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sucño. En efecto, lograron dar muerte á muchos y apartaron á los demas lejos del real, mientras se procuraban algunos víveres en las sementeras vecinas, que para su propia subsistencia habian conservado los sitiadores. El padre Alonso Ruiz quiso salir en esta ocasion sin mas escudo para ponerse á cubierto de las flechas, que un crucifijo en las manos para animar á los españoles. O fuese algun resto de veneracion que habia quedado en los rebeldes para con la Santa imágen, ó reverencia y amor para con su antiguo ministro, ó alguna otra particular providencia, fué mucho de admirar que no acertase al padre alguna flecha de las muchísimas que volaban á su persona. Los enemigos recobrados del primer susto, y viendo desvandados á los nuestros, volvieron á la carga con una furia, á que se tuvo mucha pena en resistir. Finalmente, con muerte de algunos indios que mas se habian alejado de la Iglesia, volvieron á entrar en ella los españoles. El padre Alonso Ruiz, con la misma paz y tranquilidad que si no estuviera en tan evidente riesgo de la vida, dijo misa y comulgó á los circunstantes, haciéndoles despues una fervorosa exhortacion, previniéndoles para morir á manos de los enemigos de Dios, si fuese así su voluntad. Quince dias habia ya durado el cerco, cuando se tuvo noticia que el gobernador de Nueva-Vizcaya á la frente de sesenta hombres marchaba á grandes jornadas para Topía. Esta novedad desconcertó á los bárbaros, y alzando el sitio se retiraron á lo mas escarpado de las rocas. Aun desde allí no dejaban de incomodar bastantemente, impidiendo el comercio con Culiacán y con los otros pueblos que no habian tenido parte en la rebelion. El gobernador, así por la situación innaccesible de los enemigos, como por repetidas órdenes reales, y por su propia inclinacion, precisado á tentar ántes todos los medios de paz, deputó á los rebeldes al padre Hernando de Santarén, á quien amaban tiernamente como á su primer pastor y padre en Jesucristo. Partió acompañado de unos pocos soldados, mas sin efecto: volvió segunda vez y halló á los indios repartiendo entre sí una récua de Culiacan que habian robado, con muerte de un español, un negro y algu nos indios amigos. Una ocasion en que estaba tan dominante y tan viva la cólera, no era muy á propósito para tratar de paz. Sin embargo, el padre les habló exhortándolos á dejar las armas. Respondieron que se apartasen los soldados y se acercase el padre solo á hablarles. Aunque con evidente peligro de la vida y resistencia de los españoles que le hacian escolta, condescendió el celoso ministro; pe

ro por todo fruto de su negociacion, no sacó otra respuesta, sino que ya no eran sus hijos, dejándolo en una profundísima quebrada, y solo á vista de unos bárbaros que acababan de derramar tanta sangre, y se preparaban á comer las carnes de los muertos. Salió de allí protegido de la Providencia; pero dentro de pocos dias repitió la diligencia, y siempre sin mas efecto que el mérito de sacrificar la vida por sus ove. jas descarriadas. Entre tanto, el gobernador D. Francisco Ordiñola determinó hacer por la campaña algunas escursiones. Los indios, aunque bárbaros, no dejaron de usar algunas estratagemas militares, y hacer caer á los españoles en peligrosas emboscadas. De noche encendian fuegos en algunas partes, donde no se podia llegar sino por desfiladeros peligrosos, y cuando iban á buscarlos en aquel sitio, acometian repentinamente de los bosques ó de las alturas vecinas, donde los nuestros no pudieran valerse de la ventaja de los caballos, ó de la superioridad de sus armas. Como para caminar no llevaban mas víveres que maiz tostado, y de este derramaban alguno al sacarlo en el campo, sucedia que por lo comun marchaba tras de ellos una tropa de cuervos, que los españoles habian tomado por seña para conocer su derrota. Ellos advertidos, supieron bien presto contrahacer esta seña, y convertirla en daño de los españoles. Pasaba de un real á otro el Illmo. Sr. D. Ildefonso de Mota, que habia tomado muy á su cargo la pacificacion de aquellos pueblos, acompañado de cuarenta soldados, de los cuales siempre marchaban algunos avanzados á reconocer los caminos. Los rebeldes dejaron derramado mucho maiz ácia una parte en que querian empeñar en su busca la escolta del Illmo., y cargándolos improvisamente por la retaguardia, los pusieron en desórden con muerte de algunos. Los demas corrieron á toda prisa á llevar la nueva al Sr. obispo, que con mucha pena pudo salvarse con el resto de la gente en un pueblo vecino. Viendo que en un género de guerra semejante nada aprovechaba el valor y disciplina militar, determinó el padre Santarén por órden del obispo y gobernador, hablar por cuarta vez á los conjurados. El padre para esplorar sus ánimos, envió á un indio fiel y animoso, que les llevase una bandera blanca con una cruz en lo alto, y que los citase para hablar con el mismo padre, que lo seguiria bien presto. La respuesta fué señalar un dia y lugar fijo para la entrevista. No habia contribuido poco para ablandar los ánimos de los indios, una accion muy generosa de D. Francisco Ordiñola. Corriendo pocos dias ántes la tierra, habia encontrado una tropa de indias, madres, mugeres é hijas Том. 1.

