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Velven á la
Habana.

Situacion an.

Tal era la vida de los dos jesuitas en la Habana, cuando llegó a ella el adelantado D. Pedro Melendez de Ariles, que era tambien goberna. dor de aquella plaza. Informado de la venida de los misioneros y de la muerte del padre Pedro Martinez por los marineros, que de entre las manos de los bárbaros habian huido en la lancha; partió luego de S. Agustin para conducirlos con seguridad á la Florida. Los dos compañeros, como no puede la robustez del cuerpo corresponder al fuego y actividad del espíritu, se habian pocos dias ántes rendido al peso de sus gloriosas fatigas. Enfermaron los dos de algun cuidado. La continua asistencia y cuidado de lo mas florido de la ciudad, y especialmente de D. Pedro Melendez Marquez, mostró bien cuanto se interesaban en la vida y salud de uno y otro. Habíanse un poco restablecido, y luego trataron de pasar á su primer destino. Ellos habian hallado en los pechos de aquellos ciudadanos unos corazones muy dóciles á sus piadosos consejos. La semilla evangélica poco ántes sembrada, comenzaba á apa. recer, y se lisongeaban, no sin razon, con la dulce esperanza de ver florecer y fructificar cada dia mas aquella viña en cristianas y heroicas virtudes. Los habitadores del pais pretendieron por mil caminos impedir la partida. Ofreciéronles casa, obligándose á mantenerlos con sus limosnas, mientras se les proporcionaba un establecimiento cómodo. Un espíritu débil habria encontrado motivos de evidente utilidad para preferir prudentemente un provecho cierto, á una suerte tan dudosa. Nuestros padres no creyeron suficientes estas solidísimas razones para dispensarse, ó para interpretar la voz del superior. Por otra parte, en los aplausos, en la estimacion, en la abundancia de aquel pais, no hallaban aquella porcion prometida á los partidarios del Redentor, que es alguna parte de su cruz, en abstinencia, en tribulacion y abatimiento.

Ya que no habian podido conseguir los ciudadanos de la Habana que se quedasen en su ciudad los padres, mostraron su agradecimiento proveyéndoles abundantemente de todo lo necesario, y con la promesa de que creciendo en sugetos la vice-provincia que se intentaba fundar, serian atendidos los primeros: los dejaron salir, acompañándolos no sin tigua del pais. dolor hasta las playas. La navegacion fué muy feliz en compañía del adelantado. En la Florida, donde llegaron á principios del año de1567, con parecer del gobernador D. Pedro Melendez, se repartieron en diversos lugares. Me parece necesario antes de pasar mas adelante, dar aquí alguna noticia breve de la situacion de estas regiones, pa

ra la clara inteligencia de lo que despues habremos de decir. Bajo el nombre de Florida se comprendia antiguamente mucho mas terreno que en estos últimos tiempos. Esto dió motivo á Monsieur Moreri para calumniar á los españoles de que daban á la Florida mucha mayor estension de la que tenia en realidad. Pero á la verdad, por decir esto de paso, ni Janson, ni With, ni Arnaldo, Colon, Bleate, ni Gerard, ni Ortelio, ni Franjois, ni Echard, son españoles; y sin embargo, todos estos comprenden bajo el nombre de Florida á la Louisiana, y una gran parte de la Carolina, y aun los dos últimos la estienden desde el rio Pánuco hasta el de S. Mateo, que quiere decir toda la longitud del golfo mexicano, y desde el cabo de la Florida, que está en 25 grados de latitud boreal, hasta los 38. Generalmente hoy en dia por este nombre no entendemos, sino la Florida española, 6 una Península desde la embocadura del rio de S. Mateo en la costa oriental, hasta el presidio de Panzacola ó rio de la Moville, por otro nombre de los Alibamovs en la costa septentrional del Seno mexicano. En esta estension de pais, ó poco mas, tenian los españoles cuatro principales presidios. Dos en la costa oriental: conviene á saber, Santa Elena y S. Agustin. En la costa occidental el de Cárlos, y veinte leguas mas adelante al Noroeste, la ciudad de Teguexta, llamada vulgarmente Tegesta, con el nombre de la provincia en nuestras cartas geográficas. La de Santa Elena, era antigua poblacion de que desposeyó á los franceses D. Pedro Melendez de Avilés. La de S. Agustin la habia fundado él mismo, y se aumentó considerablemente despues que por fuerza de un tratado hecho con la Francia, pareció necesario despoblar á Santa Elena. Sobre la provincia y fuerte de Cárlos, debemos advertir que ha habido en la Florida cuatro presidios ó poblaciones del mismo nombre. El primero que arriba hemos citado, se llamó Charlefort, y lo fundó Juan Ribaut con este nombre, en honor de su rey Cárlos IX. Dos años despues Renato Laudonier, fundó otro presidio con nombre de Carolino. El primero estuvo situado junto á la embocadura del rio Maio, que suele notarse en los antiguos mapas como el límite de la division, entre franceses y españoles. El segundo estuvo adelante del presidio de Santa Elena, junto al rio que hoy se llama Coletoni, y un poco mas al Sur, de donde hoy está Charles-town. Estos dos fuertes estuvieron en la costa oriental. La provincia de Cárlos que dió su nombre al fuerte de los españoles, se llamó así en honra del cacique que la gobernaba y que habia muerto pocos años antes del arribo de TOMO I.

