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que nos ha quedado de su mano, se dió voto en congregacion que con tanta simplicidad y lisura se procedia en aquel tiempo, y juntos todos, que fueron cinco, eligieron por procurador al padre Pedro Diaz, actual rector del colegio de Oaxaca, sugeto capaz de dar en aquellos grandes teatros mucho crédito á la provincia, y de manejar con aire los importantes asuntos de que se habia encargado. Se le dió por substituto al padre Alonso Ruiz, que un año antes habia venido de la Europa. Esta fué la primera congregacion de la provincia de Nueva-España, celebrada el 5 de octubre de 1577. Por estar ya tan avanzada ácia el invierno la estacion, no pudieron los navíos salir de Veracruz hasta la siguiente primavera. Fuera de los domésticos negocios llevaban á su cuidado algunos otros del Sr. arzobispo, y muchos curiosos presentes de este prelado para el Sumo Pontífice Gregorio XIII, en que no tanto hacia alarde de sus rentas y riquezas como de la veneracion y respeto con que reconocia y protestaba la dependencia y union á la soberana cabeza de la Iglesia. Imágenes muy esquisitas de pluma de diversas especies, de bálsamos, piedras besoares, singulares raices, y otras cosas medicinales; grande accion de piedad, en que conforme á la antigua disciplina se hizo servir á la religion y á la fé lo que sacrifica el mundo á su profanidad y ambicion. A fines de este mismo mes comenzó á leer su curso de filosofia el padre Dr. Atonio Rubio. Los grandes aplausos que tuvo este docto escritor en la América, merecen que se haga de él esta particular memoria. Despues de algunos años de cátedra, que gastó en pulir aquellas mismas doctrinas, partiendo á Roma de procurador de la provincia, imprimió en España el celebrado curso filosófico que ha eternizado su nombre. La Universidad de Alcalá por auto muy honorífico á la Compañía y al padre Rubio, mandó que todo los cursantes de aquella famosa academia, siguiesen aquel mismo plan de filosofia con grande gloria de la Universidad de México, de cuyo gremio salió tan celebrado maestro.

El padre procurador Pedro Diaz con el hermano Martin Gonzalez, despues de una larga detencion, salieron de S. Juan de Ulúa y con próspera navegacion llegaron á Cádiz. En México á principios del año de 1578, ó á fines del año antecedente, se habia remitido de Roma un riquísimo tesoro de reliquias. La Santidad de Gregorio XIII Hevado de aquel paternal amor que mostró siempre á la Compañía, sabiendo como trabajaban por la gloria de Dios en estas partes de la América, quiso excitar su fervor, y animar la fé recien plantada en TOMO I.

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estos reinos con los preciosos despojos de muchos santos, que desde sus primeras cunas ha conservado con veneracion la Iglesia santa, como pruebas de la verdad de nuestra religion, como memorias de su virtuosa vida, y como prendas de su resurreccion gloriosa. Para este efecto, dió facultad á nuestro M. R. P. general Gerardo Mercuriano, para que de los inmemorables sepulcros y memorias antiguas que conserva y venera aquella pátria comun de los mártires, estrajese reliquias y las remitiese en su nombre á las provincias de Indias. A la de México, se remitió desde el año de 1575 una crecida cuantidad en un aviso de España, que naufragó á la costa de Veracruz. La gente de mar se apoderó de aquel rico tesoro, que apénas apreciaba sino por los esteriores adornos. A pocos dias de verse libre del naufragio por la pasa. da fatiga y el poco favorable temperamento de aquel puerto, se apode ró de ellos una epidemia de que morian cada dia muchos. Los que ha bian repartido entre sí las reliquias, dieron parte al comisario del santo oficio, que allí residia, añadiendo que los cajones en que venian, segun el rótulo, parecian pertenecer á los padres de la Compañía. Restituyó cada uno lo que habia tomado, y el comisario las remitió luego á México, donde se recibieron con grande veneracion; pero con el pesar de no poderlas esponer al público culto por la falta de auténticas 6 certificaciones necesarias, de cuya conservacion no habian cuidado los marineros. Dióse á Roma noticia del naufragio, pidiéndose nuevas auténticas; pero S. S. quiso añadir otro nuevo favor, mandando estracr mayor porcion de ellas, que llegaron con felicidad. Muchas vinieron insignes por su magnitud, y muchas por los santos de cuyos cuerpos se tomaron. Entre estas, las mas especiales fueron una espina de la corona de nuestro Salvador, un Lignum Crucis, otras del vestido de la Santísima Vírgen, de su castísimo Esposo y de Señora Santa Ana. Dos de los príncipes de los Apóstoles S. Pedro y S. Pablo, y once de los restantes: veinticuatro de santos confesores, catorce de santos doctores, veintisiete de algunos santos particulares, cincuenta y siete de santos mártires de nombre conocido, con otras muchas, que por todas eran doscientas y catorce de algunos bienaventurados, cuyos nombres ignora la Iglesia Militante, y espera leer en el libro de la vida. Luego que se recibieron en casa, conformándose á la disposicion del Sacro Concilio Tridentino, se dió parte al Illmo. Sr. D. Pedro Moya de Contreras, que pasó luego á reconocerlas y las adoró el primero. Estuvieron por algun tiempo en una decente pieza interior del colegio,

