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esta sola consideracion no bastare á demostrar la vanidad de proponer modelos especiales en conformidad á determinados sistemas, el ejemplo de esos mismos modelos desmentiria tan fútil pretension, pues que los rasgos característicos de cada uno de ellos han sido amoldados á la estampa de su época, y antes que ajustarse á las convenciones de rígidos preceptistas parecen únicamente sometidos al influjo de circunstancias tan diversas como decisivas.

Herodoto, gran padre de la Historia, á quien nadie ha aventajado todavía en talento narrativo, y que seguramente nadie propondria por modelo á los modernos, aunque tan digno fué de su renombre, escribió como debia hacerlo en su tiempo. Grecia, apenas iniciada entonces en los misterios de la filosofía y de la ciencia política, habia ya adelantado en el estudio de las bellas artes: por eso Herodoto le presentaba, sin crítica ni demostracion científica, sin pruebas ni teoría, una historia tejida de colores tan ricos y variados como la misma imaginacion de los Griegos: descripciones en que nadie le iguala, fábulas de portentosas maravillas y extravagantes curiosidades, animadas todas por su graciosa sencillez, su pintoresca narrativa y sus facultades inventivas y dramáticas. No es posible haber ofrecido otra cosa á un pueblo cuyos conocimientos geográficos é históricos no habian tenido otra fuente que las antiguas leyendas de tiempos fabulosos, las tradiciones de los abuelos, las inexactas relaciones orales de los viajeros, las canciones nacionales, la historia popular y poética del rapsoda peregrino, que ornaba de flores la cuna de los pueblos, tejiendo las mitológicas genealogías de sus reyes y exaltando la gloria de sus héroes y civilizadores. Pero hay otra circunstancia que determinó enteramente las formas y el espíritu de la historia de Herodoto; si tomando en cuenta la carencia de medios para la trasmision del pensamiento, le damos crédito á los que pretenden que él no escribió su historia para ser leida, sino para ser recitada, conforme á las tradiciones que nos le pintan coronado en los juegos Olímpicos despues de su lectura: y aun mas, haberla repetido en la asamblea general de los Atenienses, aparecerá mayor, si darse puede, la excelencia de su obra. ¿Qué hubiera sido de una historia severa y mesurada, escrita para tales circunstancias con gravedad filosófica? Pero calculada y dirigida á producir efecto en aquel solemne concurso de los pueblos griegos, juntos todos y maravillándose juntos ante aquella Historia de portentos ¡con cuánta grandeza y sublimidad supo producirlo, cuando al concluirla con el relato de la lucha heróica que acababa de sostener por su independencia contra los persas, escuchando el animado detalle de aquellos enormes sacrificios y hazañas inmortales, el pueblo entusiasmado, ardiendo en la llama que se trasmite con eléctrica rapidez y centuplica su fuego en las grandes asambleas públicas, prorrumpió entre gritos de patriótico orgullo en votos de fraterna union, reconociendo que solo al instinto de su nacionalidad debieron la ejecucion de empresas tan memorables.

Pero la cultura intelectual del pueblo ateniense se iba efectuando con celeridad pasmosa y este cambio exijia necesariamente un fenómeno análogo en el arte de la historia. Ya no era el ateniense un pueblo crédulo que nada sabe y apetece relaciones maravillosas para recreo de su imaginacion. Ya no

