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naz á los principios de la Iglesia y de la Monarquía. Los Sres. de Puerto-Real fueron bajo su hábito religioso los precursores de los economistas, de los enciclopedistas del tiempo de Luis XIV, de los doctrinarios del dia, que solo querian cuentas, garantías y explicaciones, ocultando un espíritu revolucionario bajo las palabras de tolerancia y dejad hacer. La tolerancia, lo mismo que la libertad, es una locura sublime. Puerto-Real era una sedicion comenzada en el círculo de las ideas religiosas, el más terrible punto de apoyo de las más diestras oposiciones.... La Iglesia y la Monarquía no faltaron á su deber destruyendo á Puerto-Real." (1) Este juicio sobre las intrigas de los jansenistas no es de solo este escritor: Schoell, hablando de varios documentos ocupados á Quesnel y Gerberon cuando su prision en 1703, dice: "Se asegura que entre sus papeles se halló la prueba de que esta secta trabajaba para cambiar la constitucion lítica y religiosa de la Francia." (2) Voltaire no es menos explícito: "Se cojieron todos sus papeles, dice, y se encontró entre ellos todo lo que caracteriza un partido organizado." Y luego añade: "Se encontró entre los manuscritos de Quesnel un proyecto más culpable si no hubiese sido insensato. Habiendo Luis XIV enviado en 1684 al conde de Avaux á Holanda con plenos poderes para admitir á una tregua de veinte años todas las potencias que quisieran entrar en ella, los jansenistas, bajo el nombre de discípulos de San Agustin, habian imaginado hacerse comprender tambien en la misma, como si hubiesen sido un partido formidable, como lo fué durante mucho tiempo el de los calvinistas." (3)

po

Y no carecían de razon al tener esas miras, porque aunque, como se ha dicho, despues del registro de la Bula de Inocencio X y otras providencias civiles habia disminuido notablemente el crédito de la secta, con todo, siempre contaba muchos prosélitos, con su obstinacion y su tortuosa conducta, así en la época de la publicacion de la Bula, como despues de 1740, segun verémos más adelante. "Vióse, dice el anónimo citado anteriormente, á la cabeza de su secta á personas de la corte; y alguna dama de primer rango, que bajo el velo de afectadas austeridades y de una reforma luminosa, cubría ó creía borrar las manchas de una juventud pasada en los placeres, se declaró su protectora. Penetró esa secta hasta en los asilos de la piedad, donde religiosas fieles á su estado y á sus deberes, vivían en la feliz ignorancia de las cuestiones sobre el dogma; pero imbuidas en estos nuevos errores, no les quedó otra cosa que un orgullo indomable, una terquedad de loco y una abierta rebelion contra las órdenes de

(1) Revista parisiense, 25 de Agosto de 1840.

(2) Curso de hist. de los Estados europeos, tomo XXIX, pág. 94. (3) Siglo de Luis XIV, tomo III, cap. XXXVII, pág. 153.

la autoridad soberana. Ella llevó su sedicion entre cenobitas quietos hasta entonces y subordinados á las leyes de la Iglesia; entre religiosos edificantes por su virtud y pureza de su doctrina heredadas de sus predecesores; entre congregaciones enteras que por una inmoderada rivalidad ó por un celo bajo, entre gentes de la misma profesion, pero firmes é inmutables en la defensa de la religion, adoptaron las nuevas opiniones con un ciego entusiasmo, que pronto las hizo decaer de su antigua gloria. ¿Lo diré todo? no solo una multitud de eclesiásticos de todo rango, sino aun obispos, se dejaron arrastrar de esta secta é hicieron gemir á los verdaderos fieles con su obstinada resistencia á los decretos de la Iglesia. Ella se insinuó en algunas célebres universidades, donde la juventud inexperta recibía lecciones corrompidas y preocupaciones obstinadas que no se borraron ya jamás de su espíritu. Finalmente, para colmo de la desgracia llegó á sentarse en los Tribunales y Parlamentos, principalmente en el de Paris, con magistrados que, ensoberbecidos con los derechos que su empleo les concedía sobre el poder eclesiástico, parecía que no vibraban la espada de la justicia de que estaban armados, sino para degradar á ese poder, oprimirło, aniquilarlo y privarlo de sus más sólidas columnas."