Pátzcuaro.

interin se disponia lo necesario para la colocacion, en que se interesó la ciudad para hacerlo con el aparato mas magnífico que hasta entónces se ha visto en la América. En presencia de aquel sagrado depósito, (dice un antiguo manuscrito de aquellos tiempos) pasaban los nuestros muy largos ratos de oracion, y se esperimentó en todos un nuevo y sensible fervor, que se atribuia justamente á la intercesion de aquellos amigos de Dios, á quienes ha querido honrar S. M. excesivamente. Mientras que en México se disponia todo para una funcion ruido- Incendio en sísima en la colocacion de las santas reliquias, cuyos preparativos ocuparon cuasi todo el año, en Pátzcuaro un voraz incendio consumió una gran parte de nuestra Iglesia, y habria acabado con toda ella si no lo hubiera impedido la gran diligencia de los indios. Ellos dieron en esta ocasion una prueba bien sensible del grande amor que profesaban á la Compañía. Cayó un rayo en la techumbre de nuestro templo, que habia sido, como dijimos, la antigua Catedral. Su maderaje antiguo y seco, y un viento fuerte que reinaba del Sur, animaban la llama. Los truenos y centellas eran frecuentes y espantosas. Iglesia y colegio se tenia muy en breve reducido á cenizas. Los padres en aquella repentina consternacion, no habian podido poner en salvo cosa alguna. La intrepidez de los tarascos suplió á todo. Divididos en tres tropas que conducian los tres principales caciques de la ciudad, unos tomaron á su cargo transportar los muebles de la casa: otros con mayor peligro desalojar los altares y asegurar las alhajas de la Iglesia; otros finalmente, mas valerosos, montaron las paredes armados de los instrumentos necesarios para destrozar el artesonado, y de mantas, capotes y otros géneros mojados, y muchos cubos de agua para sofocar la llama, como en efecto lo consiguieron, sin muerte ó fatalidad notable. El valor, la actividad, y sobre todo, el órden con que se ejecutó, hubiera sido admirable en la gente mas disciplinada y mas culta de la Europa. Los padres volviendo al colegio, no hallaron sino las paredes enteramente desnudas. Del techo de la Iglesia se habia consumido una gran parte; la mayor y principal se habia preservado. Gustosamente daban por perdidos los padres los muebles de la casa. Sentian los vasos sagrados y demas alhajas de sacristía; pero no era posible averiguar donde estaban, ni por otra parte querian ofender á aquellos mismos á quienes se confesaban agradecidos. Poco les duró este embarazo. Serenado todo aquel alboroto, y reconocido á su satisfaccion todo lo que necesitaba de reparo, con el mismo órden fueron restituyendo cuanto

Inténtase la

habian llevado. Una estampa, una pluma no faltó, con grande admi. racion y reconocimiento de los padres.

