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cidos que jamás tiemblan las consecuencias de un hecho ni reparan lo andado en el doloroso camino de las revoluciones políticas.

En Rusia fué bien quisto de todos y agasajado por Catalina; en Francia luchó como bueno, juntamente con los mejores caudillos de la Revolución; en los Estados Unidos de América riñó batallas y expuso enseñanzas, y en todas partes estuvo siempre al servicio de la libertad que él queria implantar en su oprimida patria.

La caida de los Girondinos, con quienes militara en la Revolución, amenguó su prestigio, é inesperadas infidelidades de la fortuna pusieron su nombre en tela de juicio y su vida entre los hierros de aquel mónstruo de recelos y de suspicacias que se llamó « tribunal revolucionario »>.

En medio de estas grandes convulsiones no decayó un punto su acendrada fé, ni se dió á partido en el nobilísimo empeño de redimir á la patria; y, á despecho de las vacilaciones de Pitt Ꭹ del gobierno de los Estados Unidos, partióse á Venezuela, corriendo á la aven

tura, en persecución de la independencia.

Parte en todos los tormentosos sucesos que en aquel momento histórico agitaron al mundo antiguo de las supersticiones y al nuevo mundo de las esperanzas, fuéle dado á Miranda el arrojar en los campos de su patria la semilla fructífera del árbol santo de la libertad, regado con sangre y lágrimas de Francia en el Calvario de su grandiosa Revolución. Precursor y héroe anónimo de la independencia, no saboreó triunfos personales ni obtuvo mercedes. Su nombre y su apostolado fueron zaheridos por la calumnia. En la obra de la redención del mundo americano, Miranda fué el Nazareno que no detuvo su cansada planta en el camino del bién, y que llegó á la meta herido por sus abrojos y coronado de espinas.

Las tenaces persecuciones del Capitan General Emparan contra los americanos, y las noticias que llegaban de España relativas á la disolución de la Junta Central, contribuyeron grandemente á precipitar los sucesos.

La historia de lo ocurrido en Carácas el 19 de Abril de 1810 es de todos conocida ; nos limitaremos, pues, á narrar someramente el hecho, prescindiendo de pormenores.

Celebrábase en aquel día la festividad de Jueves Santo, y el Capitan General juntamente con el Cabildo concurria á los oficios religiosos en la Iglesia Catedral. El trayecto desde

la Casa Capitular al Templo se hallaba guarnecido de tropas que tributaban á Emparan los honores de ordenanza.

Al llegar éste á la puerta principal de la Iglesia, detúvole bruscamente, asiéndole de un brazo, el valeroso patriota Francisco Salias quien le exigió que volviera al Cabildo porque la salud de la patria así lo demandaba. Sucedió á este hecho un ruidoso tumulto, que no fué parte para quebrantar la animosidad de los conjurados.

Emparan, atónito primero y confuso luégo, regresó al Cabildo; las tropas que antes le vitorearan negábanle ahora los honores. La conspiracion triunfaba.

Constituido el Cabildo ante Emparan, la inexperiencia de los revolucionarios habría bastado para darle tiempo de rehacerse moralmente al par que de anularlos, si no hubiera acudido á salvar la situación el Canónigo chileno Doctor José Cortés Madariaga, audaz, inteligente é instruido, quien sin pertenecer al Cabildo, tomó asiento en él á título de diputado del clero y del pueblo.

Madariaga enderezó las cosas con un discurso en extremo viril y elocuente, y pidió, como medida de seguridad, la deposición del Capitan General Emparan, deseada por todos.

Este, queriendo conocer la opinion del pueblo que á la sazon discurría tumultuosamente por la calle, asomóse al balcón, y preguntó en alta voz á la multitud, en la cual había muchos conjurados, si estaba satisfecha de su mando. Madariaga, situándose detrás de Emparan, hizo signos á la turba para que respondiera negativamente.

<< No le queremos, » fué el grito general. << Tampoco quiero mando, » contestó Emparan mal parado y mohino.

Estas palabras fueron consignadas en el Acta, como renuncia voluntaria de su autoridad.

Al triunfo de la conspiración sucedió el triunfo de la revolución.

El Ayuntamiento se constituyó á seguida en Junta revolucionaria; desconoció la autoridad de la Regencia de Cádiz y declaró que las provincias de Venezuela procederían al estable

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