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no tocar por el momento las posesiones españolas; pero por una coincidencia inexplicable, resolvió que Inglaterra se apoderase del Cabo de Buena Esperanza, y encargó esta empresa al mismo Popham. Una vez que con cinco mil soldados Popham plantó y mantuvo el pabellón británico en esa antigua posesión holandesa, que el mapa presenta frente á Buenos Aires, las entusiastas disertaciones de Miranda adquirieron en su espíritu la consistencia de un hecho que estaba en sus manos realizar; y se propuso realizarlo calculando que la gloria que alcanzase atenuaría los cargos que le haría su gobierno por haber acometido una empresa sin autorización conocida, por lo menos.

Sir Home Popham logró atraer á su plan al brigadier Guillermo Berresford, é imponiéndose al jefe de la colonia del Cabo, en su triple calidad de diputado al parlamento, de comodoro y de íntimo y valido del ministro Pitt, consiguió organizar su expedición con cinco transportes, seis fragatas y mil setecientos hombres de los que formaba parte el ya famoso regimiento 71 de highlanders. El 15 de julio de 1806 se presentó en la rada de Buenos Aires (1).

(1) En marzo del mismo año el general Miranda se presentó en las costas de Ocumare con una flotilla; pero ésta cayó en poder de los barcos de guerra realistas de estación en Venezuela, y él pudo apenas salvar su vida en una corbeta que lo condujo á Trinidad. Puesta á precio su cabeza por las autoridades realistas, aprestó una nueva expedición en Trinidad y desembarcó en las costas de Coro. También fué desgraciado en esta ocasión. Habiéndole faltado ciertos elementos con que creía contar, después de

El virrey Sobremonte incapaz de dictar disposiciones para la defensa, limitó su acción á observar con un anteojo, desde la quinta de don Antonio Dorna, el triunfo de la invasión que dirigía Berresford en persona, en los suburbios de la ciudad.

algunas refriegas sin importancia, vióse obligado á reembarcarse para Inglaterra (véase lib. cit., doc, pág. 182 á 232. En Londres prosiguió infatigable sus trabajos cerca del gobierno, el cual resolvió armar en Cork una expedición que debían dirigir el mismo general Miranda y el duque de Wellington. A la espera de estos auxilios que los acontecimientos europeos desbarataron una vez más, fue invitado por el nuevo gobierno de Caracas á regresar á su país, lo cual verificó en el año de 1810 conjuntamente con Bolívar, con quien había intimidado. Elegido diputado al Congreso constituyente tocóle firmar el acta de Independencia de Venezuela el 5 de julio de ese año. Producida la reacción realista contra el nuevo orden de cosas, y designado comandante en jefe de las fuerzas patriotas, vióse precisado á tomar Valencia á sangre y fuego, declinando su comando cuando los amigos de Bolivar propalaron la voz de que pretendía obscurecer á éste. Reforzados los realistas con numerosas tropas regulares; desorganizadas y desbaratadas las fuerzas patriotas á consecuencia del terremoto del año de 1812, á indicación de los principales ciudadanos el gobierno invistio á Miranda con el cargo de generalísimo de los ejércitos de Venezuela. Una de sus primeras providencias fué asegurar la posesión de Puerto Cabello donde estaban detenidos gran cantidad de prisioneros realistas. Confió el mando de esta plaza á Bolívar, ordenándole trasladase los presos á lugar más seguro y él estableció su cuartel general en Victoria. Desde aquí hostilizó con tan buen éxito las fuerzas del general realista Monteverde, que éste pensaba internarse en el país cuando el 30 de junio (1812) la guardía del castillo de Puerto Cabello se sublevó al grito de viva Fernando VII! Al darle cuenta de este ingrato episodio, agregábale Bolívar: "Después de haber perdido la mejor plaza del Estado ¿cómo no he de estar alocado, mi general? De gracia, no me obligue á verle

Derrotadas las fuerzas milicianas; dobladas las que se reconcentraban cerca de la fortaleza, Berresford pudo enarbolar el 28 de julio el pabellón británico en la casa de los virreyes de España; pero su triunfo fué efímero, porque reaccionando el

