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bio de azúcar, que era cuasi el único fondo del colegio, repetidos hielos lagros de San quemaron la caña. Una inundacion 6 repentina avenida maltrató Ignacio. mucho la casa del mismo ingenio con grave peligro de arruinarla. La pérdida se valuó en doce mil pesos. Por otra parte, la muerte en ménos de un mes, arrebató dos insignes sugetos, al padre Alonso de Santiago, fervoroso operario de indios, y al padre Pedro Rodriguez, celoso ministro y prefecto de la Anunciata. Uno y otro dejaron gran duelo de sí en la ciudad, y de ellos haremos debida memoria en otra parte. En medio de tan continuados y sensibles golpes, fué extraordinario el socorro de limosnas á que el Señor movió los ánimos, y que bastaron para reparar el estrago del temblor y redimir cinco mil pesos de conso en que estaba gravado el colegio. Nuestro bienaventurado padre S. Ignacio favoreció visiblemente á sus hijos obrando por medio de una imágen suya algunos prodigios. Un niño deshauciado y sin esperanza alguna de vida recobró á su contacto pronta y cumplida salud, y vino luego á dar á nuestro templo las gracias. Una muger frecuentemente asaltada de gota coral quedó para siempre libre; y otra, despues de tres dias de cruelísimos dolores, ya debilitada y moribunda, arrojó la criatura muerta, y aun corrompida, quedando sin lesion alguna.

Las misiones de gentiles, que era la principal ocupacion de la pro- Estado de los vincia, iban en un continuo aumento. Entre los tepehuanes, habién. tepehuanes. doles enseñado los misioneros á cultivar el trigo y otras semillas que no conocian, se habian reducido á sociedad política y civil muchas rancherías que estaban esparcidas por quebradas inaccesibles de los montes. Creció considerablemente el pueblo de Santiago y el de Santa Catarina, fundacion del padre Gerónimo Ramirez, sobre el mismo rio de Papátzquiaro. Añadiéronse las nuevas poblaciones de S. Ignacio y de los Santos Reyes, á que fué necesario enviar nuevos misioneros. Con este socorro se acudió á algunos lugares mas distantes, que ansiosamente lo pretendian. De todas las familias que se catequizaban, pareció formar una nueva colonia. Con acuerdo de los mismos indios eligió cl padre el sitio del Zape, valle hermoso á la falda de una alta roca, y estendido á las riveras de un rio, que corriendo de Sudeste á Noroeste, pierde su nombre y su caudal en el de las Nasas. En la cima de una roca nace una fuente, y al derredor hallaron los padres muchos ídolos

ca la hermosa cúpula de la Iglesia de la Compañía, cuyo colegio, por la espulsion de los padres jesuitas, se convirtió en corvento de monjas de la Concepcion. Hov está reparada dicha Iglesia y convento.

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y fragmentos de columnas al modo de las que usaban los mexicanos. En el valle observaron tambien algunas ruinas de edificios, que les hicieron creer habian hecho asiento allí los mexicanos, en aquella famo. sa jornada desde las regiones septentrionales que están constantes en sus historias. Con ocasion de unas pestilentes viruelas ofreció Dios á los operarios de ese partido abundante cosecha de sufrimientos en la supersticion y grosería de los naturales. No les fué de poco trabajo des. engañarlos del sacrificio ó sacrilegio con que pretendian mitigar á sus dioses ofendidos, quitando la vida á algunos inocentes. Se habia encargado la caridad de los padres de aderezar en su propia casa el alimento de los enfermos, que salian despues á repartirles, y administrarles tal vez por sus propias manos: un ejemplo de tanto amor y humilacion, irritó al comun enemigo, que les sugirió ser aquellas viandas un violento tósigo que les abreviaba los dias de la vida. Con esta persuacion recibian ágriamente al misionero cuando llegaba á sus chozas, y le volvian intactos los manjares, hasta que desengañados con la salud de otros, se convirtió el desprecio en agradecimiento, que fué el principio de su conversion.

