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Upon arriving in the city, he saw a friar coming. The friar answered his question. That friar, as you may well imagine, was a Spanish missionary.

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EPISODIO DE LA HISTORIA DE LOS MUISCAS1

JILMA, la más bella de las hijas de Nemequene, la flor de los campos, como la decía su mismo nombre en la lengua de los chibchas, Jilma, la joven de los ojos garzos y del cabello rubio, más hermosa que el lucero precursor del día, más apacible que el murmullo de una fuente cristalina, 5 debía unirse en estrecho lazo con Zuinctheba, joven panche de familia real, valiente en la guerra, diestro en la caza, fuerte y generoso. Nunca bajó de las montañas robusto mancebo que pudiera competir con él en fuerzas, nunca el pintado guacamayo pudo sustraer su pluma apetecida 10 al tiro certero de su flecha.

Pero Jilma tenía un hermano menor, el bello Tilmaquín, destinado a servir al Rey de Tunja 2 en castigo de una falta de respeto a su padre, según era costumbre en aquel tiempo de severas leyes públicas y domésticas; y esta falta y este 15 castigo eran un terrible secreto que no podía violarse

1 Este cuento es una leyenda de la época de los conquistadores. Los muiscas fueron un pueblo que los españoles encontraron establecido en Colombia cuando la descubrieron en el siglo XV. También se llamaban chibchas.

2 Ciudad al nordeste de Bogotá.

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impunemente, so pena de perder la vida, porque así lo exijía el decoro de la familia real.

Y Zuinctheba no solamente no era sabedor del borrón que el hijo de Nemequene se había echado encima, sino 5 que estaba muy lejos de sospechar que con el tiempo había de tener en él un hermano.

Jilma, pues, en medio de los preparativos de su boda y de los continuos obsequios de su familia y de sus súbditos, andaba pensativa y distraída y una amarga pena le aflijía el corazón. Todas las tardes al caer del sol, se encaminaba con lento paso hacia una colina desde cuya cima contemplaba el magnífico espectáculo del sol poniéndose entre nubes abigarradas de oro y púrpura; y extendiendo sus miradas a gran distancia por el camino que 15 conducía a Tunja, suspiraba con ternura; y algunas veces

una lágrima involuntaria, como nacida del corazón, sorprendía sus párpados y resbalando a lo largo de su mejilla venía a detenerse al borde de sus labios como si temiese profanarlos. Así las gotas del rocío caen sobre el tierno 20 botón, pero deslizándose suavemente no dejan de su paso huella alguna.

El amor que siempre vela, que siempre busca as ocasiones de ver el objeto amado, había hecho que Zuinctheba la siguiese frecuentemente y a cierta distancia hasta 25 un bosque inmediato; y allí oculto entre las ramas para no ser visto de ella, había tenido lugar de observarla libremente, y allí infeliz había notado la conmoción que

visiblemente experimentaba el tierno pecho de Jilma y con cuya causa él no podía atinar; pero devoraba en silencio el cruel tormento que sufría, y desconcertado y confuso no hallaba sosiego en ninguna parte. Determinóse por fin a romper ese terrible silencio para saber de su 5 propia boca la causa de tan singular variación. ¿Es, la decía estrechando blandamente su mano entre las suyas y mirándola con ternura, es que acaso demasiado tarde has conocido que tu felicidad no estaba fincada en ser mi esposa? ¿Qué has visto en mí que puede hacerme indigno 10 de tu belleza? ¿No te amo con transporte, no te adoro? ¿No eres tú la diosa de mis hogares, la estrella de mi vida, el ángel de mis sueños? Brillaban los ojos de Jilma y con mudos ademanes más que con palabras le decía: sí, yo soy feliz, tú me amas y tu amor es la delicia de mi vida; 15 dime que eres mi esposo, y no ambiciono otra dicha. Pero todas las tiernas insinuaciones de su amado, no pudieron recabar de sus labios la respuesta apetecida.

Ya los pájaros habían comenzado sus cantos en la tierra de los muiscas, y la pálida amapola reventaba sus botones, 20 señal de que se acercaba la quinta luna del año, bajo cuya influencia debía celebrarse tan fausto enlace; y el dolor de Jilma no cedía un punto, antes bien su tristeza se aumentaba por momentos. Pero no era que al ver cercana la pérdida de su libertad y la separación de su familia su 25 alma se hubiese contristado, como falsamente sospechaba el desgraciado Zuinctheba; no era que al tierno amor que

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siempre había mostrado a su futuro esposo, hubiese sucedido en su pecho el yelo de la indiferencia; era que el mismo día en que ella le había prometido su mano y su fe en presencia de su padre Nemequene, había pedido a éste en 5 secreto, como única gracia, como único regalo de boda, que permitiese a su hermano volver al seno de su familia a presenciar su feliz unión y a gozar las dulzuras de la paz doméstica; y aquél, con entrañas de padre, gustoso se lo había concedido, mandando inmediato aviso a Tilmaquín de que su falta estaba perdonada, y que desde aquel momento levantaba su destierro para que se trasladase a su país a ser testigo de la dicha de su hermana. Pero ésta temía, no sin razón, que el joven, resentido del agravio que se le había hecho y del cruel castigo impuesto 15 a tan pequeña falta, no viniese, renunciando jamás a sus hogares. Y la afirmaba más y más en esta idea, la guerra que estaba próxima a romperse entre su padre y sus enemigos, en la cual la ambición de gloria era muy probable le hiciese tomar parte militando bajo las banderas enemigas.

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Llegó al fin la víspera de aquel día que con tantas borrascas y tantas fiestas se había anunciado; y Jilma, como de costumbre, se dirigió con paso incierto y vacilante a la colina usada, deteniéndose de cuando en cuando. El sol declinaba, el ocaso estaba limpio y despejado, ni una 25 nube, ni un vapor que estorbase su brillo; pero el oriente comenzaba a ocultarse entre negras cortinas, y un lejano ruido anunciaba que la noche sería tormentosa. No

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