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ciéndole salir de su letargo. El principio de igualdad evangélica comunicó en política nueva vida y nuevo aliento á un pueblo embrutecido por la esclavitud. En el dominio intelectual la lucha filosófica y doctrinal, la oposicion de los partidarios del paganismo y los del cristianismo produjo tambien un movimiento agitado en las ciencias morales, en la elocuencia y la filosofía, que hizo brotar mas tarde algunos lozanos frutos, que al fin se sazonaron, durante aquel corto período de eclecticismo, que ha hecho memorable á la escuela de Alejandría. Por no ser de nuestro propósito no dejaremos correr aquí la pluma, que con gusto se deslizaria sobre tema tan fecundo, contentándonos con indicar el efecto producido sobre la organizacion social pagana por el nuevo espíritu de filosofía cristiana. Pero no bastó este primer estimulante para curarla de la parálisis de la vejez, y para ello fué necesario el poderoso reactivo de una tremenda catástrofe. La invasion de los bárbaros cayó sobre ellos como una inundacion, derribando aquel mundo viejo, que quedó sumido en las tinieblas. Pero esta estupenda ruina era tan necesaria como el rayo purificador, porque el cuerpo social se iba pudriendo. La elaboracion misteriosa ejecutaba sorda y lentamente su obra de fusion y amalgama hasta que ya, tras largos siglos de paciente espectacion, la Europa empezó á percibir asombrada el órden nuevo, que iba saliendo de entre la aparente anarquía, y el vago vislumbre de una nueva y luminosa aurora que despuntaba entre las tinieblas de aquella larga noche. Mezclados los elementos, efectuada ya la asimilacion, inoculada en las viejas arterias aquella sangre pura y fresca de los hombres del Norte, la Europa apareció rozagante, ostentando salud y lozanía. Sociedades nuevas con diferente organizacion reemplazaron aquel inmenso imperio, y en vez de su pernicioso exclusivismno y estéril uniformidad, presentaron una diversidad tan fecunda, cuanto era variado el influjo de sus diferentes inclinaciones, costumbres y organizaciones políticas, pero todas unidas por el lazo de sus leyes internacionales y de una religion comun. La invencion de Guttemberg que acabó de estrechar la union intelectual de los pueblos, y el descubrimiento de un nuevo mundo que, dando nueva vida á la industria y al comercio, ligaba á las na. ciones con el poderoso estímulo de los intereses materiales, acabaron de echar por tierra el coto que habian opuesto las preocupaciones á la reunion de los miembros de la gran familia europea. Ahora sí que podian el filósofo y el historiador esplayar la vista sobre esta rica variedad de literaturas, costumbres, leyes y constituciones: distinguir con acierto lo que es local de lo que es universal: lo transitorio de lo eterno, de la regla, la excepcion: apreciar la diferencia de las causas y descartar de las circunstancias accidentales los principios generales, eternamen te verdaderos. Del análisis ya habian subido á la síntesis, su necesario complemento; de aquí la precision, la profundidad y el espíritu enteramente filosófico de los historiadores modernos.

Pero estas mismas cualidades llevan en sí el gérmen de los defectos que les son inherentes. La ciencia especulativa progresa con grave detrimento de la verdad histórica; los hechos son despreciados en beneficio de la teoría. No es la credulidad la que nos engaña, como á los antiguos, sino la manía

de generalizar. La historia de los antiguos se convertia en novela, pero la historia moderna se desvanece en utopías. El historiador antiguo, estudiando una larguísima serie de hechos, apenas se aventuraba á ofrecer tímidamente alguna deduccion general, exacta y necesariamente desprendida de sus antecedentes; pero el moderno historiador arroja apenas la vista sobre una pequeñísima trabazon de sucesos, descubre en ella un órden tal vez subordinado á otro órden superior, una verdad meramente relativa, y ya luego formula una ley general, proclama un principio absoluto, á cuya ley y á cuyo principio ajusta despues todos los hechos, desfigurándolos, para conformarlos á sus improvisadas teorías.

