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dando únicamente la respetable figura del insigne Jefe, á quien la Providencia Divina ha conservado la vida para regir los destinos de la Iglesia Mexicana.

Siendo aún jóven, y deseando vivamente conocer la capital del mundo católico, como tambien presenciar las augustas ceremonias que allí se celebran en la Semana Mayor, y sobre todo, ansiosos de contemplar el venerable y conmovedor semblante del inmortal Pio IX, logramos visitar la ciudad eterna. Vimos entónces mil maravillas, vimos escenas que dejaron en nuestro ánimo profundas huellas, y sentimos en el corazon indefinibles emociones. Una de éstas fué la que recibimos cuando supimos que se encontraban en Roma varios de los Prelados más distinguidos de la Iglesia Mexicana, desterrados de su patria á consecuencia de las leyes que se promulgaron en 1857. Oriundo de Puebla, educado por dicha nuestra en los sanos prin

cipios de la Religion católica, pasamos luego á presentar nuestros humildes respetos á tan insignes varones. Vuestra Señoría Ilustrísima no habrá olvidado que le ofrecimos desde entónces, como á nuestro Padre y Pastor, el tributo de nuestro amor y de nuestra filial obediencia.

Poco despues, por invitacion del Sumo Pontífice, acudieron á la Ciudad de los Papas los Obispos de todo el Orbe católico, porque se trataba de celebrar con la mayor pompa y esplendor posibles, la canonizacion del glorioso Protomártir mexicano, el bienaventurado Felipe de Jesus las Casas. Nunca olvidarémos las impresiones que en ese acto tan espléndido, grandioso y conmovedor se apoderaron de nuestra alma, y el efecto que sentimos al contemplar en la Basílica Vaticana la augusta corona que, en tal circunstancia, formaban al rededor del Supremo Jerarca aquellos insig

nes Prelados perseguidos y desterrados, los Ilustrísimos Labastida, Munguía, Espinosa, Barajas, y nuestro predecesor, de feliz memoria, el respetable Sr. Covarrúbias. No fué la voluntad de Dios que el Santo antecesor de Vuestra Señoría Ilustrísima en el Arzobispado, asistiera á una ceremonia para la que tanto habia cooperado; murió en el camino de Roma, en la ciudad hospitalaria de Barcelona. La víspera de la fiesta de la Santa Cruz, el amabilísimo Pontífice Pio IX Nos concedia audiencia en su villa de Porto d'Anzio á orillas del Mediterráneo, puerto adonde se retiró por unos dias para restablecer sus fuerzas quebrantadas, ántes de emprender los ímprobos trabajos de la referida canonizacion. Encontrándonos en su augusta presencia, recibió un telegrama, cuyo contenido Nos comunicó desde luego bondadosamente. El Sr. Arzobispo de Barcelona anunciaba á Su Santidad, que en las primeras

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horas del dia habia fallecido, de la manera más edificante, el Ilustrísimo Sr. Dr. D. Lázaro de la Garza y Ballesteros, Arzobispo de México.

Poco tiempo despues, Vuestra Señoría Ilustrísima fué llamado por Su Santidad el Papa, y tenemos aún presente, cómo pasada esa entrevista, se le conoció á Vuestra Señoría en el semblante toda la emocion que experimentaba. Quiso el Vicario de Jesucristo que Vuestra Ilustrísima ocupase el primer puesto en la Iglesia Mexicana, la cual entónces dividió en tres provincias: México, Michoacan y Guadalajara, confiriendo la dignidad Arzobispal y el Sacro Palio á Vuestra Señoría Ilustrísima y á sus dignos compañeros, el docto Sr. Munguía y el venerable Sr. Espinosa.

Habiéndose dignado la Misericordia divina inspirarnos su santa gracia, y movido con ella nuestra voluntad á emprender la carrera eclesiástica, Nos apresura

mos á corresponder á tan alto llamamiento, y el 15 de Agosto de 1863, fiesta de la Asuncion de María Santísima, recibimos de las manos bondadosas de Vuestra Señoría Ilustrísima la primera tonsura y el hábito clerical en la Iglesia de San Roque, de Paris.

Trascurrieron los años, y una serie de acontecimientos, bien penosos por cierto, puso á ruda prueba los sentimientos de abnegacion que Vuestra Ilustrísima ha demostrado continuamente en bien de los intereses religiosos que le fueron encomendados. En vuestro Palacio Arzobispal de México, y luego en el de vuestra residencia en Roma, tuvimos constantemente ocasion de admirar las virtudes que Os distinguen; la modestia en la manera de vivir, la caridad para con todos, la incansable laboriosidad en el desempeño de vuestro cargo; y por último, los continuos esfuerzos de todo género para alcanzar la paz y bienestar de nuestra amada patria.

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