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Muerte

del

padre Segura

Noticia

del

bres tuviese derecho para escojer la mejor víctima, entrando en el apo sento del padre Juan Bautista Segura, le hendió con una hacha la cabeza. Lo mismo ejecutó su bárbara tropa con los tres hermanos, Ga. briel Gomez, Pedro Linares y Cristóbal Redondo.

Este éxito tuvo la espedicion del padre Juan Bautista de Segura á la Florida, region infeliz en que no podemos dejar de admirar con espanto la profundidad de los juicios Dios. Regada con la sangre de tantos fervorosos misioneros, primero, de la órden de predicadores, bajo la conducta del V. siervo de Dios Fr. Luis de Balbastro, despues de los de la Compañía de Jesus, y últimamente, cultivada por doscien tos años de la seráfica familia, como la sangrienta Jerusalen, sin ceder jamas la indomable ferocidad de sus naturales, solo parece haber subsistido en ella este tiempo la nacion española, y con ella la verda. dera religion, para justificar la causa del Señor, hasta que colmada la medida de su iniquidad, ha cedido en estos mismos años por el tratado de las últimas paces, enteramente á la Inglaterra, y consumido el dia 12 de marzo de 1763 el adorable Sacramento, no sin un gravísimo dolor de todos los católicos, se ha negado su Magestad á una nacion in. fame, dejándola fuera de su Iglesia santa, y haciendo parte de aquel pueblo infeliz, cui iratus est Dominus in æternum.

Al padre Juan Bautista de Segura dió cuna Toledo, estudios Alcalá, con no pocas aclamaciones de su raro talento, que le mereció la borla de maestro. Entrado en la Compañía pretendió instantemente el grado ínfimo de coadjutor temporal, ni subió sino obligado de la obediencia al sacerdocio, ni despues de ordenado se hubiera atrevido ja. mas á celebrar el primer sacrificio, si no lo hubieran compelido los superiores. Esta humildad profunda, este respetuoso temor, fueron co. mo los ejes de toda su vida religiosa. S. Francisco de Borja, aquel espíritu ilustrado, y guiado siempre del cielo, lo destinó rector del colegio de Villimar; de allí pasó con el mismo cargo á Monterey para que debiese aquel colegio, reciente fundacion del conde del mismo título, las primicias del espíritu á uno de los mas fervorosos operarios de aquel tiempo. De Monterey salió para rector de Valladolid, y de aquí para la mision de la Florida, donde le esperaba la corona.

El padre Luis de Quiroz era de una de las familias mas ilustres de padre Quiroz Sevilla, habia allí entrado en la Compañía, y pasado á poner como un noviciado de su mision apostólica en el colegio que en el Albaisin de Granada tiene la Compañía para la instruccion y educacion de los

tes.

los restan

da al niño.

moriscos. Solo sabemos de su carácter, que era de una inocencia, candor y suavidad de costumbres, que lo hacian estremadamente amable á los hombres, y que lo hicieron, segun toda apariencia, digno holocausto de las aras del Señor. De los seis hermanos que murieron, Pedro Linares, Gabriel Gomez, y Juan Bautista Mendez, habian sido admitidos en España. El hermano Sancho Cevallos y Cristobal Redondo, habian venido con el padre Segura en cualidad de pretendientes, y probados suficientemente en el largo viage y algunos meses en la Habana, tomaron allí la ropa. El hermano Gabriel de Solís era de un ilustre orígen, y sobrino del adelantado D. Pedro Melendez, á cuya sombra le brindaba el mundo con mil esperanzas. Edificado de las costumbres y la austera vida de los misioneros en la Florida, pretendió vivamente ser de su número, y lo consiguió para ser muy breve compañero de su triunfo. Esto es lo que hemos podido decir con certidumbre de estos gloriosos varones, y no hay duda sino que serian en la piedad y religiosidad muy conformes á aquellos á quienes, como tomándole á S. Leon las palabras, dijo muy bien el padre Florencia: et électio pares, et labor similes, et finis fecit æquales. Entre el tumulto y la confusion de aquella horrible escena, el niño Dejan con viAlonso, que como dijimos, para que les ayudase á misa y sirviese de intérprete, habian llevado consigo los padres, sin tener lugar seguro, corria por las calles bañado en lágrimas. El cacique hermano de D. Luis, en quien parece habia quedado algun rastro de humanidad, de que se habia despojado el pérfido apóstata, lo acogió benignamente, y lo escondió para hurtarlo al furor de su malvado hermano; pero D. Luis no habia pretendido apagar su cólera sino en la sangre de aquellos que querian sujetar su libertad al yugo de Jesucristo. Así permitió el Señor que cegándose aquel bárbaro, dejase en Alonso un testigo tanto ménos sospechoso, cuanto mas sencillo de su maldad y de las maravillas de Dios, y un argumento evidente é irrefragable de la gloriosísima causa que le habia movido á deshacerse de los misioneros. Hízole traer á su presencia D. Luis. Un extraordinario consuelo de creer que iba á morir por Jesucristo, le enjugó repentinamente las lágrimas. Presentóse con un denuedo muy superior á su edad, dispuesto, como repetia despues, á confesar la fé, y á acompañar á sus amados padres. Vive seguro entre nosotros, (le dijo el tirano) que solo hemos procurado quitar de nuestra vista unos importunos censores de nuestras acciones. Ya estamos en posesion de nuestra libertad. Ven conmigo, daremos sepultura á los cuerpos, segun el rito que he visto usar á los cristianos,