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Sucesos de los sabaibos.

de los confederados, y que no podian seguirlos en su continuo movimiento. El gobernador prohibió con pena de muerte, que ninguno de su campo insultase á la vida ó al honor de aquella débil tropa; y luego bien escoltadas y abastecidas, las envió á sus maridos, comɔ otras tantas prendas de su buena intencion. Los indios, por bárbaros y enfurecidos que estuviesen, no pudieron ver sin una grande sorpresa ejemplo tan heróico de humanidad. Nosotros (se les oyó decir á algunos entre ellos) habiamos hecho concierto de no dejar la guerra hasta morir ó esterminar enteramente á los españoles. Esta accion del gobernador nos ha atado las manos. Vueltas con tanto decoro y be. nignidad nuestras mugeres, nos obligan á dejar las armas, aunque paguemos con la vida. En estas bellas disposiciones los encontró el padre Santarén el dia destinado á la conferencia. Hablóles con toda la ternura de un padre y el celo de un apóstol. Los indios le pidieron que se quedase con ellos algunos dias para deliberar; y finalmente, despues de poco tiempo volvió al real de Topía á la frente de once parcialidades, que componian el número de mas de tres mil indios con bandera blanca, y cruces altas en las manos con increible alegría del Illmo. Sr. obispo y del gobernador, y de todo el pueblo, que lo aclamaba por su libertador, y que dieron á los indios en regocijos y en dádivas las pruebas mas sinceras de benevolencia y caridad cristiana. Ellos en su nombre, y por las otras poblaciones, que quedaban aun en el monte, dieron la obediencia al rey nuestro señor.

Los acaxees cumplieron puntualmente cuanto habian prometido á Dios y al rey en el último tratado. Los sabaibos, distinta nacion, aunque del mismo idioma, y que no habian bajado al real de Topía con un Jeve motivo, volvieron luego á rebelarse. La venida del Illmo. Sr. D. Ildefonso de la Mota, excitó en un antiguo sacerdote ó hechicero la idea de hacerse reconocer por obispo de los suyos. Rebautizaba á los antiguos cristianos con distintas ceremonias, y descasaba á los casados conforme al rito de la Iglesia. Hacíase llamar Dios Padre, ó el Gran Padre. Sus gentes mal seguras aun en la paz, y siempre fáciles á toda novedad, siguieron prontamente estas impresiones. Los lectores juiciosos no atribuirán á cosa de poca importancia la relacion de estos engaños y mentiras, que nos hacen ver la conformidad, el carácter del espíritu de error, ni atribuirán á irracionalidad y torpeza de los indios de la América, el haber creido semejantes delirios y estravagancias, enseñados por las historias eclesiásticas, el séquito que han teni

