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LVII.

Despues de este brillante hecho de armas, todavía so prolongó por mas de dos meses la resistencia del castillo de San Diego. Morelos desplegaba, como siempre, impávido valor y desafiaba la muerte en los puntos mas expuestos al fuego de los enemigos. Un dia una bala de cañon, disparada de la fortaleza, arrebató de su lado al ayudante Hernandez, y los destrozados miembros del oficial cubrieron á Morelos, que siguió dando sus órdenes sin apartarse de aquel mismo sitio. Algun tiempo despues, descansaba una noche en su catre de campaña, cuando una bomba, derribando con estrépito parte del techo de la pieza, hizo explosion envolviendo al general en una nube de escombros y cascos, sin causarle el mas leve daño. El fuego y el hierro no eran los únicos peligros que arrostraron los independientes en este sitio memorable; sufrieron los rigores y las penalidades de un clima insalubre, empeorado por las abundantes lluvias estivales, campando al raso, y víctimas de horrible peste que se declaró en el puerto de Acapulco. Sufrieron tambien los horrores del hambre, y hubo dias en que cada soldado y oficial se alimentára con un solo plátano verde asado. Llegó un momento en que Morelos juzgó inevitable esta disyuntiva: levantar el sitio ó tentar el último esfuerzo para apoderarse del castillo. Hé aquí literalmente el parte que referente á este suceso comunicó

T. IV.-8.

el general al Sr. Benito Rocha, gobernador militar de Oa

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"Estando al concluir, dice Morelos, la mina para volar el "castillo, me acordé por sétima vez de la humanidad y cari"dad práctica del prójimo. Sabia que en la fortaleza se en"cerraban mas de diez inocentes.... Quise mas bien arries"gar mi tropa que ver la desolacion de inocentes y culpa"bles....

"El 17 de Agosto en la noche determiné que el Sr. maris"cal D. Hermenegildo Galeana, con una corta division, ciñe"ra el sitio hasta el foso por el lado de los Hornos, á la dere"cha del castillo; y al siempre valeroso teniente-coronel D. "Felipe Gonzalez, por la izquierda, venciendo éste los gran"dísimos obstáculos de profundos voladeros que caen al mar, "rasando el pié de la muralla y dominado del fusil y grana"das que le disparaban en algun número. Superóse todo, no "obstando la oscuridad de la noche, y á pesar de que el se"ñor mariscal pasó por los Hornos dominado del cañon y de "todos sus fuegos, sin mas muralla que su cuerpo, hasta en"contrarse el uno con el otro, y sin mas novedad que un ca"pitan y un soldado heridos de bala de fusil."

Esta audaz demostracion desmoralizó á los realistas, y suspendiendo sus fuegos pidieron parlamento; y acto contínuo se ajustó entre Morelos y el coronel Pedro Antonio Vélez, una capitulacion bastante honrosa para los realistas. El 20 de Agosto entregó el gobernador las llaves del castillo al mariscal Galeana, nombrado al efecto por Morelos. Contenia la fortaleza cerca de cien piezas de artillería, quinientos fusiles y un inmenso acopio de municiones. Dice el Sr. Bustamante en su Cuadro Histórico que al presentarse Morelos en el castillo le dijo el coronel Vélez: "Sr. Exmo: tengo el ho"nor de poner en manos de V. E. este baston con el que he go"bernado esta fortaleza, sintiendo en mi corazon que para su "conquista haya sido preciso derramar tanta sangre." A lo que el general mexicano respondió: "Por mí no se ha derra"mado ni una gota;" lo cual era absolutamente cierto, pues

los fuegos de los independientes no habian causado la muerte de uno solo de los defensores del castillo de San Diego, protegidos como lo estuvieron por sus cañones y sólidas murallas.

Cuéntase tambien que concluida la entrega de la fortaleza, Morelos se sentó á la mesa acompañándole muchos de sus oficiales y casi todos los jefes que acababan de capitular, y notando la tristeza que estos últimos mostraban, brindó por España. Sí, añadió con magnánima franqueza, ¡viva España, pero España hermana, y no domina lora de América!....

LVIII.

En tanto que Morelos dirigia todos sus esfuerzos á conquistar la fortaleza de Acapulco, los vocales de la Junta de Zitácuaro, Liceaga y Verduzco, habian desconocido la autoridad del general Rayon, presidente del que pudiéramos llamar primer gobierno propio de México. Rencillas, tal vez rivalidades que no nos toca examinar en esta biografía, y que enconándose mas cada dia pusieron en gran peligro la noble causa de la independencia, dieron por resultado la mas deplorable anarquía entre los miembros de aquel cuerpo.

Liceaga y Verduzco, que se habian puesto á la cabeza de varias tropas, acusaban á Rayon de mostrarse inclinado á un avenimiento con los españoles. Los sucesos posteriores justificaron plenamente al presidente de la Junta de Zitácuaro. Nunca estuvo dispuesto á cometer una infamia, que hubiera

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