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la provincia de Axacan, distante como ciento y setenta leguas al Nor

te de Santa Elena, á los 37 grados de latitud.

Luis.

Habia inclinado al padre á tomar esta resolucion un indio natural Noticia del de aquella region, que habia venido de la Habana acompañando á los cacique Don padres. Era éste hermano del cacique de Axacan, y algunos años ántes pasando por allí para Nueva-España unos misioneros del órden de predicadores, partió con ellos á México, donde instruido con prontitud en los dogmas de nuestra fé, fué con grande solemnidad bautizado y llamado Luis, en honra de D. Luis de Velasco, segundo virey de México, que tuvo la dignacion de ser su padrino. De aquí pasó á España, y en atencion á su ilustre nacimiento, que acompañaba un entendimiento pronto y un esterior agradable, le honró el Sr. D. Felipe II manteniéndolo á sus reales espensas todo el tiempo que estuvo en la corte. Volvió de Europa en compañía de unos religiosos de Sto. Domingo con el destino de ayudarlos en la conversion de su nacion; pero habiéndose impedido no se con qué ocasion el pasage de estos misioneros á la Florida, celoso de la reduccion de sus compatriotas se agregó á nuestros padres. Verosímilmente no podia encontrar el padre vice-provincial socorro mas oportuno para sus piadosos proyectos. La restitucion á su patria de un personage tan distinguido entre los suyos, sus maneras dulces é insinuantes, su fervor y celo para la religion, el agradecimiento que profesaba á la honrosa acogida que habia debido á D. Luis de Velasco, la liberalidad y honra de que se habia visto colmado en la corte del mayor monarca de Europa, su ingénio agudo y vivo acostumbrado ya al modo de tratar de los europeos, la piedad con que se llegaba con frecuencia á la participacion de los sagrados misterios; todo conspiraba á hacer creer que depuesta toda la perfidia y ferocidad de su nativo clima, se tendria en D. Luis no solo un cabal intérprete y un fiel amigo, sino tambien un fervoroso catequista.

con sus com

Juntó el padre vice-provincial en Santa Elena á los padres para co- Parte el pamunicarles su resolucion; pero nunca quiso poner en consulta quienes dre Segura habian de ir á aquella peligrosa espedicion, queriendo tomar sobre sus pañeros á Ahombros todo el trabajo, aunque los padres Sedeño y Rogel se le ofre- mérica. cieron muchas veces con las mayores veras. Resuelto el viage tomó consigo el padre Segura, al padre Luis de Quiroz con seis hermanos. Gabriel Gomez, Sancho Cevallos, Juan Bautista Mendez, Pedro de Linares, Gabriel de Solis, y Cristobal Redondo. Fuera de estos, iba D. Luis y un niño hijo de un vecino español de Santa Elena, llamado

Conducta de
Don Luis.

Alonso. Todos los padres y hermanos que cultivaban las provincias
de Guale y Santa Elena, tuvieron órden de retirarse á la Habana. El
vice-provincial y sus compañeros se embarcaron en un puerto cercano
á Santa Elena para Axacan á fines de agosto, despues de haber con
fervorosa oracion y otras muchas obras de virtud encomendado á Dios
el éxito feliz de una empresa, que no tenia otro objeto que la gloria de
sa santo nombre. Llegaron á la provincia de Axacan, que hoy en dia en
poder de la Inglaterra, hace parte de la nueva Georgía y la Virginia,
á los 11 de setiembre, y dieron fondo en el mismo puerto de Santa Ma.
ría, (hoy S. George) patria del cacique D. Luis. Luego que pusieron a
pié en tierra, mandó el padre Segura al capitan del barco que con to-
da su tripulacion y soldados volviese á Santa Elena, de donde no de 2
bia volver á aquel puerto sino despues de cuatro meses á traer las ne-
necesarias provisiones de que dejaba encargado al padre Juan Rogel.
No faltaron al hombre de Dios fuertes razones para determinarlo á una
accion que á los ojos de la prudencia humana pudiera parecer temeri-
dad. Seguramente las costumbres de la tropa y gente de mar, no eran
las mas apropósito para confirmar con su ejemplo la ley santa que se
iba á predicar á los gentiles. La tierra no era tan abundante de ali-
mentos que se pudiesen mantener todas aquellas gentes, sin notable in-
comodidad de los naturales, y dejarlos espuestos á las vejaciones ordi.
narias, era sofocar desde luego la semilla del Evangelio que se procu-
raba fomentar con el sudor y con la sangre.

