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JOSE MARIA MORELOS.

1765.-1815.
1815

I.

ESENTA años trascurridos desde la muerte del hé

roe preclaro, hasta la época en que se publica este libro, son á manera de pedestal soberbio sobre el que descansan su nombre y su fama. La gloria de Morelos no es ya el timbre exclusivo de un partido; su gloria es nacional, y su nombre el título de orgullo de un pueblo libre.

"Toda la historia de la humanidad, ha dicho un profundo "pensador contemporáneo, (*) no es otra cosa que la historia "de los grandes hombres que han vivido sobre la tierra, por"que ellos son mensajeros enviados á nosotros por el inex

(*) Carlyle.

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"crutable infinito." Estamos muy lejos de admitir este sistema que excluye por completo la libertad humana, al pretender sustituirla por la intervencion del cielo. En nombre de la filosofía debemos rechazar este principio que haciendo de todos los grandes hombres séres inspirados, nos obligaria á aceptar todo lo que ellos produjeran, el mal lo mismo que el bien, sus méritos lo mismo que sus errores ¡Principio monstruoso cuya consecuencia seria la legitimidad de todas las tiranías, y el enaltecimiento de todos los tiranos, desde Atila hasta Mahoma, desde Gengis-Khan hasta ese azote de la humanidad que murió encadenado en el islote de Santa Elena!

...

En cambio, somos partidarios de esa escuela, mas noble y generosa, que enaltece al génio relacionándolo con el resto de los hombres. Queremos que la auréola que ciñe las sienes de los héroes, descienda como resplandeciente y luminosa catarata, sobre los que fueron sus hermanos en el infortunio y sus compañeros en las glorias.... Queremos que la patria sea siempre el encendido foco donde se concentren todos los rayos que forman su grandeza. Por eso no vémos en Morelos un génio que inspirado por el cielo se lanzó á conquistar la independencia de su patria; al humanizar al héroe, lo hacemos mas grande y mas digno de la admiracion de la posteridad.

Morelos es á nuestros ojos el tipo del héroe ideal. Varon esclarecido que se presenta al exámen histórico, reuniendo ⚫ al génio, el valor indomable y la mas exquisita bondad. Todo es digno de admiracion en este hombre ilustre, grande entre los grandes. Su enorme fuerza de accion, aplicada á la obra sublime de la libertad de su patria, se hace sentir en toda la lucha épica de la independencia mexicana. Consagra á esta obra su existencia, y por ella exhala su último aliento. Combate, y sufre sin quejarse las injusticias de sus mismos compañeros; tiene el poder en sus manos, poder legítimo que le han conferido sus expléndidas victorias, y lo abandona sin sentimiento; no lo engrie el triunfo; y cuando suena la hora de

los reveses, hállale el infortunio pronto á morir por su patria, sereno y tranquilo. Por eso México ha grabado ese nombre glorioso en el corazon de cada uno de sus hijos, y lo ha inscrito con caractéres imborrables en las mejores páginas de su historia. La antigua Grecia hubiera hecho de ese héroe un dios, instituyendo fiestas y dedicando suntuosos monumentos á su memoria.

II.

Hidalgo y sus inmortales compañeros acababan de lanzar el grito de independencia, desafiando la secular dominacion de los reyes españoles en la tierra de Cuitlahuatl y Cuauhtemoc. En vano se ha pretendido por los hombres de un partido nefando cubrir de baldon los nombres, los hechos, y hasta las intenciones de nuestros primeros libertadores. En tanto que las calumnias han desaparecido, cayendo ántes sobre las impuras frentes de sus autores, la gloria de los padres de la patria brilla con mas vívido fulgor, á medida que se aparta de nosotros el sublime momento de la proclamacion de la independencia.

Vamos á evocar esos santos recuerdos, con toda la veneracion que se apodera del alma en presencia de aquello que es eternamente grande, bello y bueno. Vamos á vivir con los primeros dias de la patria llenos de duelo, de sangre y de lágrimas. Al inclinarnos al abismo de los tiempos pasados, creemos ver en imponente desfile á nuestros héroes, á nues

tros mártires, á los ejércitos improvisados por el patriotismo que recorrian el vasto suelo mexicano, vencedores unas veces, otras derrotados, pero siempre alentando inmensa fé en el triunfo de su causa. Al remontarnos á los primeros dias de aquel glorioso levantamiento, nos parece ver en Dolores ese grupo épico á cuyo frente se alzaba Hidalgo, la aurora del 16 de Setiembre de 1810, augusta figura de cuyos lá bios brotó la primera palabra de redencion y de guerra; presenciamos esa falange formada de hombres, mujeres y ni ños, marchando el mismo dia sobre San Miguel el Grande, engrosándose á cada momento con infinitos combatientes; creemos escuchar el ronco estruendo que se elevaba de aquella exelsa muchedumbre, y que repetian los montes y los valles; asistimos al tremendo combate de Granaditas; seguimos al ejército en su carrera triunfal sobre Valladolid; penetramos con él á la risueña ciudad fundada por el virey Mendoza en el ameno valle de Guayángareo y presenciamos su llegada á Charo, en marcha para la capital del vireinato.

En pocos dias, el inmortal Hidalgo habia formado un ejército numerosísimo que acudia á la conquista de la libertad y de la independencia. El reducido grupo que le rodeaba en Dolores la mañana del 15 de Setiembre, se habia converti. do en imponente masa de hombres, armados los unos, desarmados los más, pero que acababan de vencer á la guarnicion española del castillo de Granaditas. Habia empezado la lucha con una victoria para los mexicanos, y la noble causa de la emancipacion habia recibido un bautismo de sangre. Historiadores infames que han empuñado la pluma para satisfacer las pasiones de un partido político que odia la independencia de su patria, no vacilaron luego en denigrar ese natural desórden con que marcharon las tropas de Hidalgo despues de haber lanzado el grito de insurreccion. No esos libelos, no esas diatribas que el retroceso ha respirado por los lábios de uno de sus jefes, pueden aspirar nunca al título de historia de la revolucion mexicana. Falta á nuestros héroes y á sus inmortales hazañas un Tito-Livio que trasmita

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