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Creyó siempre que la profesion de cuarto voto, segun nuestras constituciones, era un premio muy sobrado al literario trabajo de sus miembros. Que un privilegio tan singular no podia dejar de ser muy odio. so y aun nocivo al cuerpo en que por este camino podia temerse se introdujera la ambicion, y las competencias siempre espuestas, tanto en. tre sí, como en los seculares en la oposicion á las cátedras. El sábio visitador conoció todo el peso de estas razones, y esperimentó no sola una vez, que en las honras que pretendia hacer á los jesuitas jamás hallaba contradiccion sino en ellos mismos.

Valladolid.

Este recato y circunspeccion colmaba el Señor de bendiciones, no Aumentos en solo en el fruto espiritual de los ministerios, pero aun en lo temporal los colegios de Puebla, de los colegios. A Pátzcuaro favorecia mucho por este tiempo Doña Pátzcuaro y Beatriz de Castilleja, nieta del último rey de Michoacán, y su hija Doña Juana, casada con un cacique principal, D. Juan de Puruata, señor de S. Angel Tzurumucapeo, y gobernador que fué muchos años de la ciudad. Dió esta familia ilustre al colegio la mayor parte de las tierras de la hacienda de S. Antonio 6 la Jareta. En Valladolid, el piadoso caballero D. Luis Rodriguez, habia prometido al padre rector una corta limosna. Entró á la Iglesia á hacer oracion ante la devota imágen de Nuestra Señora del Populo, que pocos años ántes habia traido de Roma el padre Pedro Diaz. En el fervor de su oracion creyó que no podia hacerle mayor obsequio, que ofrecerle una gran parte de su hacienda para culto suyo y sustento de aquella casa religiosa. En efecto, quedó sorprendido el superior al ver que en lugar de algunos carneros que esperaba, le puso en la mano la escritura de una donacion que él y su muger hacian de mancomun al colegio, de una hacienda de cuatro mil cabezas de ganado menor y algunas piezas de esclavos. El colegio de la Puebla, que hasta entonces habia sido el mas necesitado, comenzaba á respirar con la benevolencia y frecuentes limosnas de D. Melchor Cobarruvias, con esperanzas bien fundadas de una breve y opulenta dotacion. Por otra parte, las varias y fervorosas misiones del padre Hernando de la Concha, al obispado de Jalisco y ciudad de Guadalajara, habian dispuesto los ánimos de aquellos ciudadanos y de su Illmo. obispo, tan en favor de la Compañía, que no esperaban sino oportunidad para pretender un colegio.

Acia este mismo tiempo envió S. M. á Filipinas la primera audiencia, y señaló gobernador y presidente de ella al Dr. D. Santiago de Veras, ministro de suma fidelidad y entereza, que habia manifestado bien en las

Audiencia de
Manila y nue

vos misionc

ros.

Concilio Me. xicano.

audiencias de Sto. Domingo y México, en que habia servido á S. M. muchos años. Este piadoso caballero, no dió paso alguno á la dispo sicion de su viage antes de pedir al padre provincial algunos misione ros que le acompañasen á Manila. Aunque eran pocos los sugetes para los colegios y ministros de Nueva-España, sin embargo, no se pudo dejar de condescender á las instancias del presidente, ni de atender á la necesidad de aquella nueva colonia, en cuyos frutos y gloriosos trabajos tanto interesaba la Providencia. Destináronse para la mision los padres Hernan Suarez, castellano, como superior, el padre Ray. mundo Prat, ó Roman de Prado, catalán, el padre Francisco Almerico. italiano, y el hermano Gaspar Gomez, coadjutor temporal. Llegaron estos padres á Manila á principios del año de 1585. El padre Hernan Gomez, se entregó luego á los ministerios mas penosos, con un extraordinario celo, de que fué muy presto la víctima. El padre Almerico se dedicó á aprender: la lengua de los chinos y japones, para la instruccion de aquellas naciones desamparadas. El padre Raymundo Prat, tomó á su cargo á los indios, cuya lengua aprendió con facilidad, y de que fue todo el resto de su vida un ministro incansable. Poco despues de su llegada, volvió de Macao el padre Alonso Sanchez, despues de haber experimentado en el viage, cuanto tienen de furiosos los mares en las costas de la India Oriental, y un sumo peligro de caer en manos de los bárbaros en la Ensenada de Cochinchina, de que se libró por una extraordinaria providencia. Con su vuelta, prosiguió la sínodo, que el Sr. obispo habia querido suspender, en su ausencia, y en que habia encargado al padre Sanchez llevase digeridas las materias y asuntos de importancia, sobre que siempre inquiria de los primeros su parecer, sin ofension de alguno de aquella docta asamblea, que admiraba en el padre Alonso Sanchez un fondo tan grande de doctrina, junto con una modestia humilde y una constante integridad..