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Ministerios en Florida.

nuestros misioneros. Algunos piensan que este reyezuelo se llamaba Caulus, de donde con poca alteracion los españoles lo llamaron Carlos. Otros creen haberse este cacique bautizado en fuerza de la predicacion de algunos misioneros que allí envió Cárlos V, como dejamos escrito, y que en memoria de este príncipe se le puso el nombre de Cárlos, como á su sucesor se le impuso despues el de Felipe. Sea como fuere, es constante que la apelacion con que se conocia el cacique, la provincia, el fuerte y la bahía, que hasta ahora lo conserva, es muy anterior á la venida de D. Pedro Melendez; y que aunque haya sido fundador del presidio, no pudo, como piensa el padre Florencia, haberle dado este nombre en honor de Cárlos V; pues cuando vino este gobernador á la Florida, ya habia 7 años que habia muerto, y 9, que con un inaudito ejemplo de generosidad se habia en vida enterrado en los claustros del monasterio de Yuste aquel incomparable príncipe.

town.

Finalmente, tiene tambien de Cárlos II, rey de la gran Bretaña, el nombre de Carolina, una vasta region de nuestra América, que contiene parte de la antigua Florida, de la cual se apoderaron los ingleses por los años de 1662, y á cuya capital situada junto á la embocadura del rio Cooper, dieron en memoria del príncipe el nombre de CharlesEsto baste haber notado, para que no se confundan estos nombres, mucho mas en el presente sistema, en que, no habiendo ya quedado á los españoles ni á los franceses por el tratado de las últimas paces, parte alguna en la Florida, ni en su vecindad, seria muy fácil con los nuevos nombres, que acaso irán tomando estas provincias bajo la dominacion británica, olvidarse los antiguos límites, 6 la antigua geografia política de estas regiones.

El padre Juan Rogel, quedó en el presidio de Cárlos, y el hermano Villa Real, pasó á la ciudad de Teguexta, poblacion grande de indios aliados, y en que habia tambien alguna guarnicion de españoles para aprender allí la lengua del pais, y servir de catequista al padre en la conversion de los gentiles. Entretanto, por medio de algunos intérpretes, no dejaban de predicarles y esplicarles los principales artículos de nuestra religion, convenciendo al mismo tiempo de la vanidad de sus ídolos y las groseras imposturas de sus Javvas 6 falsos sacerdoEstos eran despues de los Paraoustis ó caciques, las personas de mayor dignidad. Los hacia respetables al pueblo, no solo el ministerio de los altares, sino tambien el ejercicio de la medicina de que solos hacian profesion. No se tomaba resolucion alguna de consecuen

tes.

cia entre ellos, sin que los Javvas tuviesen una parte muy principal en el público consejo. Es fácil concebir cuán aborrecibles se harian desde luego los predicadores de la verdad á estos ministros del infierno. Muy presto comenzaron los siervos de Dios á esperimentar entre muchas otras penalidades, los efectos del furor de los bárbaros, instigados de sus inicuos sacerdotes.

