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esta resolución, inspirada por el despecho, era una temeridad sin esperanzas. La salvación estaba en una pronta retirada. No se supo ó no se quiso aprovechar el tiempo, y el 21 al amanecer, cuando el ejército enemigo se presentó á la vista de Moquegua, todavía permanecían los independientes allí.

La posición elegida por Alvarado en Moquegua era fuerte y se prestaba á una batalla defensiva, que prometía ventajas con tropas resueltas, pero bien municionadas, y sobre todo, bien montadas. Apoyaba su izquierda en los suburbios de la ciudad sobre el cementerio. Extendía su línea sobre el perfil de una planicie en la prolongación de un barranco escarpado que cubría su frente, con un camino de herradura en el centro que barrían los fuegos de la artillería. Sobre la derecha se elevaba una árida altura formando una larga cuchilla. Observando el general español que se había descuidado este punto culminante, que podía considerarse la llave de la posición, ordenó que Valdés con dos batallones y dos escuadrones lo ocupase y llevara un ataque decidido sobre la derecha independiente, mientras él con el resto de su infantería cargaba por el frente, salvaba el barranco, apoyado por su artillería, y la caballería amagaba el flanco izquierdo de los independientes. Así se hizo, y la victoria coronó por segunda vez las armas realistas en el espacio de cuarenta y ocho horas. El ejército independiente flanqueado y atacado de frente formó martillo sobre su derecha, y después de una corta y valerosa resistencia á sable y bayoneta, se dispersó completamente, dejando en el campo 700 muertos y heridos. con 1,000 prisioneros, según los españoles, quienes por su parte declararon una pérdida de sólo 400 hombres en las dos jornadas, no obstante confesar que algunos de los cuerpos perdieron la mayor parte de su gente en Moquegua (27).

(27) Camba : « Memorias » etc. cit., t. II, pág. 50, dice : « Una victo»ria tan completa se compró á costa de la sangre preciosa de varios ofi

Los Granaderos á caballo de los Andes mandados por Lavalle, dieron dos valientes cargas para cubrir la retirada de los dispersos; pero cargados nuevamente por la caballería enemiga vencedora, se dispersaron á su vez. Las reliquias de los derrotados en Torata y Moquegua se embarcaron en Ilo. De los cuatro mil hombres que componían el ejército expedicionario de puertos intermedios, poco más de mil hombres regresaron á Lima á las órdenes del general E. Martínez.

El general Alvarado se dirigió á Iquique, para recoger el cuadro del núm. 2 de Chile, dejado allí con un transporte de refugio. Olañeta, que había acudido con parte de su ejército desde Potosí, ocupaba ya los valles Lluta, Azapa y Tarapacá. Con tan poca previsión en lo pequeño como en lo grande, el general dispuso que un corto destacamento bajase á tierra con el objeto de practicar un reconocimiento (14 de febrero). Olañeta, que se hallaba emboscado en el pueblo, cayó sobre él con dos batallones, y todo el destacamento fué sacrificado peleando valientemente (28). En seguida, bajo el

» ciales y soldados, particularmente del Cantabria y del primer escua» drón de la « Guardia: éste perdió la mitad de su gente ».-Este autor, testigo presencial de los sucesos y por lo general imparcial y exacto, y sobre todo técnico, es uno de los historiadores que hemos tenido presentes al relatar las batallas de Torata y Moquegua, así como á Torrente : «Hist. de la Revoluc. H. Amer. », t. III, cap. XIV, ambos autoridades españolas. Además los partes de los generales españoles publicados en el « Boletín » de Cuzco. De parte de los americanos hemos tenido presentes Miller: « Memorias », cuya tropa se halló en ambas batallas.<< Contestación á las Memorias de Miller », por el general E. Martínez, 2.o jefe del ejército independiente.-Espejo (testigo presencial) « Rasgos hist. biog. de Pringles ». « Hist. del Perú Indep. », por Paz Soldán. — En las notas correspondientes quedan citados los demás documentos manuscritos consultados, entre ellos la « Memoria hist. biog. », escrita por el mismo general en jefe Alvarado.

(28) Véase op. de Simeón de la Rosa : « Al soberano congreso de 1864 » (del Perú), imp. en Lima. En su « Mem. hist. biog. », dice el general Alvarado : « Llegué de noche y fuí instruído por el jefe de la

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pretexto de hacer llegar algunos auxilios pecuniarios á sus prisioneros y recomendarlos á la humanidad del vencedor, Alvarado invitó á una entrevista al general español. Este le manifestó sin empacho, que estaba muy lejos de entregar los prisioneros á una autoridad ilegítima creada por una revolu ción de jefes liberales; y exaltado por grados, los calificó de traidores liberales », manifestando su resolución de separarse del virrey, y limitarse á la defensa del territorio del Alto Perú en nombre del rey absoluto (29). Esta declaración, fué una de las ventajas más señaladas de la segunda. expedición á puertos intermedios, de la que tanto se prometía San Martín en su plan póstumo. La otra, fué la que alcanzó Miller, quien con sus 120 hombres, hizo más que todo el ejército expedicionario, al poner en alarma á todo el sud, distrayendo la división de Carratalá.