De entre los que se han dedicado al estudio y la explicacion de los hechos históricos, ha habido algunos que han intentado subir el arte á la dignidad de una ciencia, contemplando el campo inmenso de los siglos y tratando de descubrir ciertas leyes superiores y desconocidas por las cuales resolverse pueda el enigma de las revoluciones y metamorfosis sociales, reduciendo aquellas leyes á fórmulas generales y decorándolas en su conjunto con el nombre de filosofía de la historia. Bossuet, que explica la historia universal de la manera mas conforme al sentido católico dominante en la época de Luis XIV: Vico, que traza círculos de hierro donde á su sentir ha de quedar circunscrito el desarrollo de la vida política y social, subordinándola á cierto órden fatalista, determinado por sus inmensas fórmulas sintéticas: Herder, que fecundiza el árbol robusto de la humanidad con la vigorosa savia del progreso indefinido; y Schelling, que envuelve sus elucubraciones en las pavorosas nieblas de la filosofía idealista de su patria, intentando solo convertir la historia en ciencia metafísica ó impenetrable teurjía, renunciando de hecho á todo influjo práctico y efectivo, no pueden ser tenidos por verdaderos historiadores.

Otros solo pretenden propagar ciertas doctinas políticas ó religiosas: verdades de partido y conveniencia. Voltaire, Hume, Las Casas, Gibbon, son hábiles en la controversia y en el arte de abogar con imparcialidad aparente por la causa que en sostener se empeñan; pero no hay que buscar en ellos el grave, sencillo y desapasionado fallo de Tucídides y otros antiguos historiadores.

Al hacer la rápida revista de los antiguos y modernos historiadores, desde un nuevo punto de vista que nos demuestre la estrecha relacion y depeudencia de sus rasgos característicos con el estado social determinado de las épocas en que escribieron, lo primero que saltará de bulto es la vanidad de añejas mal ajustadas convenciones de sistemáticos preceptistas, y la necesaria deduccion de que es buena historia la que mejor convenga á aquellos para quienes sea escrita.

Ahora bien, en este siglo sério y grave, tan mal avenido con el espíritu metafísico, como con todo sistema exclusivista, es indudable que los historiadores que admiraban y deleitaban á nuestros antepasados, han perdido gran parte de su prestigio. La historia, á veces fabulosa y novelesca, á veces enteramente literaria, empañada á veces al contacto de las malas pasiones, no puede aspirar al aprecio de nuestros coetáneos, sino despojándose de sus

antiguas pretensiones, para adaptarse al molde de nuesta época. Ella no ha sido, en efecto, para los que ahora vivimos, ni lo que debiera ser, ni lo que algunos imaginaron que era. Decorada con el pomposo nombre de maestra de los hombres por el príncipe de los oradores romanos: ponderada la utilidad de sus lecciones como imprescindiblemente necesaria, no solo para el filósofo, el monarca, el estadista, sino para el hombre como particular, pues que le concede, como si dijésemos, un retroceso de miles de años de vida, de tal manera como dice Ciceron, "que el que no tiene noticias de los sucesos acaecidos antes de su nacimiento, es niño siempre, pues ¿qué otra cosa es lo que lla. mamos edad, sino la memoria de las cosas pasadas, retenidas en los de edad mas provecta?"; considerada como depósito de las experiencias que de unos en otros se trasmiten los pueblos y como si dijésemos la memoria de los siglos, ella ha sido contemplada con veneracion como el vasto campo donde la moral y la política aparecen en accion, proporcionando ejemplo y autoridad y escarmiento, porque segun el erudito Barthelemy, todos los preceptos de la moral, la justicia y el patriotismo no pesan tanto como los magníficos ejemplos de Aristides y Sócrates y Leonidas. Pero convengamos, desechando pueriles ilusiones, que la imperfeccion de los medios de adquirir conocimiento exacto de la verdad, aumentada por la lejanía de los tiempos y lugares, la credulidad y las preocupaciones, serían por sí solas suficientes á despojarla de aquellos brillantes títulos, aun cuando no bastaran á mancharla y prostituirla la mala fé, el orgullo nacional, la envidia y las miras. interesadas de los escritores. Y aun concediendo, que es cuanto concederse pueda, el concurso de la mayor veracidad posible con las mas puras intenciones, nunca podria el grave juicio de la experiencia confirmar la pretendida utilidad de la historia como maestra práctica del porvenir por el ejemplo de lo pasado. En la vida de los pueblos sometida al influjo de circunstancias siempre variables y distintas, que forman intrincadas complicaciones de hechos físicos y morales, la coincidencia rarísima de un fenómeno presente con otro pasado, que pueda aprovecharse para conocimiento congetural del porvenir, ofreceria una leccion casi nula, y nunca apenas recurririan á ella las naciones en busca de saludable enseñanza ó escarmiento entre los documentos de la historia. Privada así de la autoridad moral que ha pretendido ejercer con el ejemplo meramente, casi quedaria reducida á puro pasatiempo. Pero no debe el conocimiento retrospectivo de pasados acontecimientos servir solo de pasto á la curiosidad; para cuyo fin es necesario fijar el carácter de la historia y dirigirla al doble objeto á que debe ser directamente enderezada en nuestros dias. Este doble carácter que impone el siglo en que vivimos á toda historia escrita en estos tiempos, es el de investigadora sincera desapasionada de la verdad por medio del estudio prolijo del hecho político y del hecho social, de la legislacion y las costumbres, de la cultura moral y del fenómeno económico, para instruccion práctica y positiva del presente; y á la vez el de monumento escrito de la gloria de un pueblo, dedicado á la noble exaltacion del sentimeinto de su nacionalidad.

