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Exito de D. Luis. Descripcion de la Nueva España, y particular de México. Breve relacion de la Colegiata de Guadalupe. Primeras noticias de la Compañía en la América. D. Vasco de Quiroga pretende traer á los jesuitas. Escribe la ciudad al rey, y este á S. Borja. Señálanse los primeros fundadores, y vela en su conservacion la Providencia. Consecuencias de la detencion en Sevilla. Embárcanse dia de S. Antonio en 1572. Arribo á Canarias y á Ocoa. Acojida que se les hizo en Veracruz la antigua. Su viaje á la Puebla. Pretende esta ciudad detenerlos y pasan á México al hospital. Triste situacion de la juventud mexicana. Preséntanse al virey: Resistense á salir del hospital, y enferman todos. Elogio del padre Bazan y sus honrosas exequias. Primeros ministerios en México, y donacion de un sitio. Sentimiento del virey y composicion de un pequeño pleito. Sobre Cannas. Religiosa caridad de los padres predicadores. Generosidad de los indios de Tacuba. Resolucion de desamparar la Habana. Representacion al rey. Limosnas y ocupaciones en México. Dedicacion del primer templo. Ofrece la ciudad mejor sitio. Carácter del Sr. Villaseca. Pretende entrar en la Compañía D. Francisco Rodriguez Santos, y ofrece caudal y sitio. Primeros novicios, y primeros fondos del colegio máximo. Fundacion del Seminario de S. Pedro y S. Pablo. Muerte de S. Francisco de Borja. Va á ordenarse á Páztcuaro el hermano Juan Curiel. Su ejercicio en aquella ciudad. Orden del rey para que no salgan de la Habana los jesuitas. Pretende misioneros el Sr. obispo de Guadalajara. Sus ministerios. Pasan á Zacatecas que pretende colegio. Parte á Zacatecas el padre provincial, y vuelve á México. Nueva recluta de misioneros. Estudios menores, y fundacion de nuevo Seminario. Fundacion del colegio de Páztcuaro. Descripcion de aquella provincia. Pretension de colegio en Oaxaca. Contradiccion y su feliz éxito. Breve noticia de la ciudad y el obispado. Historia de la Santa Cruz de Aguatulco. Fabrica del colegio maximo. Mision á Zacatecas. Peste en México. En Michoacán. Muerte del padre Juan Curiel. Muerte del padre Diego Lopez. Donacion del Sr. Villaseca, y principio de los estudios mayores.

Por los años de 1512, Juan Ponce de Leon, saliendo de S. German de Breve noticia del descubri- Portorico, se dice haber sido el primero de los españoles que descubrio miento y con la península de la Florida. Dije de los españoles, porque ya antes desFlorida. de el año de 1496, reinando en Inglaterra Enrique VII se habia teni

quista de la

do alguna, aunque imperfecta, noticia de estos paises. Juan Ponce echo ancla en la bahía que hasta hoy conserva su nombre á 25 de abril, justamente uno de los dias de pascua de resurreccion, que llamamos vulgarmente pascua florida. O fuese atencion piadosa á la circunstan cia de un dia tan grande, ó alusion á la estacion misma de la primavera, la porcion mas bella, y mas frondosa del año á la fertilidad de los campos, que nada debian á la industria de sus moradores, ó lo que parece mas natural al estado mismo de sus esperanzas, él le impuso el nombre de Florida. Esto tenemos por mas verosímil que la opinion de los que juzgan haberle sido este nombre. irónicamente impuesto por la suma esterilidad. Todas las historias y relaciones modernas publican lo contrario, y si no es la esterilidad de minas, que aun el dia de hoy no está suficientemente probada, no hallamos otra que en el espíritu de los primeros descubridores pueda haber dado lugar á la pretendida antifrasis.

