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briendo en él una multitud de artículos que ultrajaban todas las consideraciones religiosas, y sociales. Se pronunció fuertemente contra los autores; descubrió sus viles plagios en los buenos trozos que se admiraban en esa obra, la multitud de errores literarios, de que llegó á contar hasta dos mil en el discurso de su polémica, y prometió seguir paso a paso todos los artículos peligrosos ó aun solo sospechosos para precaver á los lectores. Era un gigante que amenazaba destrozar á los enciclopedistas; los que espantados y no sabiendo qué responder, se valieron de todo el influjo de que disfrutaban en aquella corrompida corte, para prohibir al sábio Jesuita continuar la censura prometida, como en efecto lo consiguieron del juez encargado de la inspeccion de los libros.

Los Jesuitas cumplieron con su deber lo mismo que los antiguos doctores de la Iglesia al combatir el error; lo mismo que todos los varones apostólicos defendiendo la verdad y oponiéndose á la herejía, ya manifiesta ya enmascarada; lo mismo, en fin, que desde el principio del mundo hasta la predicacion del Evangelio, hicieron los profetas y desde entonces hasta el fin de los siglos, harán todos los que por su estado y vocacion deben defender á la Iglesia, ora con sus plumas, ora con sus ejemplos y hasta sacrificando en tan gloriosa lid su misma vida.

Pero esa defensa atrajo á los Jesuitas el ódio de aquellos sectarios enemigos de la unidad católica, de las buenas costumbres y verdaderos principios sociales. Conjuráronse todos en su contra y este es el juicio unánime de la grande escuela histórica de Alemania, que hace mérito de las operaciones de esta liga anti-cristiana.

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"Una conspiracion se habia formado, dice Schoell entre los antiguos jansenistas y el partido de los filósofos; ó más bien, como ambas facciones tendían al mismo objeto, obraban con tal armonía, que podia haberse creido que concertaban sus medios. Los jansenistas bajo la apariencia de un gran celo religioso, y los filósofos pregonando sentimientos de filantropía, trabajaban ambos en el destronamiento de la autoridad pontificia. Tal fué la ceguedad de muchos hombres aún pensadores, que hicieron causa comun con secta, que hubierau detestado si hubiesen conocido sus intenciones. Estos errores no son raros; cada siglo tiene los suyos....Pero para trastornar el poder eclesiástico, necesario era aislarlo, quitándole el apoyo de aquella falange sagrada que se habia consagrado á la defensa del trono pontificio, es decir, los Jesuitas. Tal fué la verdadera causa del ódio que se declaró á esta Compañía....La guerra contra los Jesuitas se hizo popular; ó más bien, odiar y perseguir un cuerpo, cuya existencia estaba asida á la de la religion católica y del trono, se convirtió en título que daba derecho de llamarse filósofo. Clemente XIII y su ministro confidente, el cardenal Torregiani, ha

bian penetrado las miras de los adversarios del órden público, y se oponian á ellas con todas sus fuerzas." (1)

¿Cuáles eran entretanto los servicios de los Jesuitas, cuáles sus costumbres públicas y privadas y el aprecio y consideracion que se habian adquirido en todo el mundo?

A esta pregunta contestan de una manera muy satisfactoria los escritores más célebres de la escuela protestante, como Ranke, Schoell, Müller, Schlosser, Fitz-William, Robertson, Murr y otros muchos que podian citarse. Todos ellos convienen en el siguiente testimonio de Roberto Carlos Dallas, ministro de la iglesia Anglicana en una obra publicada en 1815: "En otro tiempo, escribe, todo enemigo de la Religion Católica era adversario declarado de los Jesuitas. La série no interrumpida de sus afortunados sucesos, les atraía contínuamente nuevas hostilidades; y como observa Spóndano, jamás hombres algunos han sufrido mayores contradicciones, ni triunfado con más gloria de la violenta oposicion que contínuamente se les ha hecho. Su asidua aplicacion en sus diversas relaciones con el público, en sus Escuelas y Seminarios, en los púlpitos y tribunales sagrados de la penitencia, en los hospitales y cárceles, en el cultivo de las letras, en las Misiones nacionales y extranjeras, en todos los trabajos, en fin, de su profesion, les abrian una vasta mina que explotar, y los hacian recomendables á los reyes, á los magistrados y á los obispos; y prestando servicios tan señalados al público, lograron embotar los aguijones de la envidia y los dardos de la malignidad....Los Jesuitas formaban de esta manera un cuerpo distinguido que obligaba á hacer tomar el mayor interés á cuantos eran testigos de su conducta irreprensible y su no interrumpida laboriosidad. Imposible era verlos con indiferencia ó desdén; ó eran altamente estimados ó cruelmente perseguidos. En todos los países católicos se habian granjeado completamente la confianza y el respeto; y por todas partes se tributaba homenaje á la santidad de su doctrina, á la pureza de sus costumbres, á su celo por la Religion y al empeño que tenian de ser útiles al público. El mismo carácter de sus adversarios y rivales contribuia poderosamente á esta debida consideracion, porque ó eran enemigos públicos ó secretos del catolicismo, ó envidiosos de la fama de su enseñanza y ministerios, ó sujetos inquietos, preocupados y que les profesaban ódio implacable, por la sombra que hacían á la medianía de sus talentos ó empresas; y hé aquí las fuentes de donde ha manado á diversas épocas, esa masa indigesta de acusaciones tan falsas como inverosímiles, recojidas con ansia por los nuevos conspiradores contra los Jesuitas.