En prosecucion de entrambos fines, yo me propuse escribir la Historia

de la Isla de Santo Domingo; y bajo este aspecto, juzgué prudente para al canzarlos, adoptar como único medio el de la narracion sencilla, sin vana pretension literaria, ni sistemática ó apasionada tendencia, y sin otros esfuerzos que aquellos que van derechamente encaminados al esclarecimiento imparcial de la verdad. Para mostrarla entera y con franqueza, no hablaré solo del hecho cronológico, ni dirigiré exclusivamente mi atencion á los acontecimientos grandiosos, sino que tambien sabré dedicarla á algunos de los mas pequeños y triviales. En esto tal vez consiga la censura de algunos críticos; pero séame lícito protestar contra arraigadas preocupaciones opuestas á mi propósito. Ha sido costumbre generalmente establecida, la de omitir en la historia un sin número de circunstancias, despreciadas como indignas de la solemne gravedad histórica. Considerada como composicion artísticamente literaria y dirigida al entretenimiento de las mas nobles emociones del ánimo, la historia ha sido cubierta con vestimentas postizas de magestad teatral. Para dirigirla á mas saludable enseñanza, no será desacertado despojarla, siquiera sea con mano profana, de aquellos atavíos, arrancándole á veces el trágico coturno y derrocándola del heróico tablado, para que descienda á la arena vulgar, donde pueda repartir humildemente la sólida instruccion, que le pide un siglo utilitario. La historia no dejará nunca de ser una tediosa novela, sino cuando se ocupe antes que todo del bienestar y progreso de los hombres; y nada influye tanto en entrambas cosas como los hechos morales, domésticos y económicos, porque estos en su callado pacífico desarrollo son mas potentes que aquellas revoluciones, registradas en los archivos y ejecutadas por ejércitos y senados. Estamos acostumbrados al relato de catástrofes, victorias y conquistas, cambios de gobierno, lamentables extravíos y tremendas calamidades y conmociones; y solemos atribuir al héroe, al conquistador, al favorito, mil fenómenos cuyas causas quedan en efecto escondidas en las hondas entrañas del cuerpo social. Conocer aquellos dramáticos sucesos, familiarizarse con las fechas y las genealogías, no es todavía conocer la historia. Nadie pretenderia seguramente alcanzar exacto conocimiento de un país por haber echado una ojeada sobre los hechos mas exteriores, las instituciones públicas, el palacio, el senado, los hombres vestidos de gala; para conocer el sistema social completo, el carácter nacional, la accion práctica de las leyes y el gobierno, es preciso seguir al hombre en las plazas y en el hogar doméstico, en el taller y en el teatro, en el templo y en el mercado público. Así el historiador para pintar el carácter y el espíritu de una época ó de una nacion, no despreciará ningun hecho, ningun testimonio auténtico por trivial que aparezca; recorrerá la corte y el campo, no despreciará anécdota, peculiaridad ó dicho familiar, detalle doméstico, con tal que ilustre y pinte el estado y la accion de las leyes, el grado de cultura y progreso intelectual y las metamorfosis sociales. Imbuidos la mayor parte de los historiadores con idea de esta falsa nobleza y mal entendida majestad de la historia, nos presentan los grandes acontecimientos y revoluciones de los pueblos como estupendos enigmas, sin precursores, ni causas aparentes, olvidados de que para producirla precedieron cambios morales, para

