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justo que nosotros perdiésemos la masa de razón y de experiencia que Vd. ha conseguido en tantos años de ilustres servicios hechos á su patria? Vd. que ha tocado todos los males, y que ha estado luchando con los obstáculos de la administración, está obligado en conciencia y en justicia á indicar la senda de nuestra prosperidad, aun cuando la impostura quiera armarse contra la buena fé, porque Vd. es el único que posee todos los secretos de la revolución.

Mi situación no es menos penosa; las cuestiones sobre forma de gobierno han comenzado á tratarse por los ciudadanos las novedades políticas siempre causan sus alarmas, y éstas, por sus consecuencias, no han dejado de causar bastante inquietud: yo he creido que lo mejor era no sofocar el torrente de los primeros movimientos, sino sostener con mano fuerte el Gobierno, según la organización actual, y esperar que la reflexión rectifique las ideas y domine las animosidades. Sin entrar en partidos, sin profesar ninguna opinión, con el carácter de un jefe y de un soldado, me he presentado cumpliendo las órdenes que tengo, y protegiendo la marcha de la administración pública: mi silencio no ha dejado de dar lugar á siniestras interpretaciones; alguna parte del pueblo desconfía de mí, porque me considera muy amigo de Vd. y algunos amigos de Vd. me consideran su enemigo, porque yo no hago todo lo que ellos quisieran. ¡Qué trabajo, general, gobernar en un gobierno naciente, y un gobierno tal, en que el Jefe está al alcance de todos! Aun en mi pequeño círculo me arrebata también la calumnia y despedaza en las aires mi reputación, con más facilidad que el águila juega y despedaza con sus garras la presa. Miserable de mí, ni tengo los recursos

mentales de Vd. ni los medios políticos para sostenerme; estoy ahora colocado en la crísis más peligrosa y enfadosa que he tenido en mi vida: ántes estaba mortificado con el mando, ahora estoy renegando. Sólo me queda un consuelo y un firme apoyo, que es la amistad de Vd. estoy cierto que nunca la perderé, porque hago cuanto está de mi parte para merecerla. Si Vd. ha de morir en la Cruz como Jesucristo, espero que á lo menos me haga á mí la promesa que él hizo al buen ladrón, de que aquel mismo día estaría con él en el Paraíso, aunque las dos tengamos que bajar primero á los infiernos á resucitar los cuerpos de Jiraldot, Cedeño, Plaza y todos los santos patriarcas de la revolución, que tomen venganza de todos los ultrajes que se nos hagan. Á Vd. no le será posible separarse del mando: será llevado á la silla del Gobierno con violencia, porque su nombre está identificado con Colombia; pero yo debo ya descansar, y le pido y le repito, que cualquiera que sea el desenlace del Congreso constituyente después de su reunión, me quite esta carga, y me deje sólo dos placeres, el primero sea considerarme su mejor amigo, y el segundo poner en ejecución lo que antes de ahora, en mi carta de 21 de Junio de este año le tengo ofrecido y es, poner á su disposición todas mis propiedades y acompañarle en su suerte. Si estos solos bienes me. quedan, estoy contento con Vd. y con la patria; con ésta, porque me ha recompensado más de lo que yo merezco, y con Vd. porque tengo la amistad que más he anhelado en el curso de mi vida : compañero en las armas y compañero en su suerte, quedarán mis deseos enteramente satisfechos, y la posteridad hallará en mí la conducta de un hombre sincero desde la

vida de un pastor hasta la elevación de un general. Mucho y muchísimo he sentido el ataque de fiebre que Vd. me dice ha padecido: cuídese mucho, porque su existencia es preciosa: el nombre de Vd. está en todas partes, y es el que mantiene el órden: en Vd. están todas las facultades y todos los derechos de los Colombianos, y su falta sería la disolución del pacto, porque Vd. es el único pacto que existe entre nosotros. Me alegro que Vd. como me dice se vaya restableciendo en su campo, pues que le ha aumentado el apetito: Vd. sabrá con la bella sociedad extender esa pequeña isla y hacerla célebre.

Espero que Vd. nos comunique muy pronto la paz con el Perú. Para cuando ésta llegue á sus manos, estará la Escuadra en el Pacífico, y entonces podrá exigir las garantias del tratado que puede dar un gobierno revolucionario, y salir de los embarazos que se le presenten. Sobre todo, yo espero que Vd, nunca pierda la confianza de vencer todas las dificultades, y que me cuente como siempre en el número de sus mejores amigos, como que soy de todo corazón su obediente servidor.

José A. PAEZ.

XIX

Los acontecimientos se sucedieron con vertiginosa rapidez en Colombia. Tanto en Nueva Granada como en Venezuela, la calma abandonó los espíritus. Á la reflexión sucedió la violencia, al buen juicio la insensatez. El equilibrio moral de aquella sociedad se había perdido.

Paez, al tener noticia de que el Congreso le enviaba dos comisionados, decidió no recibirlos, y para cohonestar tan insólita resolución, nombró otros que salieran á su encuentro en la frontera. Fué así, que al llegar al territorio venezolano Sucre y el Obispo, se les

obligó á retroceder á Cúcuta. Ni la respetabilidad de los comisionados, ni las protestas que hiciera Sucre, que por primera vez volvía á su pátria coronado con los laureles de Ayacucho, contra aquel acto tan irregular, bastaron para que las autoridades del tránsito permitiesen su residencia en la tierra venezolana. Las órdenes de Paez eran terminantes. Los Comisionados, después de inútiles conferencias con los de Paez, regresaron á Bogotá.

Para esa fecha Bolívar se había retirado á la vida privada, y atemperaba en su quinta de Fucha. La retirada había tenido por motivo, su salud, completamente decaida. Así lo había dicho al Congreso, rogándole que le designase. un sucesor; rehusó aquella Asamblea, y al fin Bolívar nombró el 1°. de Marzo al general Caicedo Presidente del Consejo, quien se encargó del Poder Ejecutivo de Colombia. Aquel fué el último día de su mando, pero no el de sus padecimientos, pues hasta en su modesto hogar le persiguieron la calumnia y la ingratitud.

Los sucesos ocurridos en Carácas, y parti

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