Por otra parte, no se tenia motivo alguno para desconfiar del cacique D. Luis. Fuera de la piedad para con Dios y de la amistad para con los padres, que hasta allí habia observado constantemente en toda su conducta, acababa de darles pruebas bien sinceras de su fidelidad y su fervor. Luego que se presentó á sus gentes sobrecogidas del gozo de verlo despues de tantos años restituido á su patria, valiéndose de aquellos primeros movimientos de alegría, los interesó para que entre todos se fabricase á los padres una casa capaz, aunque grosera, y una hermita ó pequeña capilla, donde se celebrasen con decencia los sacrosantos misterios. A su arribo habia muerto el cacique de Axacan su hermano mayor, y actualmente mandaba en la provincia otro menor que D. Luis. Vióse entonces con un ejemplo digno de proponerse á los mas cultos pueblos de la Europa, cuanto la grandeza de alma y la nobleza 'sostenida de un buen fondo de equidad, es superior á la mas grosera educacion, y á la barbaridad del clima. El hermano menor re

conociendo en D. Luis la prerrogativa del nacimiento, vino luego á ofrecerle el mando de toda aquella region la mas grande y la mas bien poblada de la Florida, en cuya posesion, decia, no habia entrado sino por la ausencia de su hermano, á quien la naturaleza daba sobre él y sobre toda la nacion un derecho incontestable. D. Luis, á quien fuera de su grande génio, acompañaba una instruccion pulida, é ilustraban las luces de la fé, no se dejó vencer en generosidad de su menor hermano. La fortuna, dijo, quitando los hijos á mi hermano y sacándome á mí de mi patria, ha depositado en vuestras manos las riendas del gobierno. Vos estais amado de vuestros súbditos, temido de vuestros enemigos, y que unos y otros me mirarian á mí como estrangero. Por mucho derecho que me asista para pretender el mando ó para aceptarlo de vuestras manos, no quiera Dios se piense de mí que haya sido este el motivo de restituirme á los mios. No, mi amado hermano: yo no he venido á despojaros de vuestros dominios, sino á contribuir solamente de mi parte al celo de estos piadosos hombres, que dejando su patria, y sacrificándose á los mayores trabajos, os vienen á anunciar el reino de Dios vivo, de quien por mi dicha soy, y quiero ser uno de los adoradores mas sinceros.

Con estos ejemplos y espresiones de D. Luis, comenzaron los bár. Su mudanza baros á tener en gran veneracion á los siervos de Dios, y á dar favora. y obstinacion bles oidos á sus consejos de paz. Por siete continuos años habia sido aquella gente trabajada de una epidemia en que tuvieron bastante que fatigarse los padres, con quienes de concierto obraba en todo D. Luis. Así pasaban llenos de esperanza hasta fines del año. D. Luis, entónces, dejado el vestido europeo, de que hasta entonces habia usado, apareció un dia repentinamente en el trage de su nacion, protestando, que lo hacia por no disgustar á sus gentes, y atraerlas con mas dulzu ra á sus designios. Se vió muy presto como con el trage se habia vestido otra vez de toda la corrupcion de su pais, y esperimentaron los padres, cuanto es dificil que vuelva la fiera á su bosque nativo, sin que deponga toda aquella mansedumbre, que contra su natural inclinacion habia aprendido en las jaulas. Ya no asistia con tanta frecuencia á las exhortaciones de los padres. La libertad, el ejemplo de los suyos, la impunidad en los mayores delitos, habian tentado su corazon, y el amor á las mugeres acabó de corromperlo enteramente. La cualidad de cacique le permitia tener muchas á un tiempo. Los padres Segura y Quiroz, á quienes dolia infinitamente verse arancar de entre las ma

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nos aquella alma, y con ella todo el fruto de sus trabajos y toda la salud de la Florida, con ruegos, con amenazas de parte de la justicia de Dios, y mas que todo con lágrimas y continua oracion á su Magestad, procuraban ganar otra vez aquella oveja descarriada. Pero la maldad habia echado ya muy hondas raices en el ánimo de D. Luis. La cor. rupcion pasa muy fácilmente del corazon al espíritu, y la impureza la llevó como en otro tiempo á Salomon, á la mas infame apostasía. Can. sado de las exhortaciones de los padres á quienes no miraba ya sino como tiranos de su libertad, se retiró de su patria cinco leguas á dentro. Usáronse todos los medios que sugeria la caridad industriosa para ha cerlo volver: súplicas, sumisiones, promesas, todo fué inútil.