(1) Curso de historia de los Estados Europeos, tom. XLIV, pág. 71.

Y no es una locura imaginar que una numerosa asociacion de religiosos, que mantenia tantas relaciones con el público, y vigilada sin cesar por enemigos no menos encarnizados que llenos de celos, pudiera ser una horda de trapacistas sin principios, de impostores é impíos? El favor que tantas naciones cultas les han concedido, hace desechar una idea semejante. Los Papas, los Reyes, los Prelados y Magistrados en todas partes los han protejido y empleado; los obispos y el clero los miraban como sus más útiles auxiliares en el santo ministerio; porque ellos ejercian todas las funciones, sin mezclarse en la de gobernar la Iglesia, á lo que habian renunciado por un voto especial. En todas las ciudades, y aún en las campiñas recibia el pueblo gratuitamente sus servicios. Cien años ha que si se hubiese consultado individualmente la opinion pública en Italia, en Francia, en España, en Portugal, en Alemania, en Polonia y en el Nuevo Mundo, no hay duda que más bien se habrian deshecho de cualquiera órden religiosa que de la Compañía de Jesus. Del mismo sentimiento estaban animados todos los soberanos del continente de Europa; porque consultaban á los Jesuitas sobre todo lo que podia interesar á la religion; los escuchaban de preferencia como predicadores; les confiaban la instruccion de sus hijos, la direccion de sus propias conciencias y la salvacion de sus almas. Entonces, no solamente los reyes, sino sus ministros, los nobles y el pueblo creian en la religion; eran los hijos de aquellos mismos hombres que habian sostenido recios combates en Francia y en Alemania en defensa de la unidad católica contra las sectas confederadas que habian formado una liga para destruirlas. Aún no habia aparecido Voltaire entre ellos. Aún no se les habia presentado la religion como un objeto ridículo; sino que tenian hácia ella un santo respeto, la miraban como el más firme apoyo del Estado y del trono, y veneraban á sus ministros, y con mucha especialidad á los Jesuitas, porque sabian muy bien que su Instituto estaba bien calculado para formar á sus miembros al servicio activo de los altares que ellos respetaban." (1)

Para concluir esta situacion de la Compañía de Jesus en su segundo siglo, que vino á terminar para ella en su expulsion de casi todas las naciones europeas y en su completa abolicion, escuchemos al protestante Ranke, quien nos dá una explicacion satisfactoria de estos sucesos: "En todas las cortes, dice, se formaron en el siglo XVIII dos partidos, de los cuales el uno hacia la guerra al Papa, á la Iglesia y al Estado, mientras que el otro ponia su empeño

[1] Nueva conspiracion contra los Jesuitas, descubierta y brevemente explicada. Londres,

en mantener las cosas en su estado antiguo y en conservar las prerogativas de la Iglesia universal. Este último partido estaba principalmente representado por los Jesuitas. Esta Orden apareció siempre como el más firme baluarte de los principios católicos; por lo tanto, ésta fué la primera contra quien se dirijieron los tiros." (1)

[1] Obra citada, tom. IV, pág. 486.

CAPITULO II.

Destruccion de la Provincia de Portugal en 1759.

La conspiracion contra la Compañía de Jesus que acaba de referirse, era un hecho casi nada conocido en nuestro país, por la interdiccion en que se hallaban en esa época nuestras comunicaciones con las naciones extranjeras, poco sabida en Portugal y España, y aún en Francia apenas se sospechaba entre las personas sensatas y pensadoras. Tan solamente estaba reservado ese plan de destruir á la Compañía, á los principales corifeos del jansenismo y enciclopedistas, que con la astucia ya mencionada y descubierta al fin por Condorcet, insensiblemente hacian entrar en sus miras á los innumerables adeptos que diariamente abrazaban sus doctrinas. Sin embargo, la conspiracion crecía cada dia más, extendiéndose por toda la Europa. Al subir al sólio pontificio el Sr. Clemente XIII en Julio de 1753, con motivo de las fiestas que en el Colegio Romano se hacian con mucha solemnidad en semejantes casos, se fijó un pasquin en la puerta de aquel establecimiento anunciando la persecucion que se preparaba á los Jesuitas en los tres grandes reinos Borbónicos, sin otra diferencia sino que eu esa pieza falló el órden cronológico de los sucesos que estaban próximos á verificarse. La intriga estaba bien preparada, y como vá á verse habia ya tenido su principio.

El reino de Portugal fué el que tomó la iniciativa en aquel tenebroso negocio. No es de nuestro objeto entrar en pormenores acerca de la expulsion de los Jesuitas del dicho reino, sobre lo que se ha escrito demasiado. Nos limitarémos únicamente al juicio que de esa destruccion han formado, por los documentos de la época, los mismos filósofos franceses y los historiadores todos protestantes de los últimos tiempos.

A tres puntos debe reducirse esta persecucion. Los sucesos ocurridos en el Paraguay con motivo del cambio de las Reducciones ó Misiones de los Jesuitas pertenecientes al rey de España, por la colonia del Sacramento sujeto á Portugal; cambio que resistieron los indígenas hasta con las armas y que dió orígen á muchas calumnias contra los Jesuitas. La visita hecha en Portugal solicitada de la corte de Roma para la reforma de la Provincia Portuguesa. Las ocurrencias del supuesto asesinato del rey en que se quiso innodar á los Jesuitas, y sirvió de pretexto para desterrarlos de todo el reino.

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