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suyos, se junto con el padre Medrano y le acompañó en toda la jor-
nada, cantando con él las oraciones en las doctrinas públicas. Vinien-
do á Santa Fé se dedicó á servir á los pobres en el hospital, con mues-
tras de muy fervoroso cristiano. Despues de bautizado jamás consin-
tió que le llamasen Cui, nombre de una dignidad, equivalente á la de
nuestros obispos, que ántes obtenia, diciendo que era nombre del de-
monio. En los mas de estos lugares se conseguia con facilidad el fru-
to de la predicacion; solo en uno, dice el mismo misionero, hallé mu-
cha resistencia, y los indios se habian hecho á una para no descubrir-
me los templos ni los ídolos; pero al fin todo se consiguió con la ayuda
de Dios. Bajo estas generales espresiones ocultó la modestia del es-
critor el modo admirable con que quiso declararse el cielo á favor de
la verdad que predicaba. Habia hecho ya varios sermones para con-
vencerlos de su error. Un dia que despues de haber predicado los mas
sublimes misterios de nuestra fé, reprendia con mas fuerza de espíritu
su ceguedad y obstinacion, uno de aquellos falsos sacerdotes gritó in-
sultando al orador: „Si esas cosas nos las dijeras desde una hoguera sin
quemarle, acaso te creeriamos." El pueblo siguió muy en breve la impre-
sion de su inicuo sacerdote, y el padre, animado repentinamente de una
fé viya y de uga singular confianza admitió el desafio. „,Yo estoy (les di-
jo) tan seguro y tan cierto de la verdad de lo que os tengo dicho, que no pendo.
dudaria esponerme á una prueba tan dura. Encended la hoguera, veisme
aquí pronto, Dios volverá por su palabra, y vosotros quedareis avergon-
zados." No tardaron los bárbaros en aprestar la hoguera, y el hombre
de Dios, con un saludable asombro de sus oyentes, repitió sobre las
haces de leña ardientes el catecismo que les enseñaba, sin que aun
al vestido le empeciese la llama. Bajando de allí no se cansaban de
admirarle y tocarle la ropa, como á un hombre bajado del cielo. A la
admiracion siguió bien presto la docilidad de todo el pueblo, que den-
tro de poco tiempo le entregaron innumerables ídolos. La constante
tradicion de la ciudad de Santa Fé, sostenida del testimonio de muchas
antiguas pinturas, y la autoridad del padre Alonso Andrade en la vida
de este insigne misionero, hemos creido suficientes para referir un su-
ceso tan grande y que pone bastantemente á cubierto nuestra fide-
lidad. t

He aquí la verdad de la religion probada por fuego en la América, como lo fué en Roma por S. Juan Evangelista delante de la Puerta latina.

Caso

estu

Pide todo el reino á S. M.

Ello es que entrando despues en aquel pueblo el ilustrísimo, y hala Compañía biéndose entregado públicamente los ídolos al fuego, los indios dieron al celoso pastor un espectáculo de no menor gozo que compasion. Juntos, al derredor de su persona, pedian á voces que se les diesen ministros que les enseñasen en su lengua, que ellos estaban prontos á deponer, y deponian todos sus errores y á vivir como cristianos. Una demanda tan racional y tan justa sorprendió al piadoso prelado, y le hizo conocer cuanto podia esperar de su visita. Persuadido á que pasando adelante solo con el padre Medrano descubriria los idólatras, quemaria los ídolos, arrasaria los templos; pero que no podria desarraigar de los espíritus la supersticiosa credulidad, mientras no tuviera copia de ministros que los instruyesen y conservasen en la creencia y práctica del cristianismo, determinó volver á Santa Fé, y tratar séria y radicalmente de la conversion de sus pueblos. Consultó con el presidente y oidores, y personas mas distinguidas de la república. Su afecto grande á nuestra religion les hizo creer que no tenia el daño mas remedio que procurar al reino el establecimiendo de la Compañía. Se determinó, pues, enviar á S. M. una relacion circunstanciada del estado del reino en lo espiritual y temporal, y esponer al mismo tiempo al general de la Compañía lo que habian hecho allí dos jesuitas, y lo que podia esperarse de servicio de Dios y utilidad de las almas de la fundacion de uno ó algunos colegios. El arzobispo, el presidente, la real audiencia y el cabildo eclesiástico y secular, de comun acuerdo, resolvieron que se encargasen de la embajada los dos padres. Preten. dieron estos se impetrase primero la órden de sus superiores de Nueva-España, ó se esperase resolucion de la provincia del Perú. Nada valió: el Sr. arzobispo, valiéndose de la órden que traia de Nueva-España para que los padres le obedeciesen en todo mientras no hubiese en la ciudad superior de la Compañía, les mandó resueltamente ir en nombre de todos los vecinos, dándoles para ello sus letras patentes en toda forma, proveyéndoles todo el vecindario á porfia de lo necesario para el viage. Para prenda de la fundacion que esperaban confiados en la piedad del rey y celo de la Compañía, juntaron entre sí para la compra de una casa bien capaz, y en sitio acomodado. Don Gaspar Nuñez, rico, y piadoso vecino de Santa Fé, no contento con haber contribuido como los demás á este intento, añadió cuatro mil ducados, fuera de otra gran parte de su opulento caudal que ofreció para un colegio á cargo de la Compañía en que se criase la juventud en letras y