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do las patrañas de Mahoma, y del Talmud, y muchos otros escritores llenos de inconsecuencias y de quimeras de los antiguos heresiarcas, aun entre las naciones mas cultas de la Europa. El Sr. D. Ildefonso de la Mota en señal de paz, y en prendas de lo que deseaba favorecerles, les envió su mitra blanca exhortándolos á reconocerle por su propio pastor y á volver confiadamente al redil de la Iglesia y á la obediencia de S. M. El gobernador intentó tambien muchas veces su reduccion, pero en vano. Dos meses enteros se luchó con la obstinacion de los sabaibos, hasta que á instancias del padre Santarén respondieron que fuese allá en persona á tratar del asunto. Partió en efecto no grave peligro, aunque escoltado de cuatro soldados. La presencia del padre obró mas que todas las razones, y dentro de dos ó tres dias volvió al real acompañado de nueve pueblos, que dieron lucgo la obediencia con nuevo regocijo de aquella cristiandad. La docilidad y prontitud de estas poblaciones, fué mal vista de los demas que quedaban aun por reducir. Estos, indignados de que hubiesen quebrantado el juramento que habian hecho de acabar con los españoles, les talaron las sementeras, les quemaron las casas y las iglesias; pero con la prision y justicia que se hizo poco despues en el falso obispo, dentro de poco tiempo se redujeron tambien ellos, y descansó toda la tierra en una dulce paz. El padre Hernando de Santarén que lo dispuso, y bautizó en los últimos instantes de su vida, prometió enviar al padre provincial una copia de su confesion jurídica de la doctrina que predicaba y de las oraciones que habia formado. No sabemos que la haya remitido en efecto, y sentimos no poder divertir algun tanto la atencion de nuestros lectores con este curioso retazo.

Los misioneros se dedicaron desde luego á hacer reflorecer entre los fieles el antiguo fervor. Este año, de 1604, dice en una de sus cartas el padre Santarén, se han bautizado dos mil y quinientas personas, y casado conforme al rito de la Iglesia católica, seiscientos pares, y aun en los meses antecedentes con haber habido tantas guerras, se bautizaron mas de mil y doscientas personas. Los demas están deseosos de lo mismo y se dan mucha prisa en aprender la doctrina cristiana, que tengo ya puesta en su lengua. Hanse confesado este año mas de trescientas personas en su idioma, fuera de otros muchos que hablan español, y han hecho en la Iglesia, martes, lunes y miércoles santo sus disciplinas secretas, y jueves y viernes sus procesiones públicas de sangre, y los que poco tiempo antes queriau beber la sangre de los

Ministerios

de los padres.

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españoles, ahora derramaban la suya con tanto arrepentimiento y devocion, que la infundian á los muy antiguos cristianos. Al buen olor del

fervor y gusto con que esta procede, se han aficionado á nuestra santa fé los vecinos, especialmente los baimoas, que hablaban en la misma lengua. Se han congregado, hecho iglesias y plantado cruces, y enviaron diez diputados á pedir que los bautizásemos. Se les dió esperanza que lo serian con otros tres mil que están ya congregados y catequizándose, y por estas naciones esperamos entrar á otros muchos millares hasta el Nuevo-México por la parte del Norte, y luego por el Mediodia á otro gran número de gentes bárbaras, de que han venido ya algunos á pedirnos doctrina, y entre quienes en un pueblo donde jamás habia entrado sacerdote, nos ofrecieron por primicias cuarenta párvulos, y seis adultos que se habian hecho instruir suficientemente. Hasta aquí el padre Hernando de Santarén, en cuyas últimas palabras se ven los grandes proyectos que fomentaba en su abrasado espíritu, y un celo capaz de llevar el nombre de Jesucristo hasta los fines de la tierra. Los contratiempos que habian agitado por dos años la mision de Tcpía, no podian dejar de causar algun movimiento en Sinaloa, y mucho mas en la ausencia del capitan D. Diego Martinez de Hurdaide, que como vimos, desde el año antecedente habia pasado á México. Ha. bia este medio tiempo llovido en Sinaloa, con una fuerza y continuacion increible. Los rios, engrosados con las copiosas vertientes de la sierra, inundaron las campiñas, talaron las sementeras y arruinaron la mayor parte de las casas con los grandes árboles y piedras que hacian rodar del monte. En la villa de S. Felipe y Santiago, aunque era lo mas regular y mas fuerte del pais, se cayeron muchas casas, y en otras se hundieron los techos con el peso y fuerza de las llúvias. De los padres que estaban en los pueblos, el padre Pedro Mendez estuvo cuatro dias en un monte, y de esos, veinticuatro horas sobre un árbol con grave peligro de la vida, aunque acompañado de sus fieles indios que le procuraban el sustento. El padre Juan Bautista de Velasco estuvo otros tantos dias guarecido en una sacristía. Mostraron los indios el grande amor que le tenian no pudiendo resolverse á dejarlo solo, aunque entraban ellos á la parte del peligro. Entre los guazaves se arruinaron con la avenida cuatro iglesias, que á costa de inmenso traba jo suyo y de los indios, habia fabricado el padre Hernando de Villafane. Esta série de calamidades, y sobre todo, la pérdida de las sementeras, de que era consecuencia la hambre, dió ocasion á algunos

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