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viage á la Habana, para recoger algunas limosnas, y procurarles tambien el necesario socorro á los soldados, que con la ausencia de D. Pedro Melendez, padecian cuasi las mismas necesidades que los indios. Partió en efecto bien seguro de la generosidad de aquellas gentes que habia esperimentado bastantemente.

vo socorro de misioneros.

Con los informes de D. Pedro Melendez en España, donde habia Envíase nuellegado á fines del año de 67, y con la noticia de la muerte del padre Pedro Martinez, en vez de enfriarse los ánimos, creció en los predica. dores del Evangelio el deseo de convertir almas y derramar por tan bella causa la sangre. Señaló S. Francisco de Borja seis, tres padres y tres coadjutores, que fueron los padres Juan Bautista de Segura, Gon. zalo del Alamo y Antonio Sedeño; y los hermanos Juan de la Carre. ra, Pedro Linares y Domingo Augustin, por otro nombre Domingo Vaez, y algunos jóvenes de esperanzas que pretendian entrar en la Compañía, y quisieron sujetarse á la prueba de una mision tan traba. josa. Mandóles el santo general, que estuviesen á las órdenes del pa. dre Gerónimo Portillo, destinado provincial del Perú, que entónces residia en Sevilla. Por su órden constituido vice-provincial el padre Juan Bautista de Segura, se hizo con sus compañeros á la vela del puerto de S. Lúcar el dia 13 de marzo de 1568. A los ocho dias de una feliz navegacion llegaron á las islas Canarias. Habia allí llega do el año antes su Illmo. obispo D. Bartolomé de Torres, hombre igualmente grande en la santidad y erudicion: habia traido consigo al padre Diego Lopez, varon apostólico, que con su vida ejemplar, con su cristiana elocuencia, á que en presencia del santo prelado y de todo el pueblo, habia cooperado el Señor con uno ú otro prodigio, se habia merecido la estimacion y los respetos de aquellas piadosas gentes. El dia 1.o de febrero de este mismo año de 68, acababa de morir en su ejercicio pastoral, visitando su diócesis el celosísimo obispo, dejando á su grey como en testamento un tiernísimo afecto á la Compañía, á quien para la fundacion de varios colegios en las islas, habia destinado lo mejor y mas bien parado de sus bienes. Los isleños, que como en prendas de la fundacion habían hecho piadosa violencia al padre Lopez para no dejarle salir de su pais, viendo llegar con su nueva mision al padre Segura, los recibieron con las mas sinceras demostraciones de veneracion y de ternura. Pasaron aquí ayudando al padre Diego Lopez el resto de la cuaresma; y celebrados devotísimamente con grande fruto de conversiones los misterios de nuestra redencion, se

Parte el padre
Segura con

na.

hicieron á la vela, y despues de una breve detencion en Puerto Rico, llegaron con felicidad al puerto de S. Agustin á los 19 de junio de 68. Vino luego de la Habana el padre Rogel, quien como el adelantado tuvo la mortificacion de ver arruinados todos sus proyectos. El presidio de Tacobaga, al Owest de Santa Elena y 50 leguas del Cárlos, estaba todo por tierra, muertos los presidiarios. En el Teguexta, irritados los indios de la violenta muerte que habian dado los españoles á un tio del principal cacique, habian desahogado su furia contra las cruces, habian quemado sus chozas, y apartándose monte á dentro, donde impedidos los conductos por donde venia la agua al presidio, reducidas á los últimos estremos la guarnicion, fué necesario pasarla á mejor sitio en el de Santa Lucía, donde habian quedado trescientos hombres, fueron todos consumidos de la hambre, viéndose, como sabemos por algunas relaciones, (aunque no las mas propicias á la corona de España) reducidos á la durísima necesidad de alimentarse de las carnes de sus compañeros, manjar infame y mucho mas aborrecible que la hambre y que la muerte misma. Lo mismo habia acontecido en S. Mateo. Solo habian quedado en pié los presidios de S. Agustin y de Cárlos. Presentáronse al general los soldados todavía en algun número; pero pálidos, flacos, desnudos, al rigor de la hambre y del frio, y que muy en breve hubieran tenido el triste fin de sus compañeros. Aplicáronse los padres á procurarles todo el consuelo que pedia su necesidad, se les proveyó de vestido y de alimento, y atraidos con estos temporales beneficios, fué fácil hacerles conocer la mano del Señor que los afligia, y volverse á su Magestad por medio de la confesion con que se dispusieron todos para ganar el Jubileo que se promulgó inmediatamente.

