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diana, que tuvieron buen recibimiento de los indios. Seis ó siete pequeños rios formados de las vertientes de la sierra, fertilizan estos pai. ses. De los mayores es el de Papásquiaro. Los mas de ellos pierden su nombre en el de las Nasas, con que se juntan poco despues de su orígen y que da á los tepehuanes mucho peje. Otros cuatro 6 cinco en la parte mas septentrional de la provincia atraviesan la provincia de Taraumara, y van á descargar al rio Grande del Norte, que despues de haber regado el Nuevo-México, desemboca en el Seno mexicano. El terreno que acabamos de describir fué un teatro muy vario, pero igual. mente glorioso á los misioneros jesuitas. Abrió la puerta al Evange lio en estos vastos paises el padre Gerónimo Ramirez el año de 1596 en mision que hizo desde el colegio de Guadiana. Halló gentes mas cul. tivadas y mas vivas que los de la laguna, vestidas de lana y algodon, recogidas en chozas de madera, y algunas tambien de piedra y barro, con algun género de sociedad y policía, de buen talle, de mucha memo. ria y mas que ordinaria capacidad. Ha acontecido (dice en su rela. cion el misionero) oir una vez el catecismo y quedársele á un indio tan fijo en la memoria, que pudo luego hacer oficio de maestro y enseñarles á otros, y no uno, sino otros muchos, oyendo hoy el sermon, lo refieren maña. na sin errar punto substancial; prueba grande, no ménos de la felicidad de su memoria, que de la atencion y buena voluntad con que reci. bian la santa doctrina. El padre Gerónimo Ramirez, recorriendo, segun su costumbre, las estancias vecinas á Guadiana, llegó no sin dis. posicion del cielo á la Sauceda. Era esta la mas vecina á la provin cia de Tepehuanes, de quienes debia ser el primer apóstol. Mu. chos de ellos trabajaban en aquella vecindad con los mexicanos y tarascos, cristianos viejos; pero á quienes fuera del nombre nada habia quedado de religion. La instruccion de estos era el primer cuidado del padre Ramirez; pero muchos de los tepehuanes, atrai. dos de una saludable curiosidad, venian á escuchar sus sermones, y no dejaban de aprovecharse de lo poco que entendian del idioma mexicano y del tarasco. Mostraban una docilidad y aun inclinacion grande á las verdades de la fé. El misionero procuró atraerlos con dulzu. ra, y conocido el fondo y la buena disposicion de sus ánimos, pensó sériamente en anunciar el reino de Dios á aquella nacion bárbara. Por cntonces se contentó con celebrar en la semana santa los sagrados misterios, con una pompa y suntuosidad capaz de conciliarse la estimacion de los gentiles. El órden de las procesiones, el canto, los instrumentos, las banderas, el adorno de los altares, las ceremonias del altar

las disciplinas y otras penitencias que hacian los cristianos cran un nuevo y admirable espectáculo que no se cansaban de ver los tepshua. nes. Algunos de estos, siguiendo el ejemplo de un cacique, que despues servia de catequista, habian ya pedido el bautismo, é instruídose suficientemente para esta gustosa ceremonia, que se dispuso para la tarde de la dominica in albis. Vinieron en vistosa procesion los catecúme nos con el cabello suelto y guirnaldas de flores, muy ascados y limpios los vestidos, con vistosa plumería y otros adornos de los que ellos apre cian, singularmente las mugeres. Sus padrinos los conducian de la mano siguiendo á la Cruz y ciriales, y á un gran concurso de gentes que con candelas encendidas marchaban en el mismo órden hasta la fuente de la vida, que se habia curiosamente enramado con muchas fla, res y yerbas olorosas, entre las cuales gorgeaban muchos pajarillos que en el mismo boscaje se tenian presos. El júbilo de los nuevos cristia. nos y de todo el concurso, fué inesplicable, y mas aun el del celoso ministro, por cuyo medio habian renacido al cielo tantas almas ‡.

