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su orilla; indicaban que allí tendrían cuanta abundancia de perlas descaran.

Al salir la aurora del día siguiente zarparon hacia ellos, llegaron, echaron anclas, y todo el pueblo concurrió, y le suplicaban que bajara á tierra. Pero Niño, viendo que había innumerable muchedumbre de ellos, y que él sólo tenía consigo treinta y tres hombres, no se atrevió á entregarse á ellos, sino que con gestos y señas les dió á entender que se le acercaran con sus canoas. Tiénenlas de un solo madero, como los demás, pero más toscas y menos aptas que las de los caníbales y los isleños de la Española. Las llaman galitas.

Ellos, pues, con sumo deseo de nuestras mercancías, llevaban todos á porfía sartas de perlas llaman á éstas tenoras. En veinte días que los trataron, conocieron que son mansos, sencillos, inocentes y hospitalarios.

Comenzaron á estar con ellos dentro de sus casas, que son de made

ra cubiertas con hojas de palma. Su comida es, en su mayor parte, de las conchas de que sacan las perlas, de que están llenas las costas, y animales silvestres que se comen. Cría aquella tierra en abundancia ciervos, jabalíes, conejos, en el vello, en el color y en el tamaño semejantes á las liebres, y palomas y tórtolas las mujeres crían en las casas patos y ánades, como entre nosotros. En los bosques revoloteaban á cada paso los pavos (mas no pintados y de varios colores, pues el macho se diferencia poco de la hembra), y por los arbustos de las lagunas, los faisanes.

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Son los curianos diestros cazadores, y matan fácilmente con certeros saetazos cualesquier cuadrúpedos ó aves. Los nuestros pasaron allí muy bien algunos días, pues al que les llevaba un pavo le daban cuatro alfileres ó pulseras; por un faisán dos, por una paloma ó tórtola una, por un pato lo mismo ó una cuenta de cristal. En esta permuta trataban replicando, rega

teando y dejándolo, igual que lo hacen nuestras mujeres cuando se enredan con los vendedores. Como estaban desnudos, preguntaban que para qué les podrían servir los alfileres los nuestros los dejaron satisfechos con hábil respuesta, pues por señas les hicieron entender que les venían muy bien para sacarse las espinas que muchísimas veces se les clavan en la carne, y para limpiarse los dientes. Entonces ellos comenzaron á estimar mucho los alfileres; pero gustándoles el color y el sonido de los cascabeles, daban mucho por lograr uno.

En las selvas, que dicen son espesísimas, de varios y muy altos árboles, oían de noche, desde las casas de los indígenas, mugidos horrendos de animales grandes pero inofensivos, pues los indígenas de continuo salen desnudos libremente por las selvas, para cazarlos con arcos y saetas, y no hay memoria de que ninguno haya sido

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matado por algún animal. Cuantos ciervos, cuantos jabalíes les mandaban coger los nuestros, tantos les traían matados á saetazos. No tienen bueyes ni cabras, ni ovejas; comen pan de raíces y de trigo, como los isleños de la Española.

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CAPÍTULO II

SUMARIO: Retrato de aquellos indios.-Sospechan ya los españoles que están en tierra firme.-Pasan á Cauchieto.-Les va muy bien allí.

STA raza tiene el pelo negro, espeso, semicrispado, pero largo; se ponen blancos los dientes: para ello casi todo el día llevan entre los labios cierta hierba á propósito, y cuando la tiran se lavan la boca. Las mujeres atienden á las cosas de la familia y á la agricultura más que los hombres, y éstos se dedican más á cazar, á las cosas de la guerra, á bailes y juegos.

Tienen orzas, cántaros, ollas y demás utensilios de varias clases de alfarería, compradas de otra parte. Pues celebran sus ferias en

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