No era ménos la opinion de piedad y sabiduría con que en semejante ocasion servian los jesuitas en México á la Iglesia y al estudio. Habiase juntado en México aquel año concilio provincial á diligencias del Illmo. y Exmo. Sr. D. Pedro Moya de Contreras. Asistieron los Illmos Sres. D. Diego Romano, obispo de la Puebla, D. Fr. García Gomez Fernandez de Córdova, del órden de S. Gerónimo, obispo de Guatemala, D. Fr. Bartolomé de Ledesma, del órden de predicadores, obispo de Oaxaca, D. Fr. Juan de Medina Rincon, del órden de S. Agustin, obispo de Michoacán, D. Fr. Domingo de Arzola, del órden

de predicadores, obispo de Guadalajara, D. Fr. Gregorio Montalvo, del órden de predicadores, obispo de Yucatán. Se convocaron teologos de todas las religiones, el reverendo padre maestro Fr. Pedro de Pravia, de la órden de Sto. Domingo: el reverendo padre maestro Fr. Melchor de los Reyes, de la órden de S. Agustin: el reverendo padre Fr. Juan de Salmeron, del órden de S. Francisco; y el padre Dr. Juan de la Plaza, de la Compañía de Jesus. Consultores juristas fueron D. Juan de Zusñero, arcediano de la Sta. Iglesia de México: el Dr. D. Juan de Salcedo, catedrático de prima de cánones en la real Universidad, y secretario del concilio: el Dr. D. Fulgencio Vic, y el padre Dr. Pedro de Morales, rector del colegio de la Puebla, hombre igualmente docto en las profundidades de la teología, y en las sutilezas del derecho. Fuera de estos, el Sr. arzobispo en cualidad de virey y capitan general, nombró por su teólogo y consultor al padre Pedro de Hortigosa, á quien veneraba como á su maestro. Sus decisiones eran oidas con veneracion en toda aquella venerable asamblea. Trabajó por órden del concilio en la formacion de sus decretos y sus cánones, juntamente con el Dr. D. Juan de Salcedo, á quien como á secreta. rio cupo el mayor peso de todo este negocio. Se le encomendó despues su traducción á la lengua latina, y últimamente entre él y el padre Dr. Plaza, por comun consentimiento de todo aquel cónclave, formaron el Catecismo de Doctrina cristiana, que se vió por mucho tiempo en estos reinos. Comenzó el concilio á 20 dias del mes de enero en la Iglesia de S. Agustin, y se concluyó á 17 de setiembre del mismo año de 1585. Despues de visto por el real consejo, se remitió á Roma, y Sixto V, despues de la aprobacion de una junta destinada á este efecto, lo confirmó en 27 de octubre de 1589. La M. del Sr. D. Felipe IV, dió licencia para su impresion el año de 1621, y mandó se guar dase en estos reinos, como consta de la ley 7 tít. 7 lib. 1 de la Reco-> pilacion de leyes de Indias. El Sr. Urbano VIII, se dico haber estendido su observancia á las islas Filipinas, por bula expedida á 11 de marzo de 1626. Ello es cierto que en tiempo de su celebracion, el Illmo. Sr. D. Domingo de Salazar, primer obispo de Manila, que habia juntado allá un sínodo, propuso varias dudas y artículos al concilio mexicano, y estuvo á su resolucion.

En el intervalo del concilio habia yenido de España destinado provincial de esta provincia, el padre Antonio de Mendoza, que como el padre Plaza tomó muy á su cargo la conversion é instruccion de los

TOM. I.

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Mision á Teo. tlalco.

indios, sobre que traia de Roma órdenes muy precisas. En el colegio de la Puebla, determinó que al Seminario de S. Gerónimo, que estaba entonces contiguo á nuestra casa, se agregase y dispusiese una Iglesia en forma de jacal, bastantemente capaz, donde el padre Antonio del Rincon cultivase aparte los indios, sin perjuicio del concurso de los españoles, que no les dejaba lugar en nuestro templo.

