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ellos era natural de Mendoza y el otro de Buenos Aires; habían hecho todas las campañas del ejército de los Andes, distinguiéndose por su valor más que por su inteligencia. El primer paso de los sublevados fué apoderarse de la persona del gobernador Alvarado, y de todos los jefes y oficiales de la guarnición, que fueron puestos presos. Los amotinados no tenían plan no acertaban á dictar una medida, ni á dar dirección al movimiento. Una parte de la tropa arrastrada por la sorpresa, y otra arrepentida tal vez, volvía instintivamente sus ojos hacia los jefes que por tantos años estaba acostumbrada á obedecer. El motín no tenía un objetivo declarado que pudiese mantener unidos 1,500 soldados mandados por dos sargentos sin cabeza. Al principio se contentaban con recibir cien mil pesos á cuenta de sus haberes y regresar á su país. Más tarde pidieron plazo para resolver. El gobierno perdió tiempo en satisfacer estas demandas, y cuando accedió á ellas, ya era tarde. La soldadesca, emancipaba del freno de la disciplina, se entregaba á los mayores excesos, no bastando ya á contenerla la autoridad de los nuevos caudillos. Moyano, que como más audaz asumió el mando superior, se encontraba desmoralizado en medio de su triunfo veía desorganizarse los elementos que había desencadenado y tenía delante de sí la perspectiva del cadalso. Oliva, menos arrojado, pero más sagaz, tuvo en aquel momento la inspiración funesta que decidió de la suerte del Callao.

Hallábase entre los prisioneros españoles encerrados en las casamatas del Callao, el coronel José María Casariego, hombre de carácter firme y de gran presencia de espíritu. Habíale conocido en Chile el sargento Oliva, y persuadió á Moyano, que debían dirigirse á él para que los aconsejase en aquel difícil trance. Moyano acogió la idea, y ambos se dirigieron en silencio á los profundos calabozos donde descansaba Casariego, ajeno á la revolución que se operaba en su destino.

Comprendió desde luego todo el partido que podía sacarse en favor de la causa del rey de aquel suceso y de aquellos hombres ignorantes; pero se guardó de manifestarles todo su pensamiento. Limitóse á aconsejarles que trasladasen todos los prisioneros españoles de quienes nada tenían que temer, al cuartel de la puerta del Socorro, que estaba en contacto con los amotinados, y encerraran en las casamatas á los oficiales patriotas, aislando así la tropa para prevenir una reacción. Casariego fué desde este momento el verdadero jefe del movimiento.

La indisciplina y el desorden subían de punto. Mientras tanto, el astuto Casariego, que se había insinuado con Moyano y Oliva respecto de la necesidad de dar al movimiento un carácter reaccionario, y los encontró vacilantes, se aprovechó con habilidad de aquel momento. Pintóles con negros colores lo que tenían que temer de los patriotas, después del paso que habían dado, presentándoles del modo más halagüeño las recompensas que debían esperar del rey, si levantaban en los castillos la bandera de España. Persuadidos los dos caudillos, que no tenían otro camino de salvación y encendida de súbito en sus almas la ambición de la grandeza, insinuaron artificiosamente á la tropa que éste era el único medio de regresar á Buenos Aires y á Chile. Los prisioneros españoles fueron puestos en libertad. Moyano se declaró jefe superior con el grado de coronel en nombre del rey. Oliva fué nombrado teniente coronel. Casariego quedó asociado al mando político y militar. Dióse nueva forma á los cuerpos y los oficiales españoles se pusieron á su cabeza (19). Se hizo

(19) Moyano y Oliva llegaron á ocupar altos puestos en el ejército e pañol, muriendo rodeados de honores. Casariego fué mal recompensado de sus servicios. Por mucho tiempo vivió de limosna en los conventos de Lima, y murió en la oscuridad y la miseria, sin que el rey de España se acordase del hombre á quien debió la recuperación de los castillos del Callao.

una promoción general de oficiales entre los cabos y sargentos y se ofició al general Canterac poniendo á su disposición las fortalezas y la guarnición del Callao. La bandera española fué enarbolada en el torreón « Independencia » con una salva general de los castillos (7 de febrero). Un negro, soldado del regimiento Río de la Plata, nacido en Buenos Aires, llamado Antonio Ruiz (por sobrenombre Falucho), que se resistió á hacerle los honores, fué fusilado al pie de la bandera española. Murió gritando: ¡Viva Buenos Aires! grito que repetirían todas la víctimas de esta catástrofe (20).

