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dos cristianos, aun entre los indios, cuya amable simplicidad favoreció no pocas veces el Señor, aun á costa de algunos prodigios. bleció desde luego el uso de las misiones circulares por los pueblos vecinos, ocupacion en que florecieron en este colegio hombres insignes, heredando, digámoslo así, unos de otros el fervor y el espíritu apostólico, de quienes esperamos hablar mas largamente en otra parte. Un solemne jubileo que se publicó este año, ofreció buena ocasion para comenzar con esplendor este ejercicio. El confesonario y el púlpito partian todo el tiempo de nuestros operarios. El primer cuidado fué traducirles en lengua tarasca las oraciones y la esplicacion de nuestros dogmas y preceptos, de que habia mucha ignorancia en los pueblos algo distantes. Se les procuró introducir el uso santo de cantar la doctrina cristiana, en que entraron con tanto ardor, que en las calles y plazas, y aun trabajando en sus oficios ó labranzas del campo, se oian incesantemente los misterios de la fé, haciendo unos pueblos á competencia de otros, grandes progresos en esta sabiduría del cielo, La veneracion en que tenian á su sacerdote y hechiceros, era uno de los mayores obstáculos á su salud. Estos fanáticos, fingiéndose en hombres inspirados, les amenazaban con la muerte y con la desolacion de sus tierras, y publicaban tener en su mano la salud, la riqueza y la fertilidad, cuyas vanas esperanzas vendian muy caras á aquella gente infeliz, haciéndola servir á su ambicion, á su sensualidad y á su codicia. Esto fué lo primero que procuraron estirpar los misioneros, esponiéndose á todos los resentimientos de aquellos ministros del infierno, que llegaban á esperimentar no pocas veces; pero el Señor por otra parte autorizaba sus empleos apostólicos, y disponia en su favor los corazones de los pueblos. En uno de ellos, estando el padre bendiciendo agua en la sacristía, entraron muchos indios estremamente afligidos del estrago que los ratones causaban en sus cementeras, sin que hubiese bastado á esterminarlos diligencia alguna. Suplicábanle que pasase á visitar personalmente sus heredades, creyendo que á la presencia de un ministro de Dios cesaria aquella calamidad. La viva fé de aquellos nuevos cristianos animó la del padre, y saliendo á la iglesia les hizo una breve exhortacion sobre los desórdenes de su vida, fuente ordinaria de los temporales trabajos. Iízoles luego traer muchas vacijas y cántaros, y bendiciéndoles, les mandó que echasen de aquella agua santa en sus milpas, nombre que dan á las cementeras del maiz. El Señor, segun su palabra, concurrió al fervor y devocion

de aquella gente humilde y afligida, y pasando poco despues por aquel pueblo el misionero, le dieron las gracias del alivio de sus miserias felicidad de la cosecha.

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Los indios, que segun costumbre, guiaban á los padres en los caminos, no pocas veces con un piadoso engaño, los estraviaban y hacian pasar por otros pueblos de donde ellos eran, ó donde habian tratado conducirlos, á instancías de sus habitadores. Los hombres de Dios se dejaban gustosamente engañar con este inocente artificio, de que tal vez se valia el Señor para la salud de sus escogidos. En un pueblo, como legua y media de Pátzcuaro, les salió arrastrándose al camino una india anciana, que estando ya desauciada, y en los últimos térmi nos de la vida, supo que pasaba por el lugar un padre, y anteponiendo al cuidado de la vida temporal el de la eterna, habia salido á confesarse. Estraño espectáculo, sobre que no podemos dejar de admirar las fuerzas de la gracia, y de hacer un triste paralelo con la delicadeza y el orgullo de los poderosos del mundo. El padre, dando á Dios muchas gracias de tanta fé y de tanta piedad, la confesó, la consoló y la animó con la esperanza bien fundada de su predestinacion y de su dicha, que pasó á gozar (segun podemos creer) dentro de pocos instantes. Llegando á otro pueblo concurrieron en gran número los paisanos con grandes demostraciones de veneracion y de júbilo, pidiendo á los padres les hablasen algo de Dios y de lo perteneciente á sus almas, de que en mas de quince años no habian oido una sola palabra. La hambre piadosa de los oyentes hizo esperar el gran provecho con que recibirian el pan de la celestial doctrina, como se vió desde luego en las confesiones y ejercicios de piedad á que se entregaron. En otro, no bastando los ruegos para detener al misionero que pretestaba la necesidad de anunciar el reino de Dios á otros lugares, determinaron escribir al padre rector de Pátzcuaro para obligarlo á detenerse otros dos dias. Santa importunidad que el padre no pudo dejar de agradecer, y que correspondió el cielo con abundantes bendiciones de inmenso fruto. El pueblo principal á que se destinaba la mision estaba sumergido en un profundo abismo de supersticion y de desórden. Parecióles á los padres, para esplicarme con sus propias voces, que como en otro tiempo á S. Pedro, se les tendia á la vista un lienzo lleno de béstias fieras, y de las mas ponzoñosas savandijas. La echicería, la embriaguez y supersticiosa consecuencia, la mas torpe sensualidad, estaban cuasi santificadas de la costumbre. Trabajóse por algunos sin que hu