cuya comprension se hace necesario el conocimiento doméstico de la historia. Ya que hemos hablado de nuestro objeto y de los medios de llevarlo á cabo, podrémos dejar columbrar algo sobre la materia de nuestra historia. Esta no puede ser mas singular ó variada, ni mas interesante é instructiva. El genio, la ciencia y la constancia de un oscuro y osado aventurero, que concibe un proyecto extraordinario y le lleva á cabo con el concurso de tan maravillosas circunstancias, el descubrimiento de un nuevo mundo apenas soñado de los antiguos: el establecimiento de los europeos en una isla rica, extensa y hermosa, poblada de gentes nuevas y desconocidas y la subsecuente conquista y poblacion de aquella, son los primeros cuadros de una magnífica epopeya histórica. Siguen luego las vicisitudes de la colonizacion y los disturbios anexos á una lucha de razas: la destruccion de una de ellas y la introduccion de otra nueva para reemplazarla: los continuos ataques de unos piratas que traen por resultado la division de la Isla en dos partes sometidas á distintas soberanías: y la asombrosa catástrofe de una revolucion política y social. Y no queda por este acontecimiento dramático agotado el interés de una historia tan novelesca, pues aun resta para excitarlo con renovado estímulo, el asombroso espectáculo de una sociedad africana que por primera vez toma su rango, adoptando la misma organizacion social de los europeos y luego, como remate y digno acabamiento á tan singulares antecedentes, la peripecia de otra nueva revolucion que, congregando los restos del elemento europeo, los constituye en República independiente. Para cautivar la imaginacion bastaria por sí sola esta larga cadena de sucesos sorprendentes y dramáticos. Solo un siglo como el nuestro de dramas palpitantes y extraordinarias peripecias políticas podria contemplar sin emocion los sucesos de una historia como ésta, embotada la sensibilidad por el exceso de sus diarias continuas conmociones; pero pues no se gasta tan fácilmente su filosófica curiosidad y espíritu de exámen, no negará seguramente su atencion escudriñadora á unos hechos, que aun despojados de lo pintoresco, pueden interesar, planteando graves cuestiones para el porvenir y el presente. Bajo la historia de los hechos exteriores y las revoluciones, hay otra historia moral, industrial y domés tica que constituye la sólida trama sobre cuyo invisible tejido aparecen los sucesos cronológicos en espléndido relieve como gayadas y matizadas bordaduras. El establecimiento de una raza por la conquista, en el suelo de otra raza, del todo diferente á aquella, en cultura, en religion y en carácter: el sistema particular de su colonizacion, tan diferente del que usaron los antiguos y aun otras naciones modernas: los principios políticos y económicos, que tanto influjo ejercieron en el resto de la América española, como primer modelo de las otras: la introduccion de una nueva raza, hecho al principio insignificante, pero que tales complicaciones y desórdenes y revoluciones sociales y económicas produjo luégo, y que con tanta gravedad persiste, ejerciendo su lenta y tenaz accion política y moral sobre los pueblos americanos, preparándoles tal vez algunos embarazos á su porvenir social, y algunos temibles trastornos en las relaciones mercantiles del universo: la legislacion especial de la colonia: los precursores de la gran revolucion: su carácter y

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