Como el amor de las conquistas y el deseo de los descubrimientos era, digámoslo así, el carácter de aquel siglo, muchos tentaron sucesivamente la conquista de unas tierras que pudieran hacer su nombre tan recomendable á la posteridad, como el de Colon 6 Magallanes. En efecto, Lucas Vazquez de Ayllon, oidor de Santo Domingo por los años de 1520, y Panfilo de Narvaez, émulo desgraciado de la fortuna de Cortés por los de 1528, emprendieron sujetar á los dominios de España aquellas gentes bárbaras. Los primeros, contentos con haberse llevado algunos indios á trabajar en las minas de la isla española, desampararon luego un terreno que verosímilmente no prometia encerrar mucho oro y mucha plata. De los segundos no fué mas feliz el éxito; pues ó consumidos de enfermedades en un terreno cenagoso y un clima no esperimentado, ó perseguidos dia y noche de los transitadores del pais, acabaron tristemente, fuera de cuatro, cuya aventura tendrá mas oportuno lugar en otra parte de esta historia. Mas venturoso que los pasados, Hernando de Soto, despues de haber dado muestras nada equívocas de su valor y conducta en la conquista del Perú, pretentendió y consiguió se le encomendase una nueva espedicion tan importante. Equipó una armada con novecientos hombres de tropa, y trescientos y cincuenta caballos, con los cuales dió fondo en la bahía del Espíritu Santo el dia 31 de mayo de 1539. Cárlos V, mas deseoso de dar nuevos adoradores á Jesucristo, que nuevos vasallos á su corona, envió luego varios religiosos á la Florida á promulgar el evan.

Pide el rey ca -
tólico á San

Francisco de
Borja algu

nos misione

ros.

gelio; pero todos ellos fueron muy en breve otras tantas víctimas de su celo, y del furor de los bárbaros. Subió algunos años despues al trono de España Felipe II, heredero no menos de la corona que de la piedad, y el celo de su augusto padre. Entre tanto los franceses, conducidos por Juan Ribaud, por los años de 1562 entraron á la Florida, fueron bien recibidos de los bárbaros, y edificaron un fuerte á quien del nom. bre de Carlos IX, entónces rcinante, llamaron Charlefort. Para des. alojarlos fué enviado del rey católico el adelantado D. Pedro Melendez de Aviles, que desembarcando á la costa oriental de la península el dia 28 de agosto dió nombre al puerto de S. Agustin, capital de la Florida española. Reconquistó á Charlefort, y dejó alguna guarnicion en Santa Helena y Tecuesta, dos poblaciones considerables de que algunos lo hacen fundador.

Dió cuenta á la corte de tan bellos principios, y Felipe II, como para mostrar al cielo su agradecimiento, determinó enviar nuevos misioneros que trabajasen en la conversion de aquellas gentes. Habiase algunos años antes confirmado la Compañía de Jesus, y actualmente la gobernaba S. Francisco de Borja, aquel gran valido de Cárlos V y espejo clarísimo de la nobleza española. Esta relacion: fuera de otras muchas razones, movió al piadoso rey para escribir al general de la Compañía, una espresiva carta con fecha de 3 de mayo de 1566, enque entre otras cosas, le decia estas palabras: „Por la buena relacion que tenemos de las personas de la Compañía, y del mucho fruto que han hecho y hacen en éstos reinos, he deseado que se dé órden, como algunos de ella se envien á las nuestras Indias del mar Occéano. Y porque ca da dia en ellas crece mas la necesidad de personas semejantes, y nuestro Señor seria muy servido de que los dichos padres vayan á aquellas partes por la cristiandad y bondad que tienen, y por ser gente á propósito para la conversion de aquellos naturales, y por la devocion que tengo á la dicha Compañía, deseo que vayan á aquellas tierras algunos de ella. Por tanto, yo vos ruego y encargo que nombreis y mandeis ir á las nuestras Indias, veinticuatro personas de la Compañía adonde les fuere señalado por los del nuestro consejo, que sean personas doctas, de buena vida y ejemplo, y cuales juzgáredes convenir para semejante empresa. Que demas del servicio que en ello á nuestro Señor hareis, yo recibiré gran contentamiento, y les mandaré proveer de todo lo necesario para el viage, y demas de eso aquella tierra donde fueren, recibirá gran contentamiento y beneficio con su llegada."

Recibida esta carta que tanto lisongeaba el gusto del santo general, Señálase é impídese cl aunque entre los domésticos no faltaron hombres de autoridad, que juz- viage. garon debia dejarse esta espedicion para tiempo en que estuviera mas abastecida de sugetos la Compañía; sin embargo, se condescendió con la súplica del piadosísimo rey, señalándose, ya que no los veinticuatro, algunos á lo menos, én quienes la virtud y el fervor supliese el número. Era la causa muy piadosa y muy de la gloria del Señor, para que le faltasen contradicciones. En efecto, algunos miembros del real consejo de las Indias se opusieron fuertemente á la mision de los jesuitas por razones que no son propias de este lugar. El rey pareció rendirse á las representaciones de su consejo; pero como prevalecia en su ánimo el celo de la fé, á todas las razones de estado, ó por mejor decir, como era del agrado del Señor, que tiene en su mano los corazones de los reyes, poca causa bastó para inclinarlo á poner resueltamente en ejecucion sus primeros designios. Llegó á la corte al mismo tiempo el adelantado D. Pedro Melendez, hombre de sólida piedad, muy afecto á la Compañía y á la persona del santo Borja, con quien, siendo en España vicario general, habia hablado muchas veces en este asunto. Su presencia, sus informes y sus instancias disiparon muy en breve aquella negra nube de especiosos pretestos, y se dió órden para que en primera ocasion pasasen á la Florida los padres. De los señalados por S. Francisco de Borja, escogió el consejo tres, y no sin piadosa envidia de los demas: cayó la eleccion sobre los padres Pedro Martinez y Juan Rogel, y el hermano Francisco de Villareal.