Pero estas doctrinas disolventes eran combatidas con mucho vigor: "Los ochenta y cinco obispos que denunciaron á Roma las proposiciones del Augustinus; Nicolás Cornet, Síndico de la Facultad de teología de París, que los habia denunciado ante ella; la Trapa y la gran Cartuja; Rancé, el austero reformador; S. Vicente de Paul, el tipo de la caridad; Olier, fundador de S. Sulpicio; el dulce Fenelon y otra multitud de grandes hombres, testificaron contra el jansenismo una repulsion tenaz y lo combatieron cuanto les fué posible. Sus calificaciones á la nueva herejía que odiaban de corazon, son las más notables. Casi todas la llamaban doctrina igualmente injuriosa á la misericordia divina y á la libertad humana; porque disminuyendo la accion del libre albedrío hasta aniquilarlo en ciertos casos, separa al mismo tiempo nuestra flaqueza de las fuentes de la gracia; doctrina desesperante, que no sabe ver en el hombre sino el pecado y en la religion el infierno; doctrina donde el más peligroso orgullo se oculta bajo los abatimientos de un temor servil. "Quién no vé, dice Bossuet, que este vigor hincha la presuncion, nutre el desdén, sostiene un temor soberbio de fastuosa singularidad, hace parecer en fin excesivo el Evangelio é imposible el cristianismo!...." Sea lo que se quiera, lo poco que se ha dicho sobre esta doctrina, manifiesta el secreto de la extraña predileccion que ciertos epicureos profesan á las teorías del jansenismo. Porque es muy cómodo poderse decir á sí mismos que las ásperas alturas del Cristianismo y espantosa severidad de sus preceptos no permiten el

acceso á ellas sino á los Santos, y que no se ha recibido la gracia de la santidad.

Pero los enemigos más ardientes del jansenismo fueron principalmente los Jesuitas; y ellos los que le dirijieron sus más rudos golpes desde su aparecimiento, dando prueba al combatirlo de una rectitud admirable en sus previsiones. Lo que perseguían en él no era solamente una doctrina heterodoxa, sino tambien un espíritu de desafio y hostilidad sistemática contra la cátedra de S. Pedro. "La historia, escribía en 1845 el célebre abogado Lamarche, los ha justificado demasiadamente en el particular. En efecto, á los últimos representantes del espíritu jansenista, se debió que la Francia se viera como un ramo separado del grande árbol y privado de la sávia nutritiva. Conocidas son las influencias con que se concibió y fué redactada la constitucion civil del clero. Supóngase que el jansenismo hubiera sido entregado á su libre curso, y que los Jesuitas no hubiesen contenido su infiltracion demasiado sensible ya en el cuerpo eclesiástico: segun toda verosimilitud, habria triunfado la obra de Cannes; despues, subiendo Napoleon al trono y engranando en su mecanismo administrativo ese clero aislado de su cabeza, hubiera consumado para la Francia el cisma que el despotismo de Enrique VIII obró en Inglaterra." [1]

Así es que contra los Jesuitas dirijieron principalmente los jansenistas todo su ódio; pasion fogosa en ellos y que parece constituye su carácter distintivo. Veían en ellos hombres que habian explorado todas sus sendas, que habian sido los primeros en manifestar sus errores y denunciarlos al público. Estos hombres estaban acostumbrados á combatir, y las multiplicadas victorias alcanzadas por ellos sobre los protestantes, cuyos principios acerca de la libertad y la gracia eran los mismos que los de los jansenistas, los haciau enemigos muy temibles. Era, pues, peligroso entrar en lid con ellos; y se sabia que firmes é inmutables en la defensa de la fé católica, nada podia detener su celo, y que mientras más obstáculos se les presentaban, más redoblaban su energía. Se creyó por lo tanto deberse emplear con ellos otras armas. Se juró su pérdida para desembarazarse de tales enemigos, y semejante conjuracion principia desde el nacimiento del jansenismo.

Aleccionados esos sectarios por los protestantes sus antepasados, la arma principal que jugaron contra los Jesuitas, mientras proporcionaban los medios de destruirlos, fué la calumnia y los libelos. Llenaron el mundo de todos ellos, empleando todas las formas para denigrar á los Jesuitas; escarnios, injurias, historietas fabricadas al antojo, anécdotas inventadas; todo era bueno con tal que pudiese

[1] Historia de la caida de los Jesuitas en el siglo XVIII.

hacerles mal: desde el Dr. Arnaldo, (uno de los corifeos del partido, que no carecía de erudicion ni elocuencia, cuando escribia con serenidad sobre todas las demás materias), que quiso probar geométricamente ser lícito injuriar á los Jesuitas, hasta los célebres autores del Arte de verificar las fechas del siglo de que nos ocupamos, toda la duracion de la secta fué un continuo denigrar á los Jesuitas de una manera tan encarnizada, que al contemplar este espectáculo no pudo menos de confesar el calvinista Sismondi, que "el cúmulo de acusaciones y las más veces de calumnias que se hallan contra los Jesuitas en los escritos de la época, tiene algo de horroroso." (1) Pero ¡cosa rara! las principales acusaciones se reducían á los combates que la secta habia sufrido por la Compañía de Jesus.

