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Concepcion, hermana de los obispos Arregui, viuda de don Juan de Armaza, su hija sor Gertrudis sub-priora y maestra de novicias; la madre Catalina de San Rafael, procuradora y contadora; la madre Ana de la Concepcion, portera, con sor Maria Josefa de Jesús, lega. De aquí, salieron en procesion acompañadas de los dos Cabildos eclesiástico y secular, de todas las órdenes monásticas, del Reverendo Obispo doctor don fray José Peralta, quien llevaba personalmente el Santísimo descubierto. Una inmensa concurrencia se apiñaba en la calle de la iglesia Catedral hasta el monasterio cuya apertura iba á solemnizarse; el recogimiento piadoso del pueblo era conmovedor ante aquellas cinco mujeres que iban á encerrarse para siempre, separándose del mundo de los vivos para consagrarse á la oracion bajo la triste é imponente soledad del claustro. A esa procesion no debió faltar el gobernador don Domingo Ortiz de Rosas, protector, segun la crónica de Narbona, ni menos pudo faltar la formacion de la guarnicion del presidio de esta ciudad.

Lenta y solemne marchaba aquella procesion en medio de los cánticos y del ostentoso aparato del culto esterno. Las campanas á vuelo del nuevo convento parecían deshacerse en repiques prolongados y continuos, llamando á las pobladoras que se acercaban tan solemnemente, mientras las lenguas de bronce de la Catedral, anunciaban la partida de aquellas cinco religiosas, que se acercaban al monasterio que seria su tumba y su hogar.

Esta ceremonia pomposa, conmovedora y nueva, atrajo como parece natural la muchedumbre apiñada en todas las avenidas de la calle hoy llamada de San Martín. El convento en aquella época, quedaba en los arrabales de la ciudad hácia el norte, pues una quinta se había transformado en el monasterio que hoy conocemos.

La procesion se acercaba pausadamente y así continuó hasta dejarlas dentro del monasterio, colocando el obispo el Santísimo Sacramento en la iglesia, y las madres quedaron en posesion de él, prévias las ceremonias del rito católico.

La ciudad permaneció iluminda tres noches en demostracion de regocijo, y tres dias de fiestas tuvieron en el convento en los cuales predicaron los padres-fray Juan Ignacio Ruiz, domínico, fray Pedro Ordoñez, franciscano, y el reverendo padre Pedro Arroyo de la Compañia de Jesus, en el órden que van nombrados.

El Cabildo por carta de 20 de setiembre de 1745 habia dado cuenta al rey del estado de este convento y la edificacion, y en consecuencia, el monarca espidió una real cédula del tenor siguiente:

El Rey-Consejo, justicia y regimiento de la muy noble y muy leal ciudad de la Santísima Trinidad y puerto de Buenos Aires en las provincias del Rio de la Plata: En carta de 20 de setiembre del año pasado de 1745, participasteis con testimonio de autos hallarse ya en esa ciudad las religiosas que pasaron de la de Córdoba del Tucuman á la fundacion del convento de Santa Catalina, en virtud de licencia que antecedentemente se le habia concedido al doctor don Dionicio de Torres Briceño, y que por no estar totalmente acabado el monasterio se recojieron en una casa particular que era del fundador hasta que se acabasen las oficinas y cerco para la cláusura. Y visto en mi Consejo de las Indias, con lo que dijo mi fiscal de él: He resuelto mandaros, que en el caso de no estar ya, (como se cree lo estará) perfeccionada la obra, dispongais su conclusion avisándome de ello, y de quedar viviendo las religiosas en su cláusura, lo que ejecutareis en las primeras ocasiones que se ofrezcan: De San Lorenzo á 4 de noviembre de 1747. Yo el Rey-Por mandato del Rey nuestro señor-Don Joaquin José Vazquez y Morales.

Mientras se instalaba el convento de Santa Catalina de Sena en su parte religiosa, otros sucesos se desarrollaban que debian influir poderosa y decisivamente en la terminaIcion del edificio.

En efecto, cuando los contratistas doña Teresa Robles y su yerno don Francisco Martin Camacho, sucesores de Narbona, esperaban percibir los crecidos caudales de que debían

ser reintegrados, llegó con sorpresa de ellos, del gobernador y del reverendo obispo, una real cédula de 26 de abril de 1751.

Don Vicente Moron habia sigilosamente hecho una denuncia grave al rey, en la cual le decia que, Narbona habia dejado la obra á la mitad despues de percibidos cincuenta y tres mil pesos metálicos con arreglo al remate, y que bajo falsos pretestos habia obtenido quince mil pesos mas, de los cuales habia percibido ocho mil y que apesar de todo, la obra habia sido abandonada por los contratistas, sucesores de Narbona, quienes exijian para terminarla los siete mil pesos restantes. Sorprendido el rey ante esta denuncia del abuso del gobernador, obispo y Cabildo, para alterar obligaciones contraidas, dejar sin cumplimiento los que á Narbona competían y darle aun mayor suma, irritóse ante la gravedad del hecho y sin pérdida de tiempo y sin mas informes que la denuncia misma, espidió la cédula que vino á sorprender tan amargamente á la cuitada viuda y su yerno.