Insta D. Pe.

dro Melendez y lo consigue.

tres misione

ros.

Causó esto un inmenso júbilo en el corazon del adelantado; pero tu- Embárcanse vo la mortificacion de no poderlos llevar consigo á causa de no se qué detencion, El 28 de junio de 1566 salió del puerto de S. Lúcar para Nueva-España una flota, y en ella á bordo de una urca flamenca nuestros tres misioneros. Navegaron todos en convoy hasta la entrada del Seno mexicano, donde siguiendo los demas su viage, la urca mudó de rumbo en busca del puerto de la Habana. Aquí se detuvieron algunos dias mientras se hallaba algun práctico que dirigiese lu navegacion á S. Agustin de la Florida. No hallándose, tomaron los flamencos por escrito la derrota, y se hicieron animosamente á la vela. O fuése mala inteligencia, ó que estuviese errada en efecto en la carta náutica que seguian la situacion de los lugares, cerca de un mes anduvieron vagando, hasta que á los 24 de setiembre, como á 10 leguas Arriban á u. de la costa, dieron vista á la tierra entre los 25 y 26 grados al West cógnita Томо 1.

3

'na costa in

de la Florida.

Ignorantes de la costa, pareció al capitan enviar algunos en la lancha, que reconociesen la tierra y se informasen de la distancia en que se hallaban del puerto de S. Agustin, ó del fuerte de Cárlos. Era demasiadamente arriesgada la comision, y los señalados, que eran nueve flamencos, y uno ó dos españoles, no se atrevieron á aceptarla sin llevar en su compañía al padre Pedro Martinez; oyó éste la propuesta, y llevado de su caridad, la aceptó con tanto ardor, que saltó el primero en la lancha, animando á los demas con su ejemplo y con la extraordinaria alegría de su semblante. Apenas llegó el esquife á la playa, cuando una violenta tempestad turbó el mar. Disparáronse de la barca algunas piezas para llamarlo á bordo; pero la distancia, los continuos truenos y relampagos, y el bramido de las olas, no dejaron percibir los tiros, ni aunque se oyesen seria posible fiarse al mar airado en un barco tan pequeño sin cierto peligro de zozobrar. Doce dias andubo el padre errante con sus compañeros por aquellas desiertas playas con no pocos trabajos, que ofrecia al Señor como primicias de su apostolado. Las pocas gentes del pais, que habian descubierto hasta entonces, no parecian ni tan incapaces de instruccion, ni tan agenas de toda humanidad, como las pintaban en Europa. Ya con algunas luces del puerto de S. Agustin navegaban, trayendo la costa oriental de la Península ácia el Norte, cuando vieron en una isla pequeña pescando cuatro jóvenes. Eran estos Tacatucuranos, nacion que estaba entonces con los españoles en guerra. No juzgaba el padre, aunque ignorante de esto, deberse gastar el tiempo en nuevas averiguaciones; pero al fin hubo de condescender con los compañeros, que quisieron aun informarse mejor. Saltaron algunos de los flamencos en tierra ofreciéronles los indios una gran parte de su pesca, y entretanto uno de ellos, corrió á dar aviso á las cabañas mas cercanas. Muy en breve vieron venir ácia la playa mas de cuarenta de los bárbaros. La multitud, la fiereza de su talle, y el aire mismo de sus semblantes, causó vehemente sospecha en un mancebo español que acompañaba al padre, y vuelto á él y á sus otros compañeros, huyamos, les dijo, cuanto ántes de la costa: no vienen en amistad estas gentes. Juzgó el padre movido de piedad, que se avisase del peligro, y se esperase á los flamencos que quedaban en la playa espuestos á una cierta y desastrada muerte. Mientras estos tomaban la lancha, ya doce de los mas robustos indios habian entrado en ella de tropel, el resto acordonaba la ribera. Parecian estar entretenidos mirando con una pueril y grose

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