es tan aficionado á la historia pintoresca y descriptiva. Conoce los países circunvecinos: está instruido en la dialéctica: es incrédulo y disputador en filosofía, pues ya ha escuchado atentamente á Demócrito y Zenon, y oido, aunque sin entenderlos todavía, los sublimes preceptos y graves razonamientos de Sócrates: ha combatido en largas y desastrosas guerras: concluido muchas alianzas y tratados: fundado colonias: ha conocido la anarquía y la dictadura, recogiendo abundante cosecha de escarmientos; y despues de haber derribado algunos ídolos populares y sufrido sucesivas mudanzas de gobierno, se encuentra, á vueltas de algunos desengaños, iniciado en la ciencia. política y experto en el manejo de los negocios. Así pues, para madurar los juicios de su experiencia necesita de una historia verídica y razonada, que tanto como en la enumeracion de los hechos, se detenga en la explicacion de sus causas. Tucídides les presentó la historia que necesitaban: en ella nada inventa, sino narra, y solo narra lo que ha visto ó podido comprobar: estriba en esto la excelencia de su obra. Escritor ha habido que haya negado el mérito de una narracion verídica, desconociendo que pueda mostrarse talento en el arte de referir la verdad desnuda, pues que siendo, en su concepto, la verdad una y sola, debiera ser uniformemente referida. No es difícil derribar tan infundado sofisma; donde no pueda referirse toda la verdad, el arte solo de la eleccion ofrece dificultades cuyo vencimiento exije habilidad extraordinaria. Porque una mala eleccion de circunstancias, produce el efecto mismo que la falsedad, y es necesario gran tino en escojer aquellas circunstancias, aquellas partes de la verdad que produzcan el efecto de la verdad entera. Todos vemos perfectamente los objetos exteriores que nos rodean, y sin embargo, no todos sabemos retratarlos. Una sombra, una línea desfiguran la semejanza. Así en la narracion histórica hay hechos que deben presentarse á toda luz, otros algo sombreados y rasgueados solamente los otros, pero puesta siempre la mira en no perder nunca la idea general del conjunto. En esto que es lo que principalmente diferencia al cronista del historiador, nadie ha podido sobrepujar á Tucídides. El era hombre sagaz, perito en los negocios de la paz y de la guerra, testigo ocular en los hechos que referia, íntimo conocedor de los principales actores que en su historia figuraban; por eso él explica detalladamente las causas de aquellos hechos y los móviles ocultos de aquellos personajes. Pero como los griegos no habian aun aprendido á reducir los hechos particulares á principios generales y verdades abstractas, Tucídides juzga de las circunstancias, sin deduccion de teorías, y siempre se muestra conocedor práctico de los negocios públicos, pero nunca filósofo.

Pocos años despues, el desenfreno de los sofistas y de los demagogos habia conmovido la república de Atenas, con tan horribles turbulencias populares y tal desórden moral en las creencias, que los mas sensatos juzgaron indispensable oponerles la piedad religiosa como único coto á tales demasías. Por eso Xenofonte, hombre de recto juicio, conocedor del mundo, aventurero capitan de aquel ejército de griegos disolutos y mercenarios que, habiendo fracasado en su intento de subir á Ciro al trono de los persas, ejecutaron la

hábil y peligrosa retirada, que el mismo Xenofonte hizo para siempre memo-
rable con su pluma, ofrece el raro fenómeno, para algunos inexplicable con
tales antecedentes, de escribir una historia como la suya, tan limitada, tan
tímida, tan ajena de toda tendencia democrática y tan lamentablemente em-
papada en miserables supersticiones. Y era que la demagogia y la impiedad
debian ya experimentar esas fatales reacciones.

Fué César sabio y elocuentísimo entre los romanos, sobrábanle ingenio
poderoso y variados conocimientos, y hubiera podido sin duda alguna escribir
una historia excelente, superior tal vez á la de Tucídides, si hubiese preferido
dedicarse con ocio al cultivo de las letras, y ceñirse la pacífica oliva en
trueque de sus laureles salpicados de sangre. Por eso no hay ninguna ana-
logía entre el lenguaje conciso y rápido de César y la abundante magnificen-
eia de Tito Livio, ni entre la historia del uno y los comentarios del otro. No
forman estos últimos una verdadera historia, antes parecen una serie de los
boletines de campaña del ambicioso conquistador.

Salustio se ha hecho notable en su historia de la guerra Catilinaria, por
cierta nebulosa oscuridad que toda la envuelve. Críticos superficiales atri-
buirán acaso este carácter particular de la obra de Salustio á los defectos de
su estilo, ó á las cualidades inherentes á su ingenio; pero el conocimiento de
aquellos tiempos suministra explicacion mas acertada, á saber, que Salustio,
amigo de Catilina, no pudo por graves consideraciones derramar toda luz so-
bre aquella famosa conspiracion, desfigurada por Ciceron en la tribuna y
vencida con las armas en el campo de batalla. Su historia es meramente un
folleto de partido.

