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pos de nuestra independencia: de grandes disposiciones como general, bastábale un golpe de vista para comprender cual era la órden conveniente; expedia esta órden, y si en ese momento hacia el enemigo cien nuevas evoluciones, su alma, que inspirábase mejor en medio de las batallas, le daba el medio para nulificar esas evoluciones; á la hora que concluye la sangre fria del estratégico, sabia tener todo el valor necesario para atacar un parapeto á la bayoneta, como en Oaxaca; sabia tener todo el arrebato y el impulso que requiere una carga de caballería, como en el Palmar; hábil administrador y hombre de órden, logró aprovecharse de los instintos patrióticos de los hijos de Izúcar para organizar la mejor division que hubo entre todas las independientes, refiriéndonos á la moralidad y disciplina, así como al vestuario y armamento; esclavo de su consigna, sacrificó su vida por cumplir las órdenes de su jefe; mártir, por último, de la independencia de su patria, puros y sublimes son sus instantes postreros, y la calumnia no puede mancharlos.

MANUEL DE OLAGUIBEL.

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M

IENTRAS mas se registra la historia, ó se atraen á la mente los sucesos contemporáneos, mas se convence uno de lo falsa, peligrosa y trágica que es la carrera de esos séres que se llaman hombres públicos, que aparecen en todas las revoluciones, en todas las batallas, en todos los acontecimientos, y que al fin mueren. y mueren sin gloria, sin ilusion, sin tranquilidad, qué sé yo.... hasta sin esas palabras religiosas que la piedad cristiana arroja sobre el lecho de un moribundo, por mas infeliz que sea.

.....

El hacer una anatomía de los sufrimientos morales de un hombre público, deberá ser un objeto demasiado vasto para Mr. Balzac, ese anatomista del alma, que sin fastidiar, ocupa medio tomo con su terrible historia de Luis Lambert.

En efecto, un hombre público que brilla, que se apaga, que vuelve á relucir, que vence, que lo derrotan, que tan pronto está circundado del aura del pueblo, como de los dicterios de una faccion, que rie en público, que llora en secreto, que estudia toda la vida para ignorarlo todo, que recorre las mil órbitas de una sociedad, que se roza en su paso con los cobardes, con los valientes, con los usureros, con los aduladores, con los avaros, con los aspirantes, y que al fin no tiene mas que una tierra fria donde reposar; es un objeto grande, muy grande para la investigacion de un filósofo.

Estas ideas poco mas o menos me ocurrieron, cuando parado junto á una tápia derruida, que llaman cementerio en Padilla, ví una losa sin inscripcion, sin adorno, una losa grosera, arrancada solamente del cerro, que pesaba sobre dos cadáveres. Iturbide que fué fusilado, y Terán que se suicidó. ¡Qué grandes y hermosos nombres! ¡¡ITURBIDE Y TERAN!!!

¡Cómo deseaba yo en aquel momento haber conocido y tratado íntimamente á aquellos hombres, saber las particularidades de su vida privada, y los grandes acontecimientos de su carrera pública! ¡Oh! decia yo, si tuviera datos, si hubiera participado de sus expediciones y peligros, yo escribiria su biografía, pero no como esas biografías descarnadas, insulsas y frias que vemos en los diarios; sino minuciosa, llena de esas interesantes pequeñeces que forman un todo grandioso, que jamás olvidan los hombres de Europa, cuando hablan de sus capitanes, de sus sábios y de sus artistas.

Pero dos verdades desconsoladoras vinieron á mi mente, á saber: Que esos hombres á quienes hemos visto y tratado, á quienes hemos observado, por decirlo así, en sus ruines pasiones y en sus ruines defectos humanos, no pueden tener jamás el atractivo y el entusiasmo que nos causa un Federico, un Pedro el Grande, un Napoleon.-Estos son coloses que se ven aun mas grandes de este lado del Oceano-La otra verdad es, la de que muerto un hombre en México, que.

dan tan pocas trazas de su carrera, que casi es imposible caracterizarlo de una manera verídica é imparcial.

Sea como fuere, yo creo que cuando un hombre hace cosas que por mas sencillas y fáciles que parezcan, no ejecu tan los demas, ese hombre es singular, ese hombre merece un recuerdo, una página en la historia, 6 un distintivo que lo saque de esa confusion social, en que deben quedar sumer. gidos los que no han tenido energía para distinguirse en las armas, en las ciencias, en las bellas letras; y que su espíritu y su cerebro son medianos para hacer mal, y nulos para hacer bien.

Ergo, como el general cuyo cuerpo reposaba sobre el cuerpo del emperador, en la lejana sepultura de Padilla, tuvo muchas páginas brillantes en el libro de su vida, es preciso que bien ó mal le consagre unos mal forjados renglones.

II.

La noche que el cura Hidalgo se pronunció en Dolores por la independencia, examinó sériamente su conciencia, y halló que no era ni general, ni coronel, ni aun simple soldado; sino únicamente un anciano cargado de achaques, y cuyo saber se limitaba á las pacíficas ocupaciones de la agricultura y de las artes. Esta reflexion lo llenó de un profundo des consuelo; pero á poco, echó de ver á los doce serenos que lo acompañaron en su atrevido pronunciamiento, y con una

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