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presidiéndolos don Domingo de Torres, resolvieron en el acto oponerse á la revolucion. Al efecto, dictó este todas las medidas conducentes á lograrlo, desplegando una actividad y enerjía propias de su jénio y de la lealtad á su rey de que se preciaba. Trasladóse con sus colegas, con todos sus parciales españoles y algunos mal aconsejados americanos al cartel de los Olivos á tres cuadras de la plaza de Armas, donde estaban el armamento y municiones, y con los pocos soldados que habia reunido, colocando dos cañones á la puerta, mecha encendida, se dispuso á sostener la autoridad real y castigar á los rebeldes.

Los patriotas por su parte, organizaban apresuradamente fuerzas y se disponian á atacar el cuartel y rendir á los opositores á la revolucion. Llegado el momento oportuno, apostáronse en puntos convenientes para batir á Torres

En el Cabildo abierto que acababa de tener lugar, la municipalidad habia asumido el mando de la provincia en lo civil y militar á nombre de la suprema Junta gubernati va de la Capital, con las facultades que ella le conferia, hasta tanto se nombrara por el pueblo una Junta gubernativa, que desempeñaria sus funciones bajo la dependencia de aquella.

El Cabildo intimó á Torres el dia siguiente, por conducto de un oficial, entregar el cuartel, ofreciéndole seguridades para su persona y las de los demás que se hallaban con él en armas. Torres desechó la proposicion de la autoridad, contestando no la reconocía, intimándole á su vez se sometiera al gobierno de la Península en nombre del cual estaba dispuesto á emplear la fuerza contra la rebelion. Durante ese dia y parte del siguiente, la escision era aumentada por momentos. Los patriotas que disponian de toda la ciudad y de la campaña, alistaban gente, reforzaban sus medios de ataque, y creciendo la irritacion de todos, amagaron dar el asalto dos ó tres veces! Al fin los sitiados se apercibieron que hacian una resistencia inútil. de grave responsabilidad para los que la encabezaban. Leaño y algunos padres de familia españoles, de carácter pacífico, instaron, persuadieron á Torres que abandonase su temerario propó

sito, que se guardara de provocar el furor de un pueblo decidido por el nuevo orden de cosas, de hacer derramar una sola gota de sangre. El empecinado cabecilla cedió reconociendo su impotencia, entregó el cuartel y se retiró á su casa la que se le designó por cárcel lo mismo que á sus dos compañeros Leaño y Anzay, guardándoseles las consideraciones debidas á la calidad de sus personas, en cuanto era conciliable, sin embargo, con las circunstancias.

Obtenido tan feliz resultado, el pueblo se entregó al mas espansivo regocijo por algunos dias. En las ciudades de San Juan y San Luis, no tuvo lugar ningún género de oposicion en el cambio de gobierno y sus municipalidades, como en Mendoza, fueron investidas del mando local siempre con dependencia de la autoridad central.

Así se operó en Cuyo la revolucion de 1810. Sigámosla en su desenvolvimiento.

IV

Pocos días después de estos acontecimientos, los señores Torres, Leaño, y Anzay, fueron conducidos en un carruaje escoltado por un piquete de caballeria á la capital, y entregados allí á la autoridad superior. Esta medida era urjente, atendida la resistencia que hacian Liniers, Concha y otros en Córdoba á reconocer la Junta gubernativa nacida de la revolucion.

Torres fué confinado á Patagones, en donde encabezó un motin más tarde, y apoderándose del famoso Queche, buque muy velero allí anclado en servicio de Buenos Aires, vino al frente de esta ciudad, disparó sobre ella algunos tiros á bala y dirigióse inmediatamente al puerto de Montevideo á llevar su presa á la escuadra española surta en esas aguas. Trasladóse luego á España. El año 1820 Torres se afilió, impulsado por sus propias convicciones, en el partido constitucional español. Perdida la causa de este y restablecido el trono despótico de Fernado VII por los ejérci

tos franceses, emigró á Londres, pasando despues á residir en París, donde permaneció hasta su vuelta á la Península, que verificó en virtud del primer decreto de amnistía dado por la reina Cristina. Obtuvo más tarde un empleo en Madrid, de los primeros en el ramo de hacienda. Murió por los años de 1847 ó 48.

Leaño que, como hemos dicho, tenía un carácter suave y mejores relaciones entre los patriotas, consiguió del nuevo gobierno la licencia correspondiente para retirarse á España. Allí vivió muchos años retirado de los negocios públicos.

Anzay, llegó á Buenos Aires, tuvo la ciudad por cárcel. Después se le desterró á Las Brucas, al sud de esta provincia, lugar á que se destinaron muchos otros españoles de algun rango en la milicia, ó que se consideraban peligrosos para la causa de la revolucion. Allí permaneció hasta el año de 1817 ó 18, concediéndosele retirarse á su patria.

Volvamos á tomar el hilo de los acontecimientos que venimos narrando.