Basta lo dicho sobre una materia acerca de la que se ha escrito mucho y de la que tal vez nos volverémos á ocupar, y pasemos á referir la tercera y terrible clase de enemigos que la Compañía de Jesus tuvo que combatir desde 1750, y que acabará de probar que la causa general de los ataques conjurados en su contra, no fué otra que el espíritu de oposicion á la Iglesia Católica, á su independencia y su Jefe, no menos que á todo el órden social fundado y establecido sobre el Catolicismo.

La regencia del duque de Orleans en la menor edad de Luis XV, en que se hizo una fatal union entre la incredulidad y la corrupcion de las costumbres públicas, no solamente levantó de nuevo al jansenismo y lo hizo más soberbio y emprendedor, sino que dió orígen á la secta llamada filosófica, que tanta sangre ha hecho correr en Francia y aun en todo el mundo por sus desastrosos y anárquicos principios. El pudor prohibe trazar el cuadro de las orgías del palacio real de Paris, que, como ha dicho un escritor de la época, ni las bacanales de los antiguos llegaron á sobrepujar á las de aquellas reuniones impuras de una corte que se corrompía cada dia más. Basta decir que cuanto la molicie tiene de más sensual, la voluptuosidad de más refinado y el mismo libertinaje de más grosero y repugnante, todo se hallaba allí reconcentrado. Aquella inmoralidad traspasó todo límite, y esparciéndose por todas partes con la impetuosidad de un torrente desbordado, llevó su veneno á todas las clases de la sociedad. La impiedad progresó en los mismos términos: hasta entonces tímida y oculta, osó mostrarse descaradamente y jactarse de sus máximas, razonamientos y sistemas, los cuales no se dirijian á menos que á destruir todas las esperanzas de los hombres por un porvenir mucho más importante que la vida presente y aun á trastornar toda la sociedad entera. No solo se hacia gala en las tertulias de la corte de la falta más escandalosa de la moral, sino que se permitian

(1) Historia de los franceses, tom. XXIX, pág. 231.

decir chistes y bufonadas contra la religion que circulaban en seguida entre los camaradas, y cuyo efecto seguro era hacer ridículos ó despreciables los objetos más sagrados y las personas que más necesitaban de la pública estimacion. Tal fué la cuna impura del filosofismo, cuyos estragos lamentan hasta el dia todos los pueblos.

Entonces comenzaron las más fuertes querellas entre los jansenistas y el Episcopado francés; y desde entonces tambien se dió libre curso á los escritores impíos para atacar de frente lo más sagrado de la religion con las armas de la mentira, calumnia, burla, sarcasmo, sátira y todos los medios que inspiraba el infierno. Entonces ul fanatismo de los milagros finjidos por los jansenistas, se agregaron los atrevidos escritos de Voltaire, Rousseau, Argens, Mercier, Buffon y demás incrédulos de lo época: entonces tambien se formó el plan de destruir al Catolicismo, vilipendiando á sus jefes y destruyendo á sus valientes milicias. "En Europa, dice Condorcet, se formó una clase de hombres no tan ocupada en descubrir y profundizar la verdad, como en divulgarla....acariciando las preocupaciones con astucia, sin amenazar casi nunca ni á muchos á un tiempo, ni aun á uno solo en un todo....tratando con miramiento el despotismo cuando se combatian los absurdos religiosos, y el culto cuando se elevaba contra la tiranía. ...; ya manifestando á los amigos de la libertad, que la supersticion que cubre al despotismo con un escudo impenetrable, era la primera víctima que debian sacrificar; y ya por último, denunciándola por el contrario á los déspotas como el verdadero enemigo de su poder, atemorizándolos con el cuadro de sus intrigas hipócritas y de sus furores sanguinarios...." (1)

Hé aquí el plan que presidió á la formacion de la famosa Enciclopedia, principiada en 1750 por D'Alembert y Diderot á los que se agregaron otros muchos cooperadores, amontonando volúmenes sobre volúmenes, enorme masa que se puede llamar un depósito de muchos más errores que verdades. El mismo Diderot lo reconoció, y en una memoria que hizo imprimir algunos años despues, confiesa que este Diccionario es la compilacion más mal dijerida y acaso la más deshonrosa que jamás se haya hecho. Hace de ella una crítica amarga, pero al mismo tiempo justísima.

Los Jesuitas, que en Francia sobre todo, contaban con sujetos muy doctos y acostumbrados á la controversia con los protestantes, saltaron sin tardanza á la arena. Sobre todo el P. Berthier, que se hallaba al frente del "Diario de Trevoux," el mejor sin duda y el más instructivo de todas las obras periódicas literarias, mientras estuvo bajo su direccion, la atacó de frente desde su primer tomo, descu

(1) Ensayo de los progresos del espíritu humano, pág. 190.

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