El que como Livio escribe en un siglo eminentemente literario, sobre
todo si se halla sometido al dominio absoluto de un soberano ilustrado, pue-
de dedicarse indudablemente á la perfeccion de las formas. Por eso su na-
rracion es extraordinariamente viva y graciosa, adornada con el lujoso atavío
de su espléndida fantasía: es una fuente fresca, inagotable y dulce, á que
tan propiamente se le aplica aquel expresivo epíteto, lactea ubertas. Testi-
go del poderío romano en su mayor apogeo, inflamado de entusiasmo y or-
gullo patrio, esclavo de hecho de un príncipe omnipotente, que simbolizaba
la gloria y la grandeza de la Reina de los Reyes y las gentes, engañado
tal vez por las apariencias republicanas de la libertad, que solo conocia en
abstracto, su obra no puede ser verdadera ni puede ser filosófica, sino com-
pletamente falsa, literaria enteramente y exclusivamente romana: de un cabo
al otro de su historia el espíritu de Roma es quien la anima y embalsama.
ΕΙ
gran Cornelio Tácito sacrificó la sencillez histórica por el amor al
efecto teatral; y aunque es á veces sublime en sus incomparables descripcio-
nes, no hay nada que mas canse que la afectacion de aquel estilo, sin igual
en lo profundo. Tácito es el gran retratista del corazon y el mas dramático
de los historiadores. Las atrocidadas de aquellos monstruos, vergüenza de
la especie humana, Claudio, Neron, Calígula, Heleogábalo, Agripina, Tibe-
rio, hiriendo con viveza su imaginacion, excitaron tan profundamente su fi-
losófica curiosidad que se dedicó á estudiarlos, esperando aquella venturosa

felicidad de los tiempos, que tan expresivamente diseña, y que encontró en los de Trajano, cuando decir lo que pensase y pensar cuanto quisiere le era lícito, para presentar á sus conciudadanos tantas obras maestras en aquella galería de retratos morales. El carácter de una época en que no habia leyes, ni senado, ni foro, ni tribunos, sino voluntad, caprichos y pasiones, y en que la república habia desaparecido absorbida por el egoista individualismo de un hombre solo, necesitaba, para ser descrita, de un historiador que adoptase mas bien el método biográfico que el meramente narrativo, y diera menos estudio al conocimiento de los sucesos que á los tenebrosos misterios del corazon y del espíritu.

En el siglo XIV, si bien presentaba la Europa un aspecto diferente, tanto en su organizacion social y política, cuanto en la cultura moral, al del siglo V. A., C., asemejábanse sin embargo en cuanto al desarrollo intelectual y á la cultura científica del pueblo: así Froissart es un segundo Herodoto. El narra como el griego cuanto vé y cuanto escucha, viaja y se afana como aquel, porque es curioso de novedades y maravillas, y ofrece á sus contemporáneos sus crónicas llenas de errores y preocupaciones, pero vivas, animadas en alto grado, descriptivas. Cuantos acontecimientos de la Europa conocida llegan á su noticia los confunde en aquella variada mezcla de fábulas y sucesos, viajes y relaciones, anécdotas y discursos, y cuadros de la vida doméstica y privada. La edad media está allí toda retratada pintorescamente en aquel gracioso monumento, donde aparecen esculpidos de bulto todos los personajes, los hechos, las costumbres y las ideas de aquellos tiempos novelescos. El Príncipe Negro y el Emperador Wenceslao: Don Pedro de Castilla y Cárlos el Sabio de Francia: Eduardo III de Inglaterra, Duguesclin y el Duque de Lancaster, Gaston de Foix y tantos buenos Condestables y Senescales y Caballeros, los campos de Crecy y Poitiers, los de Aljubarrota y de Montiel: bravos paladines, damas gentiles, galantería y honor, cortesía y fé y amores y cacerías y trovas y torneos ¡Qué descripcion tan interesante aquella en que retratándonos la corte, la vida y las costumbres del buen Conde Gaston de Foix, señor de Bearne, nos conserva la última copia y el mas completo cuadro, con tan vivos colores dibujado, de aquella raza feudal, para siempre extinguida, de aquellos tiempos por siempre desvanecidos!