Solo pudo aumentar el deseo que conoció en el resto de los tepehua. nes de semejante dicha. Volvia el padre ya de noche á la Iglesia, y mirando con alguna atencion ácia la enramada, que estaba ante la puer. ta, vió algunos bultos blancos, que reconoció ser catecúmenos, cuyo bautismo habia diferido hasta instruirlos mejor. Estos infelices llorą. ban amarguísimamente, y preguntados de la causa de sus lágrimas: ¿No queréis que lloremos? respondieron. Nosotros, con tu venida creiamos que ya Dios, movido á misericordia, queria perdonarnos nuestros pecados; pero vemos que bautizas á tantos y nos dejas á nosotros sin remedio. El misionero, enternecido, los consoló diciéndoles que apren. diesen brevemente la doctrina, y luego los bautizaria con mucho gus. to. ¿Y cómo? replicaron aquellos pobres, no satisfechos aun de la respuesta; ¡y cómo has bautizado tantos ancianos que no han aprendi. do todas las oraciones, ni las aprenderán en toda su vida? Se les sa. tisfizo, diciendo el especial motivo que habia para hacer esto con los viejos y enfermos, y ellos quedaron con mucho aliento para hacerse dignos de la regeneracion que tanto pretendian. Esta pequeña aventura dió á conocer al padre lo que podia prometerse de la capacidad y docilidad de los tepehuanes, y así, aunque por entonces, le fué preciso dejarlos; pero dentro de muy pocos meses volvió á ellos, y entró mucho

He aquí el mejor uso que puede hacerse de la fantasía en obsequio de la reli. gion cristiana..... Dígalo el vizconde Chateaubriand.-EE.

mas en la tierra, siempre bien recibido, y cogiendo á manos llenas el fruto de su celo. Desde los primeros pasos quiso Dios bendecir los trabajos de su siervo con algunos extraordinarios sucesos, que le atra. jeron grande estimacion de aquellos pueblos. En el principal de Papásquiaro habia algunos pocos cristianos que habia traido á la religion el trato con los vecinos españoles. Procuró el misionero que estos se confesasen y redujesen á un género de vida que atrajesen con su buen ejemplo á los gentiles. Salió el padre acaso un dia en busca de enfer. mos que confesar recorriendo las rancherías, cuando vió que llevaban á enterrar á un indio envuelto y liado con una pequeña Cruz en las Caso notable. manos. Afligido extremamente de que sin su noticia hubiese muerto aquel cristiano, y llevado de no se qué interior movimiento, se llegó al féretro, hizo desenvolver el cuerpo, y vió, 6 le pareció ver, alguna señal de vida, que los demas gentiles que lo llevaban no podian descubrir. Comenzó á darle grandes voces, á que no daba muestra alguna de sentido. ¡Cuánto diera yo, dice en su carta el mismo padre, por tener propicio á nuestro Señor en aquel punto para alcanzar de su Magestad el remedio de aquella alma! Mas teniéndome por indigno, volví los ojos á todas partes buscando algun cristiano que hiciese por él oracion; mas no hallando alguno, me volvia contra mí acusando mis graves culpas, que entonces me estorbaban el valimento con nuestro Señor para que oyese mis ruegos. Penetró los cielos la fervorosa oracion, acompaña. da de tan profunda humildad. Volvió á llamar con nuevas voces y quiso Dios que comenzase á dar algunas señas de sentido: prosiguió el padre mas animado, y volviendo en sí el enfermo pudo oir y hablar lo suficiente para confesarse con muestras de verdadera contricion. Quedó absuelto, y un instante despues espiró con tranquilidad.

Todo el pueblo quedó persuadido á que el padre Ramirez habia resucitado un muerto, y fuese aprehension ó realidad, contribuyó infinitamente esta opinion para hacerlos dóciles á sus santos consejos. Todos se le rendian con una docilidad admirable, como á un hombre venido del cielo, que parecia tomar á su cargo el castigo de los que resistian á sus palabras; solo un viejo obstinado en su idolatría dijo que no queria bautizarse. El hombre de Dios procuró atraerle con la du'zura á que se lavase de sus culpas en las aguas del bautismo. Yo no necesito esas aguas, respondió el indio. Cada dia me baño y me lavo en el rio. Bien, dijo el padre; mas ese baño no será parte para que despues de la muerte no vayas al infierno. ¡Morir yo? replicó el engañado viejo: ¿no sabes que yo soy inmortal? Se persuadió el mi

nistro á que solo Dios podia curar aquella ceguedad pertinacísima, y á lo que parece con luz del cielo le amenazó delante de todo el pueblo con un castigo muy cercano. El feroz indio salió riéndose de las amenazas, con no poco escándalo de todo el concurso. -darle á conocer á aquel insensato su mortalidad.

