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drank healths very happily, as if they were good allies. But the Indians did not fail to fall upon the Spaniards as soon as they went to sleep. The end (el fin) of the story is very tragic.

XVII

EL POZO DE LA GALLINA

MUCHOS vecinos de San Juan1 recuerdan todavía este pozo, que estaba detrás de la batería y muralla de San iago. El tal pozo estaba casi obstruido con piedras y escombros; pero en la primera mitad del siglo diecinueve todavía prestaba servicios de importancia durante las temporadas 5 de gran sequía. Era su agua un tantillo salobre; mas aun así la bebían con avidez los vecinos pobres de la ciudad y de la Marina. Desde la puerta de Santiago se distinguía su brocal obscuro y carcomido, destacándose allá abajo sobre la hierba del foso.

Cuando fueron demolidas la batería y la muralla, desapareció completamente el pozo de la gallina; pero su nombre ha quedado en la memoria de estos vecinos unido a una tradición popular.

*

IO

Cuentan que a mediados del siglo anterior,2 en un pequeño 15 y miserable bohío cerca del antiguo muelle del puerto de

1 Capital de Puerto Rico, en la costa septentrional de la isla. Fundada en 1511, cuenta hoy unos 50,000 habitantes.

2 Es decir, el siglo XVIII, puesto que este cuento fué escrito en el siglo XIX.

San Juan, vivía un sujeto llamado Antolín Barroso, aunque era más generalmente conocido por el apodo de Rastrillo. Gozaba fama de hombre diestro en toda clase de hurtos y raterías. Era licenciado del presidio de San Juan, 5 y aunque no se había corregido allí de sus inclinaciones de tomar lo ajeno, hacíalo con mucho disimulo, a fin de evitar en lo posible nuevas relaciones con la policía y la justicia.

El muelle y los viejos barracones que servían de almacenes Io en la Marina, eran campo casi siempre fecundo para tales ejercicios de merodeo, y el héroe de esta leyenda había adquirido en ellos una destreza extraordinaria. No tenía predilección por una u otra forma de hurto, ni por la adquisición furtiva de objetos determinados. Todos los que tuvieran 15 algún valor o fuesen fáciles de convertir en dinero o en substancias alimenticias, eran declarados por él buena presa y puestos a buen recaudo. A esta especie de eclecticismo profesional, que le inducía a aceptar todo lo que cayese entre sus uñas, debía probablemente el apodo de 20 Rastrillo, por el cual tenía ya casi olvidado su verdadero nombre de pila.

*

Una madrugada en que nuestro héroe había recorrido sin provecho todos los sitios de la Marina que él tenía por más favorables para su habitual merodeo, atravesó sigilosamente 25 por el cuerpo de guardia que había entonces en la Puerta

de San Justo, y subió calle arriba hasta la de Norzagaray,

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sin haber encontrado cosa alguna en que ejercer su habilidad acostumbrada. La ciudad estaba como muerta, y los escasos mecheros del alumbrado público titilaban aquí y allá, como tratando en vano de vencer a las tinieblas. Miró Rastrillo en, todas direcciones e hizo una expresiva 5 mueca de disgusto. Torció después en dirección a San Cristóbal, pasó por detrás del polvorín, descendió luego hasta la puerta de Santiago, y salió de la ciudad siguiendo el camino de Puerta de Tierra.

Empezaban a llegar los campesinos con frutos y verduras 10 para el mercado; pero Rastrillo cruzaba por entre ellos desdeñosamente, poco seguro de poderles tomar algo de provecho. Siguió adelante con aire displicente y distraído, pensando tal vez en la mala ventura de sus diligencias, y se detuvo entre aquellos dos pilares de mampostería 15 que aun se conservan, y que servían entonces para indicar el punto de las carreras de caballos. Lanzó desde allí una mirada de lince a lo largo de la carretera, y ya se disponía a regresar a la Marina, su centro habitual de operaciones, cuando vió venir apresuradamente a un muchacho 20 con una gallina.

-¿La vendes? - preguntóle Rastrillo cuando estuvo cerca de él.

Sí, señor.

-¿Cuánto quieres por ella?

Cinco reales.

Es mucho.

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