á

Ministerios en Oaxaca.

biesc aun alguna esperanza de remedio. El principal cacique era el mas interesado en la venta de los pulques (así llaman á una especie de vino ó licor fuerte que estracn de la planta del maguey) y su pernicioso ejemplo arrastraba todo el lugar. Este mismo dispuso Dios que fucse el instrumento de la reforma. Uno de aquellos dias, saliendo del sermon, en que el orador habia declamado contra este vicio con estraordinaria energía, tocado de la gracia, mandó luego derramar todo el pulque, quebró las cubas donde se guardaba y los instrumentos necesarios á su extraccion, Mandó asimismo pregonar en el pueblo que todos hiciesen lo mismo, só pena de ser públicamente azotados los transgresores, como lo ejecutó con la mayor severidad en lo de adelan te. Omitimos otros muchos casos que hallamos en los antiguos na nuscritos, que con lo edificante juntan mucho de maravilloso, no porque hagamos alarde de la incredulidad conforme al espíritu del siglo, sino porque juzgamos deberse acomodar mejor en las vidas de los varo. nes ilustres por cuyo medio se obraron, de que esperamos formar el úl timo tomo de esta historia.

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En Oaxaca, muy desde sus principios, se habia encargado la Compa. ñía de la administracion espiritual de un pueblo vecino á la ciudad que dá su nombre el valle de Xalatlaco. Con esta ocasion eran muchos los indios que venian aun de otros pueblos á oir la palabra de Dios, y no menos abundante el fruto. En dicho lugar una india jóven habia sido por algun tiempo escandalosa red de muchas almas. Oyendo una de aquellas piadosas exhortaciones se confesó con estraordinarios afec tos de compuncion, y con tan eficaz deseo de enmendarse, como manifestó despues con mucho mérito. En efecto, á pocos dias la memoria de los pasados placeres comenzó á darle una guerra tan viva, que sin alguna tregua dia y noche la ponia en un riesgo evidente de desespe. rar. Entregóse por direccion del confesor á los ejercicios de la mas áspera penitencia. Eran frecuentes y rigorosos sus ayunos, diarias y sangrientas sus disciplinas, continuo el silicio, fervoroso y humilde su recurso al Señor; sin embargo, aun no se apagaba la llama, con que queria el cielo probar su fidelidad 6 inspirarle una saludable desconfianza. Se tomó el trabajo de subir descalza con una pesada cruz sobre los hombros el repecho de un monte bastantemente declive y fragoso. Se consagró al servicio del hospital, donde entre los ascos y los espectáculos mas tocantes á la miseria humana, se le olvidase y borrase enteramente aquella molesta impresion del deleite. No hallando reme