Aun eran mas considerables los progresos en la mision de Párras. A mas de cuatro mil que habia ya bautizados, se agregaron por este mismo tiempo mil y quinientos. Tambien se agregaron á las tres antiguas poblaciones de Santa María, la Laguna y rio de las Nasas, tres caciques con mas de cuatrocientas de sus gentes. Uno de ellos, encantado de la benignidad y dulzura de los padres, y llevado del celo de reducir á otras naciones mas septentrionales, dió la vuelta á su pátria y envió por todas partes mensajeros á las naciones circunvecinas, convidándolas á entrar á la parte del tesoro que habia tan felizmente descubierto. Estos enviados tuvieron la misma fortuna que los del Evangelio. Los ochoes, gente feroz é inhumana, dieron muerte á uno de ellos; otro tuvo mucha pena en escapar de sus manos. No fueron tan bárbaros los alamamas. Estos enviaron exploradores que se certificaran por sus ojos de la verdad, y quedando pagados de la comodidad del sitio y paternal gobierno de aquel pueblo, prometieron traer toda su gente, que estaba dividida en siete parcialidades, nacion mansa y dócil, de gentil talle y bello semblante. Traen raido el rostro, y recogen el cabello con un peine ácia el cerebro; de lo demás forman una trensa que revuelven con gracia á lo superior de la cabeza. De la disposicion de estos lugares, aunque hemos dicho ya alguna cosa, vaciaremos aquí una curiosa

carta del padre Francisco Arista, que dice así: „Es la laguna muy abundante y copiosa de patos de varias especies, y de muy buen pescado. Cójenlos con redes ó á golpes de flecha. A los patos cazan y derriban con hondas al vuelo consingular destreza. Tiene la tierra mucha caza montés de venados, conejos y liebres, tantas, que á veces de una salida cojen hasta doscientas sin mas arma que el arco y la flecha en que se ejercitan desde niños.

En esta laguna, junto al pueblo de S. Pedro, entra el rio de las Nasas, que es el que la mantiene en ser, aunque en cierto tiempo del año se seca el rio por consumirse el agua en los arenales, corriendo debajo de tierra, que es providencia del Señor, porque quedando con ménos agua la laguna se parte en esteros, donde se recoje y goza mejor el pescado y se cria con grande abundancia para comunicarse por todo el rio en la primera avenida. Queda tambien por las playas secas copia de raices y frutillas que les sirven de alimento gran parte del año. De las raices hacen unas como roscas de pan, muy blancas y de bello sabor. De esta misma retirada de la laguna quedan tambien los prados y arénales con buenos húmedos para sus cementeras de maiz, y sin mas arado ni mas riego ó cultivo nace con tanta abundancia, que se han medido algunas mazorcas de mas de media vara. Hay en la laguna, fuera del pueblo de S. Pedro, otros dos que son Santiago y S. Nicolás con buen número de vecinos. La poblacion de nuestra Señora de las Párras tiene otros dos pueblos de visita que son S. Gerónimo y Santo Tomás. En el rio de las Nasas tienen sus pueblos los miestros á sus riberais. El principal se llama S. Ignacio, aunque hay otros de mas gente, toda ella de buen natural, poco idólatra y supersticiosa. Cuando paren las mugeres ellos son los que hacen cama, y guardan encierro ayunando cinco ó seis dias de carne y peces, que quedarian contaminados y no se dejarian coger si en aquel tiempo los comiesen. Al cabo de estos dias viene un viejo, que es como su sacerdote, y los saca de la mano, con lo cual quedan libres de ayuno y clausura. Guardan las cabezas de venado que han muerto sus padres 6 parientes difuntos hasta que les hacen el cabo de año en esta forma. Salen todos al anochecer de la casa del difunto con canto triste y lloroso, y tras de ellos una vieja con la cabeza del principal venado en las manos hasta ponerla en una hoguera, encima de unas flechas. Al derredor pasan la noche, llorando ella y cantando y bailando los demás hasta el amanc‣ cer que arrojan la cabeza en la hoguera, y hecha cenizas queda sepul

Alzamiento de los serra

nos acaxees.

