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Olid, y que de su apellido y la última sílaba de su nombre, se le dió el que tiene. De esta opinion ha sido Gil Gonzalez de Avila, de donde sin duda le tomaron el padre Murillo y algunos otros modernos á quie. nes favorece Bernal Diaz del Castillo, autor poco exacto en este gé. nero de noticias. No sabemos que tenga mas fundamento esta opinion, que la analogía del nombre, y saberse por otra parte que Hernando Cortés, mandó á Cristóbal de Olid á Michoacán con cien infantes y cuarenta caballos; pero cstos, no se establecieron sino en Sinsonza, y de allí pasaron algunos á Colima á descubrir y pacificar la Costa. Parece lo mas cierto, que la ciudad de Valladolid la fundó D. Antonio de Mendoza, primer virey de Nueva-España. Con ocasion de irá pa. cificar los rebeldes de Suchipila, jurisdiccion de la Nueva Galicia, se dice haber pasado por aquel pais, cuya hermosa vista le encantó. Determinado á fundar en aquella rasa y fértil campiña una ciudad, que fuese algun dia la capital de la provincia, hizo en nombre del rey mer. ced de tierras á los que quisiesen poblar en aquel sitio. Otros piensan haber sido con el motivo de una caza. En efecto, sabemos cuanta era la aficion de este Señor á este noble ejercicio, y que de la que hizo uso de los antiguos mexicanos en las vecindades de S. Juan del Rio, dura aun frseca la fama en el llano hermoso que conserva hasta hoy el nombre del Cazadero. Sea de esto lo que fuere, la ciudad está como á sesenta leguas al Oeste de México. La abundancia del pais, génio y religion de sus antiguos habitadores, es muy semejante á la de Pátzcuaro, de quien ya hemos hablado. Le dan sus naturales el nom. bre de Guayangaréo. Herrera la pone en 19 grados 10 minutos de latitud boreal; los mas modernos en 20. El primer convento que tuvo fué el de S. Francisco, fundado por Fr. Antonio de Lisboa. Sobrevino la religion de S. Agustin, que àllí tiene un magnífico convento, cabecera de una religiosísima provincia. Los Carmelitas se establecieron por los años de 1593, en tiempo del Illmo. Sr. D. Fr. Alonso Guerra, que fundó tambien el monasterio de Sta. Catarina, sujeto al ordinario. Algunos años despues, los de Ntra. Sra. de la Merced y la hospitalidad de S. Juan de Dios. Villaseñor le da en el dia á Valla. dolid como veinticinco mil almas entre españoles, mestizos y mulatos. Indios hay pocos, y hubo aun menos en sus principios. El maestro Gil Gonzalez, dice que D. Antonio de Morales, primero de este nom. bre, trasladó la Iglesia Catedral de Pátzcuaro á Valladolid. No podemos dejar de sentir la flaqueza de su memoria, cuando en el párrafo

siguiente, hablando de D. Fr. Juan de Medina, succesor del Sr. Morales, dice: este prelado trasladó la Iglesia Catedral de donde estaba á donde está. Fácilmente podriamos escusar y querriamos este paracrónismo, entendiendo lo primero de la intencion eficaz de aquel Sr. obispo, y de las bulas y cédulas que se obtuvieron en su tiempo; pero son tantos los descuidos que se notan, semejantes en este autor, que no podemos entrar en el empeño de defenderlo. Del Sr. D. Vasco de Quiroga, dice que fundó en Valladolid el colegio de la Compañía de Jesus. Aun cuando en tiempo de aquel Illmo. hubiera tenido Valladolid alguna forma de ciudad, es cierto que segun el mismo autor, la Compañía no vino á las Indias sino despues de algunos años de muerto el venerable D. Vasco, que en el verdadero cómputo son siete, aunque en el suyo son cinco, porque falsamente hizo venir á los jesuitas el año de 1570 en 23 de junio. Esto hemos notado de paso para que nadie quie. ra juzgar de nuestra cronología por la del maestro Gil Gonzalez. Laet en su descripcion de la América, dice haberse ejecutado esta traslacion el año de 1544. Este diligente flamenco confundió vergonzosamente la primera traslacion de Tzinzunza á Pátzcuaro, que fué efectivamente ese año, con la de Pátzcuaro á Valladolid. Bernal Diaz del Castillo y el padre Basalenque, en la historia de su provincia, la afijan el año de 80, contando desde aquel tiempo en que acabó de trasladarse toda la ciudad, aunque se habia resuelto en cabildo y comenzado á poner en ejecucion desde fines del de 1578.