Caso prodi. gioso.

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En efecto, hicieron entre todos un foso capaz en la capilla misma donde decian misa: juntaron los ocho cuerpos y los enterraron con honor, rezando con grande fuerza de lágrimas el niño Alonso algunas oraciones que habia aprendido de los padres.

Apoderáronse los indios de todos los vestidos y despojos de los sier. vos de Dios, y de los sagrados vasos, que ignorantemente profanaban, mas no con tanta impunidad muy largo tiempo.

Referiré el caso (para no faltar por una parte á la fidelidad de his. toriador, y por otra para que no se imagine que á mi albedrío le he qui tado las circunstancias con que se halla en algunos autores) con las palabras mismas del padre Juan Rogel, que de su letra y pluma se halla entre los papeles del archivo de esta casa Profesa, y que es incontestablemente el mas antiguo y mas auténtico monumento que puede alegarse en la materia. „Sucedió, (dice) que un indio con la codicia de los despojos, fué á una caja, dentro de la cual estaba un Cristo de bulto, y queriendo abrirla ó quebrarla para sacar lo que dentro habia, y comenzando á desherrajarla cayó allí muerto. Luego le succedió otro indio, que con la misma codicia, quiso proseguir el mismo intento y tambien cayó muerto. Otro tercero intentó lo mismo, y tambien le sucedió lo mismo. Entonces no osaron llegar mas á la arca, sino que la tienen hasta hoy en dia con mucha veneracion y espanto, sin atreverse á llegar á ella, y de esto mismo me dieron noticia aquí unos soldados viejos que vinieron de la Florida, los cuales habian estado en Axacan, y les dijeron los indios, como aquella arca está todavía en pié, y nadie osa llegar á ella, aun agora al cabo de cuarenta años." Hasta aquí la sencilla relacion del padre Juan Rogel, cuya autoridad sola pone nuestra sinceridad á cubierto de toda crítica, y nos alivia la pena da impugnar otras relaciones poco compatibles con este original.

Entretanto los padres Antonio Sedeño y Juan Rogel, y los hermnanos Francisco Villa Real, Juan de la Carrera, Juan de Salcedo y Pedro Ruiz de Salvatierra, segun la órden que les habia dejado el viceprovincial, navegaron á la Habana; y mientras los unos con grande utilidad y ventajas del público, se ejercitaban en el recinto de la ciudad, el padre Antonio Sedeño con otro compañero, recorrian todas las poblaciones de la isla, haciendo en ellas fervorosas misiones, y dejando por todas partes en las restituciones de lo mal adquirido, en las composiciones de las enemistades y los litigios, y en la frecuencia de los Sacramentos, de confesion y comunion, que se veia renacer luego

donde quiera que entraban; pruebas bien claras de aquel gran celo que animó siempre sus acciones, y que aun en su última vejez lo llevó, como veremos despues, á morir en las islas Filipinas. Arribaron á este mismo tiempo á Cuba, puerto famoso en la costa Austral de la misma isla á quien dió su nombre, once jesuitas bajo las órdenes del padre Diaz, compañeros de aquellos cuarenta, que sin mas delito, que el de católicos y celosos defensores de la Sede Romana, habian en la isla de Palma conseguido la de la inmortalidad á manos del pirata Jaques Soria. Voló á Cuba el padre Antonio Sedeño, y ayudado de la caridad de aquellos ciudadanos, los hospedó y alivió de los trabajos de una navegacion tan penosa. Por su consejo pasaron á la Habana, donde sabida la dichosa suerte de sus compañeros, y mirados ya como confesores de Jesucristo, se atrajeron la veneracion de toda la ciudad. Ni los engañó su piadosa eredulidad, porque partiendo de la Habana á principios del año siguiente, y juntándose en Angra, una de las islas terceras, con otros compañeros, que llevados de la misma tempestad habian arribado á la isla española algunos de ellos (porque de treinta que habian quedado en los dos navios, hubo de rebajarse en Angra la mitad) cayendo en manos del pirata Cadaville el dia 13 de setiembre de 571 con diversos géneros de muertes, glorificaron al Señor.