(20) Véase por vía de simple referencia, en nuestros « Episodios de la revolución argentina » (publicados sueltos en los diarios), los que llevan por título « Falucho » y « Sorteo de Matucana ». Algunos han puesto en duda la muerte de Falucho en esta ocasión, y otros han llegado hasta negar su existencia, aunque no públicamente, por no tener pruebas en qué apoyarse. La existencia y la muerte del negro Falucho, está comprobada: 1. Por el testimonio verbal del general E. Martínez, que mandaba la división de los Andes, quien nos lo dió en Montevideo en 1839, juntamente con una copia manuscrita de su « Exposición », cit. 2. Por el testimonio de los coroneles Pedro José Díaz (á cuyo cuerpo pertenecía Falucho) y Pedro Luna, en Buenos Aires en 1856, ambos oficiales de la división de los Andes al tiempo de la sublevación del Callao. 3. Por el testimonio escrito del coronel Juan Espinosa (natural de la Rep. del Uruguay), que pertenecía á la división de los Andes, y tomó además informes directos del coronel Casariego, que se hallaba en Lima, cuando aquél publicó su libro titulado « La herencia española », en que se registra un episodio histórico sobre la sublevación, donde dice: « Es » preciso hacer justicia á la tropa, que triste y violenta, se vió, sin ha>> berlo jamás pensado, al abrigo de un pabellón contra el que había >> combatido catorce años. El centinela que estaba en el baluarte de >> Casas-matas, y cuyo nombre sentimos no recordar, pero que se >> distinguía en el ejército con el nombre de Falucho, cuando se le » mandó presentar las armas al pabellón español, exclamó : « que no » podía hacer honores á un pabellón contra el que había peleado siem» pre», y tomando su fusil contra el cañón, lo rompió contra el asta » de bandera, entregándose al más acerbo dolor. Tan heroica acción de » fidelidad, fué premiada en el acto con el último suplicio, y el valiente » Falucho murió por sus principios, dando ejemplo de patriotismo », ofi. cit., pág. 244. Pero no sólo hubo un Falucho en el ejército de los Andes, hubo dos, y los dos negros, lo que indicaría que era éste un sobrenombre genérico que se daba á los héroes desconocidos de esta

El regimiento de Granaderos á caballo de los Andes, que se hallaba en Lurín, en el valle de Cañete, contaminado por el ejemplo, se sublevó también y marchó á incorporarse. al Callao, sin darse cuenta de la trascendencia del movimiento (14 febrero). Al ver flotar el pabellón español en las murallas, los soldados volvieron sohre sus pasos, y pusieron en libertad á sus jefes depuestos. Los más comprometidos, persistieron en su propósito, y volvieron las armas contra sus antiguos compañeros. Quedó empero un núcleo de ciento. veinte Granaderos fieles, que en representación de la República Argentina asistirían á las últimas batallas de la independencia sud-americana. Así quedó disuelto por el motín y la traición, el memorable ejército de los Andes, libertador de Chile y del Perú.

IV

Canterac, inmediatamente de recibir la noticia de la sublevación del Callao, desprendió de la sierra una fuerte división de las tres armas, al mando de Monet, la que unida á la división de Rodil que ocupaba el valle de Ica sobre la costa, debía apoyarla y ocupar á Lima. La capital fué evacuada por

valiente raza, que formó el núcleo de la infantería en las guerras de la independencia. En carta del general Miller á San Martín, de 20 de agosto de 1830 en Lima, le dice: «Es muy recomendable la memoria » y gran amor que le conservan sus antiguos soldados. Entre ellos se >> han distinguido el morenito Falucho, que era de la compañía de caza» dores del 8.o y tomó una bandera en Maipu ». San Martin contestó á Miller con fecha 10 de julio de 1831, desde París: « Le aseguro que he >> tenido una verdadera satisfacción con la noticia que me da de la exis» tencia del célebre y nunca bien ponderado Falucho ». M. S. S. (Arch. San Martín, vol. LXX.)

los independientes. El presidente del Perú, Torre-Tagle, que complotado con su ministro de guerra, había entablado correspondencia secreta con los españoles para reaccionar contra la intervención colombiana, sirviéndole de pretexto la negociación del armisticio proyectado en Buenos Aires, se pasó á los realistas con algunas fuerzas peruanas que le obedecían, y dió un manifiesto contra Bolívar.

Los españoles eran dueños de toda la sierra, y de todo el centro y sud del Perú, é iban á tener el dominio del mar. Una parte de la escuadra independiente se hallaba surta en el Callao. Guisse, recibió orden de recuperarla á todo trance. El almirante peruano, con la fragata Protector y cuatro botes armados en guerra, penetró al puerto bajo los fuegos de los castillos y fuerzas sutiles de la bahía. Abordó la fragata Guayas (antes Venganza), y no pudiendo sacarla, la incendió. Lo mismo hizo con la Santa Rosa, y con los demás buques mercantes (25 de febrero). Salvóse tan sólo el bergantín de guerra Balcarce. Los españoles esperaban dos fragatas de guerra, que encontrarían un puerto de refugio, bajo el amparo de fortificaciones inexpugnables para los independientes.

Bolívar ordenó la evacuación de Lima, dictando órdenes terribles, que encontraron resistencias pasivas en los peruanos. << Imaginese, escribía al encargado de cumplirlas - perdido >> el país. Se han roto ya los vínculos de la sociedad. No hay » autoridad, no hay nada que atender sino privar á los enemi>>gos de una inmensidad de recursos de que van á apoderarse. » En el mismo día en que Bolívar fulminaba esta orden, el congreso supremo lo investía con la dictadura absoluta, declarando cesante al presidente de la república, por « ser incompatible el régimen constitucional con la salud pública, y » se disolvía hasta tanto el Libertador estimase convocarlo » para un caso extraordinario» (10 de febrero de 1824). Abandonada la capital, Monet la ocupó sin resistencia, y se

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