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Ante semejantes resistencias, con obstáculos de tal naturaleza como los que someramente hemos apuntado ¿será posible la formacion de un "Diccionario Biográfico Mexicano," en que no se noten grandes vacíos?

Por decidida que sea la voluntad del autor de un libro de esta especie, por grandes que sean su constancia y su laboriosidad, es preciso confesar que su obra tendrá que ser deficiente. Empero esta consideracion no me arredra, y á aumentar lo ya publicado y á perfeccionarlo, tenderán siempre mis esfuerzos, hasta que logre dar á la estampa una obra que adolezca de menores defectos que la presente.

Hay todavía muchos nombres gloriosos que recoger; hay muchas buenas obras que recordar; muchos libros mexicanos que citar, infinitas acciones que referir y obras de arte cuya descripcion está todavía por hacer. La mayor parte del camino está andada ya, y cuando nuestro amor á las cosas pátrias nos ha dado aliento para vencer los tropiezos que en la labor encontramos, seria injustificable que en ella desmayásemos.

Mientras llega el dia de realizar ese pensamiento, sea el autor de este libro quien logre hacerlo, ú otro más afortunado, vea el lector en las páginas que vá á recorrer, siquiera sea mi buena voluntad.

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BIOGRAFIAS

DE

MEXICANOS DISTINGUIDOS

ABAD, Diego José.

El insigne poeta latinista D. Diego José Abad, nació el dia 1o de Julio de 1727 en una hacienda de labor, cerca de Jiquilpan, límite entre los obispados de Michoacan y Guadalajara.

Hizo sus estudios de filosofía en el colegio de San Ildefonso de México, entrando á la Compañía de Jesus el 24 de Julio de 1741. En México y Zacatecas enseñó retórica, filosofía y derecho canónico y civil. Sus discípulos pudieron empaparse en las fuentes perennes del buen gusto, pues Abad les dió á conocer las bellezas de los clásicos latinos y españoles, preferentemente las contenidas en las obras de Ciceron y de Virgilio, de Granada y de Garcilaso. A causa de su consagracion al estudio y á la enseñanza, su salud se vió deteriorada. Aun no cumplia entónces cuarenta años, y debió á sus estudios en la medicina, que emprendió en esa época, el haber prolongado sus dias, pues fueron inútiles los cuidados de los médicos. En 1767, y siendo rector del colegio de Querétaro, emprendió un viaje á Italia, fijando su residencia en la ciudad de Ferrara.

Antes, habia escrito el padre Abad varios opúsculos en latin, sobre materias teológicas, opúsculos que se conservaban en la biblioteca de la Universidad, y que hoy deben existir en la Nacional de San Agustin, donde fueron reunidas las obras de los conventos y demás corporaciones suprimidas por la Reforma. Tambien dejó el padre Abad algunos apuntes sobre las ciencias exactas; tradujo varias "Eglogas de Virgilio," dió á luz en italiano su "Tratado del conocimiento de Dios," y describió los rios más notables de la tierra en su "Geografía hidráulica."

Empero á ninguna de esas obras debió la mayor altura de su reputacion literaria y de su celebridad, sino á la que en latin escribió con el título de "Heróica de Deo cármina," que apareció en Madrid por primera vez el año de 1769. Fué recibida con tal aceptacion, que se contaban entre sus admiradores á Juan Lami, prefecto de la biblioteca Ricardiana, al cardenal Zanotti, matemático y poeta de Bolonia, que calificó de dirina la obra, á Clementi Venneti, secretario de la academia fundada por la reina de Hungria, María Teresa de Austria. Venneti escribió al padre Abad una carta colmándole de elogios y remitiéndole el diploma de académico. El abate Serrano, ex-jesuita de Valencia, la llenó de alabanzas, y á los sábios, Lampillas y Hervas les pareció inmortal y digna del siglo de Augusto.

El padre Abad, léjos de envanecerse con su triunfo, pulió más y más su obra, la aumentó hasta treinta y tres cantos, que fueron impresos en Venecia en 1774; haciendo dos años despues una nueva edicion con cinco cantos más, en Ferrara. Todavía se hizo otra edicion en Cecena en 1780, y fué traducida al español despues, aunque mal. Abad murió en Italia el 30 de Setiembre de 1779, y en honra suya se compusieron varias inscripciones por los ingenios más distinguidos de esa que fué su segunda patria. Los escritores mexicanos, y aun los extranjeros que se han ocupado de este poeta, le han llamado Abadiano y no Abad, como realmente se apellidaba y como figura en la “Biblioteca" de Beristain, autor bien informado. A más de los méritos mencionados, debemos hacer constar que él fué el primero que introdujo en el Colegio de San Ildefonso de México el

estudio del Derecho por Gravina y los comentarios de Vinio, desterrando vanas sutilezas y paralogismos.

