Imágenes de páginas
PDF
EPUB

contándose en proporción insignificante los europeos más o menos acomodados que venían espontáneamente á radicarse.

Los esclavos, cuya trata era autorizada de tiempo atrás por el rey de España (1), y los indios sometidos en encomiendas á los labores de la tierra, fueron, por decirlo así, las primeras fuerzas aplicadas al trabajo en el Río de la Plata; bien que este trabajo lisonjeara únicamente las esperanzas de los encomenderos, de los privilegiados, que se repartían buenas ganancias no obstante los fuertes derechos y tazas que debían satisfacer á los empleados de la corona.

Estas fuerzas que hasta fines del siglo XVIII constituía la mayor parte de la población del Rio de la Plata, ni aumentaban en la proporción que se observa en los países civilizados, ni mejoraban de condición, ni hacían progresar la industria á que eran dedicados. Baste saber que según el censo levantado en el año de 1744, la ciudad de Buenos Aires contaba diez mil doscientos treinta y tres habitantes y seis mil treinta y tres la campaña. "Progreso de 164 años, á pesar de la posición geográfica de esta ciudad que ofrecía tan grandes alicientes. para su prosperidad " (2).

La agricultura era la única industria que, con las

(1) El rey otorgó merced á don Juan Ortiz de Zárate, en 10 de julio de 1579, de dar licencia para poder sacar del reino, como de Portugal, Cabo Verde y Guinea cien esclavos negros, con destino al Río de la Plata.

(2) MANUEL R. GARCÍA, Estudios sobre el periodo colonial.

desventajas apuntadas, se atacaba en el litoral. En el interior el ganado lanar daba la materia prima para alimentar la industria á que se dedicaban los nativos. Tejían alfombras, bayetas, frazadas, ponchos, pellones, jergas, cordobanes, que vendian en Buenos Aires y aún en Chile y Perú cuando salvaban las prohibiciones relativas á la comunicación comercial de las colonias. "Fábrica especial de tejidos no hay otra que la que tiene en jurisdicción de Córdoba don Francisco Díaz, en su hacienda de Santa Catalina, con el obraje que tenían los ex jesuítas. Se trabajan algunos pañetes de buena calidad. No es de consideración el producto de esta. fábrica, porque á excepción de lo necesario para. vestir los muchos esclavos que tiene esta posesión, es poco el que se vende al público" (1).

En el norte se hacían grandes invernadas de mulas para exportar al Alto y Bajo Perú, mediante crecidísimos gastos de fletes, aduanas y otros derechos fiscales. Tampoco prosperaba este ramo de comercio, á pesar de que hasta antes de la sublevación del Perú, se llegó á exportar cincuenta y sesenta mil mulas por año que costaban de dieciseis á veinte reales y se vendían en las ferias de Salta á ocho pesos cada una (2).

En Cuyo se cultivaban las viñas y algunos árboles frutales para elaborar vinos y pasas en Mendo

(1) Relación que hace el gobernador intendente de la provincia de Córdoba del Tucumán, marqués de Sobremonte, al Excmo Virrey, en 1788.

(2) Memoria del marqués de Loreto á su sucesor en el Virreinato de Buenos Aires, el 10 de febrero de 1790.

za y aguardiente en San Juan. Tampoco prosperaba esta industria, sometida al sistema de las gabelas, en pueblos donde los brazos escaseaban y donde el empirismo arbitraba recurso tras recurso para disminuir los gastos de producción. Recién después del año 1777 recibieron algún impulso estas industrias, por haberse dedicado á ellas los portugueses que tomó prisioneros el virrey Cebalos en la isla de santa Catalina y que confinó á esas provincias.

En San Luis se criaban algunos ganados para cambiarlos en Mendoza por efectos. Los campesi nos recogian grana en los tunales silvestres para cambiarla en Chile por articulos de lenceria. La industria agricola era tan menguada que había que surtirse de las harinas de Mendoza, porque en todo San Luis no había un molino, según se observa en la memoria de Sobremonte á que me he referido. En cuanto á las minas abundantes de las provincias andinas, la única que se trabajaba era la de Uspallata. Los ensayos hechos en las de San Luis, Rioja y Córdoba se abandonaron muy luego alegando que los metales extraidos eran de baja ley.

Consecuentes con el sistema de las prohibiciones eran las trabas puestas á la propiedad, en territorios inmensos como los de las colonias del Río de la Plata que podían sustentar cincuenta y más millones de habitantes, libres de los peligros que posteriormente apuntaba el genio humanitario de Malthus. Las leyes de Indias contenían una serie de limitaciones para la adquisición de la

tierra, que no tienen precedente ni pudieron ser mejor calculadas para perpetuar el atraso de las colonias, como lo observaba don Félix de Azara (1). En vez de dar la tierra al que quisiese poblarla y cultivarla para hacer efectiva la colonización en desiertos adonde jamás habíanse dirigido corrientes regulares de inmigración, las leyes de Indias estatuían sobre las condiciones y requisitos para comprarla.

La tierra valía desde mediados á fines del siglo XVIII, de tres á veinte pesos la legua cuadrada, según las cédulas entonces vigentes; y el que quisiese comprar debía invertir, según el mismo Azara, cuatrocientos pesos en costas de escribano y esperar hasta ocho años que duraban las tramitaciones para la adquisición en forma. Los ricos venían á ser consiguientemente los únicos propietarios : ellos los que solicitaban y obtenían grandes áreas de tierra, no con el designio de dedicarlas á las industrias á que se prestaban, sino con el de venderlas más tarde en fracciones y asegurarse buenas ganancias. Otro tanto sucedía con las tierras que se concedía á título de merced real. Esos cesionarios ignorantes veian colmadas sus aspiraciones con poderse llamar grandes propietarios en Indias. Era un lustre el serlo, pero la nobleza reputaba una humillación el atacar las industrias agrícolas, y esas tierras permanecian incultas y despobladas como espejismo del progreso que podían esperar las colonias de manos de los podero

1) Memoria rural del Río de la Plata, Madrid, 1847

ros de la metrópoli. No era extraño, pues, que con semejante legislación y semejantes ideas, la industria agrícola no hubiese recibido el más leve impulso ni aún en la capital del virreinato de Buenos Aires, creado por cédula de 8 de agosto de 1776.

Adviértase que á pesar del sistema de prohibiciones establecido, ni faltaba espíritu de empresa ni brazos para atacar esa industria. Año hubo en Buenos Aires, el de 1792, en que la cosecha del trigo, por ejemplo, fué mayor que la de España según lo dicen los papeles de la época. A pesar de esto el trigo se vendió al ínfimo precio de diez reales fanega. Era el resultado de la prohibición de exportar granos; y él se presentaba todos los años de abundancia. El mercado se encontraba abarrotado de productos que no daban rendimiento á los industriales, una vez satisfechas las necesidades del consumo.

Cierto es que la metrópoli, al prohibir la extracción de granos del virreinato de Buenos Aires, creía prevenir las escaseces y la carestía; como si en años de escasez la salida de granos y otros pro ductos de primera necesidad no estuviese sujeta á las necesidades del país en que están situados, porque el lucro que podría proporcionar la exportación está asegurado en el interés por la propia escasez que aumenta el precio. Pero también es cierto que la metrópoli no se daba cuenta de la importancia relativa de la industria en sus colonias, porque al mismo tiempo que mantenía ese régimen ruinoso, pretendia fomentar la agricul

« AnteriorContinuar »