Dados con tanta gloria del Señor y provecho de las almas, estos sus compañe. primeros pasos, reconoció el vice-provincial, así por su propia esperos á la Haba- riencia, como por los informes del padre Juan Rogel que no podia perseverar allí tanto número de misioneros, sin ser sumamente gravosos á los españoles ó á los indios amigos que apenas tenian lo necesario para su sustento. Determinó, pues, partir á la Habana á disponer allí mejor las cosas, dejando en Sutariva, pueblo de indios amigos, cercano á Santa Elena, al hermano Domingo Agustin para aprender la len. gua, y en su compañía al jóven pretendiente Pedro Ruiz de Salvatierra. Nada parecia mas conveniente al padre Juan Bautista de Segura que procurar algun establecimiento á la Compañía en la Habana. La

vecindad á la Florida, la frecuencia con que llegan á aquel puerto armadas de la Nueva-España, de las costas de Tierra Firme, y de todas las islas de Barlovento, la multitud de los españoles é isleños cristianos y cultos que poblaron aquel pais, y el grande número de esclavos que allí llegan frecuentemente de la Etiopia, y lo principal, la comodidad de tener allí un seminario ó colegio para educar en letras y constumbres cristianas á los hijos de los caciques floridanos, abrian un campo dilatado en que emplearse muchos sugetos con mucha gloria del Señor. El pensamiento era muy del gusto del adelantado, que prometió concurrir de su parte para que S. M. aprobase y aun concurriese de su real erario á la fundacion del colegio. Interin la piedad de aquellos ciudadanos habia proveido á los padres de casa en que vivir, aunque con estrechura, vecina á la iglesia de S. Juan, que se les concedió tambien para sus saludables ministerios.

Aquí entregados en lo interior de su pobre casa á todos los ejercicios de la perfeccion religiosa, llenaron muy en breve toda la ciudad del suave olor de sus virtudes. No se veian en público sino trabajando en la santificacion de sus próximos. A unos encargó el padre vice-provincial la escuela é instruccion de los niños, principalmente indios hijos de los caciques de todas las islas vecinas, en cuya compañía no se desdeñaban los españoles de fiar los suyos á la direc. cion de nuestros hermanos. Otros se dedicaron á esplicar el catolicismo, é instruir en la doctrina cristiana á los negros esclavos, trabajo obscuro á los ojos del mundo, pero de un sumo provecho y de un sumo mérito. Unos predicaban en las plazas públicas, despues de haber corrido las calles cantando con los niños la doctrina. Otros se encargaron de predicar algunos dias seguidos en los cuarteles de los soldados, y despues en las cárceles, ni dejaban por eso de asistir en los hospitales. El padre Segura, como en la dignidad, así en la humildad y en el trabajo excedia á todos, y hubiera muy luego perdido la salud á los excesos de su actividad y de su celo, si el Illmo. Sr. D. Juan del Castillo, dignísimo obispo de aquella diócesis, no hubiera moderado su fervor, mandándole solo se encargase de los sermones de la parroquial. El fruto de estos piadosos sudores, no podemos esplicarlo mejor que con las palabras mismas de la carta anual de 69, en que se dice así á S. Francisco de Borja, entonces general.,,Si todo lo que „resultó del empleo de los nuestros en la Habana, se hubiera de re,, ferir por menudo, pediria propia historia y larga relacion, y aunque

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,,fuera contándolo con límite, pareceria superior á todo crédito. Solo ,,diré á V. P. M. R. que habia ya personas tan aficionadas al trato ,,con Dios y á la oracion mental, exámen de conciencia y ejercicios, ,,de mortificacion, que en cuasi todas las cosas se guiaban por las cam,,panas de la Compañía, ajustando en cuanto podian su modo de vi,,vir con el nuestro."

