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Recibida esta carta que tanto lisongeaba el gusto del santo general, aunque entre los domésticos no faltaron hombres de autoridad, que juz garon debia dejarse esta espedicion para tiempo en que estuviera mas abastecida de sugetos la Compañía; sin embargo, se condescendió con la súplica del piadosísimo rey, señalándose, ya que no los veinticuatro, algunos á lo menos, en quienes la virtud y el fervor supliese el número. Era la causa muy piadosa y muy de la gloria del Señor, para que le faltasen contradicciones. En efecto, algunos miembros del real consejo de las Indias se opusieron fuertemente á la mision de los jesuitas por razones que no son propias de este lugar. El rey pareció rendirse á las representaciones de su consejo; pero como prevalecia en su ánimo el celo de la fé, á todas las razones de estado, ó por mejor decir, como era del agrado del Señor, que tiene en su mano los corazones de los reyes, poca causa bastó para inclinarlo á poner resueltamente en ejecucion sus primeros designios. Llegó á la corte al mismo tiempo el adelantado D. Pedro Melendez, hombre de sólida piedad, muy afec. to á la Compañía y á la persona del santo Borja, con quien, siendo en España vicario general, habia hablado muchas veces en este asunto. Su presencia, sus informes y sus instancias disiparon muy en breve aquella negra nube de especiosos pretestos, y se dió órden para que en primera ocasion pasasen á la Florida los padres. De los señalados por S. Francisco de Borja, escogió el consejo tres, y no sin piadosa envidia de los demas: cayó la eleccion sobre los padres Pedro Martinez y Juan Rogel, y el hermano Francisco de Villareal.

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tres misione.

ros.

Causó esto un inmenso júbilo en el corazon del adelantado; pero tu- Embárcanse vo la mortificacion de no poderlos llevar consigo á causa de no se qué detencion, El 28 de junio de 1566 salió del puerto de S. Lúcar para Nueva-España una flota, y en ella á bordo de una urca flamenca nuestros tres misioneros. Navegaron todos en convoy hasta la entrada del Seno mexicano, donde siguiendo los demas su viage, la urca mudó de rumbo en busca del puerto de la Habana. Aquí se detuviealgunos dias mientras se hallaba algun práctico que dirigiese la navegacion á S. Agustin de la Florida. No hallándose, tomaron los flamencos por escrito la derrota, y se hicieron animosamente á la vela. O fuése mala inteligencia, ó que estuviese errada en efecto en la carta náutica que seguian la situacion de los lugares, cerca de un mes anduvieron vagando, hasta que á los 24 de setiembre, como á 10 leguas Arriban á u. de la costa, dieron vista á la tierra entre los 25 y 26 grados al West cógnita

ron

TOMO I.

3

na costa in

de la Florida. Ignorantes de la costa, pareció al capitan enviar algunos en la lancha, que reconociesen la tierra y se informasen de la distancia en que se hallaban del puerto de S. Agustin, ó del fuerte de Cárlos. Era demasiadamente arriesgada la comision, y los señalados, que eran nueve flamencos, y uno ó dos españoles, no se atrevieron á aceptarla sin llevar en su compañía al padre Pedro Martinez; oyó éste la propuesta, y llevado de su caridad, la aceptó con tanto ardor, que saltó el primero en la lancha, animando á los demas con su ejemplo y con la extraordinaria alegría de su semblante. Apenas llegó el esquife á la playa, cuando una violenta tempestad turbó el mar. Disparáronse de la barca algunas piezas para llamarlo á bordo; pero la distancia, los continuos truenos y relampagos, y el bramido de las olas, no dejaron percibir los tiros, ni aunque se oyesen seria posible fiarse al mar airado en un barco tan pequeño sin cierto peligro de zozobrar. Doce dias andubo el padre errante con sus compañeros por aquellas desiertas playas con no pocos trabajos, que ofrecia al Señor como primicias de su apostolado. Las pocas gentes del pais, que habian descubierto hasta entonces, no parecian ni tan incapaces de instruccion, ni tan agenas de toda humanidad, como las pintaban en Europa. Ya con algunas luces del puerto de S. Agustin navegaban, trayendo la costa oriental de la Península ácia el Norte, cuando vieron en una isla pequeña pescando cuatro jóvenes. Eran estos Tacatucuranos, nacion que estaba entonces con los españoles en guerra. No juzgaba el padre, aunque ignorante de esto, deberse gastar el tiempo en nuevas averiguaciones; pero al fin hubo de condescender con los compañeros, que quisieron aun informarse mejor. Saltaron algunos de los flamencos en tierra ofreciéronles los indios una gran parte de su pesca, y entretanto uno de ellos, corrió á dar aviso á las cabañas mas cercanas. Muy en breve vieron venir ácia la playa mas de cuarenta de los bárbaros. La multitud, la fiereza de su talle, y el aire mismo de sus semblantes, causó vehemente sospecha en un mancebo español que acompañaba al padre, y vuelto á él y á sus otros compañeros, huyamos, les dijo, cuanto ántes de la costa: no vienen en amistad estas gentes. Juzgó el pa. dre movido de piedad, que se avisase del peligro, y se esperase á los flamencos que quedaban en la playa espuestos á una cierta y desastrada muerte. Mientras estos tomaban la lancha, ya doce de los mas robustos indios habian entrado en ella de tropel, el resto acordonaba la ribera. Parecian estar entretenidos mirando con una pueril y grose

