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EL GENERAL ECHENIQUE.

SU ADMINISTRACION

DE 1851 A 1855.

Nicanor Silva Santisteban

LIMA

IMPRENTA DE "EL HELALDO" CALLE DE GREMIOS N. 127. -

1872.

F 3447

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54-44
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I.

LA CANDIDATURA.

Entramos en el fondo de la cuestion: la tratarémos con sosego y buena fe, sin recriminaciones ni amargura, cual conviene á los intereses públicos y cual cumple á los ciudadanos de una nacion señora de sus destinos. La cuestion es ciertamente muy grave: grave en sí misma, grave por las circunstancias de la actualidad, grave por los resultados que habrá de tener en lo porvenir. Ventilarla en calma es un deber de patriotismo; decidirla con imparcialidad y juicio es lo que conviene al país. No las pasiones individuales, no las cóleras de partido, no la ambicion personal de los hombres, son los buenos consejeros en tal debate: solo el bien general, rectamente comprendido y estimado, puede conducirnos á una solucion feliz, que influirá no poco en fijar la suerte definitiva de los pueblos. Veamos bien que, en la eleccion de presidente, no

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se trata de otorgar una gracia, ni de conferir un honor, ni de favorecer á un amigo, ni de tomar venganza ó desagravio, sino de algo más alto y noble: de labrar la salud pública conservando la paz, consolidando las instituciones, enrobusteciendo la confianza popular y allanando el camino, con la libertad y seguridad comun, á todas las prosperidades que promete este suelo. Si nos dejamos guiar por esa estrella, harémos rumbo á puerto seguro de salvacion y ventura.

No tildamos las aspiraciones ya manifestadas de varios ciudadanos á la presidencia: republicanos de corazon, reconocemos en ellos la libertad de ofrecer sus servicios en cualquiera puesto público, y respetamos mucho el santuario de sus intenciones para que nos atreviésemos á juzgarlas de antemano. Hay una ambicion generosa que aspira á consagrarse al servicio de la patria por el bien que se le hace y por la gloria que se reporta: esa ambicion es una gran virtud, fecunda en nobilísimos hechos, generadora de los varones eminentes, fundadora de la pública prosperidad. Aplaudimos de todas véras esa ambicion magnánima que se inspira en la abnegacion de si mismo y se eleva sobre los cálculos de la. personalidad en obsequio comun, al par que vituperamos esotra ambicion, malamente llamada con este nombre, cuyo fondo es el interes individual; tan estéril como el egoismo que la engendra, tan mezquina como las pasiones que la mueven; que jamás obró nada digno de ala

banza, ni dió otros frutos que la desmoralizacion y el desórden.

Conocemos que en una eleccion tan importante, cuando se agitan las pasiones y se cruzan y combaten tántos intereses políticos y personales, es imposible traer los ánimos á un avenimiento prévio: la misma libertad política consagrada en nuestros códigos, convida á todos el campo, y en él se presentan resueltamente á batallar los buenos como los malos principios, las nobles como las interesadas aspiraciones. Pero fuera de los adalides que se disputan la victoria y de las parcialidades que los siguen y sostienen, hay un gran pueblo, de cuya suerte se trata, ante cuyo tribunal se discute, llamado á dirimir soberanamente la competencia; no para satisfacer los deseos de un pretendiente, sino para confiar el poder constitucional á quien mejores garantías le dé de paz, seguridad y progreso. Tal debé ser el objeto de la discusion que ha comenzado en esta capital y en los demas pueblos de la República: discusion de los grandes intereses de la sociedad política, que ganan ó padecen segun los hombres á quienes se encarga la gravísima mision de protegerlos, dirigirlos y fomentarlos.

Dignos de tan elevado fin han de ser los me-dios que se empleen en la contienda: los medios de la razon, de la experiencia, de la prevision sensata, del amor patrio; medios que alcancen al entendimiento y no toquen la honra, que con-. venzan el ánimo y no exciten las malas pasiones, que predispongan á la concordia y al órden y no

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