Fué mayor aun su sorpresa cuando los tres caciques despues de haber tomado sus medidas y conferenciado con los de su nacion, volvicron á presentarse al padre rector. Este les dió muy afectuosas gracias por el importante servicio que acababan de hacer al Señor y á la Compañía; pero ellos que no tanto querian mostrarse acreedores al agrade. cimiento, cuanto empeñarse en nuevos servicios: „,Por mucho, dijeron, que á tu buen corazon parezca, padre, que hemos hecho nosotros en preservar de su total ruina la casa de Dios y la vuestra, á nosotros no nos parece haber cumplido con nuestra obligacion, mientras vemos destechada y espuesta á las injurias del tiempo vuestra Iglesia. Este edi. ficio lo levantaron nuestras manos. A ellas pertenece tambien repa. rarlo. Tiene tambien para nosotros la grande recomendacion de haber trabajado en ella el primer pastor y padre de nuestras almas, y es tar ahí sepultado su cuerpo venerable, cuya atencion, prescindiendo de cualquiera otro motivo, seria bastante para empeñarnos á procurarle toda la decencia que alcanzan nuestras fuerzas. Solo te pedimos, pues, nos hagas el honor de reedificarlo á nuestra costa. Sabemos las cortedades que padeceis, y podeis estar seguros, que en esto no os hacemos favor alguno, ni miramos sino á nosotros mismos, y á todo este gran pueblo, á cuyo bien os habeis enteramente dedicado, y en cuya utilidad ceden todos vuestros saludables ministerios." El padre rector agradeció, como debia, tan singular atencion á los caciques. Y en efecto, aunque algunas otras piadosas personas concurrieron de su parte con algunas limosnas, todas ellas no habrian bastado sin la liberalidad de los indios. Se emplearon en esta obra mas de quinientos. Venian por las maña. nas á trabajar, y salian al campo coronados de guirnaldas de flores, y de la misma suerte conducian á la Iglesia las maderas, con música de sus clarines y flautas, como consagradas al culto de Dios, en que mos traban al mismo tiempo la piedad y la alegría, que tanto aprecia el Se. ñor en las dádivas que se ofrecen á su culto. Con semejantes traba jadores, dentro de muy poco se renovó y aun mejoró la fábrica de nuestro templo, de que algunos dias despues tuvieron mucho que sentir y en que manifestar de mil modos la afliccion y singular aprecio que hacian de los jesuitas.

Habia determinado por este mismo tiempo el Illmo. Sr. D. Fr. Juan traslacion de de Medina Rincon, que actualmente presidia aquella Iglesia pasar de

Pátzcuaro á

Pátzcuaro á Valladolid la Catedral de Michoacán. Habiáse intenta- la Catedral de do esta traslacion desde el tiempo del Sr. D. Antonio Morales, segun Valladolid. do pastor de aquella Iglesia. Obtúvose la bula de S. S. y la licencia del rey católico; pero las dificultades con que se tropezaba en la cjecucion, fueron tantas, que dicho Sr. pasó, como vimos, al obispado de Tlaxcala sin haberse podido resolver á poner en práctica sus designios. El Sr. D. Juan de Medina, que le succedió en el obispado, y fomentaba el mismo deseo, tuvo que luchar algun tiempo con muchos de los republicanos, y los mas ancianos de su cabildo, que no podian resolverse á dejar sus casas y las antiguas comodidades de Pátzcuaro, á quien miraban como á hechura suya, y como una tierna memoria de su primer obispo y padre D. Vasco de Quiroga. Alegaban que él santo prelado habia escogido aquel lugar por divina revelacion. En efecto, era fama comun que solicitó el Sr. D. Vasco de un lugar á propósito para establecer su silla episcopal, y recorriendo para este efecto su diócesis, llegó á Pátzcuaro, donde no halló mas que un carrizal á la falda de una pequeña altura. Pasó allí en oracion gran parte de la noche, y sobrecogido del sueño, se le apareció el Dr. de la Iglesia S. Ambrosio, diciéndole, que dejase allí su residencia: se cree, que al golpe de su báculo brotó á la falda de aquel montecillo un ojo de agua, saludable y cristalina, de que se provee todo el lugar, y á cuya educacion milagrosa, fuera de la comun tradicion, favorecen no pocas de las antiguas pinturas. El suceso pareció mostrar que habia sido del cielo la eleccion. Los indios, en número de mas de treinta mil, dejaron con gusto sus pueblos por venir á establecerse en la nueva ciudad. Los mas de los españoles, que desde el tiempo de Cortés, bajo la conducta de Cristóbal de Olid, se habian establecido en Tzinzunza, se pasaron á Pátzcuaro, que se hizo desde entonces el centro de todo el comercio, y como la corte de Michoacán. A pesar de la contradiccion de los antiguos capitulares, que ya eran pocos en el cabildo que se juntó para esplorar, segun el tenor de las bulas, su consentimiento, quedó resuelta la traslacion por la mayor parte de los vocales. Leyéronse luego las reales cédulas, en que S. M. mandaba se trasladase á Valladolid el alcalde mayor, justicia y regimiento de Pátzcuaro. La nueva metrópoli no distaba de allí sino siete leguas al Este Surueste. Hasta entón. ces no habia sido sino un ruin cortijo con ocho ó diez casas de espa. ñoles, y dos conventos de S. Francisco y S. Agustin. Esta ciudad, pretenden algunos, haberła fundado el maestre de campo, Cristóbal de

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