Trasladada la Catedral, era indispensable trasladarse el colegio Seminario de S. Nicolas, de que cra patrono el cabildo, y de cuya direccion, tanto por condescender con los antiguos deseos del Sr. D. Vasco, como en fuerza de cláusula de fundacion de nuestro colegio, se habia encargado la Compañía, en cuya consecuencia debian pasar tambien á Valladolid los maestros de escuela y de gramática. El padre provincial Pedro Sanchez, persuadido á que todos los españoles de Pátzcuaro, y aun la mayor parte de los indios, se procurarian establecimientos en la nueva ciudad, habia determinado que se trasladase allá tambien el colegio. El amor de los paisanos á aquel su antiguo sitio, y el que igualmente profesaban á los padres, no dejó poner en ejecucion estas prudentes medidas. Cuando vieron comenzar á despojar las Iglesias de todos sus adornos, que las alhajas á que ellos habian contribuido con su trabajo y sus limosnas, que las estátuas y pinturas á que se tenia mayor devocion, eran puestas en carros para conducirlas á la nueva ciudad, al

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principio un triste silencio, despues las lágrimas que corrian por cuasi todos los semblantes, manifestaron bien las disposiciones del pueblo, que se hacia aun violencia para contenerse en los limites de un modesto dolor. Pero viendo deshacer los altares y transportar las reliquias, que con tanto costo y solicitud habia alcanzado de Roma el Sr. D. Vasco, y de que habia procurado hacerles concebir la mayor estimacion y confianza, no guardaron medidas. Prorrumpieron en sollozos, que degeneraron breve en un tristísimo alarido. De la Iglesia pasó á las calles vecinas, y muy luego á toda la ciudad. De todas partes acudian á millares; unos cercaban la Iglesia, otros los carros ya cargados. Cada uno suspiraba por el santo de su mayor devocion, cuyo nombre repetian con voces lastimosas, y entre la multitud se oia sonar con un tiernísimo afecto que aumentaba la afliccion el nombre de D. Vasco, del obispo santo, del padre de los tarascos, del fundador de Pátzcuaro. Seguramente entregada la ciudad al pillage de una nacion enemiga, no se habria visto en mayor consternación. Procuraban algunos consolar al pueblo con muy bellas razones; pero eran inútiles todos los esfuerzos, mientras veian crecer á cada instante los motivos de su congoja. Intentaron descolgar una hermosa campana que habia mandado fundir y consagrado con grande solemnidad y aplauso de toda la multitud el Sr. D. Vasco de Quiroga. Era esta el único consuelo y recurso en las tempestades de truenos y rayos, de que habia sido antiguamente muy molestado el pais. A este espectáculo, mudaron de sem. blante las cosas. De un pesar agravado, se pasa muy fácilmente al furor y á la cólera. Los indios corrieron prontamente á sus casas, se armaron de sus arcos y flechas, y volvieron en tropas á la defensa de la torre. Los españoles interpretando aquel movimiento, no tanto, como era en realidad, por una piedad imprudente, cuanto por un principio de rebelion que habia hallado ocasion de prorrumpir con este bello pretesto, se armaban ya, se nombraban oficiales, y se procuraban poner en estado de defensa. Pareció bien en esta ocasion todo el ascendiente que tenian los jesuitas sobre aquel gran pueblo. Persuadieron fácilmente á los españoles que aquella no era sedicion contra el soberano, ni era justo alumbrarles con la misma precaucion y desconfianza un delito de que ellos no habian dado hasta entonces el menor indicio á los indios: que la intencion de S. Illma. no era privarlos de aquel consuelo: que se habian tomado aquellas providencias en la persuacion de que ellos vendrian gustosos en mudarse á Valladolid, donde se les prome

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tian tierras mas fértiles, y temperamento mas sano: que si despues de todo querian permanecer en Pátzcuaro, no se les molestaria mas en el asunto, ni se les daria mas motivo de inquietud.. Con estas palabras cesó por entonces aquel tumulto, que sin duda hubiera tenido funes. tas consecuencias, y revivido despues con mayor fuerza si no se hubie. ra tomado la providencia de dejar allí la campana.

