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hombre, en el uso de su razón, vayan á saltarle los ojos. La seguridad particular está de tal modo ligada con la confederación pública, que sin las consideraciones que se deben á la debilidad humana esta convención sería disuelta por el derecho, si pereciese en el Estado un solo ciudadano á quien se hubiera podido socorrer; si se retuviese sin razón á uno solo en prisión y se perdiese un solo pleito con una injusticia evidente; porque hallándose infringidas las convenciones fundamentales, no se ve ya qué derecho ni qué interés podría mantener al pueblo en la unión social, á menos que no estuviese retenido por la sola fuerza que hace la disolución del estado civil.

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» En efecto, el compromiso del cuerpo de la nación ¿ no es el de proveer á la conservación del último de sus miembros con tanto cuidado como á la de los demás? Y la salud de un ciudadano afecta menos á la causa común que la de todo el Estado? Dígasenos que es bueno que uno solo perezca por todos y admiraré esta sentencia en la boca de un digno y virtuoso patriota que se consagra voluntariamente y por deber á la muerte, por la salud de su país pero si se entiende que sea permitido al gobierno de sacrificar un solo hombre al bien de la multitud, tengo esta máxima por una de las más execrables que haya inventado jamás la tiranía, la más falsa que se pueda presentar, la más peligrosa que pueda admitirse, y la más directamente opuesta á las leyes fundamentales de la sociedad. Lejos de que uno solo deba perecer por todos, todos han comprometido sus bienes y sus vidas en la defensa de cada uno de ellos con el fin de que la debilidad particular estuviese siempre protegida por la fuerza pública, y cada miembro por todo el Estado. Después de haber, por suposición, suprimido del pueblo un indivíduo después de otro, estrechad á los partidarios de aquella máxima para que expliquen mejor lo que entienden por cuerpo del Estado, y vereis que lo reducen, al fin, á un pequeño número de hombres, que no son el pueblo, sino los oficiales de éste, y que habiéndose obligado, bajo juramento particular á perecer ellos mismos

por su salud, pretenden por lo mismo que es él quien debe perecer por la salud de ellos ». (Discurso sobre la economía política).....

Sin embargo, ¡ qué extraña paradoja! ¡ qué bárbara contradicción el mismo que desde hace veinte años profesa públicamente la libertad; que por ella ha hecho en todas partes el sacrificio de las riquezas y dignidades más propias á halagar el orgullo y la ambición de los hombres; que no ha dejado un solo pueblo libre sobre la tierra que no haya visitado y con el que no haya vivido algún tiempo, consultando los legisladores y los sabios para instruirse en esta ciencia tan importante; que cuenta sus amigos entre estos grandes hombres y sus enemigos entre los déspotas; que es notoriamente conocido en toda Europa y América por uno de los más ardientes partidarios de la libertad; que perseguido por el despotismo español, de un polo al otro, vino á Francia, llamado para defender esta libertad santa, y que, en efecto, la ha defendido con todo su poder : ¡qué inconcebible singularidad que este mismo hombre sufra desde hace diez y ocho meses la más horrible persecución en el seno y en el nombre de esta misma nación por la cual ha combatido con peligro de su vida, no solamente sin que la calumnia haya podido presentar, durante estos diez y ochos meses, una sola pieza eu su coutra; sino que, por el contrario, existen en su favor un gran numero de las más honrosas!... Si yo fuera prisionero de guerra me quejaría altamente de tal persecución; ¡ con mayor motivo habiendo merecido bien de la república ! La historia nos nuestra en los primeros romanos, los más hermosos modelos de un pueblo libre y republicano. «¡Con cuánta magna› nimidad, después de las grandes calamidades de su república, » se cuidaban de colmar con su gratitud á los extranjeros, > ciudadanos, esclavos, y hasta á los mismos animales, que » durante sus desgracias, les habían hecho servicios señala> dos!» Ella nos enseña igualmente, para vergüenza de otra nación célebre y rival del mismo pueblo, que, habiendo