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guarnición de Iquique (donde había dejado un transporte en que de»bía embarcarse si era invadido el puerto) que el general Olañeta había ocupado Tarapacá. Al aclarar el dia, pude desde cubierta observar, que >> en el pueblo de Iquique no había movimiento de gentes, y me per>> suadi estaba desocupado por fuerzas enemigas. Ordené que se practi» case un reconocimiento, desembarcando quince hombres con un ofi»cial subalterno, previniendo no se empeñase combate. El jefe de dicha » fuerza, saltó á tierra con más fuerza que la que se le había ordenado, » y fué víctima de su temerario arrojo, con algunos oficiales que le acom» pañaban ». M. S. (Arch. de San Martín, vol. LXXII). —Según La Rosa (Simeón) en su op. cit. en la nota anterior, las fuerzas que desembarcaron fueron dos compañías (que sumaban 80 hombres) una de la Legión Peruana y otra del núm. 2 de Chile, al mando del comandante de la Legión Peruana La Rosa, los mayores Manuel Taramena y José Méndez Llano, dirigidos por el coronel Francisco Bermúdez (chileno). La Rosa y Taramena, fueron muertos. El congreso en memoria de este hecho, decretó que ambos pasasen revista perpetuamente en la Legión Pe

ruana.

(29) « Mem. hist. biog. », de Alvarado, M. S. cit. El general español don Jerónimo Valdés, comprueba este hecho en su «< Exp. docum.

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al Rey », cit., en que dice: « La conferencia secreta que tuvo Olañeta en Iquique el año 23 con Alvarado, general en jefe del ejército de los >> insurgentes, etc... no permiten de modo alguno dudar que Olañeta >> traicionó la causa del rey y fué infiel á sus deberes ».

VI

¿Qué era entre tanto del cuerpo de ejército que según el plan convenido debía invadir por Jauja en combinación con el del sud? Sin esta cooperación, la expedición era una aventura peligrosa. Arenales, encargado de la operación de la sierra, penetrado de su importancia, había urgido por la organización y apresto de su ejército; pero todos los empeños escollaron contra la falta de concurrencia de los auxiliares colombianos. El ejército á la sazón existente en Lima (diciembre de 1822) constaba de 460 artilleros, 4,900 infantes 950 de caballería, de los cuales 280 chilenos, 2,000 colombianos y 4,000 peruanos; pero de estos últimos apenas 2,000 en estado de ponerse en campaña.

y

Contábase con los batallones de Colombia para completar el número de 4,000 hombres, necesario para emprender la marcha á la sierra. El jefe colombiano Paz del Castillo, que antes se había negado á unir su bandera con el ejército del sud, bajo el pretexto de no fraccionar su división, negóse igualmente á tomar parte en la operación, por no considerarla segura, invocando instrucciones de Bolívar (30). Instado á exponer sus planes, los ocultó con la pretensión de cooperar independientemente según su criterio, lo que importaba negar de hecho su cooperación y reservarse la dirección de la guerra. En seguida exigió que el jefe que mandase la expedición de la sierra, fuera un general hijo del Perú, con

(30) Instrucciones de Bolívar á Paz del Castillo de 15 de noviembre de 1822, en que le previene « no comprometer en ningún caso la división >> colombiana sin probabilidad de buen suceso ». (« Memorias » de O'Leary, t. XIX, pág. 397.)

el objeto de excluir á Arenales, único capaz de llevarla á cabo con éxito. Por último, hizo exigencias tales, formulando á la vez quejas tan sin fundamento, que el gobierno vióse obligado á denegarlas. Paz del Castillo, pidió entonces regresar á su país. El gobierno, por librarse de auxiliares tan incómodos, cuya mala voluntad era notoria, le proporcionó los transportes necesarios para trasladarse á Guayaquil. La división de Colombia se retiró del Perú, llevándose el batallón Numancia fuerte de 600 plazas, que se había incorporado á ella, después de causar al erario un gasto como de 190 mil pesos, de manera que, este auxilio debilitó y empobreció al país sin prestarle en esta ocasión ningún servicio (31).

A pesar de estos contratiempos, comprendiendo Arenales que el ejército del sud podría ser sacrificado si fallaba la combinación acordada, estaba resuelto á expedicionar con poco más de dos mil hombres. Su plan consistía, en dirigirse á Nasca por agua, desembarcar allí á fin de cubrir el flanco izquierdo de Alvarado, y cortar ó flanquear las fuerzas que había dejado Canterac en Jauja (32). « Con tan débiles >> elementos, dice él mismo, resolví mi embarque, para >> emprender una marcha cuyo triunfo consistía más en la » celeridad que en la importancia de la fuerza, cuando llega >> la funesta nueva de la derrota de Moquegua, y aparecen los tristes restos que se salvaron, y á su cabeza el brigadier don Enrique Martínez » (33).

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(31) Carta de Guido (á la sazón ministro de guerra) á San Martín de 11 de enero de 1822, y correspondencia oficial de Paz del Castillo con el gobierno en noviembre del mismo. M. SS. (Archivo San Martín, vol. LVII). Véase Paz Soldán : « Hist. del Perú Indep. » (2.o período), pág. 51 y sig.

(32) Carta de Arenales á San Martín, de 7 de abril de 1827 en Santiago de Chile. M. S. (Arch. San Martin, vol. LVII.)

(33) «El general ciudadano J. A. Álvarez de Arenales á sus compatriotas de Chile y el Perú », op. de 3 pág. en fol. (impreso en Santiago de Chile en 1823).

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