Con el ruido de las armas no cesó enteramente la causa que traia tan afligido al pueblo. Supieron la determinacion del padre provincial, y como se pretendia pasar nuestro colegio. Luego corrió allá toda la muchedumbre. Cercaban la casa desde afuera con grandes alaridos. Los que entraban dentro se arrojaban á los pies de los padres, preguntándoles con lágrimas si querian tambien desampararlos. Tuvieron por respuesta, que esa determinacion se habia tomado en suposicion de que todo el vecindario, ó la mayor parte de él se mudase; pero que si ellos no estaban en ese ánimo, no les faltaria el colegio, aunque hubiesen de sacrificarse los padres á mendigar entre ellos el sustento. Quedaron llenos de consuelo, y colmando de bendiciones á todos los sugetos de aquella casa. Solo restaba una grave dificultad, Se habia dado, como dijimos, para Iglesia nuestra la antigua Catedral, en que yace el venerable cadáver del Sr. D. Vasco. Habíase éste entregado á los nuestros como en precioso depósito, que deberian restituir sin embarazo siempre que se verificase la traslacion de la silla episcopal. Cumplida ya la condicion, reconvinieron á los padres para la entrega, á que no sin grave pesar, se mostraron prontos, aunque previendo bien que seria difícil ejecutarlo sin una extraña conmocion de todo el pueblo. Efectivamente, este era el golpe mas doloroso para los indios. Luego que lo supieron se renovó el llanto, y aun la indignacion. Volvieron á las armas y tuvieron algunos dias acordonada la Iglesia y el colegio, mudándose toda la noche las centinelas. Cuando ya pareció estar mas descuidados, vino una de las dignidades del cabildo para que ocultamente se estrajese el cuerpo. No se ocultó este ardid á la vigilancia y celo de los tarascos. Volvieron á cercar toda la cuadra y para que jamas pudiese moverse el sepulcro sin noticia suya, cortaron una loza de enorme peso y magnitud, y lo sellaron con ella á su satisfaccion. El cabildo se vió obligado con dolor á sobreseer en el asunto. Los indios triunfaron, quedándose con el cadáver de su amado pa. dre, á que les parecia estar vinculada toda la felicidad de su pais, y los jesuitas tuvieron, y tienen aun hoy el consuelo de que esté sepultado

TOM. I.

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Principios del colegio de Valladolid.

entre ellos un prelado tan santo y que profesó siempre un tan sincero amor á la Compañía. Por lo que mira al colegio, no se movió alguno de los sugetos. Esta atencion pareció necesaria á la confianza y amor que habian mostrado aquellas buenas gentes. El padre provincial vió muy bien la incertidumbre y la incomodidad á que iba á esponer á los suyos, que se enviaban á Valladolid. Esta ciudad comenzaba cuasi á fundarse entonces. El Sr. obispo y su cabildo, aunque tan favorece dores de la Compañía, se veian empeñados en el edificio de la nueva Catedral y de sus respectivas habitaciones, como los demas republi

canos.

Sin embargo, por no faltar á lo que se habia convenido con un cuerpo tan respetable, se enviaron allá dos sugetos de grande religiosidad, que fueron los padres Juan Sanchez y Pedro Gutierrez. El primero por superior de aquella residencia, y el segundo de maestro de gramática, á que se añadió poco despues un hermano coadjutor para la escuela. El regimiento de la ciudad habia prometido al padre provincial que poco antes habia venido de la visita del colegio de Pátzcuaro, ayudar con lo que pudieran al acomodo de los nuestros. Hospedáronse estos en una casa muy antigua y ruinosa que los demás habian despreciado. El padre Juan Sanchez, hombre industrioso y perito en la arquitectura y matemáticas, la aseguró lo mejor que pudo. De un establo y otra pieza que se le añadió reformó una pequeña iglesia, tanto mas devota cuanto mas semejante á la primera habitacion que tuvo el hijo de Dios sobre la tierra, Dos de los regidores se encargaron de juntar entre los vecinos alguna limosna para el colegio. Estos eran tan pocos, que apénas llegaban á cuarenta, y todos pobres; sin embargo, se dieron á esta piadosa fábrica algunas deudas, aunque pocas de ellas se cobraron. A los ocho dias trajeron los diputados á casa las escrituras y entregaron al padre superior diez pesos y tres reales en plata. Por la cortedad de este donativo será fácil conocer las necesidades que pasarian los fundadores de Valladolid en los primeros meses. El Sr. obispo entre las muchas y gruesas limosnas que hacia á toda la ciudad, no se olvidó de los jesuitas, pero mas que todos se esmeraron en procurarles todo alivio las dos religiones de S. Francisco y S. Agustin. Los dos esclarecidos conventos, de concierto entre sí quisieron tomarse la obligacion muy propia de su caridad, de enviar cada semana al colegio lo necesario de pan y carne, y tal vez algunas cosas pertenecientes al servicio de la iglesia. Piadosísimo ejercicio en que constantemente

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