tada la memoria del difunto. Los que se allegan al rebaño de la Iglesia, son muy afectos á las ceremonias y rito eclesiástico, cuya santidad quiso Dios darles á conocer en un caso horroroso. En un pueblo se oyeron de noche unas voces lastimosas que pedian socorro, de un indio que era violentamente arrastrado al monte de una mano invisible. Siguieronlo, y con ellos dos padres, hasta una quebrada llena de concavidades y rocas tajadas, que aun de dia ponia horror verlas. Encontraron al indio sin señal alguna de vida, hasta que despues de largo ra. to volvió en sí y pidió el bautismo, que se le concedió como á otros ciento. Con esta ocasion hallaron allí muchos sepulcros llenos de cabezas y huesos humanos, que los indios cubrian con muchas piedras porque no se les apareciesen sus muertos. Estaban las peñas del mismo monte señaladas con letras ó caractéres formados de sangre, en partes tan altas, que no podia otro que el demonio haberlas formado tan firmes y bien asentadas, que en muchos años ni las aguas, ni los vientos las han borrado ó disminuido. Se hizo solemne procesion á la dicha cueva, y hechos allí los exorcismos y bendiciones de la Iglesia, se dijo misa y colocó una cruz en el mismo lugar, que se llamó de allí adelante la Peña de Santiago, por haber sido esto en su dia, y despues acá han cesado los espantos y representaciones con que allí los engañaba el demonio. Los nuevamente bautizados se muestran muy celosos de atraer á los suyos á nuestra santa fé. Un cacique de pocos años, llamado Ilepo, que jamás habia visto españoles ni salido de sus serranías, se bautizó con cincuenta de sus vasallos. Estos, en quienes acaso habia podido mas la adulacion que la verdad, se lanzaron á pocos dias é hicieron fuga. Corrió luego tras ellos el fervoroso neófito, y consiguió, no solo reducir aquellos cincuenta, sino añadir de nuevo muchos otros de las naciones cercanas á su pais.

Entre los acaxees, unos ténues principios de sublevacion prorumpieron en una guerra sangrienta, que toda la autoridad del gobernador de Nueva Vizcaya, D. Francisco Ordiñola, y del Illmo. Sr. D. Ildefonso de la Mota, obispo entónces de Guadalajara, que se hallaba en Topia visitando su diócesis, no pudieron apagar. Cincuenta indios, 6 huyendo del maltrato de los españoles, ó mal hallados con la sujecion y regularidad de los pueblos, se partieron por diversos lugares y amotinaron á mas de cinco mil. Cuando se hallaron sostenidos de toda la nacion de los acaxees, juraron solemnemente no dejar las armas de las manos hasta no haber derramado la última gota de la sangre española.

Trataron luego si habian de dar la muerte á los misioneros, y se dividian en varios pareceres. Dijeron los mas, que los padres no eran como el resto de los españoles, que no les habian hecho mal alguno, y ántes recibian de sus manos continuos beneficios. Nosotros convenimos en todo eso, respondian los de la opinion contraria, y confesamos que no son acreedores sino á nuestro amor y veneracion; pero por eso mismo se hace indispensable darles muerte. Ellos, con sus ruegos y sus beneficios nos han de obligar á hacer las paces. Nosotros no hemos de poder resistir, ni hemos de disgustarlos, si nos lo ruegan. Mas vale, si queremos esterminar de una vez á los españoles, quitar desde luego de en medio unos hombres á quienes nos hallamos tan obligados, y que son los únicos que pueden impedirnos la ejecucion de nuestros designios y el cumplimiento de nuestros juramentos. Tan antiguo es y tan universal en el mundo prevalecer una especiosa razon de estado contra la razon natural, la equidad y la obligacion. ΕΙ primer golpe lo sintieron cinco españoles, que se hallaban en sus tiertas, á quienes dieron luego muerte. De ahí, aprovechándose de los caminos estraviados y de la desprevencion y nimia confianza en que vivian los españoles en los reales de minas de las Vírgenes de Topía y de S. Andres, en todos prendieron fuego á las casas, á las iglesias y á los ingenios y oficinas en que se beneficiaban los metales. Repartiéronse luego como un torrente precipitado por todos los lugares vecinos. Las rancherías, los pueblos, mas de cuarenta iglesias cedieron á su furia. En el real de S. Andrés, poco mas de cuarenta soldados y algunos indios amigos, con el padre Alonso Ruiz, se habian acogido á la Iglesia bastantemente fuerte, con todo cuanto pudieron tumultuariamente juntar de provisiones de guerra y de boca. Al punto la sitiaron como ochocientos indios, con una constancia y regularidad muy superior á su barbárie. Los españoles hallaron sin embargo modo de dar aviso á Guadiana y á Culiacan, y entre tanto, hacian algunas salidas con mas valor que felicidad. Los enemigos que no podian sostener el fuego de los fusiles, se alejaban un tanto ó se cubrian de los árboles, y cubrian luego el cielo con nubes de flechas. Iba ya faltando la pólvora. A los bárbaros no les estaba la victoria en mas, que en hacer buena guardia al rededor del templo. La hambre se iba haciendo sentir entre los sitiados, y les hizo tomar la resolucion de hacer el último esfuerzo. Hicieron, por consejo de los indios amigos, una salida muy de madrugada pensando coger á los enemigos oprimidos del

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