Existe inédito al presente un estudio biográfico, crítico filosófico, y puede decirse filológico del padre Abad, escrito por D. Francisco Pimentel, que por el nombre del autor, así como por la extension de ese trabajo, creemos que no solo será el primero sino el más acabado que pudiera presentarse para honrar la memoria del célebre latinista mexicano, á quien una feliz circunstancia da el primer lugar en los diccionarios biográficos americanos, para honra de nuestra patria.

ACUALMETZLI, Ignacio.

Vamos á consagrar un recuerdo á un guerrero azteca. Su apellido indígena es el que va al frente de estas líneas, aunque fué bautizado con el nombre de Ignacio Alarcon de Roquetilla.

Nació en Coyoacan en 1520. Tenia un año cuando su padre murió combatiendo á los españoles. La madre, segun el padre Oviedo, fué mutilada de las orejas en castigo de una ofensa hecha á uno de los capitanes de Cortés, muriendo á consecuencia de aquella mutilacion. Acualmetzli [mala luna] quedó bajo la tutela de un español que le llevó á bautizar y le dió el nombre de Ignacio Alarcon; le educó cristianamente, le enseñó con perfeccion la lengua castellana y el manejo de las armas. En 1537, es decir, cuando Acualmetzli tenia diez y siete años, entró al colegio de Santa Cruz Tlaltelolco, siendo uno de sus fundadores, y allí aprendió el latin, teniendo por maestro al franciscano Arnoldo Balzac, frances. Este sacerdote llegó á estimar tanto al jóven indio, que le trataba como hijo, le vestia y le alimentaba, y le hizo confirmar, poniéndole en aquel acto el nombre de Roque sobre los dos que ya tenia. A la edad de veinte años, Acualmetzli púsose á escribir en lengua mexicana una sencilla rela

cion de su vida y estudios, y como para hablar de su nacimiento necesitaba saber su orígen, comenzó á hacer pesquisas hasta que descubrió el fin de sus padres. Apénas adquirió esas noticias, concibió la idea de reunirse á los chichimecas para combatir con ellos á los verdugos de su madre. La gratitud que abrigaba hácia Fr. Arnoldo, le hizo descubrirle su proyecto. Su protector, como es fácil comprender, se opuso á él; pero fueron vanas las razones, las súplicas, las más generosas ofertas y amenazas para persuadir á Acualmetzli. Conociendo Fr. Arnoldo la firmeza de su discípulo, recurrió á la astucia de fingir que no solo le dejaria ir, sino que le proporcionaria medios para ello, mientras secretamente obtenia una órden del virey D. Antonio de Mendoza para enviarlo á un colegio de España para que allí concluyese su educacion; mas el astuto jóven supo, ó llegó á sospechar, lo que intentaba, y un dia partió furtivamente para la Sierra de Querétaro. Realizó, pues, su proyecto de combatir contra los conquistadores, hasta que murió en un encuentro que tuvieron los chichimecas con las tropas del virey ya citado. Acerca de ese encuentro en que murió Acualmetzli, dice el autor de un manuscrito que existia en el museo de la extinguida Universidad de México, y en el que en forma de diario se refiere la expedicion del virey D. Antonio de Mendoza, lo siguiente: "Dos años de continuos combates fueron necesarios para reducir á estos terribles chichimecas, que se extendian desde las serranías de los alrededores de Querétaro hasta Jalisco; pero el virey Mendoza pudo al fin vencer, aprovechando el otoño del año de 1542, para dar una leccion á estos indios, que parecia eran los únicos que mantenian vivo el patriotismo en esta parte del Nuevo Mundo. En esta campaña era admirable el órden con que los chichimecas se batian, desconocido á los indios, pues se presentaban en batallones, á siete hombres de fondo, sus filas eran cerradas, sus movimientos regulares, y se hubiera dicho que algun desertor español les habia enseñado la táctica de Europa, si entre los cadáveres de los vencidos no se hubiera encontrado el de un indio muy conocido en México por amigo de los españoles, y llamado Roquetilla ó Ignacio Alarcon, pues era

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