Imágenes de páginas
PDF
EPUB

Un pobre carpintero llamado Juan Belmar, impuso en su casa al oriente del Santa Lucía, un censo de 180 pesos a favor del Hospital, en que tal vez habia sido curado, con fecha 28 de junio de 1619, ante Diego Rutal.

* *

Poco mas tarde, un gran señor, ménos jeneroso, sin embargo, que el humilde menestral-el fainoso don Luis de las Cuevas,-legó a los pobres al morir, en 1631, un censo de 236 pesos impuesto en su chácara hereditaria de Ñuñoa, que es la que hoi hace frente al costado de la iglesia de aquel pago, i cuyo predio pertenecia hasta hace poco, a la se-

cos, empleados i dispensarías........ Salidas por 1éditos de capitales a interes............. Id. por cancelacion de una deuda contraida

con el Banco de D. Matte i Ca. en 1875... Entregado al mismo Banco en garantia de los 7,000 pesos que figuran en las entradas [en letras hipotecariasj..... Salidas por venta de letras hipotecarias..... Id. por reintegros hechos en virtud de reparos de la Contaduría Mayor.................... Salidas por suplementos o préstamos a los demas establecimientos.....

Existencia en dinero en 31 de diciembre de 1876........

Total...

76,147 47 502 57

6,000

7,000 13,300

710

14,720

956 20

$ 122.263 51

ñora Candelaria Ossa de Tellez, quien redimió el censo cuando ocurrió la gran redencion, (no de la patria, sino de la bolsa, que se llamó la guerra con España (1).

El bien reputado escribano, no por sus millones, como los Toro Mazotes, sino por su probidad— don Bartolomé Maldonado, que vino a Santiago con la primera Audiencia en 1609, impuso al morir, en favor del Hospital i conjuntamente con su esposa doña Antonia Bravo de Naveda, un censo de 1,080 pesos en su hacienda de Apalta,

(1) Como un ejemplo de la manera como se ha ido trasmitiendo la propiedad agrícola en Chile, citaremos de lijera el caso de esta chácara de los Cuevas.

Compróla en reinate público, por ejecucion del último poseedor de esa familia, tan antigua como la conquista, don Agustin Infante, padre del famoso don José Miguel, el 7 de agosto de 1776, ante el escribano Borja de la Torre.

La viuda de Infante, doña Rosa Rojas, i sus herederos, la poseyeron hasta 1811, en que fué vendida al hacendado don Justo Salinas, ante don Ramon Ruiz de Rebolledo.

Heredóla de don Justo, su hija doña Margarita Salinas, que fué casada con don Agustin Fuenzalida.

Un hijo de este matrimonio, don Joaquin Fuenzalida, volvió a venderla a los Infantes (doña Carmen Infante) el 26 de octubre de 1849, ante el escribano Yávar, i en 1830 rematóla doña Candelaria Ossa de Tellez ante el escribano Escobar. Cuatro familias han disfrutado el predio durante un período de trescientos años.

en 1652; i un vecino de la Cañada, poco mas tarde (1657), lególe una modesta imposicion en sus casas, junto a San Lázaro, cuyas fueron del Hospital por el valor del censo. Alcanzaba éste apénas a 300 pesos, pero con sus caidos subirian probablemente al doble. El nombre de este benefactor era Andres Gonzalez de Contreras.

Fueron tambien protectores del Hospital en ese siglo i en ese propio año (1657), don Antonio de Ovalle i su esposa doña Catalina Pastene i Ordoñez, que impusieron en sus casas de la ciudad un censo de 400 pesos con hipoteca por el pago de su chácara de Peñalolen.

Emprendieron tambien los padres de San Juan de Dios, a poco de haber llegado a Chile, una especulacion de campo que les salió mal, pero que, aunque parezca hoi mui abultada, no pasó en sus dias de una bagatela. Compraron, en efecto, la hacienda de Curacaví a un tal Juan de la Guarda; pero no pudiendo administrarla, vendióla el prior frai Jacinto de Santa Ana, diezisiete años mas tarde i tres meses despues del gran terremoto del

[ocr errors]

13 de mayo de 1647, a un Pablo García de la Viña, en 5,250 pèsos en dinero i mil a censo, el 3 de agosto de 1647.

Por esta misma época, hácia la medianía del siglo XVII, falleció en olor de santidad aquel padre Francisco pecador de que hicimos ántes memoria, i como embalsamara su burda mortaja el perfume del cielo, asistió a sus funerales el Presidente i la Real Audiencia, pronunciando su elojio fúnebre el eminente obispo Villarroel. Dicen sus biógrafos que el difunto no quiso comer carne sino en la última semana que precedió a su muerte, i esto bajo precepto de santa obediencia. I sin duda que así debió suceder, porque ya hemos visto que por carne, nadie en San Juan de Dios hacia penitencia.-El Hospital tenia mas de un millar de vacas, i en aquellos tiempos de las vacas gordas de Faraon, el lomo valia la mitad de un real. Hoi el lomo de un buei vale el doble de lo que costaba una yunta escojida i «con desecho».

Hallábase disfrutando el Hospital de San Juan de Dios de una comparativa prosperidad, porque

vivia con su déficit, como vive la gallina con su pepita, cuando ocurrió el terrible terremoto de 1647, este abismo de la historia en el cual tropieza la pluma de los cronistas, dividiendo en cierta manera la vida del coloniaje en dos períodos, como la de Luis XIV «ántes i despues de su fístola».

Antes del terremoto, la quietud, el trabajo, un mediano bienestar, precursor del progreso.

Despues del terremoto, el desastre, el desaliento, los censos insolutos, los caidos incobrables, las capellanías con misas pero sin emolumentos, la ruina universal.

Afectó ésta a tal punto al Hospital de San Juan de Dios, que sus aflijidos padres hubieron de ocurrir al rei a los ocho dias de la ruina (mayo 21 de 1647), pidiéndole misericordia.

En consecuencia de aquel desastre, viéronse obligados los priores a rebajar por equidad el importe de los censos, que constituian su renta mas segura; i como todo vino al suelo, padeció en su crédito el establecimiento, i sus prelados en su honra.

Con fecha 6 de julio de 1648 denunciábalos, en

« AnteriorContinuar »