piedad: proyecto que fomentaba mucho tiempo habia, y que intentó algunas veces ántes de la venida de los padres con suceso muy desigual á su diligencia y á su ardor. Con estas recomendaciones y la determinacion del padre rector del colegio de Panamá, á quien consultaron por cartas, partieron los padres para Cartagena. Esta ciudad, que desde el año antecedente habia pretendido con el padre Rodrigo de Cabredo, provincial entónces del Perú, se estableciese allí la Compañia; con el motivo de la jornada de los padres y comision de que iban encargados por parte de la ciudad de Santa Fé, despertaron los antiguos deseos del Sr. obispo, Dr. D. Juan de Ladrada, del órden de predicadores, gobernador y cabildo, para escribir de nuevo á Roma sobre este mismo asunto, proponiéndole lo que de su parte habian trabajado para esta fundacion, y como un honrado vecino de aquel lugar llamado D. Francisco de Alba tenia hecha donacion á la Compañía de unas bellas casas para principio del Colegio. En Cartagena se juntaron á los dos procuradores los hermanos José Cabrat y Gaspar Antonio, que viniendo del Perú en compañía del padre Manuel Vazquez, en la navegacion de Portobelo á Cartagena, tuvieron el dolor de perder á este gran sugeto, y en compañía del padre Alonso Medrano pasarón á la Europa. En los últimos dias que precedieron á su embarque, recibieron tambien cartas muy espresivas de las ciudades de Tunja y de Pamplona, que valiéndose de la ocasion los encargaban de varias comisiones para con S. M. pertenecientes al bien comun de la república, y escribir juntamente al rey católico y á nuestro padre general enviase allí algunos sugetos en residencia ú en mision, para lo cual decian tener ya comprado en una y otra parte proporcionada habitacion.

Mientras que los misioneros del nuevo reino daban tanto lustre á la Reduccion de provincia de Nueva-España con sus gloriosos trabajos en estas regio- los guazaves. nes, todo procedia con un órden y una regularidad admirable. Solo en Sinaloa hubo algunos motivos de inquietud. Volvia en aquellos paises ya con el cargo de capitan y justicia mayor D. Diego Martinez de Hurdaide, hombre de una rara prudencia para prevenir todos los lances de la guerra, de una prontitud y viveza admirable para sorprender al enemigo, de un celo apostólico bajo un trage militar, que le hizo sacrificar toda su hacienda á la propagacion del Evangelio entre las naciones que el rey cometió á su cuidado; digno, en fin, de que su valor y su conducta hubiese tenido mejor teatro. El tiempo que estuvo en la província de subalterno tuvo oontenidos á los indios. Ausente él

Espedicion á

Chinipa.

se rebelaron los guazaves, quemaron las Iglesias, y se acogieron á lo mas espeso é impenetrable de sus bosques. El capitan, vuelto á Sinaloa, los siguió bien presto. Prendió algunos y castigó á los mas culpados. El gefe principal de la rebelión era un cacique bastantemente ladino, muy valiente, y muy amado de los suyos. No pareció al capitan agriar los ánimos de toda la nacion con el suplicio de su gefe. Esta benignidad mudó enteramente á los quazaves, que se señalaron despues constantemente en la aficion y fidelidad á los españoles, y en el fervor y la piedad. El cacique, bautizado poco despues con el nombre de D. Pablo Velasquez, fué el apóstol de su nacion. No hacia con su presencia falta el misionero en sus pueblos. Don Diego Martinez de Hurdaide le dejó por muchos años todo el gobierno de sus gentes: hizo muy en breve reparar las Iglesias: corria de choza en choza para instruir privadamente muchos catecúmenos, y para dar al padre noticia de los enfermos, é inquirir las costumbres de los particulares. Habiendo con la santa comunion recibido cuasi milagrosamente la salud y la vista que tenia ya perdida á la fuerza del accidente, sirvió mucho tiempo á los suyos de una prueba viva de la verdad de los santos misterios, y dejó entre ellos muy pura la fé y muy arraigada la devocion al mas augusto de los sacramentos, de que se vieron en muchas ocasiones pruebas no vulgares.