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la cara. Yo no soy culpable, pero soy desgraciado y basta. Véase El general Miranda, doc. pág. 649.) La pérdida de Puerto Cabello relajó completamente la moral de las fuerzas patriotas y dió auge decisivo á las operaciones del general Monteverde. Grande en los reveses que lo habían puesto á prueba en su vida de aventuras patrióticas, Miranda quiso proseguir la campaña, pero sus mismos oficiales le representaron que antes era conveniente consultar á las autoridades del Estado. En consecuencia celebró un consejo con los principales dignatarios civiles y militares, y estos acordaron que se debía capitular con el enemigo. (Véase estos documentos publicados por la primera vez en las pág. 738 y siguientes del libro citado.) Una vez que el general realista firmó esta capitulación, concluída sobre la base de que no podrían ser aprehendidas las personas que hubiesen promovido ó seguido la causa de Caracas, los cuales quedaban en libertad para salir del país ó permanecer en él cláusula 3. Miranda se trasladó á esa ciudad cuyogobierno ratificó el acto. Pero sea que esa plaza estuviese ya vendida al enemigo, como lo dijo después en un escrito el reputado doctor Gual; sea que los republicanos sospechasen que el general realista no cumpliría lo pactado, como en efecto no lo cumplió, y quisiesen conservar al general Miranda como antemural contra probables desmanes, el hecho es que en la madrugada del 30 de junio, y en vísperas de embarcarse, el generalísimo fué sacado de su lecho y conducido á una prisión por un grupo de conjurados algunos de los cuales pagaron con su vida ese extravío.

Adueñado el general realista de la ciudad de Caracas subordinó los efectos de la capitulación á exigencias que nunca pudo explicar, manchando su reputación de caballero y de soldado, por más que el historiador Toreno quisiese justificarlo diciendo en 1815 en pleno congreso de la península que "la calidad de rebeldes los inhabilitaba para que ri

pueblo que había sido entregado sin defensa por la impericia y la cobardía de la suprema autoridad colonial, rindió algunos meses después en ese mismo sitio al ejército británico, fuerte de doce mil soldados, y se apoderó, entre otras banderas inglesas que hoy pueden verse en el Museo histórico de Buenos Aires, de la de aquel regimiento 71, que no sabemos si lo ha recuperado (1).

El resultado inmediato de estas victorias, que no preveían los europeos, fué poner de manifiesto los elementos propios de que disponían las colonias del Plata, y las ideas nuevas que se dilataban incontrastablemente como si se hubiesen abierto á impulso de los aires los gérmenes ignorados que las contenían.

Por la fuerza de los acontecimintos, el virrey Li

giesen con ellos las reglas y pactos establecidos entre naciones cultas". Con esto comenzó la verdadera vía crucis, la lenta agonía del general Miranda. Arrastrando el grillete por orden del general realista; de cárcel en cárcel, que en ninguna se le creía asegurado, fué á parar á un obscuro calabozo. Meses después lo transportaron al castillo del Morro en Puerto Rico y de aquí á la cárcel de Cádiz "donde sucumbió al peso de su adversidad" según la expresión de Torrente (Hist. de la rev. hisp. amer., tomo I, pág. 302 á 308) el 14 de julio, cinco días después de la declaratoria de la Independencia Argentina, en la cual había lanzado á los que la iniciaron poseídos de los nobilisimos propósitos de ese gran republicano á quien la América debe estátuas todavía.

(1) La conocida narración de estos sucesos que no entran en el plan de este trabajo, se encuentra con sus mejores detalles en el libro de Núñez, Noticias históricas (cap. II y III) y en la Historia civil del Deán Funes (t. III, pág. 417 á 464.)

niers era el eje alrededor del cual giraba aparentemente la situación sostenida por el elemento nativo, bullicioso, con mayores impaciencias y sentimientos bélicos que cordura para alcanzar que no era aquel hombre, sino el propio esfuerzo, lo que abriría el camino de su porvenir. Frente á Liniers y la Audiencia se levantaba arrogante la figura del soberbio alcalde de primer voto don Martin de Alzaga, jefe del partido peninsular español, y de cuyo lado estaba, por una aberración de las circunstancias, el cabildo compuesto en su casi totalidad de nativos.

A este partido peninsular ya no pudo ocultársele que los ingleses, al cruzar los mares con los propósitos de recolonizaciones liberales que los caracterizaba, habían sembrado en Buenos Aires. vientos que provocarian tempestades si no se encerraban pronto y resueltamente dentro de las compuertas políticas que marcaba la tradición de la monarquía absoluta á la cual todo debía quedar subordinado.

En medio de esta lucha de influencias que por una compensación de la suerte desarrollaba los tegumentos de la democracia embrionaria recién exhibida, llegaron á Buenos Aires á principios del año de 1808 las noticias de la abdicación del rey de España don Carlos IV, del motín de Aranjuez, del cautiverio de Fernando VII y de la proclamación de José Bonaparte en Bayona como rey de España é Indias, lo cual ponía medio mundo bajo el cetro del coloso que repartia sus parientes y servidores de los tronos de la Europa á título tan justo

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