El padre Juan Rogel, que habia quedado encargado de enviar á los cuatro meses á Axacan los necesarios alimentos, hizo cuanto podia por remitirlos á tiempo. Luego que hubo oportunidad, se hizo á la vela el piloto Vicente Gonzalez, y en su compañía el hermano Juan de Salcedo. Dieron fondo en el puerto de Santa María; pero avisados de no se qué interior movimiento no quisieron saltar en tierra. Echaron ménos cierta señal que el padre Segura les habia prometido halla. rian en la costa. Veian á los indios con alguna ropa, que les parecia no podia ser sino de los padres. Los bárbaros para atraer á tier. ra á los españoles se vistieron algunas sotanas de los difuntos padres, y paseándose por la playa, venid, les gritaban, aquí están los padres que buscais. Este grosero estratagema los acabó de confirmar en su sospecha. Al mismo tiempo dos indios mas atrevidos destacándose de los demas, se arrojaron á nado, en que son velocísimos y alcanzaron el barco. Arrestaronlos á bordo, y sin mas esperar levadas á gran prisa las anclas, pusieron proa á la Habana. Para evitar la fuerza de las corrientes, que en el canal de Bahama corren impetuosísimas de Norte, es preciso navegar muy empeñados en la tierra, y por consiguiente

Excito de D.
Luis.

muy vecinos á los cayos ó islotes, que bordean por largo trecho el continente de la Florida. Esto dió ocasion á que uno de los indios se arrojase atrevidamente al mar. Se aseguró al otro, y se le condujo al puerto. Ni la dulzura con que se le trató en nuestra casa, en donde estuvo hospedado, ni las amenazas fueron bastantes para hacerle des. cubrir la verdad. El adelantado, que poco ántes habia venido de Es. paña, y tenia que navegar allá muy en breve, determinó pasar por Axacan para averiguar la verdad de un hecho, de donde dependia todo el fruto de sus conquistas. Llevó consigo á los padres Juan Rogel, y á los hermanos Carrera y Villa Real. Entró en la tierra escoltado de tropa suficiente. Los indios habian huido al monte. Se encontró con el niño Alonso, de quien se supo puntualmente lo sucedido. Se les siguó el alcance á los fugitivos: se hubieron á las manos ocho ó diez de los parricidas, y se les dió sentencia de muerte. Se instuyeron, se bautizaron, y á lo que podemos congeturar, movido el Señor á los clamores de aquella sangre inocente que pedia el perdon de sus enemigos, entraron á la parte de la herencia eterna.

Concluida la ejecucion, pidió el padre Rogel al gobernador le concediese una escolta de soldados para entrar al lugar de D. Luis, y trasladar de allí á la Habana los huesos venerables de sus amados com. pañeros. Estaba la estacion muy avanzada para el viage de Europa, y no pudo D. Pedro Melendez condescender con tan piadosa peticion. Prometió que á la vuelta, él mismo en persona pasaria á ejecutarlo. D. Luis, mucho antes de esta espedicion se habia desparecido de su pueblo y de sus gentes. Huyendo de los españoles y de aquel sepulcro, testigo de la fé, á que tan vergonzosamente habia faltado á Dios y á los hombres, se retiró lo mas léjos que podia, monte á dentro. El padre Tannero en el elogio de estos gloriosos varones, y el padre Sachino en el lib. 8 de la historia general de la Compañía, sobre opinion comun muy valida en aquellos tiempos inmediatos en la Florida y en la Habana, escriben: que acongojado de los remordimientos de su con. ciencia, y apartado de todo comercio humano, pasó en el fondo de los bosques el resto de sus dias en un continuo llanto. No desdice esta narracion de la piedad que mostró luego despues de pasados aquellos primeros transportes de su cólera. podia y debia ser siempre testigo de los padres con la mayor decencia. miento, á que se añadia una muy cristiana educacion, y el ejercicio

Perdonó la vida á aquel niño que su maldad. Procuró el entierro de Era dotado de un bello entendi

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