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No tardó Dios en Habian concurrido

á la mañana siguiente de muchas rancherías á la explicacion de la doctrina cristiana, cuando en medio de todos aquellos gentiles apareció el anciano ensangrentado todo el cuerpo y lleno de heridas, y hablando al padre con un tono de voz humilde y lastimoso. Yo conozco (dijo) que tú tienes razon, y yo estaba engañado. El demonio me habia prometido la inmortalidad, que no podia darme. Una fiera me ha desengañado con bien triste esperiencia, y me ha hecho ver que soy semejante á los demas hombres. Yo hubiera muerto á sus garras si Dios no me ayudara: ruégote que me bautices. No tuvo tan feliz éxito la caridad del padre con otro indio, que ni queria bautizarse ni dejar á su cristiana muger asistir á la doctrina y á los demas ejercicios de la religion que profesaba. Reprendido del celoso pastor, disimuló algun tanto; mas saliendo del umbral arrebató por fuerza la muger y corrió á encerrarla en una cueva entre inaccesibles peñascos; pero aquella misma noche le dió el Señor entera libertad con la repentina muerte de su bárbaro marido.

Tan bellos principios tuvo la mision de Tepehuanes. No eran tan felices los progresos en la laguna de S. Pedro. Los indios de las cercanías del lago, á que iban lentamente penetrando los padres, eran aun mas rudos, y mas temidos que los vecinos á Durango. Al arribo de los misioneros huian á los bosques y se escondian en algunas isletas que forma la laguna, persuadidos á que con la doctrina de aquellos hombres habia de entrar la enfermedad y la muerte en sus tierras. Caminaban los varones apostólicos por los arenales y las breñas dias enteros sin encontrar un indio, si no lo ofrecia la contingencia; pero con grande confianza de que habian de amansar aquella fiereza. Se bautizaron este año mas de setenta adultos, y muchos párvulos. Tardos en percibir los misterios y verdades de nuestra fé, eran tanto mas firmes en conservarlas. Un indio, oyendo que Dios era Criador de todo, replicó prontamente. ¿Y por qué crió las víboras tan perniciosas al hombre? Otra buena anciana, pidiendo el bautismo, dijo con sinceri. dad al padre, que desde que un hijo suyo cristiano le habia enseñado, que Dios estaba en el cielo, muchas veces entre dia, y todas las ocasiones que despertaba de noche, llamaba á Dios del cielo, y profundamente lo adora

ba. Pero aun era mas admirable la virtud de los chichimecas y la mansedumbre cristiana que habia succedido á la ferocidad y barbarie de aquella nacion. En S. Luis de la Paz se añadian cada dia al número de los catecú. mencs muchas familias que de los bosques y las malezas sacaban los pa. dres para que viviesen en sociedad, y se les pudiese mas oportunamente instruir en la doctrina del Evangelio. La semana santa se celebró con grande devocion de los españoles y edificacion de los indios. Un pequeño accidente, de que se pudo temer alguna inquietud, contribuyó mas que nada al aumento de la piedad... Un indio principal muy va liente y atrevido en su gentilidad, era despues de bautizado el primero en la doctrina, y en los demas ejercicios de cristiana virtud. Tuvo la criminal condescendencia de acompañar á unos gentiles, que bebieron largamente el túnes santo. Quiso poco despues entrar en la Iglesia, donde habia concurrido todo el resto del pueblo. El padre, informado del mal estado en que se hallaba, le mandó una y otra vez que no entrase. La fuerza del licor, y la vergüenza de aquella repulsa, acompañada del fondo de su indignacion orgullosa y fiera, no le permitió conocer lo justo de aquella reprension. Comenzó á vomitar injurias contra el misionero é incitar á los indios que lo dejasen solo y saliesen de la Iglesia. Conocieron cuantos le oian que el calor del vino le ponia en los lábios aquellas voces tan agenas de la conducta que habia constantemente observado despues de su bautismo: retiróse á su casa, y restituido asimismo, conoció la gravedad de su delito y vino á arrojarse bañado en lágrimas á los padres, que habia inconsideradamente ultrajado. Ni contento con esta privada satisfaccion, quiso resarcir el público escándalo, y el jueves santo, ántes de salir la procesion, se acusó del desacato cometido contra su pastor, añadiendo que él estaba fuera de sí, y que prometia de lo uno y de lo otro la enmienda. Dicho esto, comenzó á descargar sobre las desnudas espaldas golpes muy recios con una disciplina, diciendo á voces, que por amor de Dios le perdonasen y pidiesen por él á su Magestad. El mismo arrepentimiento mostró otro indio, que provocado en un desafio le habia dado muerte á su competidor. ¡Admirables efectos de la gracia en una nacion acostumbrada á no reconocer ni aun el dominio que dió la naturaleza á los padres, y á no tener en sus operaciones mas reglas que el interés y el capricho!

Fin del libro tercero.

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