Frente de una pequeña altura donde estaba situado el fuerte de Cárlos, habia otra en que tenian un templo consagrado á sus ídolos. Consistian estos en unas espantosas máscaras de que vestidos los sacerdotes, bajaban al pueblo situado en un valle que dividia los dos collados. Aquí, como en forma de nuestras procesiones, cantando por delante las mugeres ciertos cánticos, daban por la llanura varias vueltas, y entre tanto salian los indios de sus casas, ofreciéndole sus cultos, y danzando, hasta que volvian los ídolos al templo. Entre muchas otras ocasiones, en que habian hecho, no sin dolor, testigos á los españoles y al padre de aquella ceremonia sacrílega, determinaron un dia subir al fuerte de los españoles, y pasear por allí sus ídolos, como para obligarlos á su adoracion, ó para tener en caso de ultrage algun motivo justo de rompimiento, y ocasion para deshacerse principalmente, como despues confesaron algunos, del ministro de Jesucristo. El padre lleno de celo los reprendió de su atentado, mandándolos bajar al valle; pero ellos que no pretendian sino provocarlo y hacerlo salir fuera del recinto de la fortaleza, porfiaron en subir, hasta que advertido el capitan Francisco Reinoso, bajó sobre ellos, y al primer encuentro de un golpe con el revez de la lanza, hirió en la cabeza uno de los ídolos 6 enmascarados sacerdotes. Corren los bárbaros en furia á sus chozas, ármanse de sus macanas y botadores, y vuelven en número de cincuenta ó poco ménos al fuerte; pero hallando ya la tropa de los españoles puesta sobre las armas, hubieron de volverse sin intentar subir á la altura.

Entretanto el hermano Villa Real en Teguexta, hacia grandes progresos en el idioma de aquella nacion, y en medio de unos indios mas dóciles, no dejaba de lograr para el cielo algunas almas. Bautizó algunos párvulos, confirmó en la fé muchos adultos, y aun dió tambien á algunos de estos el bautismo. Entre otros, le fué de singular consuelo, el de una muger anciana cacique principal, en quien con un modo par. ticular quiso el Señor mostrar la adorable Providencia de sus juicios en la eleccion de sus predestinados. O fuese efecto de la enfermedad,

6 singular favor del cielo, le pareció que veia ó vió en realidad un jardin deliciosísimo, y á su puerta el mismo hermano, que bautizándola, se la abria y le daba franca entrada. Lo llamó: refirióle llena de júbilo lo que acababa de ver. Pareció de una suma docilidad á las instrucciones del buen catequista, que comprendia con prontitud, y bautizada con un inmenso gozo, partió luego de esta vida á las delicias de la eterna. En esta continua alternativa de sustos y fatigas temporales, y de espirituales consuelos, habian pasado ya un año los soldados de Cristo; sin embargo, al cabo de este tiempo no se veia crecer sino muy poco el rebaño del buen pastor. Habianse plantado algunas cruces grandes en ciertos lugares para juntar cerca de aquella victoriosa señal los niños y los adultos, é instruirlos en los dogmas católicos. Adultos se bautizaban muy pocos, y los mas volvian muy breve, con descré. dito de la religion al gentilismo. Los niños pocos que se juntaban á cantar la doctrina, no repetian otras voces, que las que les sugeria la necesidad y la hambre. El padre Juan Rogel para acariciarlos, les repartió por algun tiempo alguna porcion de maiz, con que informado de los trabajos de aquella mision, le habia socorrido el Illmo. Sr. obispo de Yucatán, D. Fr. Francisco del Toral, del órden seráfico. En este intervalo, concurrian los indizuelos en gran número. Acabado el maiz, acabó tambien aquella interesada devocion. En medio de tantos desconsuelos, un tenue rayo de esperanza animaba á los misioneros al trabajo. Habíase descubierto no se qué conjuracion, que tramaba contra los españoles el cacique D. Cárlos, por lo cual pareció necesario hacerlo morir prontamente. Succedióle otro cacique mas fiel para con nuestra nacion, y tomando el nombre de D. Felipe, dió grandes esperanzas, de que en volviendo de España el adelantado, se bautizaria con toda su familia, y haria cuanto pudiera para traer toda la nacion al redil de la Iglesia. Oía entretanto las exhortaciones é instrucciones del padre; pero muy en breve mostró cuanto se podia contar sobre sus repetidas promesas. Intentó casarse con una hermana suya. El padre mirándolo en cualidad de catecúmeno, le representó con energía cuán contrario era esto á la santidad de nuestra religion, que deberia, segun habia dicho, profesar muy en breve. Respondió friamente, que en bautizándose repudiaria á su hermana, que entretanto no podia dejar de acomodarse á la costumbre del pais, en cuyas leyes aquel género de matrimonio, no solo era permitido, pero aun se juzgaba necesario. Pareció conducente al padre Rogel, hacer

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