Habia apenas transcurrido una centuria y ya la Italia habia producido á Maquiavelo y Guicciardini, émulos de Livio y de Tucídides. El arribo á Florencia de los sabios griegos fugitivos de Constantinopla, que despertaron con el estudio de las lenguas muertas el amor de las artes y la clásica literatura, influyó sobremanera en el carácter de esta época, dándole una expresion particular, reflejada á lo vivo en los dos mencionados historiadores. Sus historias, poco verídicas, artísticamente elaboradas á la griega y á la romana, llevan la imitacion de aquellos dos grandes modelos hasta el grado de traer interpolados discursos y arengas fingidas, á manera de los antiguos, conformándose así al gusto de sus contemporáneos, que era entonces esencialmente imitativo y clásico, y menos apasionado por la filosofía que por

las artes y las bellas letras, liberalmente alentadas por los Medicis, con astutos fines políticos. Y aquí no puede menos que herir la curiosidad el fenómeno siguiente: que la gloriosa república, el siglo de oro de las artes y la literatura, en que se lleva el estudio de las formas á un grado de perfeccion inimitable para los siglos venideros, ha coincidido siempre con la existencia de un soberano ilustrado y liberal, pero en el auge de un poder absoluto. Fidias, Sófocles, Eurípides, en tiempo de Pericles: Livio, Horacio, Virgilio, bajo Augusto: y tantos pintores, escultores y poetas, Ariosto, Miguel Angel, Rafael, Corregio, patrocinados por Cosme y Lorenzo el Magnífico y el gran Leon X de Medicis: Garcilaso, Fray Luis de Leon, Mariana, Cervantes, bajo el glorioso reinado de los Reyes Católicos, el Emperador y los primeros Felipes; Molière, Racine, Bossuet á la sombra del Gran rey Luis XIV, rutilantes planetas que, cual en torno de un sol, parece se agrupan en derredor de la gloriosa política, como si necesitasen de su brillo para reflejar sus fulgores, ó de su poderosa atraccion para girar en órbitas regulares con acordados movimientos de armonía. Dejando á un lado este fenómeno con las deducciones que de él pudieran desprenderse, bien podemos ahora inquirir aquella diferencia característica de los tiempos antiguos y modernos, que nos explique la correspondiente diversidad, tan notable entre el espíritu de los pasados y presentes historiadores. Aquellos, siempre incomparables por su buen gusto, las gracias de su imaginacion y su magnificencia de estilo, habian hecho progresos muy mezquinos en las ciencias morales, é ignoraban los mas sencillos axiomas de la política, la legislacion y la economía social. Los Griegos, aislados entre los pueblos, miraban como bárbaros aun á sus Romanos conquistadores; y tomando estos á la vez de aquellos todos los preceptos de su literatura y los principios de su filosofía, resultó como necesaria consecuencia que, imitándose á sí mismos hasta lo infinito, se distinguieron sus producciones por su eterna uniformidad y la estrechez de sus conceptos. ¿Qué filosofía podía existir donde toda nocion, toda ciencia ó arte era griega y romana? La elevacion y el espacio son necesarios para la comparacion de las partes y la completa concepcion del todo, es decir, para generalizar y abstraer; mientras que ellos solo veian hechos y casos particulares, circunstancias accidentales y locales: las analogías les suministraban leyes generales. Veian al hombre en una condicion particular del estado social en que vivian: las revoluciones sociales y las formas políticas las estudiaban tales cuales á su espíritu se presentaban en una reducida porcion del territorio, que para ellos constituia el orbe entero, pero nunca juzgaron del hombre como hombre, ni del gobierno como gobierno en toda su latitud. El despotismo exclusivista de los Césares, su egoista sistema de centralizacion, que todo lo absorbia, que todo lo romanizaba, leyes, costumbres, religion, aumentó aquella terrible calamidad: la uniformidad de las producciones del entendimiento, la parálisis de la civilizacion. Para verificar un cambio completo y necesario, para infundir el espíritu de vida y de progreso á aquella decrépita civilizacion, fué preciso el concurso de poderosos agentes. Fué el primero de ellos el cristianismo, que conmovió aquel cuerpo membrudo y voluminoso, pero inerte, ha

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