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En la zona agrícola, el hombre vive al abrigo de suaves climas; los feraces terrenos que posee le dan tempranas y abundantes cosechas; escasa industria le basta á recoger cuantioso producto de las plantas generosas que prosperan en sus virgenes comarcas sin el trabajo de sus manos; y más que los otros habitantes del país, puede estar en roce con los extranjeros que vienen á Venezuela.

A esta reunion de favorables circunstancias es á lo que se debe el que la mayoría de la poblacion habite esta hermosa parte del territorio de la República. En ella se hallan las principales ciudades y casi todas las industrias que dan vida al comercio interior y exterior.

Los hijos de estas regiones gustan de la sociedad; y asi, se les ve plantar sus chozas cerca de las de sus vecinos en lugares convenientes, tanto para atender á sus plantaciones ó estar cerca del lugar de su trabajo, como para prestarse mutuos auxilios en caso de necesidad, y reunirse los dias feriados à bailar y divertirse al compas de sus guitarras y maracas. Se nota en ellos alguna falta de apego al trabajo, cosa que se comprende al considerar la facilidad con que adquieren la subsistencia. Son muy amigos de diversiones, y les encanta la música, que como dice Baralt es aficion y embeleso del venezolano. » Son crédulos, hospitalarios, valerosos, de clara inteligencia, y muy fáciles de impresionar por medio de la palabra; de suerte que casi todos los trastornos políticos que despues de la independencia han azotado å Venezuela, han tenido su base en la region agrícola del país, debido esto sin duda á la influencia ejercida sobre ellos por los hombres que han proclamado en el país doctrinas diversas.

En los centros de poblacion se conservan las costumbres de los antiguos colonizadores, con algunas modificaciones que necesariamente han introducido el constante trato con los extranjeros, y sobre todo el cambio de las instituciones despóticas y degradantes de la colonia por las sábias leyes que inspira la libertad.

Bajo la dominacion española era el pueblo absolutamente pobre, fanático, y más que esto ignorante; las altas clases de la sociedad, supersticiosas, llenas de vanidad y sin instruccion alguna: apénas uno que otro virtuoso varon se dedicaba al estudio, y miraba con desden los títulos y miserias en que ponian todas sus aspiraciones aquellas desdichadas gentes. Hoy, no obstante las sangrientas y desastrosas luchas que ha soportado Venezuela, el pueblo tiene ideas generales de las cosas, aspira á instruirse, y acaso es uno de los ménos fanáticos de América.

La alta sociedad no tiene hoy qué envidiar en su cultura á la de los países más adelantados: la finura de sus maneras, la franqueza de su trato y la cumplida caballerosidad y gentileza que presiden á todos sus procederes, hacen de ella el encanto de los extranjeros que la frecuentan y la admiracion de los viajeros.

Pero hay algo que es más honroso que todo esto para los habitantes de esta zona, y es el espíritu filantrópico que se descubre en toda clase de gentes. Inclinados por naturaleza á la práctica del bien, son caritativos, generosos, y miran como un deber ofrecer sincera hospitaidad á quien la ha menester. En los viajes que hemos tenido ocasion de hacer por las principales poblaciones, ¡ cuántas veces no hemos admirado prácticas sublimes inspiradas por tan bellas cualidades! Estando en Ciudad

de Cura, vimos caer de su caballo á un viajero, arrojando sangre por la boca: pocos instantes despues estaba rodeado de numerosas personas del vecindario, que se disputaban el gusto de ponerle á su cuidado. Llevole al fin á su casa aquel que podia ofrecerle más comodidades, y allí fué colmado de atenciones aquel desconocido, durante tres meses, como si fuera uno de los miembros de la familia.

En Valencia se enfermó gravemente uno de los amigos con quien habíamos ido à aquella ciudad. Apenas teníamos allí seis dias, y todas nuestras relaciones estaban reducidas á la señora de la casa en que nos habíamos alojado; mas sabido por los vecinos lo que pasaba, vinieron á ofrecernos sus servicios, y no contentos con esto acudieron á la habitacion del enfermo, y ayudaron eficazmente á la bondadosa dueña de la casa, que trataba de que nada faltase á nuestro amigo.

Quisiéramos citar aquí muchos otros casos como estos que hemos presenciado; pero siendo para ello estrecho el espacio de que podemos disponer en este volúmen, nos abstenemos de hacerlo.

II

En tiempo de la Colonia y áun algunos años despues, tratábase á los jóvenes con suma dureza y barbaridad en las escuelas, colegios y áun en la casa paterna. Basados los padres y preceptores en aquel funesto adagio, de que la letra con sangre entra, castigaban con azotes y con palos las faltas de la juventud, y llegaba esta bar

baridad á ejercerse hasta con mozos de veinte y más años. Cuáles fuesen los frutos de semejante tratamiento, no hay para qué decirlo. Pero al fin, la libertad, « alma de lo bueno, de lo bello y de lo grande, brilló por fin sobre la patria nuestra; » y á su benéfica luz han desaparecido aquellos menguados hábitos de la esclavitud.

¡Cuán grande y generosa debió de ser aquella generacion de héroes, que, á pesar de haber crecido bajo tan funestas prácticas, pudo tener la virtud y constancia necesarias para redimir la patria de la más afrentosa servidumbre, y que sacándola oscura y ensangrentada de manos de sus terribles dominadores, nos la legó libre, gloriosa y llena de las más bellas esperanzas!

Antes amaba el hijo á su padre como á una especie de deidad amenazante, y casi puede decirse que sólo le temia hoy le profesa respeto y entrañable amor. Nunca en aquellos dias del pasado se hubiera atrevido un jóven á manifestar á sus padres los secretos de su corazon : habia de buscar entre los amigos en quién depositar sus íntimos sentimientos, y á quién pedir consejo en los trances peligrosos en que a veces se empeña la incauta juventud.

Afortunadamente esto ha desaparecido, y al presente los padres son los mejores amigos de sus hijos, y casi siempre sus más íntimos consejeros: reinan sobre ellos con el dulce imperio del amor, y cuando se ven en la dura necesidad de castigarlos, tratan de evitar toda pena corporal desde que el niño ha entrado en el uso de la razon; comprendiendo muy bien que no se inspiran sentimientos delicados, ni se inclina al cumplimiento del deber, por medio de la dureza del castigo, sino despertando en los tiernos corazones aquellas ideas de digni

dad y de decoro que son la más sólida base de la rectitud de la razon.

En el pueblo inculto, aún se hace uso de los azotes para castigar á los hijos, pero no con frecuencia; y se nota afortunadamente que esta odiosa costumbre va desapareciendo.

En los colegios particulares se conserva todavía el uso de la palmeta, pero no se aplica generalmente sino á los niños de ocho á doce años. Tambien se observa una decidida tendencia á extinguir esta especie de castigo, y es de esperar que dentro de pocos años ya no exista.

III

EL LLANERO

Los que habitan las llanuras son muy diferentes en todos sus hábitos. El clima abrasador en que viven, la lucha constante que sostienen con los elementos y las fieras, y las largas marchas que hacen desde muy temprana edad por las desiertas pampas, ya á pié, ya á caballo, les dan una fuerza muscular prodigiosa y una destreza y agilidad extraordinarias.

Hijo del cruzamiento de las razas española, indígena y africana, el llanero es de tez morena, de regular estatura, delgado, y de una musculatura muy bien desarrollada. Él es, como ha dicho el señor J. M. Samper, « el lazo de union entre la civilizacion y la barbarie, entre la ley que sujeta y la libertad sin freno moral; entre la

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