El rey mandaba por esa cédula que se les apremiase al exacto cumplimiento del contrato con arreglo al remate para que la obra se concluyese en la forma pactada; se les intimase la inmediata devolucion de los ocho mil pesos y cualesquiera otra suma que escediese la estipulada, ordenando que, si los contratistas no cumplian se ejecutase al fiador que lo era don Juan de Cabezas, por ser nula la modificacion hecha al contrato.

Apesar de la angustia y apremiante apuro en que esta real cédula puso á la viuda de Narbona y á su yerno Camacho, ocurrieron á su turno al rey, tachando lo espuesto por Moron de adolecer de los vicios de obrepcion y subrepcion. Ocurrieron además al Cabildo manifestando su situacion y sosteniendo que habian cumplido el contrato y que se les debian de buen derecho los quince mil pesos. El Cabildo, como el gobernador, en presencia de los cuadernos y autos que se formaron, medidas que se dictaron, declararon que dicho convento se hallaba construido segun las reglas de la mejor arquitectura, con suntuosidad, solidez y hermosura, todos los

techos de bóveda, con estricta y severa sujecion al plano del padre Andrés Blanqui. Declararon que, los quince mil pesos eran por las obras que escedieron ese plano, y con arreglo á un artículo espreso del contrato mismo, que daba á Narbona el derecho de cobrar esas obras prévia tasacion. Resultaba además, que el ingeniero don Diego Cardoso, se daba por satisfecho de la obra, manifestando que era justo fuesen los contratistas reintegrados de las sumas invertidas en los gastos de edificacion, lejos de molestarles para la devolucion de cualesquiera cantidad. Premunidos de estos antecedentes, ocurrieron á su vez al rey solicitando nueva cédula en la que se mandase no se les moleste, se les pague los siete mil pesos que se les debian, para que, concluida la obra se mandase reconocer la fábrica del monasterio, se tasase y regulase, y si resultaba que han percibido mas de lo invertido, se obligaban á restituirlo con arreglo al auto de 5 de diciembre de 1742 y contrato celebrado.

El rey en vista de un recurso tan justificado, mandó suspender lo resuelto en 26 de abril de 1751, en cuanto se referia á la cobranza de los ocho mil pesos que se les mandó dar por el gobernador don Domingo Ortiz de Rosas, por el citado auto de 5 de diciembre de 1742, para la conclusion de la obra del convento de religiosas domínicas, devolviéndoseles en el caso que los contratistas los hubiesen pagado. Esta resolución tiene la fecha de 11 de setiembre de 1753. La real carta en que se comunicó, está fechada en el Buen Retiro á 20 de Enero de 1754, y refrendada por el mismo don Joaquin José Vazquez y Morales, que tan malos ratos causó á la viuda y su yerno.

El Cabildo mandó por acta de 26 de abril de 1755, así se cumpliese.

Terminó de este modo la crónica de la edificacion de este convento, cuyas peripecias hemos narrado con minuciosa exactitud.

Dejando la parte que se refiere á la edificacion, véamos

cual era la situacion de estas pobres religiosas algunos años despues de su fundacion.

Por los años de 1770, veinte y cinco años despues de fundado, se encontraban en la mayor indijencia, segun consta de la correspondencia que hemos hojeado dirijida por la priora á don Manuel de Basavilbaso, síndico del citado monasterio en aquel año, por la que consta la pobreza que sufrian las religiosas "cuyos vestidos, dice la priora, están hechos jirones y escasas de medios para la mantencion."

Para justificar mejor el lamentable estado del monasterio fundado por Briceño recurriremos á documentos auténticos que revelan lo ineficaz de la terminante recomendacion del rey de que "no habiendo fincas seguras y permanentes para que en adelante no falte la congrua sustentacion, se suspenda la fundacion", y esta llegó á faltar, aun cuando al fundarse existian las fincas. La ineficacia de la prevision humana vino á comprobarse aquí, pues nadie lee en el porvenir. Llegó la situacion de miseria, y entonces, la priora dirijió el siguiente oficio:

Señor gobernador.

Mi mas venerado señor; despues de ponerme á los piés de vuestra señoría con el rendimiento que debo, paso á manifestar á vuestra señoría el aprieto en que me hallo, para mantener esta pobre comunidad por motivo de no poder conseguir que paguen al monasterio los sensuatarios que tienen á réditos los dotes de las religiosas, siendo así que no. tenemos otras haciendas, ni mas de donde mantenernos. Y que aun cuando estuviesen todas las rentas corrientes, apenas alcanzaban para la mantencion de tan crecida comunidad. De donde podrá inferir vuestra señoria cómo lo pasaremos ahora, que son cerca de veinte mil pesos de capital los que están, que no se pueden cobrar sus réditos. Aseguro á vuestra señoria que me llegan tan al alma las muchas necesidades que veo padecer á estas siervas de Dios, que si me fuera facultativo saldria yo misma á mendigar, para tener medios de remediarlas, y pasaria gustosa este rubor por evi

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