del

padre Pedro Martinez.

ra curiosidad el barco y cuanto en él habia, cuando repentinamente Muerte
algunos de ellos abrazando por la espalda al padre Pedro Martinez y
á dos de los flamencos, se arrojaron con ellos al mar. Siguiéronlos
al instante los demas con grandes alaridos, y á vista de los europeos,
que no podian socorrerlos desde la lancha, lo sacaron á la orilla. Hin-
có como pudo las rodillas entre las garras de aquellos sañudos leones
el humilde padre, y levantadas al cielo las manos, con sereno y apa-
cible rostro, espiró como sus dos compañeros á los golpes de las ma-

canas.

Habia nacido en Su elogio.

Este fin tuvo el fervoroso padre Pedro Martinez. Celda, pequeño lugar de Aragon, en 15 de octubre de 1523. Acabados los estudios de latinidad y filosofia, se entregó con otros jóvenes al manejo de la espada, en que llegó á ser como el árbitro de los duelos ó desafios, vicio muy comun entónces en España. Con este gé. nero de vida no podia ser muy afecto á los jesuitas, á quien era tan desemejante en las costumbres. Miraba con horror á la Compañía, y le desagradaban aun sus mas indiferentes usos. Con tales disposiciones como estas, acompañó un dia á ciertos jóvenes pretendientes de nuestra religion. La urbanidad le obligó á entrar con ellos en el colegio de Valencia y esperarlos allí. Notó desde luego en los padres un trato cuán amable y dulce, tan modesto y religiosamente grave. de su génio no le permitió examinar mas despacio aquella repentina mudanza de su corazon. Siguió el primer ímpetu, y se presentó luego al padre Gerónimo Nadal, que actualmente visitaba aquella provincia en cualidad de pretendiente. Pareció necesario al superior darle tiempo en que conociera lo que pretendia, mandándole volver á los ocho dias. Esta prudente dilacion era muy contraria á su carácter, y en vez de fomentar la llama, la apagó enteramente. Avergonzado de haberse dejado arrastrar tan ciegamente del engañoso esterior como juzgaba de los jesuitas, salió de allí determinado á no volver jamas, ni á la pretension, ni al colegio.

La viveza

Justamente para el octavo dia hubieron de convidarlo por padrino de un desafio. Acudió prontamente á la hora y al lugar citado; pero á los combatientes se les habia pasado ya la cólera, y ninguno de los dos se dió por obligado al duelo. Quedó sumamente mortificado y corrido de ver el poco aprecio que hacian de su palabra y de su honor aquellos sus amigos. ¿Y qué, se decia luego interiormente, tanto me duele que estos hayan faltado á su palabra? ¿y habré yo de faltar á la

mia? ¿Y qué se diria de mí entre los jesuitas, si como prometí, no vuelvo al dia citado? Con estos pensamientos partió derechamente al colegio, y á lo que parece no sin especial direccion del cielo, fué admitido por el padre visitador, excluidos todos aquellos pretendientes, en cuya compañía habia venido ocho dias antes. Una mudanza tan no esperada abrió los ojos á algunos de sus compañeros. El entretanto se entregó á los ejercicios de la religiosa perfeccion con todo aquel ardor y empeño con que se habia dejado deslumbrar del falso honor. Acabados sus estudios fué ministro del colegio de Valencia, despues de Gandia; ocupaciones entre las cuales supo hallar tiempo para predicar en Valencia y en Valladolid, y aun hacer fervorosas misiones en los pueblos vecinos. A fuerza de su cristiana elocuencia, se vió convertido en teatro de penitencia y de compuncion, el que estaba destinado para juegos de toros, y otros profanos espectáculos en la villa de Oliva.