Los misioneros reducidos á la estrechez de su pobre choza, sin intér. prete de quien pudiesen informarse en una espantosa soledad, no semiraban, sino como víctimas destinadas al sacrificio. La oracion y leccion, las obras de penitencia, las pías y fervorosas conversaciones, la meditacion de la vida gloriosa, y sobre todo, la mesa sagrada, á que se llegaban humilde y devotamente los mas dias, era el único manjar de que se sustentaban faltos ya aun de los corporales alimentos por haber tardado el barco, que á los cuatro meses esperaban de la Habana. Llegóse el dia 2 de febrero, y habiendo todos con devota ternura y muchísimas lágrimas, recibido el cuerpo del Señor, el padre vice-provincial les habló á todos juntos de esta manera: „Vednos aquí, hermanos mios, reducidos á la gloriosa necesidad de morir por Jesucristo. Por aquí está el Océano: por aquí estamos de todas partes cercados de los enemigos.... Yo haria injuria á vuestra religiosidad en acordaros los motivos, que dejado el descanso de los colegios de Europa, nos, ha traido á estos desiertos, y de la bella causa, porque estamos, segun dişcurro, en vísperas de acabar nuestros dias. Yo pretendo enviar terce. ra embajada á D. Luis. Bien imagino que esto no es sino darle la señal de acometer; pero la caridad y la necesidad me obligan. Nosotros demos gracias a Dios que no podemos huir de la felicidad que su Magestad nos ha preparado, y ofrezcamos desde ahora el holocausto de nuestra vida á gloria de su santo nombre, y confirmacion de la fé, y doctrina santísima que profesamos." Estas palabras proferidas con un fervor y valentía de espíritu movido de Dios, arrancaron suavísimas lágrimas á los oyentes penetrados de los mismos sentimientos, y pasaron aquel dia todo en oracion y ejercicios de piedad. A la mañana mandó el padre Segura al padre Luis de Quiroz, con los hermanos Gabriel

de Solís y Juan Bautista Mendez, para procurar que volviese D. Luis. Partieron á una comision tan peligrosa con la prontitud y alegría que no se puede esplicar bastantemente. Se habia escogido al padre Quiroz por el especial amor y confianza que hasta entónces le habia profesado el cacique. Los recibió éste con bastantes apariencias de amis. tad, se escusó con cortedad y con respeto de su tardanza, y les prometió que á la mañana seguramente iria.

Consolado el padre Quiroz y sus compañeros con estas espresiones, que les parecieron muy sinceras, se volvieron á la tarde al puerto; pero como era algo dilatado, les cogió la noche en el camino. Cumplió D. Luis exactamente su palabra. Partió luego al anochecer tras ellos. Alcanzó á los tres enviados en su viage. La noche ocultaba las flechas de que venia armado, y la fiereza del semblante, pero no la tropa que lo acompañaba. Causó esto alguna sospecha; sin embargo, el padre Quiroz lo saludó amigablemente. La respuesta fué una saeta, de que atravezado el corazon, cayó muerto. Corrió el traidor á despojar el cuerpo, mientras sus compañeros con las flechas y las macanas enviaron al cielo á los hermanos Gabriel de Solís y Juan Bautista Mendez; juntaron los cadáveres para quemarlos, aunque no sé con qué motivo lo dejaron de hacer, y volvieron cargados de los pobres y religiosos despojos con grandes alaridos á su pueblo. Pasados algunos pocos dias, viéndose el apóstata D. Luis necesitado á acabar con los misioneros, y pensando que con algunas pocas hachas y machetes que tenian, y habian visto traer para sus usos domésticos, pudiesen los cinco que quedaban defenderse de su violencia, mandó muy de mañana unos indios, que con pretesto de ir á hacer leña al monte, les pidicsen prestados aquellos instrumentos. El artificio era bastantemente grosero; pero los siervos de Dios, que aunque por la tardanza de los tres compañeros habian entrado en vehemente sospecha, á imitacion del Salvador del mundo, no pensaban defenderse con este género de armas, ántes estaban mas deseosos de recibir la muerte por Jesucristo que sus enemigos de dársela, no creyeron deberles dar algun motivo de resentimiento. Luego que los tuvieron á su parecer desarmados, corrieron al monte, donde encontrando al hermano Sancho Cevallos que habia ido á buscar leña para aderezar su pobre sustento, le dieron cruel muerte. Juntáronse con D. Luis, que los esperaba, y corriendo todos con horribles gritos á la casa de los padres, el apóstata vestido de los despojos de los muertos, como que por ser el mas malvado de los homTOMO I.

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Traicion de
Don Luis, y

muerte de los
ocho misione -

ros.

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