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alistado á su servicio en un momento de estrechez, al griego Jantipo, hábil general que llegó por sus talentos militares á servirle con mucha utilidad, éste fué de tal manera recompensado que, después de haber recibido demostraciones de reconocimiento en los primeros momentos de la alegría pública, fué llevado en triunfo por el pueblo; pero que pocos días después, habiendo tomado la resolución de retirarse á su casa, en Grecia, sobre navios cartagineses, fué ahogado en el mar con perfidia inaudita, por orden secreta del gobierno mismo : « Tal maldad » no me parece creíble ni aun en cartagineses. »

Pues bien, ciudadanos, ¿qué direis al leer lo que ha sucedido conmigo? Os protesto que, no ya una vez sino diez, hubiera yo cambiado mi suerte por la de ese griego infortunado, antes que soportar los tormentos que he sufrido y sufro todavía en este momento. Si Jantipo tuvo la desgracia de que se le arrebatase la vida, cosa tan común en la profesión de las armas, tuvo también la dicha de que se le dejase su honor y reputación intactos, objeto mucho más precioso para un militar y para todo hombre libre. Hubiera podido yo esperar que, en lugar de la magnanimidad romana, hubiese encontrado la fe cartaginesa en la nación más civilizada, quizás, de la tierra?

¡Ah! no se diga que esto no es más que el efecto de una tiranía que se ha destruído. Esto puede ser cierto hasta el 9 termidor. Pero después que se han abierto todas las bastillas, y que hasta á los asesinos públicos se les concede (lo que es justo) todas las formas prescritas por las leyes para su defensa, ¿por qué continuar en rehusármelas? De esto es de lo que me quejo altamente á los representantes de la nación, y sobre lo cual llamo la atención de todos los pueblos de la tierra. No pido gracia á la Convención. Reclamo la más rigurosa justicia, tanto para mí, cuanto para los que han osado, por un doble atentado, comprometer la dignidad del pueblo francés envileciendo su representación nacional.

F. MIRANDA.

VI

ARCO DE TRIUNFO DE «L'ÉTOILE»

Napoleón I decretó el 18 de febrero de 1806 la erección de este monumento, á la gloria del Gran Ejército, y el 15 de agosto del mismo año, día del aniversario de su nacimiento, colocó la primera piedra.

Fué obra de muchos años la construcción de este hermoso monumento, por la interrupción que los trabajos hubieron de sufrir en diversas épocas. Al fin quedó concluído durante el reinado de Luís Felipe, quien lo consagró, no ó la gloria del Gran Ejército, como lo había dispuesto Napoleón, sino á la de todos los ejércitos franceses desde 1792.

El 29 de julio de 1836 se efectuó la inauguración.

En las paredes internas de este arco, el más grande que existe en el mundo, están grabados los nombres de los generales que tuvieron mando en jefe en los ejércitos franceses de aquella gloriosa época. Allí está, en la cara norte del arco, el de MiRANDA, grabado en 1836 por orden del ministro de lo interior, quien tenía entonces á su cargo la dirección de los edificios y monumentos del Estado.

No debe olvidarse que Miranda tuvo bajo sus órdenes en la

campaña de Holanda al Duque de Chartres, ó sea el rey Luis

Felipe.

Venuezuela puede vanagloriarse de ser la patria de Miranda. Hé aquí la fe de bautismo de nuestro ilustre compatriota:

<< En la Catedral de Caracas, en veinte y uno de junio de mil >> setecientos cincuenta y seis años, el Licenciado Don Tomás » Melo, Presbítero, con licencia que le dí yo el Dr. Don Pedro >> Juan Díaz de Orgaz, Cura Rector de esta Santa Iglesia Cate» dral, bautizó solemnemente, puso Oleo y Crisma y dió ben» diciones á un niño que nació en nueve de dicho mes, al que » puso por nombre Francisco Antonio Gabriel, hijo legítimo de » Don Sebastián Miranda y Doña Francisca Antonia Espinosa : » fué su padrino Don Francisco Antonio Arrieta, á quien se le > advirtió el parentesco y obligación; y para que conste lo fir> mo, fecha ut supra. DON PEDRO JUAN DÍAZ ORGAZ. »

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