dio en tantos piadosos ejercicios, determinó hacer, digámoslo así, el último esfuerzo del valor. Habia entre los enfermos uno asquerosísi mo, cuya cabeza encancerada era un manantial de podre y de granos. El hedor no era soportable aun á alguna distancia. La india afligida sentia en sí todo el horror de la naturaleza en solo acercarse á su lecho; pero animada de su mismo peligro, y llevada de un estraordinario impulso de la gracia, se arrojó á lamer la llaga hedionda, y lo que apénas se puede creer, perseveró en este ejercicio una semana entera, hasta que sacudió aquella peligrosa tentacion. Accion admirable que aun en el grande apóstol de la India se hace mucho lugar á la atencion, y que alcanzó de Dios, justo reconocedor del mérito, el singular privilegio de no sentir en lo de adelante las rebeldías de la carne. A otra india principal le habia atraido su hermosura la persecucion de un noble y poderoso, á que habia resistido con heróico valor algunos años. En tanto intervalo de tiempo, y en la cualidad del pretendiente, es fácil imaginar los artificios, las amenazas, las mediaciones y promesas que haria jugar para sus vergonzosos designios. Finalmente, á pesar del recreo y cuidado que ella ponia en robarse á sus ojos, hubo de lograr con no se qué ocasion la de hablarle y preguntarle el motivo de tanta resistencia. La virtuosa doncella, que asistia con frecuencia á la esplicacion de la doctrina y á recibir los sacramentos en nuestra igle. sia; y qué, señor, le respondió, ¿no habéis oido decir á los padres que se llega á la santa comunion se hace un cuerpo con Jesucris to? y ¿permitiréis que yo haga esta injuria al Señor que frecuentemente recibo, haciendo servir el mio á la deshonestidad? Estas graves palabras bastaron para contener á aquel libertino, y librarla para siem. pre de su importuno amor. Ni eran los indios solos los que se apro. vechaban tan bellamente de aquellas fervorosas exhortaciones. Una señora de lo mas noble del pais, aunque lo manifestaba poco en su vida licenciosa, vino por este mismo tiempo á confesarse. Su amargo llanto daba bien á conocer las disposiciones de su espíritu. Habia oipocos dias ántes un sermon en que el predicador habia ponderado con grande energía aquel testo de S. Pablo, que el pecador vuelve á sacrificar al hijo de Dios. La imágen de Jesucristo, á quien le parecia habia crucificado tantas veces, hizo por entonces mucha impresion en su alma; pero concurriendo poco despues con aquel la misma persona que habia sido hasta entonces el motivo de sus disoluciones, cedió facilmente á su inclinacion. Divertíase con él á deshoras de la

de

do

que

Primera con. gregacion provincial.

noche en sus amatorias conversaciones, cuando repentinamente sin viento ó alguna otra causa que pudiera ocasionarló,' se apagó la luz que los alumbraba. ¡Saludable obscuridad que fué todo el principio de su dicha! Determinó pasar á encender la lúź á otra cuadra, y habia de pasar forzosamente por una pieza grande obscura y sola. El suceso mismo de haber faltado la luz, que tenia no se qué de maravilloso y estraordinario, el silencio de la noche, la oscuridad, el pavor tan natural á su sexo, y mas que todo, el mal estado de su conciencia, junto con la memoria de aquel pensamiento que poco ántes habia agitado su espíritu, todo esto, digo, le perturbó la imaginacion de tal manera, que le pareció que veia, ó'vió en realidad, á Jesucristo clavado en la cruz y bañado en la sangre que corria de sus llagas aun recientes. Este espectáculo la deshizo en dulcísimas lágrimas, y vuelta al' cómplice le suplicó por último favor que la dejase llorar las culpas que él habia ocasionado; y hecha un sincera confesion, vivió despues 'ejemplarmente el resto de sus dias.

A

Con tales sucesos como estos, bendecia Dios los trabajos de nuestros operarios. De todas partes venían al padre provincial noticias que lo llenaban del mas sólido consuelo, y creyendo que causarian este mismo efecto en el ánimo del padre general Everardo Mercuriano, y de todos los jesuitas de Europa, determinó no tenerlos mas tiempo privados de tan agradables maestros. Juntó congregacion provin cial para elegir procuradores á las dos cortes de Roma y Madrid. Esta providencia, fuera de estar muy recomendada en nuestro instituto, pareció necesaria en las circunstancias de una nueva provincia pará la confirmacion de los colegios, asignacion de sus respectivos rectores, y una individual relacion de sus progresos. Debian pedirse varios reglamentos para lo venideró á nuestro padre general, y darse cuenta muy exac. ta al rey católico de una obra que S. M. habia querido mirar como suya y promover con tanta dignación:

Los únicos vocales de semejantes asambleas, segun nuestras constituciones, deben ser los profesos de cuarto voto. Pero en treinta su. getos, ó poco mas, de que entonces se componia la pequeña provincia, no se hallaba de este carácter sino uno solo; fuera del padre provincial, que era el padre Pedró Diaz. Tanto se ha juzgado siempre digna de aprecio esta cualidad en la Compañía. El padre Dr. Pedro Sanchez. para suplir este defecto, nombró consultores de provincia y admonitor suyo. A estos, dice el padre Juan Sanchez en un retazo de historia

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