Apenas sosegados estos movimientos de los guazaves partió el calas minas de pitan, por orden del virey, al descubrimiento de unas minas que se teuia noticia haber en la Sierra de Chinipa, y que en tiempos pasados se habia tentado infelizmente. Acompañóle en esta espedicion el padre Pedro Mendez, para abrir con este pretesto puerta al Evangelio y ayudar á las necesidades del pequeño ejército. Marcharon con veintitres soldados y algunos otros españoles que atraia la esperanza de las minas, fiados en la guia de algunos indios amigos ó que parecian serlo. Eran estos de la nacion sinaloa, que por ser de las mas numerosas, dió ó tomó el nombre general de toda la provincia. Halláronse el dia 10 de abril á mas de cuarenta leguas de la villa, en uno de los desfiladeros estrechísimos, donde no podian marchar sino á la deshilada, á alguna distancia unos de otros: este era justamente el lugar donde los esperaban los enemigos prevenidos de las guias traidoras para acabar con todo el nombre español. El capitan, con ocho soldados y alguna parte del bagage, se habian ya empeñado en la estrechura: Tenia á su lado un monte bastantemente alto y fragoso, de donde los bárbaros ha

cian rodar grandes peñascos y llover innumerables flechas. Por fortuna nó se habia estrechado tanto la retaguardia y se hallaba aun en lugar de poder hacer algun daño al enemigo. El valeroso Hurdaide dió 6rden que algunos soldados destacados diesen algun rodeo por la falda del monte menos fragosa y desalojasen de la altura á los indios. Entre tanto ganó con bastante trabajo un peñol desde donde pudo tambien hacer fuego. El enemigo tenia acordonado todo el cerro, y ha biendo muerto algunas béstias de carga y tomado un caldero de que hicieron tambor, se les oia cantar seguros de la victoria: aquí quedarás, capitan, can lus españoles. Tuviéronle cércado hasta el dia siguiente á la una del dia, sin darles lugar a tomar'algun sustento ni descan so. El cabo que mandaba la retaguardia pudo desde la altura que ocupaban los indios valerse contra ellos de toda la ventaja del sitio. Murieron siete de ellos, y despues de veinticuatro horas de combate, la hambre, el calor, el cansancio y el fuego de la fusilería, los hizo retirársé despues de haber puesto fuego por varias partes al monte donde estaba el capitan con sus ocho soldados y el padre Pedro Mendez. No bastó un peligro tan grande para infundir temor al capitan Hurdaide. Junto ya todo el grueso de su éjército, en que solo habia dos heridos y algunas béstias de carga, pasó tres leguas adelante al primer pueblo de los chinipas que llamaban Curepo. Corrió toda la tierra: halló las poblaciones fuertes para el género de armas que 'usaban, y bastantemente regulares los edificios de piedra y barro, de bastante luz y buena disposicion. Los habitadores habian desamparado el pais: se quemaron algunos lugares y talaron las sementeras. Por medio de dos indias se tuvo noticia de las minas en que se trabajó algunos dias con muchos sustos y una utilidad muy desigual á la pena que costaban. El padre Pedro Mendez logró por todo fruto de su correría catequizar y bautizar catorce indios sinaloas en que á la vuelta quiso el capitan hacer justicia,

Mientras en Sinaloa se buscaban á tanto riesgo las minas, y poco á poco se disponían á recibir el yugo de Jesucristo las naciones mas rebeldes, el Exmo. conde de Monterey en cumplimiento de las reales cédulas, prevenia una armada para el descubrimiento y demarcacion de las costas de California. Iba por capitan de la espedicion el mismo Sebastian Vizcaino que ya en otro tiempo habia pretendido llevar consigo algunos de la Compañía. Para conseguirlo en esta ocasion propuso al virey que nada podria hacerse en aquel viage conforme á las

TOM. I.

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Espedicion intentada á

California.

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