Por mucho que signifique esta sencilla espresion el provecho espiritual que se hacia en los españoles, era incomparablemente mayor el de los indios. Era un espectáculo de mucho consuelo, y que arran. caba á los circunstantes dulcísimas lágrimas ver en las principales solemnidades del año de ciento en ciente los catecúmenos, que instruidos cumplidamente de los misterios de nuestra santa fé, y apadrinados de los sugetos mas distinguidos de la ciudad, lavaban por medio del bautismo las manchas de la gentilidad en la sangre del Cordero. Habíase encomendado al hermano Juan Carrerra la instruccion de tres jóvenes hijos de principales caciques de las islas vecinas: eran los tres de vivo ingenio, y dotados de una amable sinceridad acompañada de una suavidad y señorío, que hacia sentir muy bien, aun en medio de su bárbara educacion, la nobleza de su orígen. A poco tiempo suficientemente doctrinados, instaron á lo padres, empeñándolos con el Sr. obispo, para ser admitidos al bautismo. Quiso examinarlos por sí mismo el ilustrísimo, y hallándolos muy capaces, señaló la festividad mas cercana en que su señoría pretendia autorizar la funcion echándoles el agua. El plazo pareció muy largo á los fervorosos catecúmenos. Instaron, lloraron, no dejaron persona alguna de respeto que no empeñasen para que se les abreviase el término. Causó esto alguna sospecha al prudente prelado, y de acuerdo con el gobernador y los padres, determinó probar la sinceridad de su fervor mandando que en un barco que estaba pronto á salir á dichas islas, embarcasen repentinamente á los tres jóvenes. Ejecutóse puntualmente la órden; pero fueron tan tiernas las quejas, tan sinceras las lágrimas, tal la divina elocuencia y energía de espíritu de Dios con que hablaron y suplicaron á los enviados del Sr. obispo, que enternecido este, conoció la gracia poderosa que obraba en aquellos devotos mancebos, que dentro de muy pocos dias, siendo padrinos el gobernador, y dos de las personas mas distinguidas de la ciudad, los bautizó por su propia mano con grande pompa, edificacion y espiritual consuelo de todos los que asistieron á este devotísimo espectáculo.

La serie del suceso mostró bien cuanto podemos congeturar las miras altísimas de la Providencia, y el cuidado particular con que velaba, digámoslo así, sobre las almas de aquellos tres neófitos. Los dos menos principales el mismo dia que habian nacido á Dios en el bautismo, tocados de una enfermedad, dieron muy en breve sus almas al Criador. Quedó de este golpe sumamente mortificado D. Pedro Melendez, á cuya conducta los habian fiado sus padres, y temiendo que aquellos bárbaros, la gente mas cabilosa del mundo, no lo culpase ó de negligente ó de pérfido; con estos pensamientos determinó que el tercero, que era el principal, y á cuyo padre se daba el título de rey, se embarcase luego y diese la vuelta á su pátria; pero el Señor tenia sobre él mas altos designios. Luego que supo esta resolucion el generoso jóven, pidió á Dios instantemente, que antes de esponerlo á semejante peligro lo sacase del mundo. En esta oracion se ejercitó por algunos dias con tan viva confianza, que hablándole de su próximo viage el hermano Juan de la Carrera, no tengas cuidado de esto le replicó. Los hombres se cansan en valde. Yo estoy cierto que no he de volver á ver en este mundo á mis padres, porque muy breve iré á ver á Dios en el cielo. En efecto, enfermo dentro de pocos dias, y á pesar de todos los esfuerzos de la medicina, que con liberalidad le proveyó el adelantado, el mismo dia destinado para el embarque arribó felicísimamente al puerto de la salud. El gobernador para poner su crédito á cubierto de toda sospecha con su padre, determinó hacerle unas exequias correspondientes á su noble, aunque bárbaro nacimiento, y al amor de toda la ciudad que le habia conciliado su mérito. Asistió acompañado de todos los regidores y de los oficiales de mar y tierra, como tambien el Sr. obispo con todo su clero. Fueron testigos de estos honores muchos indios de todas las islas vecinas que habia entonces en la Habana, y satisfechos de esta honra, concurrieron despues tantos otros, que segun se dice en la annua, no les bastaba á los padres el tiempo para instruirlos, y proveerles á costa de su necesidad, de sustento y hospedage.

En medio de tan gloriosas fatigas, el padre Juan Bautista de Segu- Vuelven alra, tenia siempre vueltos los ojos á la Florida, y tomaba sus me- Florida. gunos á la didas para pasar cuanto antes á promulgar el Evangelio. Pareciéndole tiempo, dejó en la Habana al padre Juan Rogel para ejércitar los ministerios, y con él á los hermanos Francisco Villa Real, Juan de la Carrera y Juan de Salcedo, para cuidar de lo temporal y de la ins

TOMO I.

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