Consumada así, como antes dijimos, la revolucion en Cuyo, principió á desenvolverse con asombrosa rapidez en toda la provincia ese espíritu de ardoroso patriotismo, de ejemplar abnegacion, de jeneroso desprendimiento, con que mas tarde se manifestaron sus hijos en la lucha jigantesca que la joven república tuvo que sostener para conquistar su independencia.

Comenzóse con actividad á dar organizacion á la milicia ciudadana. Dos batallones de infantería de 800 á 1.000 hombres por cuerpo, estuvieron en poco tiempo en la Capital de la provincia, arreglados é instruyéndose en el manejo de las armas. El uno bajo la denominacion de Cívicos blancos, por la clase á que ternecian en la sociedad. Vestian chaqueta y gorra punzó y pantalon blanco. El otro, Cívicos pardos compuesto de la jente de color, llevaba uniforme azul, cuello y botamanga azul sajon. Dos rejimientos de caballeria.

En San Juan se organizó también un batallon cívico y un rejimiento de milicias de caballeria. En San Luis una compañia de infanteria y escuadrones de caballeria en los departamentos de su vasta campaña.

Los partidos de americanos y españoles, se distinguieron, desde luego, por el odio recíproco, por las calificaciones que se dieron de patriotas á los primeros y godos á los segundos y por las divisas que adoptaron. Las señoras, con el privilejio de su sexo, ostentaban en sus trajes y adornos, los colores del bando á que pertenecian. El peinado mismo establecia un distintivo entre patriotas y godas -aquellas (lo mismo los hombres) echaban el pelo á su izquierda―estas á la derecha.-Apostrofábanse unas á otras y festejaba cada fraccion las noticias favorables á su causa. La exaltacion era llevada muchas veces en esto al as alto grado. Algunas señoras principales adictas al gobierno español, fueron reprimidas hasta con prision de algunas horas, ó destinadas á servir en los hospitales. Vamos á dar los nombres de algunas familias de ambas parcialidades, que es oportuno conocer para mejor intelijencia de muchos detalles importantes que acompañan á los sucesos que narraremos mas adelante.

En Mendoza las familias patriotas, entre muchas otras, eran Molina, Corvalan, Sotomayor, Godoy (un ramo) Rosas, Correa, Benegas, Moyano, Vargas, Delgado, Jurado, Segura, Videla, etc. etc. Contrarias á la causa de la revolucion, las Zeballos, Maza, Godoy (otro ramo) Sosa y Lima, Bustamante, Mont, Palacios, Videla (otros), etc.

En San Juan, de las primeras, se distinguían las De la Rosa, Carril, Cano, Aguilar, Aberastain, Sarmiento, Etchagaray, Torres, Rojo, Godoy, Quiroga etc. etc. De las segundas, Gomez, Angulo, García, Rufino, Astorga, Castro, etc.

En San Luis, como patriotas las de Varas, Becerra, Videla, Funes, Lucero, Pringueles, etc.

Al erijirse en Buenos Aires la primera Junta gubernativa, una de las bases dadas á la institucion de este gobierno,

nacido de la revolucion, era la participacion en él de todos los pueblos del caduco vireinato, por medio de diputados que estos elejirían, uno por cada ciudad y mandarían inmediatamente á la Capital.

Muy luego la provincia de Cuyo nombró y envió los suyos, siéndolo por Mendoza el doctor don Manuel Ignacio Molina; por San Juan, don José Ignacio Maradona, y por San Luis, don Marcelino Pobtet.

Algunos mendocinos corrieron á alistarse en el primer ejército de la patria, que á mediados de ese año salió de Buenos Aires y subió al Perú. Entre ellos lo fueron don José León Dominguez, don Buenaventura Moron y don Nicolás Villanueva, admitidos en la clase de oficiales, y que mas adelante les veremos figurar en alta graduacion.

La provincia de Cuyo dió en ese año y en el siguiente para los ejércitos que se organizaban en la capital, continjentes de hombres. San Luis mandó 400 en noviembre de 1811, (1) Mendoza y San Juan enviaron en esa época el suyo. respectivo en razon de su poblacion.

Habiendo el supremo gobierno dispuesto en febrero de 1811, que los pueblos nombrasen cada uno una Junta gubernativa, que ejerciese las mismas funciones de los gobernadores, Mendoza nombró la suya, recayendo ese nombramiento en los ciudadanos don Javier de Rosas, don Clemente Godoy y don Antonio Moyano.

A esta Junta les sucedieron como gobernadores de la provincia de Cuyo hasta 1814, en que se recibió de ese cargo el general don José San Martin, los ciudadanos arjentinos que nombramos en seguida, guardando el orden cronológico sin poder por ahora designar las fechas de su ingreso al mando.

Coronel don José de Moldes, hijo de Salta.-Habia servido en el ejército patriota que sitió y rindió á Montevideo.

(1) Es el número que por ahora hemos podido comprobar, teniendo á la vista los estractos que hicimos de parte del archivo de Cabildo de esa ciudad en 1858.

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