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las tropas francesas. Nombrado teniente general de los ejércitos, marchó hacia Valenciennes á la cabeza de una división, y al mismo tiempo que servía con la espada los intereses de la República, servíalos con advertencias en el Consejo ejecutivo, habiendo coadyuvado en el reconocimiento que de la independencia de la República francesa hizo la América del Norte.

Designado para la jefatura del ejército que operaba sobre Amberes, alcanzó la capitulación con una victoria digna de César por lo rápida y decisiva, precursora también de las que obtuvo en Ruremonde y en la Gueldre austriaca.

Dumouriez, este general que había de ser funesto al buen nombre de la República y al no menos bueno de Miranda, escribió á éste los siguientes conceptos, dignos de recordación eterna : « La capitulación de Amberes lleva al mismo tiempo el sello del filósofo y del republicano. >>

Merced al acierto de los consejos de Miranda, abandonó Francia sus proyectos relativos á Zelandia, organizóse la administración del ejército, y cuando en premio de estos actos acordó el Consejo investirle del supremo mando en las posesiones ultramarinas, renunció Miranda tan importante misión para servir á la República en los puestos de peligro.

Y este hombre extraordinario, que se había puesto espontánea y generosamente al servicio de las armas francesas, fué conducido al banquillo de los acusados como reo de traición por el desastre de esas mismas armas en Maestricht, cuando secundó el plan los propósitos del general Dumouriez.

y

Durante aquella campaña, si sorprende el talento militar de Miranda, enamora su talento político. Dumouriez lo califica de baluarte único Ꭹ salvador de la República; Pache, ministro de la Guerra, lo agasaja; y sin embargo de esto, y á pesar de ser victorioso y vitoreado, jamás dió acceso en su ánimo al orgullo, ni tampoco á la ambición ni aun á la embriaguez del triunfo, que tanto y tan bien paladeaba el general en jefe.

Dumouriez dispone el bombardeo de Maestricht, alegando que la ciudad no resistiría la tercera bomba; y Miranda, con los recelos y las reservas del militar experto y prudente, no oculta los temores que le infunde tan aventurada empresa. Obedece, pero protesta; protesta en sus cartas á Dumouriez, protesta en sus cartas al ministro de la Guerra, y atento á que su deber de soldado le obliga á dar acatamiento al mandato de la superioridad, acude al reclamo, no sin adoptar antes el lujo de precauciones que inspira la prudencia.

Dumouriez se engañaba... Maestricht resistió sin

rendirse las violencias del bombardeo. Entonces á la elocuencia de la metralla sustituyó la elocuencia de la palabra, y Miranda, el republicano convencido, el político hábil, quiso soliviantar con proclamas los ánimos de los sitiados. No luchaba él por el efímero triunfo de las armas; luchaba por el eterno triunfo de la libertad; y persuadido á la postre de que era inútil el empeño de rendir á Maestricht, dispúsose á hacer la postrera tentativa, extremando el bombardeo á tiempo que los enemigos burlaban el ejército de operación, y en número de treinta mil hombres pretendían apagar los fuegos. La muerte de treinta soldados solamente costó á Miranda una retirada asombrosa que puso á salvo la vida del ejército, dejándole en condiciones favorables para maniobrar sobre Bélgica y Holanda.

Entre tanto, en el cerebro de Dumouriez fermentaba la idea de la traición. El grande hombre se preparaba á descender, según la frase de un historiador, al nivel del más miserable aventurero. La multitud, ciega siempre, le había endiosado; pero Dumouriez no era creyente ni republicano de corazón: ¡alma pequeña, levantada fatalmente del fango en alas de la Revolución, pero ciega y automática, y tendiendo siempre á volver al lodo, que era el centro de gravedad de aquella complexión moral, tan liviana cuanto funesta! En todos los actos de su vida retoza

un cinismo volteriano. En las cartas que dirigió á Miranda no se sabe qué censurar con más acrimonia y fundamento: si la falacia del halago ó los desvergonzados alardes de una conciencia sin altares para el sacrificio y envejecida prematuramente. Más tarde ó más temprano, Dumouriez hubiera sido traidor; pero Marat y Miranda contribuyeron á acelerar la traición. Porque el amigo del pueblo era el abismo de la Revolución, el abismo que atraía fatalmente á todas las desgracias y á todas las infamias, y Miranda era el espejo sin sombra donde se veía continuamente y siempre con miedo el general Dumouriez. A éste le ponía espanto en el ánimo la austeridad de aquel republicano, y le causaba enojos su prestigio en el partido de la Gironda y su amistad con Petion. En el ejército de la Revolución, Miranda era un apóstol de la idea; Doumouriez, un fanático de su propia personalidad.

Refiere Michelet que en Neerwinder Dumouriez señaló á Miranda el puesto de la derrota... Pero oigamos al ilustre historiador.

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<< Dumouriez dice Michelet avanzó hasta Neerwinder habiendo encontrado á los austriacos en una posición dominante y análoga á la de Jemmapes bien que con menos concentración de fuerzas. El frente de aquéllas ocupaba próximamente dos leguas. Dumouriez extendió sus fuerzas en igual propor

ción; pero un ejército más débil no podia extenderse en tal forma sin dejar claros peligrosos. Las fuerzas tenían por necesidad que aislarse. Dumouriez había encomendado el centro al joven Egalité, protegido suyo; la derecha, al general Valence; la izquierda, á Miranda.

Grandes y naturales dificultades separaban á éste del enemigo. Tenía que atravesar un terreno cortado que apenas le permitía mover libremente sus tropas, en tanto que una formidable artillería, compuesta de baterías cruzadas, le castigaba desde las alturas. Basta saber, para convencerse de que Miranda tenía ante sí la gran fuerza del enemigo, que la derecha austriaca estaba mandada por el joven principe Carlos, hijo del emperador Leopoldo, el cual príncipe hacía la guerra por primera vez en aquella sazón. Cuando se conocen las guerras monárquicas es lícito asegurar sin temores que el joven príncipe fué colocado en el puesto en que la victoria estaba garantida previamente por la abrumadora superioridad del número.

¿Tuvo noticia el general Dumouriez de la presencia del príncipe en Neerwinder? Lo ignoramos. Si la tuvo, preciso es decir que su plan fué inocente por lo simple, como lo fué también en Jemmapes. Miranda desempeñó en Neerwinder el papel de Dampierre en Jemmapes. El asunto había sido trabajado

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