas partes con sangre de la herida que habia recibido. Su persona, alta i en todos tiempos noble, parecia en aquel momento aun mas respetable e interesante. La actitud, la situacion i la escena, todo reunido era precisamente lo que un pintor histórico habria escojido para representar la dignidad de perdidas grandezas.

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La posteridad ratificará este juicio benévolo de Miller, sobre esa grandeza caida. La Serna fué un hombre de bien, respetable por sus cualidades morales, humano, modesto, dócil a las influencias acertadas, como eran las de Canterac i Valdes, que se disputaban su voluntad. No manifestó jamas pasion inmoderada del mando. Lo estimaba como un medio de servir a su patria i no de servirse a sí mismo: así es que estuvo dispuesto a renunciarlo cuando creyó que podia comprometer los intereses españoles. Su gobierno del Perú revela que poseia dotes de administracion, porque, gracias al órden que introdujo en ella, se proporcionó de un modo normal i metódico los recur. sos que necesitó para mantener el ejército. A mas de esto, fué un jeneral distinguido, estratéjico, que en materia de ciencia. militar escribió pájinas admirables en las operaciones que dirijió. La fortuna le fué propicia durante largo tiempo e infiel un dia, pero éste fué decisivo. Su principal mérito consiste en haber asimilado a su causa la sierra del Perú, haber formado un ejército indíjena cuando se le concluyó el español i conseguido levantar su moral i su orgullo al grado que lo demuestran los memorables sucesos de 1822, 1823 i 1824.

La batalla de Ayacucho, inmensa por sus resultados políticos, se presta a varias observaciones como operacion militar.

La derrota sufrida por el ejército español fué debida en gran

parte a la precipitacion con que entraron al fuego tanto el batallon de Rubin de Celis i el 2.o del Imperial Alejandro, que lo secundaba, como la division de Monet. Este i aquéllos habrian podido hacer variar el aspecto de la batalla si se limitan a cumplir el papel que les correspondia.

Empeñada como lo estaba i casi triunfante la division de Valdes contra la de La Mar, lo lójico hubiera sido que el Virrei hiciese avanzar la division completa de Monet por el centro i la de Villalobos por la izquierda, i entónces el combate se habria librado en forma metódica i regular: de Valdes con La Mar, de Monet con Córdova i de Villalobos con Lara, con la ventaja para el Virrei de que disponia de tres cuerpos de reserva, mientras Sucre solo tenia uno, el Rifles, porque desde el principio del combate habia comprometido, algo imprudente mente, los otros dos. Si la batalla se desarrolla así, como debió suceder, no es posible decir cuál hubiera sido su resultado, porque habria bastado que una division hubiera vencido a otra, para que el desconcierto i la confusion se hubieran estendido a las demas.

Pero todo lo frustró el paso anticipado de dos cuerpos que se enredaron en una contienda desigual con una division de 2,800 soldados, i formando una avalancha de pánico i de confusion arrastraron consigo a la division de Monet, que habia acudido en defensa de ellos.

La conducta de Valdes es tan gloriosa como fué opaca la de Canterac, no por culpa de éste, sino porque cuando se puso al frente de los batallones de Jerona, ya empezaban a dominar su campo las sombras de la derrota.

Veamos qué ocurrió en el Condorcanqui, donde se refujiaron los vencidos despues de la batalla (22).

(22) El parte de Ayacucho, de Sucre, es mui lacónico i casi no tiene indicaciones sobre la batalla. Tampoco dan luz los de Canterac, porque se reducen a justificar la capitulacion. La relacion que hacen Torrente i García Camba es mas completa i coincide con la del jeneral Valdes, la que se encuentra en su Refutacion al Diario de Sepúlveda, i en los Documentos del Conde de Torata.

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VI

El cerro de Condorcanqui, último asilo de los vencidos, presentaba a las dos de la tarde del dia de la batalla un aspecto de indecible confusion. Se habian reunido en él los jefes realistas sobrevivientes i unos cuatrocientos hombres de caballería, entre los cuales habia unos 40 peninsulares. Los infantes huian por las sinuosidades de los cerros, la mayor parte desarmados, porque habian arrojado sus armas para marchar con mas celeridad, i si las conservaban eran un peligro para los jefes que pretendian detenerlos. Uno o dos oficiales que lo intentaron fueron muertos por ellos.

La situacion de los jenerales españoles era de las mas lamentables. Náufragos arrojados por el destino adverso a un peñon solitario de los Andes, no contaban con mas terreno que el que pisaban. La division del jeneral Lara, que era la que habia sufrido ménos en el combate, estaba encargada de la persecucion, i se encontraba a pocas cuadras de distancia del lugar en que se habian reunido. Mirando a su alrededor no veian otra cosa que pueblos sublevados en su contra por el influjo de la victoria, indiadas ébrias que los habrian asesinado, i mas allá de las fronteras del Perú que los arrojaba de su seno, un jeneral enemigo capaz de ejercer venganzas contra ellos en su desgracia. La tarde se acercaba i con ella el hielo de las alturas americanas, i un grupo de hombres aislados i abandonados en esas condiciones no tenia mas espectativa que la muerte.

Hubiera sido una ilusion confiar en los restos militares que habia en el Cuzco i en Arequipa, i no podia fundarse ninguna esperanza racional en el Alto Perú.

Cuando los vencidos estaban entregados a estas tristes reflexiones, asomó un parlamentario mandado por el jeneral La Mar, ofreciéndoles una capitulacion honrosa. Al punto se celebró un consejo presidido por Canterac, en que se manifestaron varias ideas i se resolvió mandar al mismo Canterac junto con Carratalá al campamento de Sucre a pactar los términos de la capitulacion. Canterac, que era el jefe de mas graduacion

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