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A reir las enseñas;

Y si corren aprisa,

Imitan más la gracia de tu risa.

No ríe la mañana, Que soñolienta y fría

Sale á hospedar el día,

Vestida de oro y grana,

Si primera no ríes,

Y dejas qué copiar en tus rubíes.

También quiere imitarle,

Cuando el sol reverbera,

La dulce primavera ;

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Y cuando Abril se parte,

Hace el primer ensayo

Al paso de tu risa el suave Mayo.

Pensaban, engañados,

Que las selvas reían

Los mismos que creían

La risa de los prados.

Todos, Silvia, mintieron ;

Que sin verte reir, jamás rieron.

Los más fieros tiranos,

Que menos se recatan,

No ríen cuando matan;

Y aunque muere á sus manos

Con piedad el aurora,

La dulce muerte de la noche llora.
Tu risa son enojos,
Porque matas riendo,
Y lloran (desmintiendo

A tu boca) mis ojos;

Y es lo que precian tanto,

Risa en tus labios, y en mis ojos llanto.

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Francisco de Rioja

(† 1658?)

SILVA: Á LA ROSA

Pura, encendida rosa,

Émula de la llama

Que sale con el día,

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Cómo naces tan llena de alegría,
Si sabes que la edad que te da el cielo
Es apenas un breve y veloz vuelo?
Y no valdrán las puntas de tu rama
Ni tu púrpura hermosa

A detener un punto

La ejecución del hado presurosa.

El mismo cerco alado,

Que estoy viendo riente,

Ya temo amortiguado,

Presto despojo de la llama ardiente.
Para las hojas de tu crespo seno

Te dió Amor de sus alas blandas plumas,

Y oro de su cabello dió á tu frente.

Oh fiel imagen suya peregrina !

Bañóte en su color sangre divina
De la deidad que dieron las espumas;
Y esto, purpúrea flor, y esto no pudo
Hacer menos violento el rayo agudo?
Róbate en una hora,

Róbate licencioso su ardimiento
El color y el aliento;

Tiendes aun no las alas abrasadas,
Y ya vuelan al suelo desmayadas,
Tan cerca, tan unida

Está al morir tu vida,

Que dudo si en sus lágrimas la aurora
Mustia tu nacimiento ó muerte llora.

Á LA POBREZA

Desde el infausto día

Que visité con lágrimas primeras
Me tienes ¡oh pobreza! compañía;
Aunque tan buena como dicen fueras,
Por ser tanto de mí comunicada,
Me vinieras á ser menos preciada.

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Diré tus males, sin que mucho ahonde
En ellos; que es muy raro

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Lo que por glorias tuyas contar puedes.

Tal vez el que en su casa un monte asconde
De Numidia y de Paro

En aras y paredes,

Cuando entre el blando lino se rodea,
Puesto de los cuidados en el fuego,
Sin conocerte alaba tu sosiego,
Y nunca, aunque lo alaba, lo desea.
Llegas á ser de alguno al fin loada;
Mas de ninguno apenas deseada.
Si eres tú de los males

El que nos trata con mayor crueza,
¿Cómo podrá ninguno codiciarte?
Después que nació el oro,
Y con él la grandeza,

Murió tu ser, murío tu igual decoro,
En otra edad divino;

Sí, por eso, pobreza, en toda parte
Con enfermo color andas contino.
Con preciosos metales

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Siempre veo levantado

Lo que tienes tú sola derribado.
¿Qué ciudad populosa

Se sabe que por ti se haya fundado?
¿Qué fuerza inexpugnable y espantosa
Por ti se ha fabricado?

El suave color, la hermosura,

Sólo en tu ausencia con su lustre dura.
Píntame la belleza

Mayor que imaginares,

Compuesta de jazmines y de grana,
Si con vestido tuyo la adornares,
Su lustre pierde y gracia soberana,
Pues cuando el agro invierno,
Hijo tuyo sin duda,

Que como tú también, siempre desnudo,
Roba al bosque el verdor, y lo despoja,
Pobre por ti su frente,

Ni su sombra codicia ya la gente

Ni sus ramas las aves

Y si yo vanamente no discierno,

¿Cuándo armarse pudieron vastas naves
Donde se vió tu sombra?

¿Cuando ejércitos gruesos?

El número infinito de sucesos

Que por ti han avenido ¿á quién no asombra?

Hablen los nunca sepultados huesos

Que en las playas blanquean,

De tantos que por falta de sustento
Al mar rindieron el vital aliento.

¿Cuántos has escondido

En los anchos desiertos

Para que al mal seguro caminante

Asalten encubiertos

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Ó ¿en cuántas partes se verá teñido

El campo con la sangre de los muertos?
No hay voz, aunque de hierro, que bastante
Sea á decir los males que acarrean

Duras necesidades.

Los que pobres habitan las ciudades,
¿Qué afrenta no padecen?
Los que por sus ingenios merecieron,
¡Oh pobreza! por ti lo desmerecen.

¿Qué vale joh pobres ! levantaros tanto?
Mirad que es necio error, necia costumbre
Soltar á la soberbia así la rienda;
Que yo apenas, humilde y sin contienda,
Puedo contar en paz algunas horas
De las que paso en el silencio obscuro,
Olvidado en pobreza y no seguro.

Á LA RIQUEZA

¡Oh mal seguro bien, oh cuidadosa Riqueza, y cómo á sombra de alegría Y de sosiego engañas!

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que vela en tu alcance y se desvía Del pobre estado y la quietud dichosa,

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Ocio y seguridad pretende en vano,

Pues tras el luengo errar de agua y montañas,
Cuando el metal precioso coja á mano,

No ha de ver sin cuidado abrir el día.
No sin causa los dioses te escondieron
En las entrañas de la tierra dura;
Mas ¿qué halló difícil y encubierto
La sedienta codicia?

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