Dispuso asimismo, atento siempre al mayor provecho de los indios, una mision al partido de Teotlalco, á peticion del Sr. obispo de la Puebla. Era esta una region de su dilatadísima diócesis extremamente necesitada. La escasez de ministros en aquellos tiempos, habia obligado á sujetar á la administracion y vigilancia de un solo beneficiado mas de sesenta pueblos. El sumo desamparo espiritual en que vivian estos infelices, junto con las memorias aun recientes de su gentilidad en las cumbres y en las quebradas de sus montes, los habia precipitado de nuevo en todos los desórdenes, haciendo un monstruo de religion en que juntaban con el Dios verdadero adoracion á las mas viles criaturas. Algunos adoraban al fuego, otros á ciertos génios que imaginaban presidir á la caza, á las semillas, 6 á los árboles. Aun aquellos en quienes no habia pasado la corrupcion hasta el espíritu, pasaban una vida estragada en la embriaguez, en la deshonestidad, en el homici dio y en el hurto. Se conoció muy presto que aquella inundacion de vicios, no tanto provenia de la obstinacion de los ánimos, como de la falta de instruccion. Luego que supieron la venida de los padres á su pais, salian de los pueblos á recibirlos coronados de flores con mucha música, aunque grosera, extremamente agradable á los ministros de Dios, que de aquella benevolencia se prometian copiosos frutos cielo, Esplicaron en los pueblos principales, á que concurrian en tropa aquellas pobres gentes, los misterios de nuestra fé, corregian los vicios y condenaban los abusos. El suceso fué mayor que la expectacion. Era increible el ardor con que venian á confesarse despues del sermon, sin dejar á los misioneros otro descanso que el sólido consuelo de sus sinceras conversiones. Acabada la confesion, traían á la presencia de los padres los ídolos de varias materias, los quebraban y los pisaban, burlándose del demonio, que bajo de aquellas monstruosas figuras los habia tenido engañados. Se hizo, como para una pública y solemne espiacion de los pasados escándalos, una devota procesion en cada uno de aquellos pueblos. Iban los padres repartidos entre el pueblo con sogas al cuello, coronas de espinas en la cabeza y

los piés descalzos, rezando en alta voz algunas devotas oraciones. Los indios les seguian en trages de penitencia, segun les dictaba su fervor y permitia el sexo y la edad. Muchos tomaron fuertes disciplinas: muchos vistieron áspero silicio, y todos derramaban lágrimas, ofrecien do al Señor el holocausto mas agradable en la compuncion del espíritu. Este piadoso ejercicio, fué como una disposicion para la comunion general, que se hizo el dia señalado con innumerable concurso y comun regocijo de aquellos miserables. A la partida salian los padres acompañados de todos aquellos sus nuevos hijos en Jesucristo, cuanto gozosos de haber destruido entre ellos el reino de la idolatría y de la impiedad, tanto acongojados y sin poder contener el llanto á vista de su ternura y de las sinceras instancias con que procuraban detenerlos para que los defendiesen, como decian, del demonio, y les enseñasen el camino del cielo.

Muy semejantes á estos fueron los frutos que cogió en tierra de los chichimecas el padre Juan Ferro, insigne operario del colegio de Pátzcuaro. En esta casa, derribándose un lienzo para dar mayor capacidad á la habitacion, se halló enteramente incorrupto el cuerpo de una ¡ndia vírgen, entre otros muchos que la humedad del terreno habia ya consumido. Se hicieron las mas esquisitas diligencias para saber el nombre, pátria y calidad de aquella persona á quien el cielo favorecia con tan maravillosa incorrupcion. Preguntados los mas ancianos y de mayor autoridad entre los indios y antiguos vecinos españoles, respondieron haber oido de sus padres que en aquel mismo lugar habia fabricado el venerable obispo D. Vasco de Quiroga un recogimiento para indias que quisiesen servir al Señor en castidad y pureza de alma y cuerpo, con reglas y constituciones que él mismo les habia dictado, llenas de sabiduría. Que entre estas esposas de Jesucristo se sabia haber florecido una de muy especial virtud, cuyo nombre ignoraban y de quien habian oido referir á los antiguos cosas singulares, y se persuadian seria suyo aquel cadáver, que el Señor habia querido honrar con tan sensible proteccion. Por el mismo tiempo los padres Francisco Ramirez y Cristóbal Bravo, corrian los partidos al Sur de Michoacán, bien recibidos en todas partes y con fruto correspondiente á la aceptacion y al trabajo de los misioneros.

Del éxito admirable de la mision que á Teotlalco habian hecho los padres del colegio de la Puebla, tan á satisfaccion del Illmo. que la habia pretendido: del continuo y penoso trabajo de los ordinarios ministe

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