Pasaba al Africa el año de 1558 un ejército bajo la conducta de D. Martin de Córdova, conde de Alcaudete. Este general, aunque interiormente muy desafecto á la Compañía de Jesus, pretendió de S. Francisco de Borja, vicario general entónces en España, llevar consigo algunos de los padres, queriendo con esto complacer á aquel santo hom. bre, á quien por el afecto y veneracion que le profesaba el rey católi co, le convenia tener propicio. Señaláronse los padres Pedro Martinez y Pedro Domenek, con el hermano Juan Gutierrez. Partieron luego á Cartagena de Levante, lugar citado para el embarque. Pasaron prontamente á ofrecer al conde sus respetos y sus servicios. Este sin verlos les mandó por un page, que estuviesen á las órdenes del coronel. Una conducta tan irregular les hizo conocer claramente cuan. to tendrian que ofrecer al Señor en aquella espedicion. Interin se jun taban las tropas, hicieron los padres mision con mucho fruto de las almas en el reino de Múrcia. Llegado el tiempo de la navegacion, los destinaron á un barco, á cuyo bordo iban fuera de la tripulacion ochocientos hombres de tropa. La incomodidad del buque estrecho para tanto número de gentes, la escasez de los alimentos, la corrupcion del agua, la misma cualidad de los compañeros, gente por lo comun insolente y soez, fueron para nuestros misioneros una cosecha abundante de heróicos sufrimientos, y de apostólicos trabajos. Desembarcaron en Orán, y luego recibieron órden del general de quedarse en el hos pital de aquel presidio con el cuidado de los soldados enfermos, que pasaban de quinientos. Pasó el ejército á poner el sitio á Moztagan,

ciudad del reino de Argel. La plaza era fuerte, y que podia ser muy fácilmente socorrida por tierra y mar, los sitiadores pocos y fatigados de la navegacion. Los argelinos despreciando el número los dejaron cansarse algunos dias en las operaciones del sitio. Sobrevinieron despues en tanto número, que fué imposible resistirles. Una gran parte quedó prisionera y cautiva. Los mas vendieron caras sus vidas y quedaron como el general y los mejores oficiales sobre el campo, Los padres alabando la Providencia, cuasi fueron los únicos que volvieron á España de doce mil hombres de que se componia el cjército.

Vuelto de Africa el padre Pedro Martinez, fué señalado á la casa Profesa de Toledo, de donde salió á predicar la cuaresma en Escalo. na y luego en Cuenca, dejando en todas partes en la reforma de las costumbres ilustres señas de su infatigable celo. Para descanso de estas apostólicas fatigas, pidió ser enviado á servir en el colegio de Alcalá, donde por tres meses, con ejemplo de humildad profundísima, lo disponia el Señor para la preciosa muerte que arriba referimos. La caridad parece haber sido su principal carácter. Ella le hizo dejar tan gustosamente las comodidades de la Europa, por los desiertos de la Florida. Ella le obligó á acompañar en la lancha con tan evidente riesgo á los exploradores de una costa bárbara. Ella, finalmente, no le permitió alejarse, como le aconsejaban, de la ribera, dejando á los compañeros en el peligro. Fué su muerte, segun nuestra cuenta, (que es la de los padres Sachino y Tanner) á los 6 de octubre de 1566. Algunas relaciones manuscritas ponen su muerte el mismo dia 24 de se tiembre, que saltó en tierra. El padre Florencia el dia 28 del mismo en la historia y menologio de la provincia. El punto no es de los subs. tanciales de la historia. A los lectores queda el juicio franco, y en cuanto no se opone razon convincente, hemos creido prudencia ajustarnos á la crónica general de la Compañía.

pa.

Vuelven los

Habana.

Mientras que los bárbaros Tacatucuranos daban cruel muerte al dre Pedro Martinez, el navio, obedeciendo á los vientos, se habia ale jesuitas á la jado de la costa. Pretendia el capitan volver á recojer la lancha y pa sageros; pero los flamencos con instancias, y aun con amenazas, le hicieron volver al sur la proa y seguir el rumbo de la Habana. Hallamos en un antiguo manuscrito que antes de arribar á este puerto, fué llevado de la tempestad el barco á las costas de la isla española: se dice á punto fijo el lugar de la isla á que arribaron: conviene á saber el puerto y fortaleza de Monte Christi en la costa septentrional de

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