Poesias

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Spencer y Comp., 1855 - 48 páginas
 

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Página 92 - ... mil olas, cual pensamiento rápidas pasando chocan, y se enfurecen, y otras mil y otras mil ya las alcanzan, y entre espuma y fragor desaparecen.
Página 92 - ¿Por qué no miro Alrededor de tu caverna inmensa Las palmas ¡ay! las palmas deliciosas, Que en las llanuras de mi ardiente patria Nacen del sol a la sonrisa, y crecen, Y al soplo de las brisas del Océano Bajo un cielo purísimo se mecen?
Página 37 - SER de inmensa bondad, Dios poderoso, a vos acudo en mi dolor vehemente; extended vuestro brazo omnipotente, rasgad de la calumnia el velo odioso y arrancad este sello ignominioso con que el mundo manchar quiere mi frente.
Página 37 - Todo lo podéis vos, todo fenece o se reanima a vuestra voz sagrada : Fuera de vos, Señor, el todo es nada, que en la insondable eternidad perece, y aun esa misma nada os obedece pues de ella fué la humanidad creada. Yo no os puedo engañar, Dios de clemencia...
Página 120 - En las nubes retumba despeñado el carro del Señor, y de sus ruedas brota el rayo veloz, se precipita, hiere y aterra al suelo, y su lívida luz inunda el cielo.
Página 6 - ¡Qué ingrato fui! — Pero bien Se vengó naturaleza: Aquella ingrata belleza Olvidóme con desdén. Vertí un mar de llanto: el alma No se me hallaba sin ella: Al fin una amiga estrella Dolióse y me puso en calma. ¡Oh, qué dolor tan agudo Es olvidar!... Pero al cabo, Rotos los grillos de esclavo Curóme el médico mudo: El tiempo, el tiempo veloz, Que tiñe nuestras cabezas De blanco, y tantas bellezas Deja sin luz y sin voz. De entonces acá me place Ver la escena matutina Segunda vez: —...
Página 92 - ... enfurecen, y otras mil y otras mil ya las alcanzan, y entre espuma y fragor desaparecen. ¡Ved! ¡llegan, saltan! El abismo horrendo devora los torrentes despeñados; crúzanse en él mil iris, y asordados vuelven los bosques el fragor tremendo. En las rígidas peñas rómpese el agua : vaporosa nube con elástica fuerza , , llena el abismo en torbellino; sube, • . gira en torno, y al éter luminosa pirámide levanta. y por sobre los montes que la cercan al solitario cazador espanta.
Página 120 - ¿Dó está el alma cobarde que teme tu rugir? . . . Yo en ti me elevo al trono del Señor; oigo en las nubes el eco de su voz; siento a la tierra escucharle y temblar.
Página 118 - ¡Cuál gozara al mirar su faz cubrirse de leve palidez, y ser más bella en su dulce terror, y sonreírse al sostenerla mis amantes brazos!... ¡Delirios de virtud!... ¡Ay! desterrado, sin patria, sin amores, sólo miro ante mí, llanto y dolores. ¡Niágara poderoso! oye mi última voz: en pocos años ya devorado habrá la tumba fría a tu débil cantor.
Página 92 - Océano bajo un cielo purísimo se mecen? Este recuerdo a mi pesar me viene. . . Nada, ¡ oh, Niágara !, falta a tu destino, ni otra corona que el agreste pino a tu terrible majestad conviene.

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