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rica del Sud le debe todavía á Miranda el desagravio de no haberle conocido.

Desde joven batalló por la libertad, creándose titulos suficientes para fundarla en América que era el motivo de sus anhelos Distinguióse en las campañas por la independencia de las colonias inglesas de Norte América, mereciendo la amistad de Washington, de Hamilton y de Lafayette. Recorrió el mundo como un pensador ó un filósofo, en busca de enseñanzas para sus talentos singulares; hasta que esquivando los insistentes ofrecimientos de Catalina II de Rusia, llegó á Paris cuando el principio monárquico se sentía amagado por los próximos estremecimientos con que la revolución francesa se anunciaba al mundo. Allí estaba su lugar.

En los ejércitos de la República alcanzó el triunfo de Mortome: en el campo de Grandpré operó el movimiento que salvó al ejército. Ascendido á teniente general y con afinidades en el Consejo ejecutivo servía con su espada á la República y pudo contribuir al reconocimiento que de ella hizo la nueva república de Norte América. General en jefe del ejército sobre Amberes, obtuvo una capitulación después de una rápida victoria que le facilitó las de Ruremonde y de la Gueldre Austriaca. "Le he reconocido á usted perfectamente, mi digno amigo, en la capitulación que ha hecho, le escribía Dumouriez con ese motivo; lleva á un mismo tiempo el sello del filósofo y del republicano" (1). En el

(1) Véase lib. cit., carta de noviembre de 1792.

transcurso de estas batallas legendarias por la República, Dumouriez, viéndose impotente quizás para imponer á la Francia la solución que meditaba, se hizo sospechoso á la causa popular. En la batalla de Neerwinder, quiso sacrificar á Miranda colocándolo frente á las mejores tropas comandadas por el príncipe Carlos. Miranda cubrió valerosamente la retirada sosteniendo todo un día el empuje de un enemigo muy superior, como lo dice Michelet (1). Otro tanto hizo Dumouriez en Maëstricht: ordenó el bombardeo de esta plaza á pesar de las protestas de Miranda quien obedeció, no sin protestar también ante el ministro de la guerra. Sometido á juicio, fué absuelto después de un laborioso interrogatorio que sirvió para poner de manifiesto sus talentos militares y sus servicios desinteresados á la Francia republicana" (2). Lo que induce á creer en el patriotismo fanático pero verdadero de los hombres del tribunal revolucionario, es que absolvieron á Marat, ídolo de ellos, y absolvieron también al general Miranda, que no tenía más protectores ni defensores que los girondinos perdidos en el concepto público. Los hombres del tribunal revolucionario declararon inocente y honraron al favorito de sus enemigos, al cliente de Brissot y de Petion y libraron del peso de las calumnias de Dumouriez, al infortunado patriota que se había puesto al servicio de la

(1) Véase las pruebas aducidas por Chauveau-Lagarde defensor del general Miranda, lib. cit. pág. 151. (2) Véase lib. cit., pág. 97 y siguientes.

Francia" (1). Gozando de alta reputación militar, con poderosos amigos en el gobierno y mejores vinculaciones con los hombres de armas, pudo aliarse con Napoleón Bonaparte, cuya amistad cultivaba, y quien como buen conocedor quiso atraerlo á sí. Pero él era un republicano convencido. Si se había creado gran posición y fama envidiables en Europa, debía en su sentir ponerlas al servicio de la causa republicana á que se había consagrado. Por lo demás, la Francia no fué ingrata con él, como lo ha sido la América que apenas si le ha dedicado una estatueta en la plaza del Panteón de Caracas. Lo presentó á la inmortalidad en el número de los victoriosos. En el lado norte del Arco de la Estrella de París se ve el nombre de Miranda grabado en año de 1836, á la par de otros que comandaron en jefe ejércitos franceses (2).

Tal era el hombre que debía estimular la expansión comercial de Inglaterra á costa de la independencia americana, que no fué otro el resultado, por lo menos en lo que se refería á las colonias españolas del Río de la Plata. Los trabajos que inició Miranda durante su permanencia en Londres en 1790 hubieron de dar resultados inmediatos,

(1) Michelet.

(2) Napoleón I colocó en 15 de agosto de 1806 la primera piedra de este monumento, el mayor que en su clase existe en el mundo. Fué terminado en el año de 1836 y el rey Luis Felipe lo consagró no á la gloria del grande ejercito solamente, sino á la de los ejércitos franceses desde el año de 1791. En la campaña de Holanda el duque de Chartres, ó sea el después rey Luis Felipe, había estado bajo las ordenes de Miranda entonces general en jese.

pues es sabido que en los acuerdos del gobierno. inglés se resolvió dirigir una expedición al río de la Plata, la cual quedó sin efecto á consecuencia de la paz que sobrevino. Fué en el año 1797, en París, cuando adquirieron mayor consistencia esos trabajos. Miranda congregó á varios americanos alli residentes y luego que les hubo comunicado su plan, de común acuerdo resolvieron redactar un protocolo con arreglo á cuyas bases Miranda debía entablar una negociación directa con el gobierno inglés. Eran puntos principales de tal documento solicitar el auxilio militar de Inglaterra para independizar las colonias españolas de Sud América: en retribución se reconocía en favor de esa nación treinta millones de libras esterlinas; se celebraría un tratado de alianza defensiva; se abrirían los puertos americanos al comercio inglés y se permitiria la construcción de los canales de Panamá y Nicaragua. Inglaterra aceptó las bases propuestas por Miranda, comprometiéndose á dar los dineros y los barcos para la expedición, á la cual concurría también los Estados Unidos con diez mil hombres. A pesar de las instancias de Hamilton, tocado á este objeto por su amigo Miranda, el presidente Adams dejó pasar los meses en vacilaciones hasta que sobrevino la paz de Amiens en el año de 1802.

Pero el esfuerzo no quedó esterilizado; fué en Inglaterra donde se desarrolló el prólogo, puede decirse, de la emancipación de las colonias sudamericanas. España estaba reatada á Napoleón por la obra de un gobierno débil, y era urgida por

Inglaterra á pronunciarse en la tercera coalición que encabezaba esta potencia contra aquel gran demoledor de monarquías, quien sustituía los monarcas con sus generales, levantando el verdadero derecho del mérito sobre el supuesto derecho divino. Inglaterra que, además de perseguir su preponderancia marítima (que obtuvo poco después en Trafalgar), no perdía de vista sus propósitos de expansión colonial, entabló formal reclamación sobre una escuadra surta en el Ferrol y un fuerte subsidio en dinero dado por España á Napoleón. Pendiente esta reclamación apresó cuatro fragatas de guerra españolas que conducian gran cantidad de oro en barras, y ordenó que fuese detenido todo barco español que condujese artículos de guerra (1). Ante semejante procedimiento, España volvió á declarar la guerra á Inglaterra.

Fué en estas circunstancias cuando Miranda con singular persistencia pretendió inclinar el ánimo del ministro Pitt en favor de su proyecto. Ayudábalo en sus trabajos sir Home Popham, valido del ministro, marino reputado cuyo genio aventurero se sentía seducido por las brillantes perspectivas que Miranda le ponía por delante con esa elocuencia del patriotismo que espera día tras día la realización de hermosos ideales. La suerte decidió todavía no favorecer á Miranda en la medida de sus deseos. El ministro Pitt, después de prometerle su ayuda, encontró más conveniente.

(1) TORRENTE, Historia de la revolución hispanoamericana. Dean Funes. Tomo III, página 413.

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