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y aun intentó un movimiento secreto sobre Cuenca, que fracasó, recibiendo así en el pueblo de Saraguro la primera derrota en una sorpresa que le hizo Flores, y que le obligó á para salvarse.

huir

Á pesar de esto, el ejército peruano era superior al de Colombia, pero esta superioridad no arredró á Sucre, que le buscó para destruirlo en una acción más formal, encontrándole al fin en el Portete de Tarqui.

Trabóse allí la batalla, y los peruanos fueron completamente derrotados, dejando el campo sembrado de cadáveres, y entre muertos, heridos y prisioneros 2,500 hombres, con 60 jefes y oficiales, en tanto que la pérdida de los colombianos fué apenas de 300.

Sucre, generoso siempre é inspirado en el amor que tenía al país que había redimido con su espada, ofreció á Lamar una capitulación que éste aceptó el 28 de Febrero en Girón.

Antes de proseguir en los términos de este convenio, digamos que Sucre, entusiasmado con el valor y pericia que desplegaran en aquella jornada el general Flores y el coronel

O'Leary, concedió al primero el grado de general de división, y al segundo el de general de brigada, ascensos ambos muy merecidos. Ordenó, además, que se erigiera una columna en el campo de batalla para conmemorar los nombres de los cuerpos de tropa y de los jefes y oficiales que combatieron aquel día. Este monumento debía tener en el lado del campo enemigo la siguiente inscripción incrustada en letras de oro: « El ejército peruano de (( 8,000 soldados que invadió la tierra de sus <«< libertadores, fué vencido por 4,000 bravos « de Colombia el 27 de Febrero de 1829. »

Obligóse Lamar por la capitulación, entre otras cosas menos importantes, á entregar á Colombia la corbeta Pichincha, á devolver la ciudad de Guayaquil y á nombrar plenipotenciarios que, unidos á los de Colombia, celebraran en el mes de Mayo siguiente el tratado definitivo de paz. Convenido ésto, se retiraron á su patria llevándose apenas la tercera parte de las fuerzas con que invadieran á Colombia. Á tiempo que Sucre obtenía tales triunfos, otros no menores alcanzaba Bolívar sobre los

insurrectos de Pasto, al mando de Obando y López. Envióles comisionados excitándoles á la concordia, y al fin se sometieron, convencidos de su propia impotencia; pues si bien es cierto que resistiendo habrían impedido á Bolívar el paso hacia el Sur que tanto le inquietaba porque aún no conocía los triunfos de Sucre, una vez que el enemigo extranjero había sido vencido, la derrota de aquellos facciosos no se habría hecho esperar.

En virtud de ésta capitulación pudo llegar Bolívar á Quito en la tarde del 17 de Marzo. Allí le recibió Sucre, y ambos se abrazaron en medio de la más profunda emoción.

Narremos ahora la parte grotesca de la guerra peruana. El general Lamar apenas se vió fuera del alcance de las tropas colombianas, pasó una nota á Sucre quejándose de haber decretado la erección de un monumento tan deshonroso para el Perú; afrenta que éste no podía soportar, y en consecuencia pedía la revocación de dicho decreto, anunciando que si no se accedía á su solicitud, se resistiría á devolver la ciudad de Guayaquil y á cumplir

las demás cláusulas del convenio de Girón; y poniendo por obra la amenaza se preparó de nuevo à la guerra, reforzando á Guayaquil y autorizando otros actos de hostilidad.

Bolívar aceptó con dolor la prosecución de la guerra, pero decidido á emplear antes los medios conciliatorios; y de esto trataba cuando un acontecimiento inesperado la hizo innecesaria. Aunque el Gobierno de Lima había aprobado la conducta de Lamar, la guerra era impopular en el Perú, y el orgullo nacional excitado con la derrota de Tarquí, no podía tolerar que aquel Colombiano continuara ejerciendo la Presidencia, una vez que el éxito no había coronado sus aventuras.

Ocurrió, pues, una revolución militar en el Perú al mando del general Gutiérrez de Lafuente; y el Presidente en campaña fué destituido y reemplazado poco después por el gran mariscal Gamarra, nombrado provisionalmento' por el Congreso, que Lafuente convocó durante el corto período de su dictadura.

El nuevo Gobierno peruano se apresuró á hacer la paz con Colombia, y el tratado defini

tivo quedó firmado en Setiembre de 1829. La ciudad de Guayaquil fué devuelta á Colombia, y las relaciones entre ambos países volvieron á ser cordiales. Lamár fué expulsado del Perú embarcado para Costa-Rica, donde murió algún tiempo después, probablemente de tristeza.

y

Apenas se había restablecido Bolívar de la grave enfermedad que padeciera en esta campaña, y que casi le puso á las puertas del sepulcro, por la imprudencia de haberla emprendido en la estación de las lluvias, y en un país azotado por las fiebres, cuando tuvo el dolor de saber que el general Córdova, con una fuerza insignificante, se había sublevado en Medellin, desconociendo su autoridad.

El levantamiento de Córdova, jefe éste que fué, sin duda, uno de los más fervorosos admiradores de Bolívar, no puede explicarse sino por las intrigas que contra él pusiera en juego, de largo tiempo atrás, el coronel Tomás Cipriano de Mosquera, á la sazón general. No entra, sin embargo, en nuestro plan mencionar aquí los pormenores de la enemistad de ambos jefes.

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